Femi Kuti. Cuestión de adaptarse.
por Antutxo Martinez Ariza - IndyRock
Fotos Eduardo Benito - IndyRock
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Había ganas. Ganas de ver a Femi Kuti en directo, de comprobar cómo se las gastaba en el escenario un músico que ya había demostrado su buen hacer desde que editara el impresionante 'Shoki shoki'. De disfrutar de un músico que había conquistado por méritos propios, antes de tirar de árbol genealógico y verle el padre, la generación anterior que se me queda también un poco ajena. Se prometía un concierto comprometido, reivindicativo a fuerza de grooves potentes y guitarras, vientos escaladores y baile.
Pero las cosas se fueron poniendo extrañas muy desde el principio. La promoción muy escasita y rara, apenas carteles, y sin embargo los periódicos gratuitos le dedicaban bastante espacio. Cuando llegamos a La Riviera las puertas cerradas, poco ambiente de fiesta. Y una vez dentro, ambiente frío, muchas mesas, poca gente. La cosa se va retrasando y aquello no termina de llenarse, quizás doscientas personas, concentrándose en la pista frente al escenario. Pero eso no tenía por qué ser un problema, una fiesta privada también podía ser grande, pensar que Femi Kuti iba a tocar como si fuera una sala pequeña, la cercanía con el artista que siempre gusta, que hace sentir un punto especial a todo el mundo, el calor de tenerle ahí, al alcance de la mano.
De pronto ocho músicos arriba, creando un groove circular, acelerado, de estos que tiran de los pies y te ponen en movimiento. Un bajista de lujo, un guitarrista juguetón y sección de vientos, los teclados dirigiendo el camino mientras las percusiones y el batería hacían andar al tema. Y en esto que salen tres chicas preciosas luciendo modelito étnico, moviendo las caderas a velocidad vertiginosa y, francamente, no contaba con algo así. Antes de que la sorpresa dejara cerrarse la boca, Femi Kuti sale al escenario, se acerca al hammond y aquello empieza a perder sentido. Crece la sensación de que no es el sitio, no es el público, no es el momento de algo así. Hay suerte y son sólo unos acordes, coge el saxo y se lanza a un solo con deelay que le queda hipnótico, rozando la psicodelia por el lado de Nigeria y las cosas se ordenan, continúa el baile.
Sólo un espejismo. Porque enseguida Femi se quita la camiseta y se parece mucho a Fela, algo que chirría. Lo dicho, esto puede funcionar en el Etnosur, delante de 2000 personas, pero no aquí y desde luego, no ahora, con la poca gente. Por si fuera poco, el tema es '97', a la memoria del padre muerto, y el sentimiento que le quiere poner es sobreactuado, sospechosamente estudiado, frustrantemente falso. A partir de ahí quedaron dos cosas claras: Una, la actitud de Femi Kuti es la de las estrellas del r'n'r, poses, bailes, temblores, puro espectáculo que nos pilla mayores, sinceramente. Algo soportable mientras se mantuviera apartado del hammond, aunque repitiera hasta el aburrimiento el truco del saxo con deelay. Y dos, la banda es de otro planeta. Tocaban de memoria, como quien va a la compra, sin darse importancia, ignorando soberanamente las marcas teatrales de la estrella, montando la fiesta por su cuenta. En sentido literal, el guitarrista ligaba con una de las bailarinas, que luego se iba a mover las caderas delante de él, el bajista le tiraba agua, el teclista impactaba en el cráneo pelado del trombonista con una botella de plástico y alguien del backstage llamaba al orden. Alguien al que hicieron el mismo caso que a Femi. Sólo cuando se giraba todo el mundo se ponía a disimular, como una clase de estudiantes revoltosos (y el peor era el guitarrista, habría que dejarle sin recreo).
Mientras, la estrella a lo suyo, intentando las dinámicas de grupo, con más bien poco éxito, empeñado hacer ruido con el hammond, ahondando en un error de concepto, en no interpretar la situación. Cuando se marcó un tema que sonaba a rock gótico llegué a la conclusión de que no tengo edad para estas cosas, que me quedo los discos y me voy a comer un bocadillo antes de que tire la púa.
Mientras subimos por la calle Segovia, peleando contra el frío, me dice el fotógrafo de pasarnos por el Central, que hay una chica y que le deben pasta. Luego resulta que además toca Ben Sidran en cuarteto, un jazz elegante como el saxofonista, americana negra, jersey de cuello alto, gafas cuadradas. Dejo a Edu con la chica y me siento en el sillón, le doy un trago a la cerveza, enciendo un cigarro. Ahora sí. Al final la cosa no ha salido tan mal. Es cuestión de adaptarse. Si Femi no lo hace, no deja de ser su problema.
Femi Kuti.
por Antutxo Martinez Ariza - IndyRock
Hablar de Femi Kuti es hablar, aunque sea de pasada, de su padre. El malogrado Fela Kuti marcó una época en los 70, cuando colaboró en dar forma a lo que se vino a llamar afrobeat, una música que recogía los ritmos del áfrica más negra y los revisaba a golpe de groove, guitarras wah wah y metales.
Pero hablar de Femi Kuti también es hablar de cómo evolucionan los estilos. El nigeriano no se contenta con explorar los espacios que ya visitó la generación anterior, si no que amplía sus horizontes hacia el Jazz, el R&B, el hip hop e incluso el house. Creciendo en el tiempo en que vive, su música no se deja estancar en los placeres de la herencia (y seria fácil, ejemplos no faltan) si no que busca tanto fuera como dentro los ingredientes que le evitan convertirse en fósil.
Desde que editara el magnífico 'Shoki Shoki', un trabajo que le uso en el mapa de esta sociedad rica del norte con voz propia, su música no ha dejado de crecer. Para que uno se pueda hacer una idea de lo que supuso este trabajo, hay que tener en cuenta la casi inmediata publicación de un disco exclusivamente de remezclas ('Shoki Remixed'), en el que metían mano gente de la categoría de Da Lata, Masters at Work o Brian Eno. Gente que, en principio, muy poco tiene que ver con el movimiento afrobeat, pero que se acercaron al trabajo del hijo de mito, que se convirtió definitivamente en icono por méritos propios.
Y más allá de lo estrictamente musical, en su universo cabe el recuerdo al padre muerto, la denuncia social, los ataques a la dictadura nigeriana (sustentada como es habitual por los USA, el petróleo), el abandono de un continente entero asolado por el SIDA. Es africano y orgulloso, profundamente negro, peleón y potente (fight to win, llamó a uno de sus discos). Letras de lucha social, el fuego en las calles, la revolución que se hace necesaria, otro tipo de mundo.
Ahora se deja caer por España acompañado por la 'Positive Force' para presentar su último trabajo, 'Africa Shrine', un disco llamado a ser grande, necesario como la mala leche, la mirada a un tercer mundo que no sólo está en las noticias si no que nos toca en lo más profundo, más allá de los discursos solidarios edulcorados y autocomplacientes, palabras huecas. Un músico para escuchar, para bailar y para pensar.
Biografía
Femi Kuti Nace en 1969 en Lagos, Nigeria. Hijo del líder nigeriano Fela Anikulapo Kuti, ha heredado con éxito el legado de su padre. Apoyado por su percusión pesada, los denominados Long Horns, Kuti crea un sonido inspirado en el baile, con un saxofón dinámico que suena a las voces del soul. Mientras que comparte la pasión de su padre por las letras políticas, Kuti da mayor énfasis a los ritmos recargados y arreglos con tono espiritual. Según el The Boston Globe "el cuerpo de Kuti forma parte del show. El lleva la dirección de la sección de cuerno, de los cantantes de fondo y bailarines (dos de ellos son sus hermanas) y el ritmo con su propio cuerpo, con sus movimientos en el escenario. Recoge la esencia del universo y la expande, ganándose al público con ello". Miembro desde 1980 de la banda de su padre, Egipto 80, Kuti asumió el liderazgo del grupo cuando su padre fue encarcelado por el gobierno de Nigeria en 1985. Tras la liberación de su padre dos años después, forma su propia banda, Positive Force. Firma con Motown en 1994, y lanza su primer disco "Femi Kuti", y unos pocos singles, incluyendo ""Wonder Wonder". A finales de 1999, Kuti firma con Polygram, exactamente con su subsidiaria Barclay. Su primer álbum para este sello es "Shoki Shoki", seguido por "Shoki Remixed" y "Fight to Win", con los que consigue el reconocimiento a nivel internacional. Tras tres años de intensas giras y grabaciones, Femi Kuti edita ahora un nuevo trabajo discográfico "Africa Shrine",en el que, aparte de su gran herencia afro beat, nos acerca también a nuevos sonidos de jazz-funk e incluso algunos toques de hip hop. Un regreso lleno de fuerza y una puesta en escena que nadie debería perderse.
In 1998, when the eldest son of Fela Anikulapo-Kuti finally proved to the ears of the world that he wasn't a genetic shadow of the Black President and that the planet could count on him, the country was coming out of close to 20 years of military dictatorship. The world's sixth largest oil producer, the cultural giant of the black continent, was preparing to freely elect a new President. Sani Abache, the last Nigerian kleptocrat, had been dead for a year, a victim, according to rumours, of a Viagra-charged orgy that went wrong. Freedom was on the march. It's in such an uncertain context that Fight to Win appears, equipped with 12 tracks like spokesmen for a tomorrow yet to be decided, whatever the Cassandras may think. All the same, a thorough pessimist, the first to recognize the evils that still stalk his country, from the opium of religion to corruption, Femi has neither put away his protective sax nor softened his views. Not at all. As if motivated by the new freedom of expression in his country, Femi has never been as incisive and precise. In three years, the Yoruba twin has had time to find his own way, as much in terms of his weighty paternal inheritance - Afrobeat - as towards the ethnic traps that spring from his own social statute. If he's Yoruba - like his scathing attack, Alkebu-Lu, denouncing the Western hold-up that includes even the names of the countries of the black continent -, Femi has freed himself from his statute of Lagos spokesman to become he who speaks out in the name of all Nigerians. For all Africans. And to all those, moreover, who think music can still have a meaning. The other challenge to be met was, in effect, to address directly once again the West. To all those who, from New York to Paris (where this album was produced by Sodi), have already made this man the main representative of the New Africa. Fight to Win hasn't lost its soul in the assumed comings and goings between North and South. Born in London, educated in Lagos, nurtured by American beats, Femi has even succeeded in bringing to his own soil the New Yorker Mos Def (on Do Your Best); his Chicago alter ego, Common (on Missing Link); as also the revelation Jag, on the astonishing single with the same name as the album, here boiling over with suppressed tension, like a day of traffic jams on the Third Mainland Bridge in Lagos. And for the first time, as a way to cut finally the umbilical cord with he "who carried death in his quiver," the man about whom he finally speaks in the most poignant track on the disc ('97), Femi releases his own political bombs. Traitors of Africa is at that level emblematic of the changes come about in three years, an eternity in the head of this 39-year-old adult. Abandoning metaphor, Femi practises for the first time the name-dropping developed by his father. With two years to go before the next presidential elections -- expected to be crucial as much for the country's future as for the whole region --, Traitors of Africa doesn't hesitate to aim directly at Ibrahim Babangida, alias IBB, alias the Maradona of Nigerian politics, alias the Prince of Niger, and that at the moment when this former Nigerian dictator is preparing his return to the political arena, backed by a war chest estimated by the American business magazine "Forbes" at around 21 billion dollars. Three years since Shoki Shoki. Four years since Fela was interred in an Ikeja mausoleum. Four years, as well, since Sola and Frances, respectively a sister and a cousin of Femi's, both also tragically disappeared. An eternity. Femi Kuti no longer plays. He simply is. With his wife Funke, his son Made, his other sister Yeni, he is henceforth a planet well placed in the constellation of messengers. We left him as an inheritor. We find him anew as a descendant. But "the son of the tiger remains a tiger," recalls a Yoruba proverb. With Femi, music asserts itself more than ever as the weapon of the future and of pan-Africanism, to taaake up the vision developed by his father. This musician of entropy, of Lagos 2001, of that controlled chaos where one moves without warning from the medieval to the mobile, has put no more in these 12 tracks than the munitions necessary for the reality of a budding twenty-first century. Less mysticism, more pragmatism. Less trance, more self-control. The beat, more taut, passes from malarial febrility to twilight calm. Among waves of brass there is henceforth electronic spray. And Money Mark, keyboards player of the Beastie Boys, parades his black and white notes. In a word, Fight to Win is an album resolutely rooted in today's Africa. And if it's only an echo of that new African community that despairs of exorcising its old demons, it is without doubt the most eagerly awaited testimony of the autumn. With Femi, one can definitively open one's eyes on the aspirations of the young children of Africa's independent states.
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