Festival Pop Rock en el Central
Edición 2001
Edición 2002
Edición 2003
HISTÓRICO EN INDYROCK
CRÓNICAS
Promesas incumplidas (y una sublime excepción)
22, 23 y 24 de abril de 2004 Teatro Central de Sevilla
22 abril
Chris Brokaw + The Clientele + The Zephyrs
23
At swim two birds + The Black heart procession
24
Calexico + Cocorosie
Aforo: Lleno las tres jornadas
Por
Paco Camero - IndyRock
Merced a una programación normalmente rigurosa, valiente y
atenta a ese tipo de propuestas de verdadera entidad artística
tristemente silenciadas en los canales oficiales, el festival
Pop Rock en el Central viene ganándose desde hace algunos años
el carácter de cita imprescindible en una ciudad en la que
tradicionalmente (pese a los agradables vientos de cambio que se
atisban) la música ha recibido un trato cuanto menos precario.
El cartel de este año (y las trayectorias y los discos
publicados por los grupos que lo integraban) invitaba
necesariamente a pensar en el mejor ciclo en el Teatro Central
en varios años. Pero lo cierto es que el balance general apunta
a una de sus ediciones más pobres. Y destacan en este aspecto
dos lacras fundamentales: la descompensación en algunos casos
sorprendente (los casos de The Clientele y de At Swim Two Birds
son flagrantes) entre los últimos elepés de las formaciones y
sus respectivos directos, de un lado, y de otro el planteamiento
(interesante a priori, pero insuficiente y fracasado a la
postre) de muchos conciertos.
El jueves abrió el ciclo
Chris Brokaw, ex de Codeine y
de Come, dos auténticos totems del mejor slowcore y del rock
arrebatado y furioso de los noventa. Curtido últimamente en ese
tipo de rock de autor fronterizo con el folk urbanita, a veces
acústico, Brokaw ha entregado ya en solitario obras tan
interesantes como "Wandering as water", en la que relucen unas
canciones agridulces rebosantes de sensibilidad que le señalan
como un compositor de pulso firme. A solas con su guitarra
acústica (más algunos efectos de pedalera y una pandereta, más
anecdóticos que otra cosa), el norteamericano entregó en poco
más de media hora un puñado de buenos temas; algo que no bastó
para que la sensación final apuntara a un concierto acaso
incompleto. Están muy bien los retos artísticos (tipo
venga-desnudemos-las-canciones), pero lo cierto es que se echó
demasiado en falta la presencia de una banda que acabara de
arropar unas canciones que bien se lo merecen. Con todo, fue lo
mejor de la noche.
Porque después saldrían a escena
The
Clientele, cuyo concierto podría llevar el subtítulo
de "Insospechado y monumental batacazo en escena". Pese a que
traían bajo el brazo un disco ciertamente atractivo, "The
Violete Hour", amamantado en la mejor tradición pop de los
sesenta, ésa de melodías luminosas y de ambiente brumoso (algo
de Galaxie 500 tienen también), los londinenses defraudaron, y
lo hicieron tanto que su actuación llegó a caer directamente en
un sopor intolerable. Donde en el disco se encuentra emoción, en
directo no hay más que anodinos rasgueos de guitarra, anodinos
ritmos de batería, anodinos coros, anodinas canciones sin rastro
de chispa.
Y les llegó el turno a
The Zephyrs,
el combo de los hermanos Stuart y David Nicol. Se esperaba mucho
de su propuesta (una de las más interesantes en los últimos
tiempos de la boyante escena escocesa, y esto es ya mucho
decir), en la que caben tanto el pop, como el posrock, como
ciertos (y oscuros) aires country (en este punto, el uso de la
steel guitar resultó, por omnipresente, cansino y monótono).
Tras "A year to the day", su entrega más reciente y, sobre todo,
el cautivador "When The Sky Comes Dow It Comes Down On Your
Head", el buen gusto y la sutileza de este combo era ya más que
una promesa. Brillaron por momentos (contados, eso sí), a veces
pareció incluso que iban a ser capaces de levantar el vuelo,
pero no llegaron a conseguir que se dejara de pensar que el
concierto, el día sobre las tablas del Central, había sido
extraordinariamente desangelado.
Las actuaciones del segundo día corrigieron un tanto las amargas
impresiones del estreno, aunque también dejaron la puerta
abierta a un batallón de peros a sus conciertos. Sin desearlo
(se supone) Patrick Quigley, alias
At Swim Two Birds,
planteó un debate apasionante: ¿dónde hay que poner la barrera
entre el concierto y la performance o la mera proyección
audiovisual? Porque resulta que pese a sus canciones de hálito
mágico, de corte preciosista y lírico, pese a que hubo amagos de
grandeza (la última canción, "Things we'll never do" fue de las
más emocionantes que sonaron a lo largo de los tres días), el
bueno de Quigley no fue capaz de imprimir vida a su directo.
Cosa difícil, por otro lado, si, exceptuando las voces y algún
punteo de guitarra, se llevan todos los sonidos grabados y se
limita uno a ir disparándolos.
La entrada en escena de Pall Jenkins y Tobias Nathaniel y los
suyos, o sea de
The Black Heart Procession, en plan rock
star bizarro (sobre todo Jenkins, todo hay que decirlo, que se
presentó con una bolsa de plástico digna de un botellón y empezó
a tirar bollos de pan y plátanos al público: "¡banana bread!"
¿?) parecía apuntar a un concierto de envergadura, mucho más
sólido que los precedentes, siquiera por esa cosa tan etérea
llamada actitud. En la hoja promocional se comparaba su "Amore
del tropico" con maravillas como "La mémoire neuve" de Dominique
A o con "Your Funeral... My Trial" de Nick Cave, nada menos.
Muchas veces no se sabe si con este tipo de comparaciones se le
hace a alguien un favor o se le echa un lazo al cuello... Y el
caso es que los de San Diego, portentosos músicos (aunque, eso
sí, escuchando en vivo la voz de Jenkins uno admire el trabajo
en la sombra de los ingenieros de los estudios de grabación)
refulgieron en más de una ocasión con su rock dramático, de
bourbon y lamento, con pasajes de una oscuridad tenebrosa, casi
gótica, y con su revisión personal del legado country. Sin
embargo, una vez más, se quedó todo en aquello que pudo haber
sido y no fue.
Llegaba uno ya casi cabizbajo a la tercera jornada, que
afortunadamente jugó el papel de redentora.
CocoRosie,
dos hermanas norteamericanas afincadas en París, sustituían en
el cartel a su compatriota Damien Jurado, que se descolgó a
última hora por temor a los atentados islamistas en España (¿?).
Venían a presentar su primer y único disco, "La Maison de Mon
Reve", una explosión luminosa del mejor folk combinado con una
ingeniosa artillería de ruiditos electrónicos (mención especial
a la furgonetita de juguete: "Hello!" y al teclado folktrónico
rosa) que en directo entusiasmó al hasta entonces desanimado
público. Pero Sierra y Bianca Cassady pueden presentar más
credenciales: dos voces portentosas (una más académica; la otra
más jazzy, con inflexiones verdaderamente preciosas) y un
criterio exquisito (muy tocado por el espíritu naïf) a la
hora de componer sus canciones, piececitas de ingeniería de
sentimiento y profundidad. Primer gran aplauso de la noche, y
del ciclo. Con todo merecimiento.
De
Calexico poco nuevo se
puede escribir a estas alturas. Que el grupo de Joey Burns y
John Convertino está a año de luz de ser únicamente un proyecto
paralelo de Giant Sand hace tiempo que es evidente. No en vano
fue la actuación más esperada en el Central. Se pueden acabar
los adjetivos para Burns y Convertino: el primero es un
magnífico guitarrista y un excelente cantante; el segundo, uno
de los mejores baterías, si no el mejor, que quien escribe ha
contemplado en directo. Pero no venían solos: al lado de ellos
(que no detrás, como pareció en la visita hace dos años del
egocéntrico Howe Gelb a Sevilla) se encontraban un grupo de
músicos de entidad probada, entre ellos un Paul Niehaus
(Lambchop) en estado de gracia a la pedal steel. Con un
repertorio de canciones imponentes (muy bien ordenadas en el
track list, por cierto) la banda Tucson (Arizona, Estados
Unidos) demostró por qué es una auténtica banda de culto, por
qué son maestros de ese género que se ha dado en llamar
americana y que recoge buena parte del legado folclórico de
América (del continente, por supuesto). Hubo de todo: buenas
andanadas de rock, country elegante, trompetas mariachis, surf
rock (en ciertos momentos fueron como la banda sonora de un
sueño húmedo de Tarantino), baladas sentidas y canciones que
empujaban a deshacerse de la butaca y arrancarse a bailar. Y por
si todo ello fuera poco, en uno de sus bises, se marcaron una
versión sublime de Love ("Alone again or") que acabó de poner al
teatro boca arriba. Ante el disfrute de semejante espectáculo,
era imposible no salir de allí con la sensación de que, después
de todo, mereció la pena esperar. Calexico son grandes, grandes
de verdad, enormes.
Edición 2003
22, 23 y 24 de mayo de 2003 Teatro Central (Sevilla)
Por Paco Camero M.- IndyRock
Palabras como dardos / La alquimia del ruido
El arranque de la edición del año 2003 del ciclo Pop Rock en el
Central presentaba dos propuestas emanadas de la visceralidad,
en el caso de la bostoniana
Thalia Zedek a través de su
personalísimo universo de desolaciones y quebrantos, en el de
Manta Ray merced a sus descargas furiosas y crudas de
electricidad a medio camino entre el sonido alemán del krautrock
y la rabia hardcore de Washington D.C., sobre todo tras la
publicación de "Estratexa", el último disco de los asturianos,
con diferencia el más crudo de su discografía. Tras abandonar
Come, una banda que va camino (si no lo es ya) de hacerse
legendaria, sobre todo para entender cierto tipo de rock de los
noventa, Zedek se deshizo de las embestidas eléctricas que
fraguaba junto a su compañero Chris Brokaw para adentrarse en
unas composiciones acaso más sutiles aunque no menos
contundentes (al menos emocionalmente). En Sevilla se presentó
acompañada del extraordinario batería Daniel Coughlin, de David
Michael Curry, sin cuya viola las canciones de Thalia Zedek
sería bien distintas, y del español Nacho Vegas a la guitarra.
En la hoja promocional del festival se compara la música de la
norteamericana con la de los Dirty Three, ese imponente combo de
rock instrumental en estado de gracia del que forma parte el
violinista Warren Ellis, con quien Nick Cave ha contado en sus
últimas entregas. Y vamos a topar aquí con otra (recurrente)
influencia de Zedek, la del gigante australiano. No en vano, en
multitud de reseñas se habla de ella y de su grupo como unos Bad
Seeds en clave femenina (aunque, por otro lado, no sabía yo que
la música tiene género). En cualquier caso, es en ese terreno en
el que conviven el rock, el folk y el blues donde se mueve a sus
anchas y magistralmente la ex Come, eso sí, redefiniendo en cada
canción los límites de los géneros a través de su óptica. Y por
último, cómo no hacer referencia a la voz de Zedek. Se rompe, se
enrabieta, llega sincera y cruda, te acaba provocando un
pellizco en el estómago (fabulosa "Excommunications", igual que
"You´re a big girl now", de Dylan). En resumen, una voz que sale
de las heridas para, inevitablemente, acabar hurgando en ellas.
Y a continuación, Manta Ray, con cuyos miembros mantiene Zedek
una buena amistad. Comenzaron su actuación con "Take a look", el
hipnótico tema que abre "Estratexa". Sin ser en absoluto unos
virtuosos, los asturianos demostraron una pericia instrumental
sólida y eficaz. Hubo lugar para momentos introspectivos y
pausados (básicamente aquellos en los que tocaron temas de su
discografía anterior, como "Esperanza", mucho más pausado que su
último trabajo), pero la mayor parte de su concierto sonó
rabiosamente eléctrico. Hay quien les discute el trono de
maestros del ruido, pero lo cierto es que Manta Ray se sirve de
él como pocos grupos en España. Crean atmósferas saturadas hasta
el paroxismo ("Take a look", "Estratexa") en las que se disparan
como cañonazos los samples, los guitarrazos convulsos (qué
tremenda la oscuridad de "Qué niño soy") y unos ritmos de
batería frenéticos, matemáticos, arrolladores. A veces la
perfección de sus composiciones recordaron a la frialdad (sólo
aparente) del krautrock, otras a la fiereza de Fugazi. Puede que
el recital se mostrase irregular, pero el balance arrojó un
resultado favorable. Aunque ésta no era precisamente la primera
visita de Manta Ray a la ciudad, por estos pagos no es muy
frecuente disfrutar de este tipo de rock (al que le puede poner
el "post" delante) valiente, cerebral y, por qué no,
vanguardista. Y en el páramo musical que casi siempre es Sevilla
eso se agradece.
Lo mejor, el otro sonido de Bristol
La segunda jornada del ciclo, dedicada al sello sevillano Green
UFOs (que está preparando ya las celebraciones de su décimo
cumpleaños), estuvo caracterizada por propuestas radicalmente
distintas entre sí. Abrió el cartel
The
Russian Futurists, o lo que es lo mismo el
canadiense Matthew Adam Hart, quien con sólo dos discos
publicados, "The Method of Modern Love" y "Let´s ready to
crumble", ha recibido ya el favor de la crítica especializada.
De Leonard Cohen y Stephin Merrit, con los que se le compara, el
que escribe no vio ni rastro, la verdad, ni siquiera por el
romanticismo de sus canciones. Lo que si quedó claro fue la
facilidad con la que el joven músico consigue melodías de
electrónica naïf puramente pop que en algunas ocasiones
recordaron a las de los Beach Boys o a las de The Human
League.
Morning Star es el proyecto del británico Jesse Vernon,
inmiscuido en la escena de Bristol (ésa que popularizó e hizo
grande el trip hop gracias a nombres como Portishead, Alpha,
Tricky o Massive Attack), amigo y colaborador de Jim Barr,
bajista de los citados Portishead. Como un particular caso de
Dr. Jeckyll fascinado por las máquinas y la electrónica
crepuscular, en Mornig Star hay un Vernon/Mr. Hyde subyugado por
una de las raíces más poderosas de la música popular del siglo
XX, el folk. Nada de samples, ni de dub, ni de brumas
electrónicas bristolianas. Dicen que "My place in the dust", el
segundo (y último) de los discos de Vernon en su faceta de
crooner, cautivó de tal manera a John Parish, uno de los
productores más reputados y reclamados, que acabó asumiendo su
producción y alguna que otra colaboración en el estudio. Sin
duda alguna, Mornig Star fue lo mejor de la noche, y uno no
entiende por qué no encabezaron el cartel y gozaron de más
tiempo. Aunque es usual que la banda de Vernon en directo esté
compuesta por seis o siete músicos, en el Teatro Central se
presentó únicamente con un batería y una bajista (que reconoció
tras la actuación que era prácticamente la primera vez que
tocaban juntos). Los tres, liderados por un Vernon simpático y
afable ("esto es el sonido Bristol", bromeó a propósito de una
canción que comenzaba, efectivamente, con sonidos lánguidos y
oscuros y una batería susurrante), recrearon la pasión del
inglés por Tim Buckley (el padre del hijo, Jeff), por el rock
and roll de los años cincuenta, por Bob Dylan, Woodie Guthrie...
en resumen, por el folk melódico y profundo. Fue el otro sonido
de Bristol, un sonido elegante y poético. Grande. Muy
grande.
Después de leer elogiosas críticas del disco de debut de
Byrne,
el cuarteto londinense que cerró la jornada del viernes, uno se
enfrentaba a su concierto desde el desconocimiento pero
expectante. El sabor de boca al final del mismo era nítido,
sabía a fiasco, o peor aún a indiferencia, al aburrimiento que
provoca algo soso. A medida que avanzaba su repertorio, menos se
entendía la propuesta de Byrne. Lo mismo su líder Patrick Byrne
se sentaba al piano para interpretar un tema con vocación
reflexiva e intimista (es un decir) y resabios de un compendio
desafortunado de los peores tics del britpop (mejor olvidar los
momentos en que parecían querer acercarse a un cruce entre
Radiohead y Coldplay) que se arrancaba acto seguido con una
canción con estructura facilona de hit, por lo fácilmente
coreable de sus estribillos, entre otros motivos (como ese
pastelón llamado "Prayer" que apunta a una retórica épica muy,
muy mal digerida). Pero lo peor de todo fue la sensación de
indefinición: es que parecía que ni ellos sabían por qué camino
tirar. Puede que el disco (que no he escuchado) sea realmente
bueno. En ese caso, el problema de Byrne está en el directo. En
ese terreno suenan (aun a riesgo de sonar pedante)
convencionales, muy convencionales.
La jornada se completó con una sesión del irlandés
David
Holmes en la sala Weekend (las entradas del ciclo incluían
una invitación para asistir el viernes o el sábado). El bueno de
Holmes tuvo que lidiar toda la noche con los irritantes
problemas de sonido del local, tanto que varias veces su rostro
se convirtió en un poema de cabreo e impotencia. En cualquier
caso, la iniciativa fue todo un gesto por parte de la
organización del ciclo, pues disfrutar de la enciclopédica
colección de discos de David Holmes es un auténtico placer. Se
destaca su maleta cargada de vinilos excepcionales porque eso es
lo que hace interesante su espectáculo, no precisamente su
habilidad para pinchar, que mucha no tiene. Hubo mucha música de
baile, hip hop, electro, mucho soul y funk sudoroso, y
amancebados con ellos versiones de Jimmy Hendrix, Beach Boys,
The White Stripes, Beatles, Missy Elliot, Led Zeppelin...
Diversión de la buena en una noche que en el Central, sólo al
final, se torció un poco.
La noche post
Godspeed You! Black Emperor (GY!BE) era el plato fuerte
de la jornada y diría que incluso del ciclo. Mucho más cercanos
al concepto de colectivo musical que al de mera banda, los
canadienses son casi con toda seguridad el grupo más
reverenciado (y de culto) de todos los nombres que practican eso
que se ha dado en llamar postrock. O lo que es lo mismo: una
especie de cajón de sastre en el que, contempladas desde un
formato rock, caben la música clásica contemporánea (en el caso
de GY!BE, Erik Sátie, Bela Bártok, incluso Morricone), la
experimentación sonora, el impresionismo y otras manifestaciones
sonoras. Concretamente, GY!BE recuerdan, más en vivo que en
estudio, al rock progresivo de los años setenta, merced a esas
atmósferas tan características que van evolucionando en manos de
una formación en la que se reúnen dos bajos, dos baterías, tres
guitarras eléctricas, un cello y un violín.
Cómo no mencionar los épicos y legendarios crescendos de los
canadienses, ésos que por momentos llegan a crear angustia
cuando parece que la música no rompe, ésos en cuyo clímax se
experimenta lo más parecido a una liberación eufórica. Sobre una
pantalla se sucedieron unas proyecciones (imprescindibles en sus
conciertos, pues no en vano las composiciones de GY!BE tiene
también algo de bandas sonoras poéticas y oscuras) que captaban
la atención de manera hipnótica. Enorme concierto, enorme
espectáculo tocado ora por la sutileza de las cuerdas y de los
silencios, ora por el impacto tremendo y furioso de las
epilépticas y abrumadoras descargas eléctricas. Sólo una pega, y
da casi pena poner alguna: en algunas ocasiones la sonorización
no fue la adecuada (las baterías, por ejemplo, se perdían casi
siempre entre la maraña de las guitarras).
Antes de que tocaran Godpeed You! Black Emperor lo hicieron
Hangedup, un grupo con el sello de Constellation (el mismo que
el de sus compañeros de actuación) marcado en la frente. Con Gen
Heistek a la viola y Eric Craven a los tambores, el grupo de
Montreal, a pesar de los (en principio, sólo en principio)
limitados recursos instrumentales que permiten dos instrumentos,
explora el universo postrock a través de pautas minimalistas y
en algunos momentos con un sonido arrollador que vendría a
representar algo así como la parte punk del postrock.
Protagonizaron una corta actuación que dejó con la miel en los
labios al respetable (que por cierto llenaba el aforo), pues
aunque su propuesta está en las antípodas de lo convencional y
de lo fácilmente digerible, aprovecharon magistralmente su casi
media hora para sorprender y agradar con el único concurso de
una viola y de un baterista excelente y personal que rozó por
momentos la absoluta genialidad parapetado tras un instrumento
al que le quedó muy pocos ritmos por sacar.
Edición 2002
Teatro Central. Sevilla
17, 18 y 19 de mayo de 2002
Lincoln, Herman Düne, Giant Sand y Six. By Seven
Del otro lado del atlántico
por
Paco Camero Mesa- Indyrock
La propuesta del ciclo Pop-Rock en el Central de este año ha
estado atravesada por manifestaciones de la tradición
norteamericana como el folk y el country (en claves "neo" o
"alternativa"). A excepción de los británicos Six. By Seven,
claramente en otra línea, los tres restantes grupos demostraron
en directo sus peculiares puntos de vista y sus adaptaciones
personales de una de las culturas musicales más robustas del
universo popular. Y antes de entrar en materia a quien escribe
le gustaría dejar algo claro: doce euros por concierto es un
precio excesivo y prohibitivo (sobre todo si se tiene en cuenta
que el Teatro Central está financiado con dinero público), por
mucho que la calidad de sus carteles sea prácticamente
incontestable. Ahora bien, si lo que se busca es fomentar un
festival escogido y elitista... ése es ya otro tema, pero no
precisamente se trata entonces de promocionar unas músicas que
verdaderamente merecen ser escuchadas.
La fórmula precisa
La música de Lincoln podría sonar nefastamente presuntuosa, pero
no lo hace. Quizá el mérito del británico Alex Gordon, líder de
la banda, resida justamente en que la enorme cantidad de
influencias que conviven en sus canciones suenan sencillas y
encajan con naturalidad. A Gordon, vocalista y guitarrista, le
acompañan una completo grupo de músicos que aportan trombones y
trompetas de sonidos funerarios y lánguidos, un guitarrista
encargado de dar el toque atmosférico al conjunto, un bajo,
teclados y baterías. Merece ser destacada la vocalista Tracy Van
Daal, que jugaba estéticamente el papel de mujer fatal y
decadente con un vaso de whiskey siempre lleno en la mano y los
hombros caídos se supone que por los estragos alcohólicos.
Cuando cantaban por separado la voz de ella resultaba acaso más
brillante y perfecta pero quizá la de él más sentida. El mismo
Gordon ha definido la música de Lincoln como country
alternativo, pero, al menos en directo, hay mucho más que esto.
A saber: por momentos los temas podían pasar de recordar la
melancolía de Arab Strap a las subidas de potente noise en el
mejor estilo Mogwai, mientras David Hannam sacaba de su guitarra
efectos vaporosos y ambientales muy característicos de lo que
últimamente llaman post-rock, unido además a las resonancias
folk en la forma de cantar de Alex Gordon y a la voz de
inspiración clásica de la citada Tracy. Y todo esto al servicio
de unas canciones bellamente tristes y complejas pero que suenan
como si no lo fueran. Por cierto, aprovechando un descanso que
se tomó la cantante, Alex y los suyos se marcaron un crescendo
taquicárdico y frenético, una pura explosión noise interminable
que demostró empíricamente que no sólo Godspeed You Black
Emperor! es capaz de promover semejantes impactos emocionales.
Dos hippies suecos y un cowboy
Los suecos
Herman Düne, afincados en Francia, venían con
su último disco "Switzerland heritage" bajo el brazo. El disco
es una magnífica muestra de folk-rock pausado y melancólico
hecho por dos tipos que en esta época de fervor
electrónico siguen pensando que The Velvet Underground son el
combo más grande de todos los tiempos. En directo las canciones
se transforman levemente: los diálogos que se establecen entre
las guitarras de los hermanos André y David-Ivar las hacen más
eléctricas, más rotundas. Ambos, que acreditaron tener dos
bonitas y buenas voces, junto al batería Neman mostraron su
peculiar catálogo: un sentido del humor envidiable, una
querencia por el folk norteamericano irrebatible y unas melodías
sencillas pero que acaban componiendo piezas de extraordinaria
belleza como "Little architect" o "After Y2K". A los Düne se les
ha comparado con unos "Gainsbourg suecos en clave lo-fi". A esto
último se acercan más que nada por su sonido liviano, pero uno
ya va considerando que "Gainsbourg" se ha convertido en una
palabra comodín, al igual que pasa lingüísticamente con la
palabra "cosa". Al final todos van a ser Gainsbourgs y el pobre
francés perderá todo su significado.
Tras la actuación de Herman Düne le tocó el turno a
Giant
Sand, que ya ha alcanzado la etiqueta de grupo de culto.
Junto a sus compañeros, el extraordinario batería John
Convertino, que igual se maneja con las baquetas en el rock que
en el jazz más sugerente, y el bajista Joey Burns, el cantante,
pianista y guiarrista Howe Gelb ofreció todo lo mejor que sabe
dar. Y todo lo peor. Fueron magníficos casi todos los momentos
en que Gelb se sentó al piano y su numerosa banda (aparte de los
citados había un trompetista, otra bajista y una guitarrista)
recreó la parte más jazzística de Giant Sand. Igualmente
agradables fueron las composiciones en las que se ejecutó la
vertiente más country de la formación, siempre desde su
personalísima óptica y suavizando
Howe Gelb con los
acordes de su guitarra los áridos códigos de esta música. Cómo
no, también brilló su voz profunda, ésa que conversaría a la
perfección con la del mejor Nick Cave. También estuvo a la
altura de su mito la banda cuando recreó su lado rock. El
problema llegó cuando el inefable cantante empezó a gustarse a
sí mismo y se puso en plan lucero que baja del alba para
iluminar al personal (que por cierto llenaba absolutamente la
sala) con su genialidad.
Más que excéntrico, Gelb
pareció irritablemente egocéntrico. Si no, no se explica (a
pesar de que muchos vieron en lo que sigue un "desfase genial")
que con el grupo tocando en pleno suba a tope el nivel de su
guitarra varias veces para hacer un solo y no sólo tape a sus
músicos sino a su propia voz incluso, que "permita" a Convertino
comenzar lo que iba camino de ser un buen solo de batería para
ponerse delante de él, ocultarlo completamente de la vista del
público y acabe tirándole el bombo y los tambores encima (más
grunge que el grunge) dando por terminado el concierto sin
mediar palabra, o que a mitad de una magnífica canción corte el
clímax al poner en un discman conectado a un amplificador un
tema de house a todo volumen, obligando a sus compañeros a dejar
de tocar. El rostro de la guitarrista Saholy Diavolana lo dijo
todo. A pesar de todo, cuando Howe Gelb quiso y dejó, mereció la
pena aprovechar una de las pocas oportunidades de ver a Giant
Sand, algo realmente grande, en directo.
En la senda furiosa
Six. By Seven actuó en la tercera jornada. Chris Olley,
su líder, respira rock, así genéricamente, por los cuatro
costados. Concretamente, su música suena como si The Clash
hubieran podido descubrir la fuerza emocional del noise y la
exaltación de la distorsión en la Seattle grunge. Estos
elementos llevados al plano ideológico y letrístico conllevan
unas letras ácidas, desencantadas, que se encargan de señalar
certeramente y con pesimismo las razones del descontento
colectivo. Pero hay sitio para sentimientos menos
desesperanzadores, como el amor, en las canciones "I.O.U. Love"
o "So close". La intensidad es difícilmente superable en
"American beer" y en el incendio de punk primigenio que se
produce en unos instantes en "Flypaper for freaks". Hay mucha,
mucha energía en la música de Six. by Seven, tanta que incluso
se echa de menos alguna tregua entre tanto ardor eléctrico, pero
esto al fin y al cabo puede ser un buen signo para Olley y su
banda. No sería justo terminar esta crónica sin recomendar el
impactante directo del grupo. Es realmente aconsejable.
Edición 2001
1, 2 y 3 de junio de 2001 Teatro Central. Sevilla
Cartel:
Cousteau, Purr, Gorky´s Zygotic Mynci, Mendelson y
Experience
por
Paco Camero Mesa- Indyrock
1ª JORNADA
Corazones elegantemente rotos
Tras un leve retraso que rompió el lugar común de la puntualidad
británica, Davey Ray Moor, Liam Mckahey y compañía se personaron
en el escenario ataviados con la más elegante estética dandy. En
la hora justa que duró el concierto, la formación repasó casi en
su integridad los temas de su primer disco (
"Cousteau",
reeditado recientemente en España) y alguna que otra canción del
último ("Nothing so bad" y "Like a tambourine").
De estructuras sencillas, casi repetitivas y machaconas, los
temas de Cousteau ganan enteros en directo, donde cada
instrumento toma su propio camino a partir del mismo ritmo y va
aportando matices que enriquecen las canciones. Mecida entre el
piano sencillo y claro de Moor y una elegante sección rítmica
con ciertos aires jazzísticos, la voz de Liam Mckahey se erige
inmensa con registros que recuerdan a los baladistas clásicos de
los años cincuenta. De fondo, la guitarra de Robin Brown se
prodiga poco pero intensamente con el pedal wah wah y solos de
emoción contenida.
Temas como "Your day will come", "Jump in the river", "Wish you
were here" o "Of this goodbye" son irremplazables en cualquier
concierto de la banda británica. "You. My lunar queen" regaló
uno de los momentos más románticos de la noche, con los acordes
limpios del piano y Joe Peet (bajista) sacando emociones de su
viola. Es la música de Cousteau una suerte de combinación de
elementos del más puro y primigenio rock n´ roll, sonidos de
rithm & blues y energía de tendencias actuales. Salvando las
distancias, las introducciones de los temas recuerdan a los
etéreos ambientes que creaban los viejos grupos de rock
progresivo. Lo cierto es que el escenario del Central pareció
volverse blanco y negro, como las viejas películas de los años
cincuenta de amores malditos con humo de tabaco en el ambiente.
Da igual la estación del año: las canciones de los británicos
siempre tendrán lugar en atardeceres de un otoño lluvioso. La
composición de los temas, sencilla y refinada, y la ejecución
impecable de los instrumentistas propiciaron una buena puesta de
largo del festival Pop-Rock en el Central de este año. El
romanticismo tiene sus desventajas, una de ellas vivir con el
alma atormentada y taciturna. Si son felices da igual: Cousteau
siempre cantará con el corazón roto y épico.
2ª JORNADA
El emocore y el mito
En la segunda jornada del festival les tocó el turno a los
franceses
Purr y a los británicos casi legendarios
Gorky´s
Zygotic Mynci. A los primeros se les esperaba para
comprobar en directo su fuerza corrosiva y la parte más
arrebatada del pop. Los segundos (a quienes realmente fueron a
ver la inmensa mayoría de los presentes) hicieron acto de
presencia con la seguridad de casi diez años de éxitos y
reverencias de público y crítica.
Purr venía a presentar su último disco, "Open transport". Tras
el éxito de su primer album, "Whale leads to the deep sea", los
galos fueron absorbidos por las etiquetas de post-rock y
emocore. En muchos momentos de su concierto se encontraron más
cercanos a un hipotético grunge progresivo que a la etérea
clasificación en ese cajón de sastre que se ha dado en llamar
post-rock. Por encima de todo en las composiciones de Purr,
llama la atención la cuidada y preciosista base rítmica.
En la batería, Lorichonberg ofreció múltiples cambios de ritmos,
muchos cercanos al jazz, un excelente uso de los platos e
inusuales ritmos ternarios que enriquecen notablemente los
cimientos sobre los que Thomas Mery canta-recita su melancolía
al mundo. Entre la guitarra de este último y el bajo de Stéphane
Bouvier se establecían intercambios en el papel de protagonista
en las cuerdas a la hora de marcar los ritmos.
En algunos momentos llegó a resultar fría su interpretación. La
música de Purr requiere de tranquilidad y varias escuchas. Sin
embargo, temas como "Shadows", "Fragments", "Petit" y "Brixton"
regalaron minutos intensos, especialmente los dos últimos,
cantados en francés. Los numerosos cambios de ritmos (en plan
Dream Theater post-rock) y los sentidos diálogos entre los
arpegios de bajo y los acordes de guitarra, en cambio,
ofrecieron finalmente un concierto de calidad y sorprendente.
Con el hiperactivo Euros Childs al frente, Gorky´s salieron al
escenario con el favor del público ya ganado. En general, el
concierto fue correcto, pero más bien desangelado. Euros, cuyo
carisma está fuera de toda duda, pareció frenético durante toda
la noche y, aparte de sus movimientos frenéticos de autómata
(que ponían bastante nervioso, en honor a la verdad), pagó sus
enfados con los encargados de la mesa de sonido y los técnicos
de su equipo.
Pese a todo, el repaso a discos como "Patio", "Tatay" y "Gorky
5" garantizó al grupo la aceptación por parte de los asistentes
y algún que otro momento brillante con temas como "Patio song" y
algunas de las más festivas y guitarreras canciones de su
repertorio.
Por otro lado, el toque folk del violín de Megan Childs, las
impecables melodías (una de las señas de identidad de la
formación), su pop ecléctico y el personal toque de Euros en los
teclados siguen siendo impagables.
3ª JORNADA
Otra forma de hacer rock
El último día actuaron dos grupos unidos, en cierto modo, por un
mismo concepto de rock, entendido como experimentación y
destrucción de barreras estilísticas y artísticas (las letras,
la literatura, juegan un papel esencial).
La propuesta de
Mendelson comenzó con "La brouillard",
tema brumoso en el que el grupo da rienda suelta a la
experimentación y a la improvisación. Canciones guitarreras
(como "Monsieur") y piezas con una tendencia más jazzística se
alternaban en un repertorio que fue ganando a medida que
avanzaba el espectáculo. "Mon frère" y "Une vie tranquille"
fueron dos de los mejores temas de un repertorio cuyas canciones
más reposadas recordaban a Arab Strap, con relajados acordes y
punteos de guitarra marcando el ritmo y Pascal Bouaziz
recitando.
La voz desencantada de
Pascal se fue abriendo paso entre
unos instrumentistas que ganaron confianza progresivamente
durante el concierto. A pesar de la vertiente experimental (que
en los momentos más álgidos llegó a provocar confusión), las
guitarras sonaron bien y fuerte en muchos de los temas. Para
garantizar el espíritu innovador de Mendelson, un saxo y un
contrabajo marcaban impetuosamente ritmos envolventes que
envolvían las canciones en un entorno intimista.
Tras la actuación de Mendelson, herederos de los sonidos de
Diabologum, Michel Cloup, una de las mitades del mítico grupo
francés, representó en escena el disco de su nuevo proyecto:
Experience
(antes The Peter Parker Experience), un nombre que difícilmente
podría ser más apropiado, por su eminente carácter experimental
(el término vanguardista no le gusta a su creador) y refundador
de la concepción del rock.
Hace poco, el primer disco de la banda, "Aujourd¢ hui,
maintenant. LP", fue publicado en España. Las expectativas por
comprobar en directo tan sublime album eran, cuando menos,
bastante importantes. Aprovechando perfectamente las
posibilidades de actuar en un espacio distinto (una sala de
teatro), el cantante y guitarrista se bajó varias veces del
escenario para pasearse y recitar sus letras entre los asientos
del público. Al fondo, una pantalla emitía frenéticamente
imágenes relacionadas con los temas tratados en las canciones.
Pero no sólo de Cloup vive Experience: un extraordinario y
rápido batería, un potente bajista y un versátil guitarrista
completan una formación que en directo se muestra contundente,
poética, moderna y estremecedora.