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Los libros que no debes leer
por
Fernando M. Navarro
Abres la primera página. Algo indescriptible, quizá
un murmullo, o tal vez la risa amable de un espíritu, se
apodera de ti. Puedes sentir una punzada, leve como la lluvia
que cae sobre los quemados, pero tan certera que te cuesta
trabajo volver a llamar a las cosas por su nombre. Las
palabras se han apoderado de ti, y ahora no podrás sino morar
entre su reino. La tinta con que se escriben ciertas obras es
de un color tan parecido al de las lágrimas que leerlas es un
sacrificio por el que decidió contarte esas historias tan
bellas y esos sueños tan cercanos. Pesadilla o estigma, el
caso es que hay obras que escuecen, pican y te chillan hasta
que los párpados, derrotados, deciden apagarse, extinguirse,
diluirse en el licor de nuestras lágrimas. Esta es la lista de
los libros que no debes leer.
Mordisco Primero: Las Flores del Mal. Charles
Baudelaire
Un hombre atormentado que concibió el nacimiento de la poesía
moderna con esta sola obra, como un sumo sacerdote ordenándose
Mesías de una nueva y deslumbrante religión. El amigo de las
putas parisinas y toda su belleza, preparó estas flores malsanas
que dedicó a su maestro Théophile Gauitier y que constituyen el
más desgarrado canto que se ha hecho nunca a la vida impía.
Baudelaire se nos descubre como un paseante de las calles,
observador de las sombras (en ellas nacen y mueren los pecados y
los miedos) discreto y callado, como el filo de una navaja
penetrando en una piel joven, el poeta asume su condición de
vouyeur y describe un mundo decadente, poblado de belleza y
perversión, de drogas y malignos aromas. Como una pieza de
mármol que, bañada por el vino, va perdiendo parte de su
blancura hasta convertirse en una bella cicatriz.
Mordisco segundo: La Metamorfosis. Franz Kafka
Las miserias de un pobre hombre que de la noche a la mañana se
convierte en insecto, sirvió al inmortal autor de esta obra para
hablar de la asfixiante condición de un ser humano atrapado en
la viscosa coraza de la vida, la burocracia, las relaciones
sociales y el propio corazón. Cuando Gregorio Samsa (el
protagonista de la novela) se levanta convertido en horrible
bichejo, lo que hace es enseñar nuestra alma y empezar, poco a
poco, a destrozarla delante de la familia y los pesados jefes
del rutinario trabajo. Kafka, más lúcido que nunca (mucho más
que en El Proceso, quizá por la breve longitud de la obra que me
ocupa) deja seriamente mermadas nuestras conciencias cada vez
que acudimos (yo lo hago con mucha asiduidad, para no olvidar a
que género pertenezco) con la cabeza agachada, a esta obra y no
podemos evitar preguntarnos: ¿No me pasó esto a mí el otro
día?
Mordisco Tercero: Cosecha Roja. Dashiell Hammett
Mientras vas llegando a Personville (la peligrosa ciudad donde
transcurre la acción), tus miembros van cobrando una tonalidad
muy, muy negra. Notas un crujido en el pecho, aunque no le das
mucha importancia, ya te ha pasado otras veces. Si, suele pasar
cuando llegas al Infierno sin ni siquiera descender. Hammett nos
enseña, con la parsimonia con que devora el buitre a su pieza
viva, los entresijos de una ciudad corrupta, llena de auténticos
hijos de puta, dispuestos a matarte por ganarse algunos dólares.
Eficaz como un balazo en el pecho, la novela negra más negra que
jamás se ha escrito (Chandler nunca alcanzó tanta oscuridad, era
un sentimental) es un puzzle, un laberinto plagado de curiosos
personajes. Una joya que ha servido de inspiración para que el
nuevo genio del género negro (el maldito James Ellroy) rasgue
más aún en nuestras uñas.
Mordisco Cuarto: Crash. James G. Ballard
Es difícil, realmente complicado, encontrar belleza en los
entresijos de un automóvil destrozado. Hallar armonía en el
caótico amasijo de hierros, sangre y retazos de vida en que se
convierte un coche después de un accidente. Aún así este autor,
toda una institución para los lectores más voraces de
ciencia-ficción, consigue que no sólo percibamos cierto aire de
perfección en los rasguños brutales y el volante aplastado de
nuestro Mercedes, sino que nos horroricemos de que nuestros
amigos no lo vean así. Planteada como un delirio sobre la
pérdida de afectividad (magnífico el prólogo del autor) esta
novela es una pieza finísima, erótica y morbosa, peligrosa y
muy, muy afilada, que sólo se disfrutará si se es capaz de
augurar la nueva era. Una nueva era donde el placer alcanzará
extremos insospechados y nosotros seremos tan sólo figuritas de
un juego muy extraño.
Mordisco Quinto: Del sentimiento trágico de la vida. Miguel
de Unamuno
Un hombre está abrazado a aquella cruz. En lo más alto del
campanario, algunos de los abades intentan gritarle para que se
baje. Podría hacerse daño. Los mira y sonríe con lágrimas en los
ojos. Intenta, desde aquel símbolo, en lo más alto de la
catedral, escuchar el alarido de Dios. Sabe que grita mucho,
pero cuesta mucho trabajo oírle. Unamuno es ese hombre. Atado a
su razón, pero desangrándose en voz baja por la religión, esta
obra (Dios mío, que título) es uno de los manifiestos más
rotundos y desoladores sobre la soledad del hombre y su llaga,
la más pequeña, pero también la que más escuece, la de saber que
él que nos hizo a su imagen y semejanza, ha decidido no mirar
atrás y abandonar lo creado. Quizá si pensamos un poco, todos
nosotros haríamos lo mismo. Entonces entenderemos mejor lo que
tanto mal hace en nosotros, el silencio del Altísimo.
Mordisco sexto: Lolita. Vladimir Nabokov
Un pobre viejo(en realidad no tiene más de cuarenta años) que se
muere por una chiquilla (una nínfula) es la excusa que utiliza
el inteligente novelista Vladimir Nabokov para escribir una de
las obras más dramáticas, irónicas, precisas y maliciosas de
toda la historia de la literatura. Con una pluma insensata y
traviesa, la prosa de Nabokov nos conduce al viaje de estos dos
amantes imposibles y desquiciados por una Norteamérica perversa
y nocturna, llena de espacios en blanco sobre los que detener un
momento el coche y observar, lentamente, como los dólares y los
refrescos, están diluyéndose y perdiéndose, dejando tras de sí,
a un hombre ardiendo mientras baila con una niña, que grita
mientras ríe sus pantomimas y que muere mientras saborea sus
labios. La historia de amor y de sexo más decadente y trágica
que ha visto este siglo.
Mordisco
séptimo: Narraciones Extraordinarias. Edgar Allan Poe

Una visita a las ruinas de nuestras pesadillas, aquellas que
creemos olvidar cuando somos niños, que desechamos cuando
dormimos acompañados y que regresan a nosotros cuando regresa la
razón. El bostoniano, compuso una ración de belleza y terror a
parte iguales. Sus seres, hombres ahogados en vino o familias
perseguidas por la divina condena, sus ruidos, chillidos largos
y ruidosos, sus ojos, púrpuras, como la sangre más oscura, como
el amor más real. Una serie de cuentos que abarcan el humor más
negro (Los asesinatos de la rue Morgue), el lirismo más
desgarrado (El hundimiento de la casa Usher), la obra simbólica
y malintencionada (La máscara de la muerte roja) o el simple
terror (El gato negro o El caso de M. Valdemar). Las perlas de
nuestro miedo escritas en alguna pared o susurradas con lentitud
entre unas cortinas.
Mordisco octavo: En busca del tiempo perdido. Marcel Proust.
La extensísima novela (son siete novelas que constituyen una
sola obra compacta) en la que un hombre enfermizo, discreto,
tímido y feo, profundamente feo, nos enseñó a mirar a las agujas
del reloj como si de dos implacables verdugos se tratara.
Proust, nos habla de sí mismo, pero también nos habla del dolor,
de la pérdida, de los recuerdos, de todas esas piezas que un día
amamos y que, poco a poco, al ritmo al que cae la nieve sobre la
tumba de los que más quisimos, se llenan de polvo y se asientan
y se pierde el olor y olvidas sus nombres y no sabes si tienes
que gritar más alto para que te recuerden. Este hombre, con una
narrativa exhaustiva y detallista, aprendió a tejer las
telarañas sobre las telarañas que cubren lo que nos perteneció y
con ellas devolvernos, durante un breve instante, lúcido y
genial, pero un instante al fin y al cabo, lo que perdimos en
las curvas arriesgadas del camino.
Mordisco Noveno: El dulce porvenir. Russell Banks
Este semidesconocido autor se está abriendo poco a poco una
brecha a base de ir recopilando novelas sobre el dolor. Esta es,
junto a su otra obra clave Aflicción, uno de esos libros donde
las lágrimas se nos escapan con el sonido de las hojas al pasar.
Uno de esos libros que alguien, por motivos desconocidos, más
que escribir, araña y donde cada una de las palabras está
escrita pensando en el daño emocional que puede causar sobre el
lector, que, aturdido, duda de si se llega, con tanto dolor, a
algún sitio. La premisa es preciosa, un bello pueblecito nevado,
se queda sin niños tras un dramático accidente del autobús
escolar. Un abogado llega para sacar algo de dinero de todo
esto. Lo dicho, demoledor.
Mordisco décimo: Poeta en Nueva York. Federico García Lorca

Las miserias que sufre un poeta ante los demonios que habitan en
la Gran Manzana (Podrida) son sin duda el testimonio más
escalofriante sobre lo que puede sentir un corazón sensible (uno
de los más sensibles de todo el siglo XX) ante el caos y la
desesperación que reinan en las grandes ciudades. Un retrato que
escuece más por su delirio y su locura que por su rudeza. Una
obra que es casi una pincelada de ácido, una mano que sobresale
del río y que puede pertenecer a un mendigo, a un hombre rico o
a los espíritus que el sistema del país de las oportunidades
devora cada vez que tiene ocasión. La visita del genio de
Granada a Nueva York, se saldó con la oda más nefasta que jamás
se haya escrito a una ciudad. Una invitación a no acudir a uno
de los rincones más visitados del planeta.
Mordisco certero: Bajo el volcán. Malcolm Lowry
Durante el día de los muertos, que en México se celebra por todo
lo alto, como una fiesta alegre, llena de luces (unas luces
verdosas y pegajosas, pero luces) y caramelos, en Cuernavaca un
hombre empieza a morir. Consumido por el alcohol, el cónsul, (o
lo que es lo mismo, el propio autor) acude bien vestido y
perfumado al infierno bajo el durísimo sol americano. Novela
horrible y angustiosa, la pluma de Lowry, se descubrió como la
más sucia, la más desgarrada al describir esta historia con una
visceralidad y una desesperación que la convirtió en la obra más
dura de toda una época. Lowry nos arrancó la piel una vez y se
quedó (poco tiempo) para vernos gritar intentando que Dios o
quien demonios fuera tuviera piedad de nosotros y nos permitiera
morir rápidamente en aquel desierto y aquella montaña.
Mordisco de gracia: Berlín. Lou Reed
Grabado en 1974, Berlín es el disco más dramático que jamás se
haya grabado, una pieza durísima y maldita. El libreto del Lp,
contiene la historia más triste y sincera que se ha escrito
nunca para una obra de rock. El itinerario de dos pobres
drogadictos en la ciudad del muro, desde que se conocen hasta
que ella decide cortarse las venas, pasa por ser un ejemplo más
de los bellos textos que la cultura del rock puede aportar a la
literatura. La garganta de Reed canta todas y cada una de las
canciones con una desidia, una falta de pasión, que acentúa la
sensación de que las drogas no te permiten ver que eso rojo es
la sangre de tu mujer derramándose entre las sábanas donde
empezasteis toda la historia. Como el corte frío y seco del
cristal sobre tu frente, (justo donde se escriben las profecías
sobre tu caída y la muerte de tus hijos, muy lejos de donde los
concebiste) Berlín es más que un disco, es un arañazo recubierto
de sal y vinagre que te invita, amablemente, a otro (siempre el
penúltimo) mal viaje. Y a mí me sirve para abandonarte al vacío
pidiéndote que por favor no te hagas con estas obras. No te
hacen falta.
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