Tras la muerte de Tito, Yugoslavia como tantos otros países desolados por los derroteros de la injusticia bélica, quedó desnuda. Era entonces, el momento en el que una corriente de alocados y convencidos jóvenes tomaron el timón del barco de la libertad. Bajo el nombre de Nuevo Primitivismo y con Nere Karajlic a la cabeza, el movimiento construía grandes refugios en los que se quería cambiar su caminar en el quehacer diario. Romper con lo establecido, con las creencias, la política y la viejuna sociedad. Uno de esos reductos al que se acogieron, fue la música. Entre las bandas punteras del movimiento, había una. Era la de Karajlic y llevaba por nombre Zabranjeno Pusenje (prohibido fumar). Poco después adoptaría el hoy mundialmente conocido The No Smoking Orchestra. Nunca antes la banda pisaba suelo granadino. Emir Kusturica y los suyos, entraban en escena. La revolución ya era una realidad.
Con media hora de retraso según lo previsto y con un calor sofocante, los focos maquillaban las ya sudorosas faces de los asistentes. Dicen que unos 700. El folclore y el punk gitano se prestaban como los géneros con los que deleitar a la masa. Y de esto, la TNSO entienden un trecho. Se esperaba baile y música popular. Y así fue. Casi dos horas de electrizante y verbenero movimiento. Tiempo suficiente para darse cuenta de que lo suyo no es el virtuosismo. Ni mucho menos. Lo que les va es la juerga, hacer música facilona y sin grandes alardes. Y les funciona. Llevan ya unas décadas moviéndose en estas batallas nocturnas. Es su apuesta y ha calado en un público de lo más variado.
Uno no atisba a divisar muy bien hasta que punto es una fórmula de calidad. Vamos, mentarlo por el mero hecho de que en ocasiones mucho ruido y pocas nueces no convence. Con entradas a 30 euros, la exigencia debe ser mayor. Y por ello, el espectáculo debe ir más allá de una mera verbena, eso sí, muy bien dirigida. De agradecer fue que tocasen sus temas más famosos - Unza Unza time, Daddy´s gone o Bubamara, entre otros- pues se intuye que entre los asistentes, los personajes de ficción abundaban más que los reales. Es decir, menos mal que la banda sonora interpretada caminó por la senda del conocimiento de los temas, pues sino a más de uno, le hubiera sentado mal la cena. Más que nada porque se observaba que lo único que conocían era la figura de Kusturica. Puede que solo sus películas. Quizá, simplemente, el nombre de alguna. Y así, es muy fácil hacer mover el esqueleto ya que el ensimismamiento no permite pornerle peros a lo interpretado.
En cuanto al ejercicio de estilo de la banda citar que es aceptable. Sin duda, la figura del violín sobresale sobre los demás instrumentos. Kusturica se limita a su guitarra. El líder y cantante, Karajlic, hace el papel que le corresponde, el de showman. Y puede que por las tablas que atesora, inyecta una dosis de moderada adrenalina que contagia a los suyos. E inevitablemente, se mete al público en el bolsillo. Un espectáculo tirando más hacia lo circense. De letras, se intuyen, controvertidas y picaronas. Y con un sentido del humor que parece ser su mejor aportación. Aunque al mismo tiempo, la conjunción de elementos punk con el antiromanticismo que desbordan, se presenta como una original unión cuanto menos atractiva y morbosa.
Ayer era 'Tiempo de gitanos', y de críticas a la MTV. De igual modo que de fiesta de pueblo. De hecho, el escenario se convirtió en un improvisado campo de recreo para unos cuantos. A veces, incentivados por los miembros de la banda, en otras por las garras del alcohol. Y pagar una elevada cantidad para ver a veinte tíos dar botes en una tarima, no parece muy recomendable. De todo ello, se desprende lo siguiente: The No Smoking Orchestra es una buena formación que luce en otro tipo de escenarios (no en una discoteca en la que se respira a éxtasis líquido y las botellas de agua cuestan tres euros). Tienen buenos argumentos para que el público, su verdadero público, disfrute con su forma de combinar el folclore con el punk. Además cuentan con la figura de un renombrado cineasta. Y como líder, está una de las voces más representativas del cambio juvenil de Yugoslavia. Pero quizá estén más encumbrados de lo que son. El apellido Kusturica viste mucho. Ver un concierto de la TNSO es algo divertido, distendido. Puede equiparse a una buena borrachera. Pero punto. España, quizá por aquello de cercanía mediterránea, sea uno de los destinos en los que la formación obtenga una buena acogida. Y la de ayer, no fue para menos.
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Dj Benas amenizó la espera
Emir Kusturica & the No Smoking Orchestra
01/02/2008. Sala La Riviera. MadridFotos y crónica Javier Alonso Juliá y Marina Sanz Domínguez
El primer día de febrero nos trajo un estupendo concierto y así lo atestiguaba el cartel de entradas agotadas durante toda la semana. El director de cine serbio, Emir Kusturica y su The No Smoking Orchestra aterrizaba en nuestro país para interpretar los temas de siempre y principalmente algunas de las composiciones de la ópera "El tiempo de los gitanos", los temas de su reciente trabajo "Time Of Gypsies".
Esta banda es una especie de compresor de la tradición regional procesadora de la influencia que ejerció en Yugoslavia la música árabe, hindú, rusa, griega e italiana. Comandado por su cantante, el Dr. Nele, el grupo pasó por humor, surrealismo y sarcasmo todos esos sonidos, los reforzó con una armadura tecno rock y definió su esqueleto de criatura de los Balcanes de entreguerra. Su sonido lo definen sus autores como "Unza Unza" mezcla punk, funk, ritmos gitanos, jazz y otros estilos que hacen a este estilo único y movido. Todos estos alicientes parecían suficientes para esperar un buen concierto, que pasó a ser extraordinario, según fueron avanzando los temas que sonaron en una noche realmente memorable.
Pasadas las 21.00 de la noche y con la Sala La Riviera a reventar, bajo el majestuoso himno de la Unión Soviética, el grupo salió al escenario bajo el aplauso de la muchedumbre. Emir, batuta en mano, comenzó la noche dirigiendo a su orquesta, en la más absoluta oscuridad. Tras esto le tocó el turno al Dr. Nele, que tomó los mandos de la actuación, al más puro estilo showman. No paró de hablar y animar al público, mientras se recorría el escenario de una punta a otra, e incluso hizo uso de las dos barras contiguas al escenario, a la que muchos grupos están cogiendo el gusto, para ampliar su escenario y acercarse más al público de toda la sala.
El espectáculo comenzó con temas de su gran disco "Unza Unza time". El resto de temas que fueron conformando el setlist salieron de las bandas sonoras de sus aclamadas películas, como "Gato Negro, Gato Blanco", "La Vida es un Milagro" y principalmente "El tiempo de los Gitanos", de la que el pasado año realizó su primera opera punk y que estrenó en la Ópera de la Bastilla de París. También hubo hueco para temas de "Undeground".
Una exquisita banda de músicos con todo tipo de instrumentos (violín, acordeón, guitarras, trombón, batería, teclados y bajos); un invitado sorpresa Diego Armando Maradona; y un público enfervorizado; fueron los ingredientes perfectos para hacernos pasar una noche inolvidable.
El público tuvo la posibilidad de subir al escenario en varios de los temas, e incluso varias féminas bailaron junto al astro Argentino, que no paró de bailar y animar a la banda. El Dr. Nele acabó casi sin ropa al final de la actuación, mientras el violinista y Kusta se batían en duelo, violín vs guitarra eléctrica contra un arco gigante que sostenían dos voluntarias del público. Tras dos horas y cuarto de concierto y un bis realmente frenético, acabaron con el tema "Djindji rindji bubamara", con el que el público quedó realmente satisfecho.
La vida es una fiesta
14 /01/ 2004 LA RIVIERA Madrid
por Antutxo Martínez Ariza - IndyRock
Foto Ana María Lencero - IndyRock
Lo advertía el Dr. Nelle Karajlic en la rueda de prensa (hay que divertirse), y lo decía el propio Kusturica después de la intro del concierto (Dr. Nelle Karajlic: the biggest showman in the world), pero creo que pocos se hacían una idea de la que iba a liar esta atípica banda en su concierto de Madrid. Una fiesta sin límites.
Y eso que basta acercar una oreja a los trabajos de estudio para darse cuenta de por dónde van los tiros, música divertida, para pasarlo bien y no dejar de saltar, sin aspavientos, eso sí. Pero es que en directo esa combinación de melodías balcánicas y bases punk es una auténtica explosión de energía. De primeras son la banda menos glamorosa del mundo. Nada de poses o posturitas sobre el escenario, nada de juegos de luces deslumbrantes o limones gigantescos, el espectáculo son ellos mismos. Que si uno se disfraza de aladino, que si otro parece primo de los Medina Azahara, que si el bajista es una versión kistch de los gitanillos macarrones, que si el violinista lleva una túnica, que si la guitarra tiene bombillitas de colores y un dispositivo para que gire cuando apagan las luces. Unos horteras, vamos. Pero en el sentido divertido de la expresión, entiéndase, porque lo cierto es que lo hacían con tanto desparpajo que era necesario reírse. Y luego el señor doctor, atención al personaje. Es una especie de Austin Powers balcánico en versión hiperactiva, no paró quieto en las dos horas que duró el asunto. Empezaba el tratamiento de un modo suave, las dinámicas de grupo al uso (yo digo algo y ustedes contestan, ahora dan palmas, y todo eso). Hasta que descubre a una chica que le mola en uno de los laterales y se encarama a una de las barras de la sala para cantarle una serenata. ¡Con cinco de los músicos! Y eso era sólo el comienzo. Luego vino el citado numerito de las bombillas en la guitarra, no se veía nada tan hortera desde que David Hassselhof (vaya usted a saber cómo se escribe el apellido) cantó en TVE hace una pila de años con una chupa de cuero luminosa. El violinista se acopló el arco al calcetín y tocaba moviendo el violín, justo antes de que sacaran a dos chicas del público y les dieran un arco gigante donde poder seguir haciendo música. El propio Kusturica se apuntó a la idea y frotaba la guitarra con el superarco, mientras el doctor prefería frotarse con las señoritas.
Aquello se empezaba a parecer a cualquier cosa más que a un concierto, y mejor así, por que le daba a uno todo el aspecto de haberse reunido con dos mil colegas para hacer una fiesta. Hasta trucos de magia había, que el violinista se cambiaba de túnica detrás de un lienzo sin dejar de tocar y en lo que dura un abracadabra. Entre tanto, Karajlic gritaba, saltaba, cantaba, bailaba, se subía a la otra barra, le mangaba a uno del público la bandera de Croacia que había llevado y se envolvía en ella, posaba para las fotos, se escurría, sacaba a otras cuatro chicas y las ponía a baliar, se quitaba la camisa (y qué camisa), se bajaba los pantalones, hablaba con el público, bebía agua, abrazaba al del trombón, sudaba a chorros, presentaba a la banda, lanzaba lencería al respetable, se metía a la gente en el bolsillo de los trucos y ponía todo el mundo a saltar. El único que mantenía la compostura era el batería que, por cierto, no era en esta ocasión Stribor Kusturica, el hijo del jefe.
Pero daba lo mismo, por que los que estaban se bastaban y sobraban para conseguir que aquello fuese un desmadre de lo más divertido, dos horas de pura fiesta, sin un momento de descanso ni para tomar aire. Sólo cuando empezaron el bis se marcaron una especie de canción popular abrazados en el borde del escenario y con aires etílicos. Los momentos más grandes coincidieron, como es natural, con las canciones más conocidas 'Was Romeo really a Jerk, 'Djinji Rinji Bubamara' y, por supuesto 'Black Cat White cat', que se guardaron para el final y dejaron a la gente tan agotada de saltar como con ganas de volver a verles prontito, que estos son de los que reparten felicidad. Como Yaiza (Nebreda Sanchez), que con sólo dos días tiene gran habilidad para sembrar sonrisas.
La vida es un milagro
Dice Kusturica que hace cine para que la gente se lo pase bien, que lo que realmente le gusta es entrar en una sala donde se proyecta una peli suya y ver que todo el mundo respira del mismo modo. Porque si uno vive en un país en el que, según afirma el Dr. Nelle Karajilic (que no sólo canta con la No Smoking Orchestra, si no que también se atreve con un papel en la película y con la rueda de prensa), cada generación acarrea a sus espaldas un par de guerras, más vale tomarse las cosas con calma y disfrutar de la vida.
De todo esto hay en la última producción del serbocroata, de ganas de vivir, de optimismo, de velocidad y sentimientos. Con la vergonzante (sobre todo para Europa) guerra de los Balcanes de trasfondo, el ingeniero Luka se enfrenta al desmoronamiento de su mundo con una paciencia que ni el santo Job, oiga, y sin perder la sonrisa más de lo conveniente. Resulta que su mujer, todo un carácter, se le marcha con un músico húngaro (el bandarra de Karajilic) el mismo día que a su hijo le llaman a filas no para hacer la mili, como él se empeña en creer, si no más bien para pegar barrigazos y tiros a partes iguales en el frente de batalla. Pero sin dejarse llevar por moralinas facilonas o sentimentalismo hiperglucémicos, Kusturica va tejiendo una hermosa historia de amor entre bombardeos que habla de todo aquello que está (o debería estar) por encima de los conflictos: las personas. Luka se encuentra haciendo de carcelero de una muchacha musulmana (Sabaha) a quien tiene la sana intención de canjear por su hijo Milos, que ha caído prisionero del otro bando. Pero lo que decía, las personas, el ingeniero no deja de ser un tipo de lo más normal y en la soledad de la montaña, se encuentra protegiendo a la chica y siendo cuidado por ella. De ahí al amor, sólo hay un obús del quince (literalmente).
Menos surrealista que, por ejemplo, Underground, 'La vida es un milagro' es una película que confirma lo que se vio en 'Gato negro, gato blanco', que este tipo con alma de gamberro se va haciendo mayor y ganando en coherencia, al menos a la hora de contar historias y tratar a los personajes. Tremendos los protagonistas y geniales los secundarios, el cartero torpe, la esposa loca, el viejo ermitaño, el hijo futbolista, el alcalde traficante, el militar idealista (que además es el batera de la No Smoking, y retoño del jefe) e incluso el burro sentimental. Una peli para sacarle mucha miga (la escena del partido de fútbol le hace pensar a uno la cantidad de armas que estaban pululando por la zona sin demasiado control) si se lee entre líneas, y para disfrutar durante las dos horas y media largas que dura. Un lujito. Como el milagro de la vida.
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