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EN INDYROCK * Archivo histórico
FESTIVAL COACHELLA
Coachella 06
por
Roberto Garza Iturbide (texto y fotos)
/
para IndyRock
Un día perfecto
Sin quitar las manos del volante, asomo la cabeza para que el
viento me golpee en la cara. Aun bajando la velocidad a 90 Km.
por hora, el impacto frontal del aire me obliga a cerrar los
ojos. Para un día de primavera en Los Ángeles, el cielo está
atípicamente nublado y el viento sopla frío, aunque en el
ambiente se percibe la tenue humedad de la brisa costera.
Basta un leve movimiento de la muñeca izquierda para ver en mi
reloj que son las nueve cuarenta de la mañana. Empuño con fuerza
el volante, piso el acelerador y observo cómo la aguja del
velocímetro se instala en la marca de los 120 Km. Al cabo de
unos segundos aparece la imagen de una patrulla en la pantalla
de mi mente y en acto reflejo desacelero la máquina para
instalarla en el límite de velocidad permitido en California.
Acabamos de tomar la carretera 10, misma que cruza el Sur de
Estados Unidos de costa a costa, desde Los Ángeles hasta Miami.
Estoy feliz de estar recorriendo una vez más este camino. La
tensión de la manejada desapareció hace varios minutos, cuando
mi primo Felipe tuvo el acierto de poner un disco de los Violent
Femmes. Ahora movemos la cabeza y golpeamos el tablero al ritmo
de "Jesus Walking On The Water".
En el condado de San Bernardino, después de haber pasado
Riverside, noto un letrero que indica la salida hacia Inland
Empire. Golpeo la rodilla izquierda de Felipe y se lo
señalo.
"¿Qué?, ¿Inland Empire?", responde confundido.
"Así se llama la nueva película de David Lynch", le reviro sin
ocultar la emoción en mi rostro.
Felipe me mira a los ojos, baja el volumen y se arranca con la
lección: "Toda esta región es parte de la filmografía de Lynch.
Su nueva película ocurre en la zona que se ve allá a lo lejos,
en Inland Empire. En las montañas de San Bernardino, por
ejemplo, está Twin Peaks; en Riverside Drive está el famoso
Bob's Big Boy Diner de Toluca Lake, donde (Lynch) comió el lunch
durante siete años seguidos; y más adelante, en Redlands, hay un
motelucho que le sirvió de locación en Lost Highway".
Cuando estamos de viaje solemos ver las cosas de manera
diferente. Los viajantes nos asombramos con este tipo de
descubrimientos. Lo que para Felipe, nacido en Los Ángeles y
conocedor de estos caminos, es algo completamente ordinario,
para mi representa un hallazgo muy importante.
La piel de gallina en los antebrazos me indica que es buen
momento para la introspección. Así que cambio el disco de los
Violent Femmes por el Transformer de Lou Reed, prendo un tabaco
y dejo volar la imaginación mientras cruzamos este territorio
mágico, inmortalizado por uno de los grandes genios del cine
contemporáneo. Oh it's such a perfect day, I'm glad I spend it
with you...
Éxodo al consumo
Felipe y yo no estamos exactamente turisteando por el Sur de
California. Por amor a la música, y nada más, nos dirigimos
rumbo a Indio, un pueblo de poco más de 50 mil habitantes y 110
campos de golf.
Ubicado en el Valle Coachella del desierto Mojave, a unos
treinta minutos de Palm Springs y bordeado por las majestuosas
montañas de San Gorgonio y San Jacinto, Indio es uno de esos
modernos paraísos para el retiro senil. Es un pueblo repleto de
gente mayor, bien adinerada, de esa que se puede dar el lujo de
comprar una residencia con alberca y vista doble, una hacia el
campo de golf y otra a las dunas, y cuyo precio es superior a
los 750 mil dólares.
La apacible y soleada vida de Indio, sin embargo, se transforma
radicalmente cada año durante el último fin de semana de abril.
Esto ocurre desde la primavera de 1999, cuando un grupo de
entusiastas promotores del rock independiente organizó el primer
Festival de Música y Arte del Valle de Coachella. Y precisamente
hoy, sábado 29 de abril, inicia la séptima edición del ya famoso
festival Coachella, el más grande e importante encuentro musical
del continente Americano.
Así que durante las próximas horas, Indio recibirá a más de 100
mil jóvenes amantes de la música, procedentes de todos los
estados de la unión americana y de alrededor de 50 países;
entre ellos, por supuesto, a este par de acalorados melómanos,
que además del gusto por la música los une el apellido paterno.
Cuando el reloj marca las 12 horas nos encontramos atrapados en
una larga fila que avanza lentamente a lo largo de Indio Blvd.
La combinación del bióxido de carbono con el infame calor del
desierto me provoca dolor de cabeza. Felipe, siempre acertado,
mete la mano bajo el asiento, me pasa una botella de agua y
desliza el Revolver de los Beatles en el estéreo. Minutos
después, ya con la garganta fresca y la mente despejada,
cantamos "Good Day Sunshine" a todo pulmón.
El festival Coachella se lleva a cabo en un verdadero oasis: los
campos de polo Empire, una extensión de más de 70 acres de
campos perfectamente empastados, pero no con pasto común y
corriente, sino con uno genéticamente modificado (resistente
como si fuera sintético y a la vez suave como el de un green)
para soportar el galope de los caballos. Una delicia para los
pies descalzos.
Hacia la una de la tarde, una vez que estacionamos el carro,
iniciamos la tortuosa caminata hacia las puertas de acceso.
Bendito sol del desierto que con tu inclemencia desprendes la
ropa de los cuerpos femeninos. Miles y miles de jóvenes avanzan
por este inmenso estacionamiento ¿Qué extraña fuerza los motiva?
Las caminatas en el desierto me hacen pensar en los éxodos
bíblicos; pero en este caso, si me permiten una analogía sin
tintes religiosos, somos como un pueblo de modernos esclavos del
consumo que buscamos, lejos de la liberación física o de la
conciencia, la confirmación de nuestra absoluta dependencia de
los productos que nos ofrece la industria de la música y el
entretenimiento. Si hay una fuerza superior que mueve a este río
de gente, esa es, sin duda, la fuerza del consumo.
Osama censurado
Una de las grandes ventajas del oficio periodístico es que, si
estás debidamente acreditado, puedes entrar directamente al
festival por los accesos de prensa y así evitar las largas colas
y la exhaustiva revisión a la que te someten en las puertas de
ingreso general. El trato y la atención a la prensa, hay que
decirlo, es tan cordial y eficiente que te pone de muy buen
humor.
En punto de las dos y veinte me encuentro con Héctor Martínez,
promotor en jefe del sello discográfico Epitaph, quien me
presenta a Toby Martin y Danny Allen, vocalista y baterista de
la banda australiana Youth Group. "Ok, Roberto, tienes 20
minutos para platicar con Danny", suelta Héctor.
A principios de abril Youth Group encabezó las listas de
popularidad de Australia y su disco, Skeleton Jar, se ha vendido
muy bien en Estados Unidos. De la charla con Danny destaco un
pasaje que me parece bien divertido, aunque para los miembros de
la banda haya sido un tanto incómodo.
Resulta que llevan más de un mes en Los Ángeles preparando su
nuevo disco, Casino Twilight Dogs, el cual saldrá a la venta
este verano. En el Myspace de la banda, el bajista Patrick
Matthews escribió que ya tenían las 14 canciones del disco nuevo
y que habían decidido eliminar, por obvias razones, una pieza
llamada "Osama".
En teoría, esta información no se debió haber publicado, pero al
parecer a Matthews se le fue la onda y subió el dato a Internet
sin que los demás miembros del grupo lo supieran. Aún recuerdo
la cara de asombro de Allen cuando le pregunte por "Osama".
"¿Cómo sabes eso?", me reviró perplejo. "Simplemente lo sé". E
insistí "¿Qué pasó con Osama?". "Lo que pasa", explicó Danny,
"es que a Toby (Martin) le pareció políticamente incorrecto
incluir esta canción. Es un tema muy sensible en este país,
sabes, y no queremos que se nos malinterprete".
Momentos después, mientras les tomaba unas fotos, Danny le
comentó algo al oído a Toby y éste dirigió una mirada flamígera
a Patrick Matthews. La cosa se puso tensa cuando Toby le reclamó
la imprudencia a Matthews, quien palideció al instante y se
limitó a guardar silencio.
Lo mejor de todo es que esa misma noche desapareció
misteriosamente el párrafo en el que Matthews se lamentaba por
la decisión de haber descartado a "Osama" del nuevo disco. Me
pregunto si algún día la escucharemos. Según Danny: "Sí, es
probable que la grabemos en un futuro, ¿por qué no?". Según
Toby: "Esa canción ni siquiera existe".
Shuffle
Coachella es como un iPod gigante funcionando en shuffle. En dos
días se presentaron 93 bandas, distribuidas en 5 escenarios, en
un rango de horarios que inicia a mediodía y termina a
medianoche.
En esta edición, los organizadores armaron un programa bastante
ecléctico en cuanto a géneros. El cartel incluyó desde la
superestrella del hip-hop Kanye West, la reina del pop Madonna,
los parisinos Daft Punk, Depeche Mode, Tosca y el maestro de la
electrónica Paul Oakenfold, hasta el rock pesado de Tool y
Wolfmother, pasando por toda una gama de bandas indie como Franz
Ferdinand, Yeah Yeah Yeahs, My Morning Jacket, Editors, Clap
Your Hands Say Yeah y Sleater-Kinney, así como el neohippie
Devendra Banhart, los ritmos reggae de Damien Marley y el rabino
Matisyahu, las voladeras de Animal Collective y Sigur Ros y el
implacable sonido post-rock espacial de Mogwai. Hubo de todo y
para todos.
El hecho de que la gente se mueva sin cesar de un escenario a
otro es prueba de la diversificación en los gustos musicales de
la juventud actual. Con una facilidad antes inconcebible, los
jóvenes de la generación download brincan de una tocada de
hip-hop a una de electro punk británico, luego se avientan una
dosis de heavy metal australiano, algo de folk rock del mero
Kentucky y de ahí se van a bailar un rato en la carpa de música
electrónica.
¿Qué está sucediendo? ¿Cómo pueden aplaudir con tanta euforia a
los radicales Scissor Sisters después de haber bailado al ritmo
que marca Madonna? ¿Qué pasó? Pero así es la onda en los tiempos
de la revolución digital. Unas canciones de este grupo, otras
dos de aquel, una probadita de aquello y todos contentos.
El concepto álbum, aunque duela decirlo, se desvanece del
imaginario juvenil ante la inmediatez de una oferta tan amplia y
accesible. Canciones, la banda moderna sólo quiere escuchar
canciones; y ver, aunque sea a probaditas, la mayor cantidad de
grupos hasta terminar física y mentalmente exhaustos. Y al final
del día son pocos los que recuerdan con precisión todo lo que
vieron y escucharon durante las últimas doce horas. Coachella es
la quintaesencia de una tendencia del consumo desmedido y poco
razonado de la música pop.
Rock, rock, rock
"¡Wow, Jesús, esto si que estuvo intenso!", grita en inglés un
sudoroso teenager mientras se abre paso entre una multitud
visiblemente tocada por el poder metalero de Wolfmother.
En un momento de esta inolvidable tocada tuve una regresión de
unos veinte años. Recordé el día que me inicié en el rock
pesado, esa memorable velada cuando mis primos mayores me
llevaron al legendario concierto de la gira Live-Evil de Black
Sabbath en Los Ángeles. Wolfmother me hizo revivir tan buenos
tiempos que por un momento sentí ganas de llorar. Pero lo mejor
de todo fue percibir la euforia de Felipe, quien a sus 19 años
gozó cada instante del show con una pasión extraordinaria. La
tradición familiar, pensé, se mantiene viva.
Wolfmother conectó como pocas bandas con su público, conformado
en su mayoría por 3 generaciones de metaleros, desde chavitos
enclenques de 15 años hasta veteranos de 50, esos maravillosos
roqueros de barba, melena y gafas oscuras, siempre enfundados en
camisetas negras sin mangas y con los brazos repletos de
tatuajes.
Tras la sacudida sentimental de Wolfmother, y cinco minutos
antes de que los neoyorquinos Clap Your Hands Say Yeah hagan
acto de presencia en la carpa Mojave, que a estas alturas de la
tarde concentra el calor como un temascal morelense, me instalo
en la privilegiada sección para fotógrafos, justo al borde del
escenario.
Tenía que verlos en vivo y tan de cerca. Su público los adora,
en particular las chicas que no se limitan con los gritos,
aplausos y piropos al vocalista Alec Ounsworth.
Clap Your Hands Say Yeah es un claro ejemplo de la
transformación que actualmente sufre la industria de la música.
Se dieron a conocer por la vía libre en Internet, sin el apoyo
de ningún sello discográfico, y pronto se convirtieron en todo
un fenómeno. Y así, libres e independientes, ellos mismos
produjeron y editaron su primer disco, el cual se ha vendido
como pan caliente.
Este concierto, repleto y con un público entregado al cien, es
muestra fiel de que una banda (siempre y cuando los músicos sean
tan buenos como estos maestros) puede lograr el éxito sin la
penosa necesidad de hacer años de antesala y tocar mil puertas
en las discográficas.
La tecnología de la información al servicio de la música.
Aplausos, sonrisas y ¡Yeah!
Cargado de energía y con el alma iluminada, dejo la carpa Mojave
y avanzo de frente al sol con dirección al Outdoor Theatre,
donde a las 5:55pm está programada la participación de My
Morning Jacket, una banda formada hace ocho años en Louisville,
Kentucky, y que a la fecha ha publicado cuatro extraordinarios
discos.
Su primer álbum, The Tennessee Fire, es una onda folk rock que
pone de manifiesto la influencia campirana en su música. En el
disco más reciente, titulado Z, la banda logra un sonido rock
mucho más elaborado -con una producción a cargo de John Leckie-,
que incluye el uso de sintetizadores y pequeñas dosis de reggae
y dub.
Z apareció en la mayoría de las listas de los mejores álbumes
del 2005, y este año My Morning Jacket será la banda telonera de
la gira de Pearl Jam.
Jim James, vocalista y guitarrista, tiene la pinta de un
granjero de Kentucky, con esa cabellera rubia alborotada, algo
esponjada por el calor, y una barba casi pelirroja. Si este
compa se pusiera un overol de mezclilla y se montara en un
tractor, fácil podría pasar por uno de esos agricultores
sesenteros del profundo gabacho.
My Morning Jacket dio un conciertazo. Los músicos se entienden
de maravilla, dan las notas con tal precisión que por un
instante dudé si estaban tocando en vivo, y, lo más importante,
salieron relajados y dispuestos a divertirse.
El público, por supuesto, se los agradeció con sendas ovaciones.
La banda respondió con las rolas que el respetable ansiaba: "Off
The Record" y "Gideon". Y para cerrar con broche de oro, se
aventaron una deliciosa pieza folky de la mera campiña de
Kentucky.
Rastaman vibration
Conforme el clima refresca el ambiente se calienta. Durante un
crepúsculo por demás elevado, el mismísimo hijo de Bob Marley,
Damien Jr. Gong, contagió de vibraciones positivas a una
multitud que no dejó de sacudir el bote durante una hora al
ritmo del mejor reggae jamaiquino.
"We don't need, no more trouble" coreaban miles de gargantas
mientras Damien agradecía a Jah con los brazos al frente y las
palmas de las manos apuntando hacia un bellísimo sol que se
negaba a desaparecer detrás de las montañas de San Jacinto.
La tarde del sábado, la bandera de Jamaica ondeó con el orgullo
del León de Judá y el legendario discurso del dictador etiope
Haile Selassie hizo eco en las conciencias de un público
sensibilizado por las bondades del canabis.
Si me dejan dar un sutil brinco en el tiempo y el espacio, me
transporto al Coachella Stage a las 4:45pm del domingo 30 de
abril, donde se presentó un personaje tan peculiar como
talentoso: el rabino Matisyahu. Si acaso es cierto que los
judíos etíopes llegaron a Jamaica como esclavos y con el tiempo
fundaron la religión Rastafari, Matisyahu es la feliz prueba de
la ancestral relación que existe entre judíos y rastas. Este
hombre, formado en la ortodoxia judía, hace un reggae tan
cadencioso y original que hasta la banda roquera que esperaba el
turno de Sleater-Kinney se puso a bailar.
Música para las masas
El estado de las cosas cambia al caer la noche. La visibilidad
se reduce, las sustancias circulan, los ánimos se prenden y las
conciencias se alteran. A las 8:15pm se escucha un prolongado
¡woooouuuu! en el Coachella Stage. La banda británica Franz
Ferdinand acaba de salir al escenario.
Felipe quiere verlos, así que nos colocamos a sana distancia, en
un lugar estratégico en la sección vip, la cual a esta hora es
un gigantesco bar en el que el Red Bull con vodka fluye en
cantidades industriales. Nosotros nos conformamos con un par de
chelas bien frías.
Franz Ferdinand no me sorprendió. Con ello no quiero decir que
hayan ofrecido un mal concierto, pero la verdad es que su
material es cartucho quemado. Que me disculpen los fans de esta
banda, pero su sonido en vivo es tan monótono que en plena "Walk
Away" me tuve que lanzar por una bebida energética para no caer
en los brazos de Morfeo.
Minutos después, al llegar al Outdoor Theatre, me di la
arrepentida del festival al caer en cuenta que la tocada de los
Eagles of Death Metal estaba a punto de terminar. "Ni modo,
pues", le dije a Felipe, "vámonos a Depeche".
Depeche Mode cumplió. Y ya. Tocaron su nuevo material, la gente
les aplaudió, cantó a coro con ellos, pero los ingleses no
lograron conectarse con un público que esperaba mucho más. Fue
hasta el final cuando complacieron a los fans de antaño con un
encore de hits que causo una efímera algarabía entre los miles
de nostálgicos que se aguantaron más de hora y media para cantar
"Never Let Me Down Again".
Aunque lo intentamos, no tuvimos la paciencia de los diletantes
ochenteros y antes de que terminara el encore de Depeche nos
descolgamos a la carpa Gobi para disfrutar el sonido electrónico
de Tosca y luego rematar la jornada sabatina en el portentoso
show de Daft Punk en la lisérgica carpa Sahara. ¡Wow!
Desazón y magia
El diario local, The Desert Sun, cabeceó así su primera plana
del domingo: Tune in Indio. La nota, ilustrada con una foto a
doble columna de Kanye West, destaca la entrada de 60 mil
personas el sábado, nuevo record de asistencia en Coachella, y
anuncia que el día de hoy se espera a otros 70 mil jóvenes.
En los dos días, escribe el reportero con maestría en
matemáticas, Coachella habrá vendido alrededor de 130 mil
boletos, lo que representa unos 13 millones de dólares de
ingresos, sin contar la renta del espacio para acampar y la
lucrativa venta de agua, chelas y todo tipo de recuerdos y
chunches de colección.
La mala noticia, continúa el también experto en meteorología, es
que se esperan temperaturas de tres dígitos en grados
Fahrenheit, lo que en centígrados se traduce en un infernal
promedio de 39 grados en la sombra.
Después de un desayuno calibre diputado, apresuramos el paso
para llegar a tiempo en la tocada de los australianos Youth
Group y retratarlos mientras tocan en vivo.
A la una y diez de la tarde, con el sol en lo alto de un cielo
completamente despejado, Youth Group se paró en el Coachella
Stage ante no más de dos mil jóvenes que aguantaban el calor con
estoicismo.
Youth Group arrancó relativamente bien, siguiendo el orden de
los tracks de su único disco: "Shadowland", "Skeleton Jar" y
"Lilian Lies". Pero a partir de la cuarta pieza empezaron los
problemas. Fuera de estas tres canciones, esta banda no tiene
nada más que ofrecer.
La cara de angustia del vocalista Toby Martin al ver que la
gente se retiraba me provocó una profunda tristeza. Pero estoy
seguro de que en un futuro cercano lo harán mucho mejor. Por
ahora, Coachella les quedó grande.
La desazón desapareció rápido cuando me presentaron a Romeo
Stodart, un gordito bonachón de barba y pelo largo que tiene la
gran virtud de ser el vocalista de los Magic Numbers. Este
hombre tiene una sonrisa extraordinaria. Proyecta pura buena
onda y eso se ve reflejado en su música.
Momentos después, hacia las tres y media de la tarde, los Magic
dieron uno de los mejores conciertos del festival en el
Coachella Stage. Esta banda es capaz de poner de buen humor
hasta a Cuauhtémoc Cárdenas. La hermana de Romeo, Michele
Stodart, se dio vuelo en el bajo con tal soltura que por
momentos parecía que levitaba.
Además de las piezas de su disco debut, los Magic Numbers nos
dieron unas probaditas de su nuevo material, con lo que dejaron
bien claro que en el próximo disco mantendrán la línea retro
hippiosa con tintes folk que tan buenos resultados les ha dado.
Viaje interestelar
Después de las escalas obligadas en las tocadas de Bloc Party,
los sorprendentes Wolf Parade, y los esperados Yeah Yeah Yeahs
(pese al feedback del micrófono, suenan mejor en vivo que en
disco), nos colocamos en las primeras filas de la carpa Mojave
para ver a los Editors, una banda indie de Birmingham, cuyo
vocalista, Tom Smith, se contorsiona como el inolvidable (y
epiléptico) Ian Curtis de Joy Division.
Los Editors tocaron su disco debut, The Back Room, ante una
audiencia que poco a poco se fue haciendo menos ante la cercanía
del show de Madonna. Los que nos quedamos, por ahí de unos 5
mil, constatamos el talento y la calidad musical de estos
jóvenes ingleses, que, por cierto, no le piden nada a los
neoyorquinos Interpol, con quienes suelen compararlos.
¿Madonna? No gracias. Mejor vamos a ver al demonio, al gremlin,
al espíritu maligno, a la banda escocesa Mogwai.
Como buena parte del público, nos apoltronamos en el pasto boca
arriba, con la mirada clavada en las estrellas y nos dejamos ir
en un viaje interestelar con esa mezcla de pots-rock y art-rock
con metálicos matices espaciales.
En un momento del concierto, me alejo unos 100 metros del
escenario y noto que los batacazos vehementes de Martin Bulloch
suenan como si estuviera a unos cuantos pasos de distancia.
Bulloch le tunde con tal fuerza que el mismo John Bonham se
queda corto. Mientras el baterista descarga su furia, los
guitarristas Stuart Braithwaite y Dominic Aitchison abren
oscuros canales de distorsión y buscan el feedback moviendo sus
guitarras. Stuart expande las notas mientras Dominic se deja ir
con un riff que crece en intensidad. De pronto bajan el estado
de ánimo de la rola hasta niveles inaudibles e instantes después
la explotan con una descarga sónica que hace brincar a más de un
despistado.
"Ahora sí," le digo a Felipe, "el viaje valió la pena". Mogwai
en vivo, como el mismo festival Coachella, es toda una
experiencia.
Hacia la medianoche, después un shuffle entre Tool, Scissor
Sisters y Art Brut, tomamos la carretera 10 de regreso a Los
Ángeles. Físicamente agotados, decidimos no dirigirnos la
palabra hasta el día siguiente. Felipe, en otro gran acierto,
puso un disco de Godspeed You Black Emperor! que, no sé por qué
diablos, me hizo pensar en el boicot y la marcha del 1 de mayo
en Los Ángeles. "Hay que apoyar a los inmigrantes, primo", solté
de repente. "Claro", pero. "¿de veras no vas a comprar ningún
disco mañana?"
Un "iPod" llamado Coachella
por Roberto Garza Iturbide / para IndyRock
Junio 2005
Imágenes, web oficial www.coachela.com
A Indio, pueblo de 50 mil habitantes enclavado en el Valle
Coachella del desierto Mojave, en el sur de California, sólo se
va a dos cosas: a pasar un opulento fin de semana en algún
casino, campo de golf, críquet o polo, o a rockanrrolear en el
Coachella Valley Music and Arts Festival.
Según cifras oficiales, Indio recibe 500 mil visitantes al año,
es decir, 10 veces el total de su población. Tan sólo en los 2
días que dura el festival de rock llegan alrededor de 100 mil,
en su mayoría jóvenes que le caen de todos los rincones de
Estados Unidos y Canadá, así como de México, Europa e incluso de
Japón y Australia.
En su sexta edición, celebrada los días 30 de abril y 1° de mayo
de este año, el Festival Coachella reunió a 90 bandas de primera
línea de todo el mundo y, según reportó el Departamento de
Policía de Indio, a más de 110 mil espectadores, entre ellos,
seis melómanos irredentos que hicimos el viaje desde la ciudad
de México.
En punto de la media noche del viernes 29 de abril, tras una
acalorada discusión sobre la importancia de The Police en la
historia del rock, salimos de un pintoresco bar en la avenida
Sunset, en Hollywood, abordamos la camioneta Voyager blanca
rentada y tomamos la carretera interestatal 10 con dirección al
Valle Coachella.
Llegamos a Indio a eso de las 2 de la mañana del sábado 30,
primer día del festival, y obvio, no encontramos hotel con
cuartos disponibles. Así que nos regresamos por la misma
carretera hasta San Gorgonio, pueblo de una calle. Nos detuvimos
frente a un anuncio iluminado por un marco de luces de neon, en
el que se leía: "Hotel La Hacienda. Swimming pool & Spa".
Suena bien ¿no?, sobre todo a esa hora de la noche. Bajamos dos
de la camioneta y el viento helado nos hizo correr a la
recepción. Timbramos 3 veces y nada. Repetimos el llamado hasta
que apareció un chino de unos 50 años y con cara de pocos
amigos, dueño del hotel, por cierto, quien, medio dormido,
asintió con la cabeza cuando le preguntamos si tenía cuartos
disponibles. "Queremos 2 habitaciones dobles". "Sí, muy bien",
respondió con ese acento cortado para luego soltar el cañonazo:
"Son 90 dólares por cuarto esta noche, 150 por la del sábado y
80 por la del domingo". "Jijo de la chi.", pensé, antes de
sonreír y decirle: "Está bien, los tomamos".
Sólo el cansancio nos permitió soportar el olor a insecticida de
las sábanas ¡Qué noche! Total, en la mañana salimos lo antes
posible de aquel motelucho, no sin antes deleitarnos un rato con
la vista de las Montañas San Jacinto y pasar revista a la
publicitada alberca. Estaba vacía, mosqueada y con una plasta de
lama apestosa en el fondo; y el Spa, ¿cuál Spa?, no había tal.
Ahora que lo pienso, el chino nos timó.
Pero todo cambió después de la visita al Dennys. Tres huevos
revueltos con papas, tocino, café, leche, jugo de naranja y unos
panqueques esponjosos (así se lee en la carta) cubiertos de
mantequilla y miel. Ahora sí, se escuchó, "pásenme el Desert
Sun.y un tabaco, por favor". Ya en la camioneta, en pleno
letargo post desayuno, cual alucine quijotesco apareció en la
trasloma un ejército de cientos de hélices gigantes, de esas que
generan energía eólica (creo haberlas visto en la cinta
Koyaanisqatsi, ¿o fue en Powaqqatsi?). "¿Cuál Viejo Oeste?,
¡esto es primer mundo!", dijo un compa periodista emocionado por
el espectáculo.
Llegamos a los campos de polo Empire -una extensión de varios
acres perfectamente empastados- donde se lleva a cabo el
festival, a eso de las 2 de la tarde, un par de horas después de
iniciado el primer concierto. Como ya mencioné, en la edición de
este año el cartel de Coachella incluyó a 90 bandas, así que no
hubo falla por habernos perdido unas cuantas tocadas del
principio. Total, haciendo cálculos, lo más que se puede ver en
los dos días, y eso con buena condición física, son 30 bandas.
El primer reto del día fue la caminata bajo el sol del desierto
desde el estacionamiento a la entrada del festival. El segundo
reto, no menos complicado, fue mantener la cordura ante los
cientos de cuerpos femeninos que, apenas cubiertos por un
bikini, se abrían paso entre la sudorosa multitud.
Una vez adentro, y con el respectivo brazalete que acredita a la
prensa e invitados especiales, nos dirigimos a la privilegiada
sección "vip" -un apartado con carpas, salas y venta de alcohol
donde se reúne la supuesta crema y nata de la escena rock-. Sí,
aunque suene pedero, en Coachella hay una sección que separa a
"los importantes" del resto de los mortales. "Una Heineken, por
favor". "Son 7 dólares". Ni modo, pues, con ese calor pago hasta
100 pesos por una chela bien fría. Ahora sí, a festivalear.
Nos infiltramos en la masa de gente y, mientras decidíamos la
ruta a seguir, comprendí la psicología de la llamada generación
iPod. Tal es la oferta de música en el festival que los fans
tienen que picarle al shuffle biológico para brincar de un
escenario a otro y así poder ver a la mayor cantidad de grupos
posibles.
Coldplay
El programa se distribuyó en 5 escenarios, equipados con la más
alta tecnología en audio y alimentados por millones de watts. El
principal es el Coachella Stage, que consta de escenario,
pantallas gigantes y un espacio abierto con capacidad para unos
25 mil individuos parados. En él se presentaron las bandas más
famosas: Bauhaus, Coldplay, New Order y Nine Inch Nails. En los
dos siguientes, el Outdoor Theatre y el Mojave, con menor
capacidad, se presentaron las bandas indie, hard, punk y
electro-punk. Otro escenario, la Gobi Tent o carpa Gobi, sirvió
básicamente para los grupos de hip-hop y rap. Y el último,
modesto en cuanto a tamaño pero animado como ninguno, la
lisérgica carpa Sahara, incluyó pura música electrónica. Como
podrán apreciar, la oferta musical fue de lo más ecléctica.
Con la ayuda de unos polípticos con la programación detallada,
armamos una ruta para ver a las bandas que nos interesan.
Arrancamos con los daneses The Raveonettes en el Coachella
Stage, luego nos seguimos con los voladores M83 en la carpa Gobi
y de ahí a la primera sorpresa del día: The Kills, en la carpa
Mojave.
The Kills son un dúo anglo-estadunidense de guitarra eléctrica y
voz que se apoyan en bases de bajo y batería pregrabadas.
Minutos antes de que iniciara el toquín, la carpa Mojave comenzó
a elevarse, claro, en el sentido figurado, al tiempo que miles
de jóvenes con gafas oscuras y melenas alborotadas se apretaban
en la zona de sombra. Una carretada de aplausos, acompañada de
algunos ¡wooouuuu! femeninos, se apoderó del lugar cuando la
vocalista Alison Mosshart apareció en escena. The Kills es una
banda poderosa, dura, minimalista, pero que no rebasa la línea
de la insanidad auditiva. El guitarrista Jamie Hince es un
master. En un momento se colocó la guitarra al hombro en
posición de tiro, apuntó al horizonte y soltó una ráfaga sónica
que creció en intensidad durante varios segundos, mientras
Alison se contorsionaba y agitaba la negra mata frente al
amplificador. De las primeras filas, se escuchó un grito
delirante: "Alison, you're so hot!. yeahhhh". Este power dúo
acaba de lanzar su tercer disco, No Wow.
Después de ver a The Kills flotamos a la carpa Sahara, donde el
ex Janes Adiction, Perry Farrell, bajo el seudónimo DJ Peretz,
guiaba el viaje de miles de chavos bien entachados. Si uno se
coloca como simple observador, a sana distancia, resulta un
verdadero espectáculo ver como baila esta banda. Están muy, pero
muy clavados en su rollo.
Del trance brincamos al Outdoor Theatre para ver a Razorlight,
otra tocada de altura y con una audiencia superior a los 10 mil.
"Más cerveza, que me seco", demandó mi compa fotógrafo. De
camino al bar vip, nos topamos con la tocada de Keane. Entre la
masa que no deja de moverse, se escucha una voz quejosa: "¿Qué
es esto que suena a Coldplay?" "¿Es Keane, a poco no te gusta?",
le preguntan. El quejoso alzó los hombros y dijo que "no" con un
suave movimiento de cabeza.
Un par de Heineken bien frías (única marca disponible) y nos
encaminamos al concierto de Stereophonics en la carpa Mojave.
Aunque ya los había escuchado, debo aceptar que esa tarde los
descubrí. Fue un encuentro tardío, pero válido al fin de
cuentas. En verdad son muy buenos en vivo y su disco nuevo,
Language. Sex. Violence. Other?, suena de maravilla.
Algo que llamó nuestra atención es que la gente no deja de
moverse en ningún momento; son ríos de fans que fluyen por estos
enormes campos, de un escenario a otro, en un constante ir y
venir. Y ahí vamos nosotros, entre los rockeros clásicos de
cabello largo y piel tatuada, entre la chaviza rubia bien
colocada, entre los darketos, los pálidos enclenques, los
estrambóticos, las exhibicionistas, los nerds del rock, los
rastas, los veteranos de barbas al pecho y panza de cheleros, en
fin, entre toda la fauna rockanrrolera.
Otro tema interesante es la cantidad de teléfonos celulares que
se utilizaron como cámaras digitales. En todas las tocadas se
observaron cientos de manos alzadas cazando imágenes con estos
maravillosos aparatos que, sobra decirlo, son parte fundamental
de la indumentaria juvenil. Un fenómeno de la era digital.
Mientras disfrutaba de uno de los crepúsculos más volados que he
visto, escuché una voz conocida en las bocinas del Outdoor
Theatre: "Vamos a divertirnos como si nadie hubiera bombardeado
Irak". Era Rubén Albarrán, el vocalista de Café Tacuba, que
apenas calentaba motores antes de iniciar el show que puso a
bailar a cientos de güeritas bien petateadas que no entendían
nada, pero que tararearon "La chica banda" y ¡"Eres"! En la
tocada de Café Tacuba me di cuenta que habíamos un montón de
mexicanos en el festival. Como era de esperarse, la banda sacó a
relucir el cobre (en el buen sentido, claro). En ningún otro
concierto se gritaron tantas ocurrencias, ni se bailó a brincos
desenfrenados, ni se fumó tanta hierba, ni se pidió a coro
"otra, otra, otra, otra." Y sólo Café Tacuba se atrevió a romper
las reglas sajonas de la puntualidad para aventarse un encore
fuera de su tiempo.
Cayó la noche y vimos a Weezer, uno de los platos fuertes. Pero
lo cierto es que nos metimos a Weezer para conseguir un buen
lugar para ver a Bauhaus. Llegamos hasta adelante, un poco
cargados a la derecha del escenario. Silencio, aire frío, un
rumor de graves que crece, estrobos de luces blancas que ciegan
y. Peter Murphy aparece colgado de los tobillos, con la cabeza
colgando a un metro del piso, como un vampiro, vestido de negro
y con los brazos cruzados al pecho. Así, de cabeza, ("Downside
Up", diría con fina ironía Peter Gabriel) interpretó el clásico
"Bela Lugosi's Dead". Una tocada inolvidable. Genial.
Tras ver a Bauhaus, el concierto de Coldplay fue una nimiedad.
Pan con lo mismo, dirían en la tele. Sensiblería para las masas,
llanto para los sufridos, mermelada de fresa. X & Y, el
nuevo disco de Coldplay, es la típica receta del brit pop
romántico aderezada con líricas lacrimógenas, aunque, hay que
aceptarlo, para nada baratas. Unas cuantas rolas de las
estrellitas del festival y huimos a la carpa Sahara para bailar
al ritmo de los Chemical Brothers.
La noche terminó excelsa, hasta que llegamos al tugurio del
chino. Fatigados, abrimos la puerta y sorpresa: el cuarto estaba
como lo dejamos en la mañana; las camas sin hacer, el baño
empapado, sin toallas limpias y el aroma a insecticida barato.
"!Maldito chino! 150 dólares y mira el cuarto", explotó un
compa.
A la mañana siguiente, domingo 1° de mayo, el diario local The
Desert Sun le dedicó la primera plana al festival con una foto
panorámica en la que se aprecia una multitud en el Coachella
Stage. "Coachella keeps it cool", cabecearon a ocho columnas. En
Indio, un pueblo en el que sólo pasa el viento, la llegada de
más de 100 mil rockeros es noticia de primera.
Otro desayuno bomba en Dennys, media hora de camino a Indio,
otra media hora de tránsito y otra más de caminata. Por más que
apresuré a los amigos, nos fue imposible llegar a la tocada de
Gram Rabbit, una banda local, del mero desierto Joshua Tree,
cuyo primer disco Music To Start a Cult To es un fenómeno
regional. Ni modo, arrancamos con Kasabian y luego M.I.A., esta
última, una casi desconocida pero muy talentosa joven nacida en
Sri Lanka con un sólo disco grabado, Arular. M.I.A. (Maya
Arulpragasm) presentó todo su repertorio en 50 minutos, una
suerte de tecno-dub rapeado que hipnotiza a cualquiera.
Después le dimos rienda suelta al shuffle, brincando del
tecno-dance de Miss Kittin al impecable sonido rock de los
canadienses The Arcade Fire y de ahí a Gang of Four. Unas chelas
en el bar vip, donde, según el reportero del Washington Post,
andaban Cameron Díaz, Johnny Depp y otras luminarias de
Hollywood. Por supuesto que no nos quedamos a averiguarlo, ya
que teníamos que acercarnos al Coachella Stage para ver a New
Order. Debo afirmar que, después de Bauhaus, el de New Order fue
el concierto que más me gustó, aunque la versión pop que tocaron
de "Love Will Tear Us Apart", (pieza fundamental de Joy
Division), más que emocionarme, me robó una sonrisa.
A New Order le siguió Nine Inch Nails. Algunos compañeros de la
prensa, en particular un japonés de pelos blancos y ropas negras
ajustadas, se cortaban las venas al defender a Trent Reznor y su
nuevo material. Cuestión de gustos.
Soportamos unos 40 minutos de N.I.N y huimos al Outdoor Theatre
para ver a una banda que le traía muchas ganas. Se llama The
Faint y hacen una mezcla de new wave y electro-punk tan buena
que me hizo brincar como chapulín entre una masa de teenagers
que se metían de todo. Para mí, una de las mejores
presentaciones del Coachella 05.
De camino al hotel, el lugar común se apoderó de nosotros: ¿Cuál
es tu Top 5? ¿De veras te gustó Nine Inch Nails? ¿No viste a
Fantomas? ¿A Mercury Rev? En fin, las preguntas que 100 mil
rockeros se debían estar haciendo en ese preciso instante,
mismas que provocaron apasionadas discusiones camineras. En lo
único que estuvimos de acuerdo fue en que Coachella es una
experiencia que se tiene que vivir cuando menos una vez en la
vida y en que nunca, por ningún motivo, nos volveremos a
hospedar en La Hacienda, de San Gorgonio.
El lunes, después de abandonar el cochino motelucho,
comparar los periódicos y empacarnos unos panqueques
esponjositos con mucha miel, tomamos la interestatal 10 con
destino a Los Ángeles y escalas obligadas en las estaciones
Amoeba Records, Virgin Records y Tower Records. Había que
gastarse los últimos dólares antes de regresar a la cruda
realidad.
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