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Festival Pop Rock en el Central 


Edición 2001
Edición 2002
Edición 2003



HISTÓRICO EN INDYROCK

CRÓNICAS


Promesas incumplidas (y una sublime excepción)
22, 23 y 24 de abril de 2004 Teatro Central de Sevilla

22 abril Chris Brokaw + The Clientele + The Zephyrs
23 At swim two birds + The Black heart procession
24 Calexico + Cocorosie
Aforo: Lleno las tres jornadas


Por Paco Camero - IndyRock

Merced a una programación normalmente rigurosa, valiente y atenta a ese tipo de propuestas de verdadera entidad artística tristemente silenciadas en los canales oficiales, el festival Pop Rock en el Central viene ganándose desde hace algunos años el carácter de cita imprescindible en una ciudad en la que tradicionalmente (pese a los agradables vientos de cambio que se atisban) la música ha recibido un trato cuanto menos precario. El cartel de este año (y las trayectorias y los discos publicados por los grupos que lo integraban) invitaba necesariamente a pensar en el mejor ciclo en el Teatro Central en varios años. Pero lo cierto es que el balance general apunta a una de sus ediciones más pobres. Y destacan en este aspecto dos lacras fundamentales: la descompensación en algunos casos sorprendente (los casos de The Clientele y de At Swim Two Birds son flagrantes) entre los últimos elepés de las formaciones y sus respectivos directos, de un lado, y de otro el planteamiento (interesante a priori, pero insuficiente y fracasado a la postre) de muchos conciertos. 
 
El jueves abrió el ciclo Chris Brokaw, ex de Codeine y de Come, dos auténticos totems del mejor slowcore y del rock arrebatado y furioso de los noventa. Curtido últimamente en ese tipo de rock de autor fronterizo con el folk urbanita, a veces acústico, Brokaw ha entregado ya en solitario obras tan interesantes como "Wandering as water", en la que relucen unas canciones agridulces rebosantes de sensibilidad que le señalan como un compositor de pulso firme. A solas con su guitarra acústica (más algunos efectos de pedalera y una pandereta, más anecdóticos que otra cosa), el norteamericano entregó en poco más de media hora un puñado de buenos temas; algo que no bastó para que la sensación final apuntara a un concierto acaso incompleto. Están muy bien los retos artísticos (tipo venga-desnudemos-las-canciones), pero lo cierto es que se echó demasiado en falta la presencia de una banda que acabara de arropar unas canciones que bien se lo merecen. Con todo, fue lo mejor de la noche. 
 
Porque después saldrían a escena The Clientele, cuyo concierto podría llevar el subtítulo de "Insospechado y monumental batacazo en escena". Pese a que traían bajo el brazo un disco ciertamente atractivo, "The Violete Hour", amamantado en la mejor tradición pop de los sesenta, ésa de melodías luminosas y de ambiente brumoso (algo de Galaxie 500 tienen también), los londinenses defraudaron, y lo hicieron tanto que su actuación llegó a caer directamente en un sopor intolerable. Donde en el disco se encuentra emoción, en directo no hay más que anodinos rasgueos de guitarra, anodinos ritmos de batería, anodinos coros, anodinas canciones sin rastro de chispa. 
 
Y les llegó el turno a The Zephyrs, el combo de los hermanos Stuart y David Nicol. Se esperaba mucho de su propuesta (una de las más interesantes en los últimos tiempos de la boyante escena escocesa, y esto es ya mucho decir), en la que caben tanto el pop, como el posrock, como ciertos (y oscuros) aires country (en este punto, el uso de la steel guitar resultó, por omnipresente, cansino y monótono). Tras "A year to the day", su entrega más reciente y, sobre todo, el cautivador "When The Sky Comes Dow It Comes Down On Your Head", el buen gusto y la sutileza de este combo era ya más que una promesa. Brillaron por momentos (contados, eso sí), a veces pareció incluso que iban a ser capaces de levantar el vuelo, pero no llegaron a conseguir que se dejara de pensar que el concierto, el día sobre las tablas del Central, había sido extraordinariamente desangelado. 
Las actuaciones del segundo día corrigieron un tanto las amargas impresiones del estreno, aunque también dejaron la puerta abierta a un batallón de peros a sus conciertos. Sin desearlo (se supone) Patrick Quigley, alias At Swim Two Birds, planteó un debate apasionante: ¿dónde hay que poner la barrera entre el concierto y la performance o la mera proyección audiovisual? Porque resulta que pese a sus canciones de hálito mágico, de corte preciosista y lírico, pese a que hubo amagos de grandeza (la última canción, "Things we'll never do" fue de las más emocionantes que sonaron a lo largo de los tres días), el bueno de Quigley no fue capaz de imprimir vida a su directo. Cosa difícil, por otro lado, si, exceptuando las voces y algún punteo de guitarra, se llevan todos los sonidos grabados y se limita uno a ir disparándolos.

La entrada en escena de Pall Jenkins y Tobias Nathaniel y los suyos, o sea de The Black Heart Procession, en plan rock star bizarro (sobre todo Jenkins, todo hay que decirlo, que se presentó con una bolsa de plástico digna de un botellón y empezó a tirar bollos de pan y plátanos al público: "¡banana bread!" ¿?) parecía apuntar a un concierto de envergadura, mucho más sólido que los precedentes, siquiera por esa cosa tan etérea llamada actitud. En la hoja promocional se comparaba su "Amore del tropico" con maravillas como "La mémoire neuve" de Dominique A o con "Your Funeral... My Trial" de Nick Cave, nada menos. Muchas veces no se sabe si con este tipo de comparaciones se le hace a alguien un favor o se le echa un lazo al cuello... Y el caso es que los de San Diego, portentosos músicos (aunque, eso sí, escuchando en vivo la voz de Jenkins uno admire el trabajo en la sombra de los ingenieros de los estudios de grabación) refulgieron en más de una ocasión con su rock dramático, de bourbon y lamento, con pasajes de una oscuridad tenebrosa, casi gótica, y con su revisión personal del legado country. Sin embargo, una vez más, se quedó todo en aquello que pudo haber sido y no fue. 

Llegaba uno ya casi cabizbajo a la tercera jornada, que afortunadamente jugó el papel de redentora. CocoRosie, dos hermanas norteamericanas afincadas en París, sustituían en el cartel a su compatriota Damien Jurado, que se descolgó a última hora por temor a los atentados islamistas en España (¿?). Venían a presentar su primer y único disco, "La Maison de Mon Reve", una explosión luminosa del mejor folk combinado con una ingeniosa artillería de ruiditos electrónicos (mención especial a la furgonetita de juguete: "Hello!" y al teclado folktrónico rosa) que en directo entusiasmó al hasta entonces desanimado público. Pero Sierra y Bianca Cassady pueden presentar más credenciales: dos voces portentosas (una más académica; la otra más jazzy, con inflexiones verdaderamente preciosas) y un criterio exquisito (muy tocado por el espíritu  naïf) a la hora de componer sus canciones, piececitas de ingeniería de sentimiento y profundidad. Primer gran aplauso de la noche, y del ciclo. Con todo merecimiento.

 

De Calexico poco nuevo se puede escribir a estas alturas. Que el grupo de Joey Burns y John Convertino está a año de luz de ser únicamente un proyecto paralelo de Giant Sand hace tiempo que es evidente. No en vano fue la actuación más esperada en el Central. Se pueden acabar los adjetivos para Burns y Convertino: el primero es un magnífico guitarrista y un excelente cantante; el segundo, uno de los mejores baterías, si no el mejor, que quien escribe ha contemplado en directo. Pero no venían solos: al lado de ellos (que no detrás, como pareció en la visita hace dos años del egocéntrico Howe Gelb a Sevilla) se encontraban un grupo de músicos de entidad probada, entre ellos un Paul Niehaus (Lambchop) en estado de gracia a la pedal steel. Con un repertorio de canciones imponentes (muy bien ordenadas en el track list, por cierto) la banda Tucson (Arizona, Estados Unidos) demostró por qué es una auténtica banda de culto, por qué son maestros de ese género que se ha dado en llamar americana y que recoge buena parte del legado folclórico de América (del continente, por supuesto). Hubo de todo: buenas andanadas de rock, country elegante, trompetas mariachis, surf rock (en ciertos momentos fueron como la banda sonora de un sueño húmedo de Tarantino), baladas sentidas y canciones que empujaban a deshacerse de la butaca y arrancarse a bailar. Y por si todo ello fuera poco, en uno de sus bises, se marcaron una versión sublime de Love ("Alone again or") que acabó de poner al teatro boca arriba. Ante el disfrute de semejante espectáculo, era imposible no salir de allí con la sensación de que, después de todo, mereció la pena esperar. Calexico son grandes, grandes de verdad, enormes.

Edición 2003
22, 23 y 24 de mayo de 2003 Teatro Central (Sevilla)

Por Paco Camero M.- IndyRock

Palabras como dardos / La alquimia del ruido

El arranque de la edición del año 2003 del ciclo Pop Rock en el Central presentaba dos propuestas emanadas de la visceralidad, en el caso de la bostoniana Thalia Zedek a través de su personalísimo universo de desolaciones y quebrantos, en el de Manta Ray merced a sus descargas furiosas y crudas de electricidad a medio camino entre el sonido alemán del krautrock y la rabia hardcore de Washington D.C., sobre todo tras la publicación de "Estratexa", el último disco de los asturianos, con diferencia el más crudo de su discografía. Tras abandonar Come, una banda que va camino (si no lo es ya) de hacerse legendaria, sobre todo para entender cierto tipo de rock de los noventa, Zedek se deshizo de las embestidas eléctricas que fraguaba junto a su compañero Chris Brokaw para adentrarse en unas composiciones acaso más sutiles aunque no menos contundentes (al menos emocionalmente). En Sevilla se presentó acompañada del extraordinario batería Daniel Coughlin, de David Michael Curry, sin cuya viola las canciones de Thalia Zedek sería bien distintas, y del español Nacho Vegas a la guitarra.

En la hoja promocional del festival se compara la música de la norteamericana con la de los Dirty Three, ese imponente combo de rock instrumental en estado de gracia del que forma parte el violinista Warren Ellis, con quien Nick Cave ha contado en sus últimas entregas. Y vamos a topar aquí con otra (recurrente) influencia de Zedek, la del gigante australiano. No en vano, en multitud de reseñas se habla de ella y de su grupo como unos Bad Seeds en clave femenina (aunque, por otro lado, no sabía yo que la música tiene género). En cualquier caso, es en ese terreno en el que conviven el rock, el folk y el blues donde se mueve a sus anchas y magistralmente la ex Come, eso sí, redefiniendo en cada canción los límites de los géneros a través de su óptica. Y por último, cómo no hacer referencia a la voz de Zedek. Se rompe, se enrabieta, llega sincera y cruda, te acaba provocando un pellizco en el estómago (fabulosa "Excommunications", igual que "You´re a big girl now", de Dylan). En resumen, una voz que sale de las heridas para, inevitablemente, acabar hurgando en ellas.

Y a continuación, Manta Ray, con cuyos miembros mantiene Zedek una buena amistad. Comenzaron su actuación con "Take a look", el hipnótico tema que abre "Estratexa". Sin ser en absoluto unos virtuosos, los asturianos demostraron una pericia instrumental sólida y eficaz. Hubo lugar para momentos introspectivos y pausados (básicamente aquellos en los que tocaron temas de su discografía anterior, como "Esperanza", mucho más pausado que su último trabajo), pero la mayor parte de su concierto sonó rabiosamente eléctrico. Hay quien les discute el trono de maestros del ruido, pero lo cierto es que Manta Ray se sirve de él como pocos grupos en España. Crean atmósferas saturadas hasta el paroxismo ("Take a look", "Estratexa") en las que se disparan como cañonazos los samples, los guitarrazos convulsos (qué tremenda la oscuridad de "Qué niño soy") y unos ritmos de batería frenéticos, matemáticos, arrolladores. A veces la perfección de sus composiciones recordaron a la frialdad (sólo aparente) del krautrock, otras a la fiereza de Fugazi. Puede que el recital se mostrase irregular, pero el balance arrojó un resultado favorable. Aunque ésta no era precisamente la primera visita de Manta Ray a la ciudad, por estos pagos no es muy frecuente disfrutar de este tipo de rock (al que le puede poner el "post" delante) valiente, cerebral y, por qué no, vanguardista. Y en el páramo musical que casi siempre es Sevilla eso se agradece.

Lo mejor, el otro sonido de Bristol
La segunda jornada del ciclo, dedicada al sello sevillano Green UFOs (que está preparando ya las celebraciones de su décimo cumpleaños), estuvo caracterizada por propuestas radicalmente distintas entre sí. Abrió el cartel The Russian Futurists, o lo que es lo mismo el canadiense Matthew Adam Hart, quien con sólo dos discos publicados, "The Method of Modern Love" y "Let´s ready to crumble", ha recibido ya el favor de la crítica especializada. De Leonard Cohen y Stephin Merrit, con los que se le compara, el que escribe no vio ni rastro, la verdad, ni siquiera por el romanticismo de sus canciones. Lo que si quedó claro fue la facilidad con la que el joven músico consigue melodías de electrónica naïf puramente pop que en algunas ocasiones recordaron a las de los Beach Boys o a las de The Human League. 
Morning Star es el proyecto del británico Jesse Vernon, inmiscuido en la escena de Bristol (ésa que popularizó e hizo grande el trip hop gracias a nombres como Portishead, Alpha, Tricky o Massive Attack), amigo y colaborador de Jim Barr, bajista de los citados Portishead. Como un particular caso de Dr. Jeckyll fascinado por las máquinas y la electrónica crepuscular, en Mornig Star hay un Vernon/Mr. Hyde subyugado por una de las raíces más poderosas de la música popular del siglo XX, el folk. Nada de samples, ni de dub, ni de brumas electrónicas bristolianas. Dicen que "My place in the dust", el segundo (y último) de los discos de Vernon en su faceta de crooner, cautivó de tal manera a John Parish, uno de los productores más reputados y reclamados, que acabó asumiendo su producción y alguna que otra colaboración en el estudio. Sin duda alguna, Mornig Star fue lo mejor de la noche, y uno no entiende por qué no encabezaron el cartel y gozaron de más tiempo. Aunque es usual que la banda de Vernon en directo esté compuesta por seis o siete músicos, en el Teatro Central se presentó únicamente con un batería y una bajista (que reconoció tras la actuación que era prácticamente la primera vez que tocaban juntos). Los tres, liderados por un Vernon simpático y afable ("esto es el sonido Bristol", bromeó a propósito de una canción que comenzaba, efectivamente, con sonidos lánguidos y oscuros y una batería susurrante), recrearon la pasión del inglés por Tim Buckley (el padre del hijo, Jeff), por el rock and roll de los años cincuenta, por Bob Dylan, Woodie Guthrie... en resumen, por el folk melódico y profundo. Fue el otro sonido de Bristol, un sonido elegante y poético. Grande. Muy grande. 

Después de leer elogiosas críticas del disco de debut de Byrne, el cuarteto londinense que cerró la jornada del viernes, uno se enfrentaba a su concierto desde el desconocimiento pero expectante. El sabor de boca al final del mismo era nítido, sabía a fiasco, o peor aún a indiferencia, al aburrimiento que provoca algo soso. A medida que avanzaba su repertorio, menos se entendía la propuesta de Byrne. Lo mismo su líder Patrick Byrne se sentaba al piano para interpretar un tema con vocación reflexiva e intimista (es un decir) y resabios de un compendio desafortunado de los peores tics del britpop (mejor olvidar los momentos en que parecían querer acercarse a un cruce entre Radiohead y Coldplay) que se arrancaba acto seguido con una canción con estructura facilona de hit, por lo fácilmente coreable de sus estribillos, entre otros motivos (como ese pastelón llamado "Prayer" que apunta a una retórica épica muy, muy mal digerida). Pero lo peor de todo fue la sensación de indefinición: es que parecía que ni ellos sabían por qué camino tirar. Puede que el disco (que no he escuchado) sea realmente bueno. En ese caso, el problema de Byrne está en el directo. En ese terreno suenan (aun a riesgo de sonar pedante) convencionales, muy convencionales. 
La jornada se completó con una sesión del irlandés David Holmes en la sala Weekend (las entradas del ciclo incluían una invitación para asistir el viernes o el sábado). El bueno de Holmes tuvo que lidiar toda la noche con los irritantes problemas de sonido del local, tanto que varias veces su rostro se convirtió en un poema de cabreo e impotencia. En cualquier caso, la iniciativa fue todo un gesto por parte de la organización del ciclo, pues disfrutar de la enciclopédica colección de discos de David Holmes es un auténtico placer. Se destaca su maleta cargada de vinilos excepcionales porque eso es lo que hace interesante su espectáculo, no precisamente su habilidad para pinchar, que mucha no tiene. Hubo mucha música de baile, hip hop, electro, mucho soul y funk sudoroso, y amancebados con ellos versiones de Jimmy Hendrix, Beach Boys, The White Stripes, Beatles, Missy Elliot, Led Zeppelin... Diversión de la buena en una noche que en el Central, sólo al final, se torció un poco. 

La noche post
Godspeed You! Black Emperor (GY!BE) era el plato fuerte de la jornada y diría que incluso del ciclo. Mucho más cercanos al concepto de colectivo musical que al de mera banda, los canadienses son casi con toda seguridad el grupo más reverenciado (y de culto) de todos los nombres que practican eso que se ha dado en llamar postrock. O lo que es lo mismo: una especie de cajón de sastre en el que, contempladas desde un formato rock, caben la música clásica contemporánea (en el caso de GY!BE, Erik Sátie, Bela Bártok, incluso Morricone), la experimentación sonora, el impresionismo y otras manifestaciones sonoras. Concretamente, GY!BE recuerdan, más en vivo que en estudio, al rock progresivo de los años setenta, merced a esas atmósferas tan características que van evolucionando en manos de una formación en la que se reúnen dos bajos, dos baterías, tres guitarras eléctricas, un cello y un violín.

Cómo no mencionar los épicos y legendarios crescendos de los canadienses, ésos que por momentos llegan a crear angustia cuando parece que la música no rompe, ésos en cuyo clímax se experimenta lo más parecido a una liberación eufórica. Sobre una pantalla se sucedieron unas proyecciones (imprescindibles en sus conciertos, pues no en vano las composiciones de GY!BE tiene también algo de bandas sonoras poéticas y oscuras) que captaban la atención de manera hipnótica. Enorme concierto, enorme espectáculo tocado ora por la sutileza de las cuerdas y de los silencios, ora por el impacto tremendo y furioso de las epilépticas y abrumadoras descargas eléctricas. Sólo una pega, y da casi pena poner alguna: en algunas ocasiones la sonorización no fue la adecuada (las baterías, por ejemplo, se perdían casi siempre entre la maraña de las guitarras). 

Antes de que tocaran Godpeed You! Black Emperor lo hicieron Hangedup, un grupo con el sello de Constellation (el mismo que el de sus compañeros de actuación) marcado en la frente. Con Gen Heistek a la viola y Eric Craven a los tambores, el grupo de Montreal, a pesar de los (en principio, sólo en principio) limitados recursos instrumentales que permiten dos instrumentos, explora el universo postrock a través de pautas minimalistas y en algunos momentos con un sonido arrollador que vendría a representar algo así como la parte punk del postrock. Protagonizaron una corta actuación que dejó con la miel en los labios al respetable (que por cierto llenaba el aforo), pues aunque su propuesta está en las antípodas de lo convencional y de lo fácilmente digerible, aprovecharon magistralmente su casi media hora para sorprender y agradar con el único concurso de una viola y de un baterista excelente y personal que rozó por momentos la absoluta genialidad parapetado tras un instrumento al que le quedó muy pocos ritmos por sacar. 


Edición 2002
Teatro Central. Sevilla
17, 18 y 19 de mayo de 2002
Lincoln, Herman Düne, Giant Sand y Six. By Seven

Del otro lado del atlántico
por Paco Camero Mesa- Indyrock

 

La propuesta del ciclo Pop-Rock en el Central de este año ha estado atravesada por manifestaciones de la tradición norteamericana como el folk y el country (en claves "neo" o "alternativa"). A excepción de los británicos Six. By Seven, claramente en otra línea, los tres restantes grupos demostraron en directo sus peculiares puntos de vista y sus adaptaciones personales de una de las culturas musicales más robustas del universo popular. Y antes de entrar en materia a quien escribe le gustaría dejar algo claro: doce euros por concierto es un precio excesivo y prohibitivo (sobre todo si se tiene en cuenta que el Teatro Central está financiado con dinero público), por mucho que la calidad de sus carteles sea prácticamente incontestable. Ahora bien, si lo que se busca es fomentar un festival escogido y elitista... ése es ya otro tema, pero no precisamente se trata entonces de promocionar unas músicas que verdaderamente merecen ser escuchadas. 

La fórmula precisa
La música de Lincoln podría sonar nefastamente presuntuosa, pero no lo hace. Quizá el mérito del británico Alex Gordon, líder de la banda, resida justamente en que la enorme cantidad de influencias que conviven en sus canciones suenan sencillas y encajan con naturalidad. A Gordon, vocalista y guitarrista, le acompañan una completo grupo de músicos que aportan trombones y trompetas de sonidos funerarios y lánguidos, un guitarrista encargado de dar el toque atmosférico al conjunto, un bajo, teclados y baterías. Merece ser destacada la vocalista Tracy Van Daal, que jugaba estéticamente el papel de mujer fatal y decadente con un vaso de whiskey siempre lleno en la mano y los hombros caídos se supone que por los estragos alcohólicos. Cuando cantaban por separado la voz de ella resultaba acaso más brillante y perfecta pero quizá la de él más sentida. El mismo Gordon ha definido la música de Lincoln como country alternativo, pero, al menos en directo, hay mucho más que esto. A saber: por momentos los temas podían pasar de recordar la melancolía de Arab Strap a las subidas de potente noise en el mejor estilo Mogwai, mientras David Hannam sacaba de su guitarra efectos vaporosos y ambientales muy característicos de lo que últimamente llaman post-rock, unido además a las resonancias folk en la forma de cantar de Alex Gordon y a la voz de inspiración clásica de la citada Tracy. Y todo esto al servicio de unas canciones bellamente tristes y complejas pero que suenan como si no lo fueran. Por cierto, aprovechando un descanso que se tomó la cantante, Alex y los suyos se marcaron un crescendo taquicárdico y frenético, una pura explosión noise interminable que demostró empíricamente que no sólo Godspeed You Black Emperor! es capaz de promover semejantes impactos emocionales.

Dos hippies suecos y un cowboy
Los suecos Herman Düne, afincados en Francia, venían con su último disco "Switzerland heritage" bajo el brazo. El disco es una magnífica muestra de folk-rock pausado y melancólico hecho por dos tipos que  en esta época de fervor electrónico siguen pensando que The Velvet Underground son el combo más grande de todos los tiempos. En directo las canciones se transforman levemente: los diálogos que se establecen entre las guitarras de los hermanos André y David-Ivar las hacen más eléctricas, más rotundas. Ambos, que acreditaron tener dos bonitas y buenas voces, junto al batería Neman mostraron su peculiar catálogo: un sentido del humor envidiable, una querencia por el folk norteamericano irrebatible y unas melodías sencillas pero que acaban componiendo piezas de extraordinaria belleza como "Little architect" o "After Y2K". A los Düne se les ha comparado con unos "Gainsbourg suecos en clave lo-fi". A esto último se acercan más que nada por su sonido liviano, pero uno ya va considerando que "Gainsbourg" se ha convertido en una palabra comodín, al igual que pasa lingüísticamente con la palabra "cosa". Al final todos van a ser Gainsbourgs y el pobre francés perderá todo su significado. 

Tras la actuación de Herman Düne le tocó el turno a Giant Sand, que ya ha alcanzado la etiqueta de grupo de culto. Junto a sus compañeros, el extraordinario batería John Convertino, que igual se maneja con las baquetas en el rock que en el jazz más sugerente, y el bajista Joey Burns, el cantante, pianista y guiarrista Howe Gelb ofreció todo lo mejor que sabe dar. Y todo lo peor. Fueron magníficos casi todos los momentos en que Gelb se sentó al piano y su numerosa banda (aparte de los citados había un trompetista, otra bajista y una guitarrista) recreó la parte más jazzística de Giant Sand. Igualmente agradables fueron las composiciones en las que se ejecutó la vertiente más country de la formación, siempre desde su personalísima óptica y suavizando Howe Gelb con los acordes de su guitarra los áridos códigos de esta música. Cómo no, también brilló su voz profunda, ésa que conversaría a la perfección con la del mejor Nick Cave. También estuvo a la altura de su mito la banda cuando recreó su lado rock. El problema llegó cuando el inefable cantante empezó a gustarse a sí mismo y se puso en plan lucero que baja del alba para iluminar al personal (que por cierto llenaba absolutamente la sala) con su genialidad.

Más que excéntrico, Gelb pareció irritablemente egocéntrico. Si no, no se explica (a pesar de que muchos vieron en lo que sigue un "desfase genial") que con el grupo tocando en pleno suba a tope el nivel de su guitarra varias veces para hacer un solo y no sólo tape a sus músicos sino a su propia voz incluso, que "permita" a Convertino comenzar lo que iba camino de ser un buen solo de batería para ponerse delante de él, ocultarlo completamente de la vista del público y acabe tirándole el bombo y los tambores encima (más grunge que el grunge) dando por terminado el concierto sin mediar palabra, o que a mitad de una magnífica canción corte el clímax al poner en un discman conectado a un amplificador un tema de house a todo volumen, obligando a sus compañeros a dejar de tocar. El rostro de la guitarrista Saholy Diavolana lo dijo todo. A pesar de todo, cuando Howe Gelb quiso y dejó, mereció la pena aprovechar una de las pocas oportunidades de ver a Giant Sand, algo realmente grande, en directo.

En la senda furiosa
Six. By Seven actuó en la tercera jornada. Chris Olley, su líder, respira rock, así genéricamente, por los cuatro costados. Concretamente, su música suena como si The Clash hubieran podido descubrir la fuerza emocional del noise y la exaltación de la distorsión en la Seattle grunge. Estos elementos llevados al plano ideológico y letrístico conllevan unas letras ácidas, desencantadas, que se encargan de señalar certeramente y con pesimismo las razones del descontento colectivo. Pero hay sitio para sentimientos menos desesperanzadores, como el amor, en las canciones "I.O.U. Love" o "So close". La intensidad es difícilmente superable en "American beer" y en el incendio de punk primigenio que se produce en unos instantes en "Flypaper for freaks". Hay mucha, mucha energía en la música de Six. by Seven, tanta que incluso se echa de menos alguna tregua entre tanto ardor eléctrico, pero esto al fin y al cabo puede ser un buen signo para Olley y su banda. No sería justo terminar esta crónica sin recomendar el impactante directo del grupo. Es realmente aconsejable.





Edición 2001
1, 2 y 3 de junio de 2001 Teatro Central. Sevilla
Cartel: Cousteau, Purr, Gorky´s Zygotic Mynci, Mendelson y Experience
por Paco Camero Mesa- Indyrock
1ª JORNADA
Corazones elegantemente rotos

Tras un leve retraso que rompió el lugar común de la puntualidad británica, Davey Ray Moor, Liam Mckahey y compañía se personaron en el escenario ataviados con la más elegante estética dandy. En la hora justa que duró el concierto, la formación repasó casi en su integridad los temas de su primer disco ("Cousteau", reeditado recientemente en España) y alguna que otra canción del último ("Nothing so bad" y "Like a tambourine").
De estructuras sencillas, casi repetitivas y machaconas, los temas de Cousteau ganan enteros en directo, donde cada instrumento toma su propio camino a partir del mismo ritmo y va aportando matices que enriquecen las canciones. Mecida entre el piano sencillo y claro de Moor y una elegante sección rítmica con ciertos aires jazzísticos, la voz de Liam Mckahey se erige inmensa con registros que recuerdan a los baladistas clásicos de los años cincuenta. De fondo, la guitarra de Robin Brown se prodiga poco pero intensamente con el pedal wah wah y solos de emoción contenida.

Temas como "Your day will come", "Jump in the river", "Wish you were here" o "Of this goodbye" son irremplazables en cualquier concierto de la banda británica. "You. My lunar queen" regaló uno de los momentos más románticos de la noche, con los acordes limpios del piano y Joe Peet (bajista) sacando emociones de su viola. Es la música de Cousteau una suerte de combinación de elementos del más puro y primigenio rock n´ roll, sonidos de rithm & blues y energía de tendencias actuales. Salvando las distancias, las introducciones de los temas recuerdan a los etéreos ambientes que creaban los viejos grupos de rock progresivo. Lo cierto es que el escenario del Central pareció volverse blanco y negro, como las viejas películas de los años cincuenta de amores malditos con humo de tabaco en el ambiente. Da igual la estación del año: las canciones de los británicos siempre tendrán lugar en atardeceres de un otoño lluvioso. La composición de los temas, sencilla y refinada, y la ejecución impecable de los instrumentistas propiciaron una buena puesta de largo del festival Pop-Rock en el Central de este año. El romanticismo tiene sus desventajas, una de ellas vivir con el alma atormentada y taciturna. Si son felices da igual: Cousteau siempre cantará con el corazón roto y épico.

2ª JORNADA
El emocore y el mito
En la segunda jornada del festival les tocó el turno a los franceses Purr y a los británicos casi legendarios Gorky´s Zygotic Mynci. A los primeros se les esperaba para comprobar en directo su fuerza corrosiva y la parte más arrebatada del pop. Los segundos (a quienes realmente fueron a ver la inmensa mayoría de los presentes) hicieron acto de presencia con la seguridad de casi diez años de éxitos y reverencias de público y crítica.
Purr venía a presentar su último disco, "Open transport". Tras el éxito de su primer album, "Whale leads to the deep sea", los galos fueron absorbidos por las etiquetas de post-rock y emocore. En muchos momentos de su concierto se encontraron más cercanos a un hipotético grunge progresivo que a la etérea clasificación en ese cajón de sastre que se ha dado en llamar post-rock. Por encima de todo en las composiciones de Purr, llama la atención la cuidada y preciosista base rítmica.
En la batería, Lorichonberg ofreció múltiples cambios de ritmos, muchos cercanos al jazz, un excelente uso de los platos e inusuales ritmos ternarios que enriquecen notablemente los cimientos sobre los que Thomas Mery canta-recita su melancolía al mundo. Entre la guitarra de este último y el bajo de Stéphane Bouvier se establecían intercambios en el papel de protagonista en las cuerdas a la hora de marcar los ritmos.
En algunos momentos llegó a resultar fría su interpretación. La música de Purr requiere de tranquilidad y varias escuchas. Sin embargo, temas como "Shadows", "Fragments", "Petit" y "Brixton" regalaron minutos intensos, especialmente los dos últimos, cantados en francés. Los numerosos cambios de ritmos (en plan Dream Theater post-rock) y los sentidos diálogos entre los arpegios de bajo y los acordes de guitarra, en cambio, ofrecieron finalmente un concierto de calidad y sorprendente.

Con el hiperactivo Euros Childs al frente, Gorky´s salieron al escenario con el favor del público ya ganado. En general, el concierto fue correcto, pero más bien desangelado. Euros, cuyo carisma está fuera de toda duda, pareció frenético durante toda la noche y, aparte de sus movimientos frenéticos de autómata (que ponían bastante nervioso, en honor a la verdad), pagó sus enfados con los encargados de la mesa de sonido y los técnicos de su equipo.
Pese a todo, el repaso a discos como "Patio", "Tatay" y "Gorky 5" garantizó al grupo la aceptación por parte de los asistentes y algún que otro momento brillante con temas como "Patio song" y algunas de las más festivas y guitarreras canciones de su repertorio. 
Por otro lado, el toque folk del violín de Megan Childs, las impecables melodías (una de las señas de identidad de la formación), su pop ecléctico y el personal toque de Euros en los teclados siguen siendo impagables.

3ª JORNADA
Otra forma de hacer rock
El último día actuaron dos grupos unidos, en cierto modo, por un mismo concepto de rock, entendido como experimentación y destrucción de barreras estilísticas y artísticas (las letras, la literatura, juegan un papel esencial). 
La propuesta de Mendelson comenzó con "La brouillard", tema brumoso en el que el grupo da rienda suelta a la experimentación y a la improvisación. Canciones guitarreras (como "Monsieur") y piezas con una tendencia más jazzística se alternaban en un repertorio que fue ganando a medida que avanzaba el espectáculo. "Mon frère" y "Une vie tranquille" fueron dos de los mejores temas de un repertorio cuyas canciones más reposadas recordaban a Arab Strap, con relajados acordes y punteos de guitarra marcando el ritmo y Pascal Bouaziz recitando.

La voz desencantada de Pascal se fue abriendo paso entre unos instrumentistas que ganaron confianza progresivamente durante el concierto. A pesar de la vertiente experimental (que en los momentos más álgidos llegó a provocar confusión), las guitarras sonaron bien y fuerte en muchos de los temas. Para garantizar el espíritu innovador de Mendelson, un saxo y un contrabajo marcaban impetuosamente ritmos envolventes que envolvían las canciones en un entorno intimista.
Tras la actuación de Mendelson, herederos de los sonidos de Diabologum, Michel Cloup, una de las mitades del mítico grupo francés, representó en escena el disco de su nuevo proyecto: Experience (antes The Peter Parker Experience), un nombre que difícilmente podría ser más apropiado, por su eminente carácter experimental (el término vanguardista no le gusta a su creador) y refundador de la concepción del rock.

Hace poco, el primer disco de la banda, "Aujourd¢ hui, maintenant. LP", fue publicado en España. Las expectativas por comprobar en directo tan sublime album eran, cuando menos, bastante importantes. Aprovechando perfectamente las posibilidades de actuar en un espacio distinto (una sala de teatro), el cantante y guitarrista se bajó varias veces del escenario para pasearse y recitar sus letras entre los asientos del público. Al fondo, una pantalla emitía frenéticamente imágenes relacionadas con los temas tratados en las canciones. Pero no sólo de Cloup vive Experience: un extraordinario y rápido batería, un potente bajista y un versátil guitarrista completan una formación que en directo se muestra contundente, poética, moderna y estremecedora.
"Por razones políticas, por razones poéticas", como canta Cloup en la canción que abre su album de debut, Experience combina unas magníficas melodías de guitarra con elementos experimentales que son la prolongación del espíritu que demostraba el músico en su experiencia anterior, los desaparecidos Diabologum.
Uno de los mejores discos de rock en lo que va de año tiene, forzosamente, que ofrecer uno de los más interesantes conciertos en lo que va de año, al menos en Sevilla. "Deux", "Pour ceux qui aiment le jazz", "Essayer", "Entre voisins" y "Aujourd¢hui maintenant" son en directo tan arrebatadoras como en el disco. En algunos momentos, por la intensidad musical y emocional, era particularmente difícil estarse quieto en los asientos del elegante teatro. Esto es consecuencia de uno de los cambios más profundos que brinda Experience frente a Diabologum: ahora sus textos son más luminosos, aunque con una melancolía y una ironía extraordinarias, que en la formación anterior.

Tras finalizar el impresionante concierto y afrontar la dura realidad de que éste había acabado, no queda más que recomendar la escucha de "Aujourd¢hui, maintenant. LP" y saborear tranquilamente la nueva joya que el francés Michel Cloup nos ha regalado.



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