Crónica y fotos Luis Rodrigo Alvárez - IndyRockPrimavera club 07
El fin de semana pasado se celebró la primera edición de un evento que, más allá de su propia vocación de festival, viene a ser la confirmación del buen estado de salud y la aceptación del que sería su hermano mayor, el Primavera Sound. Los organizadores parecen confiar firmemente en esta apuesta urbana para melómanos amantes del confort. Porque el mito de Woodstock está muy bien, pero el poder irte a casita a dormir después de una exhaustiva jornada de conciertos. eso no tiene precio.Viernes 1 diciembre
Los que ya hayan asistido a alguno de los Primavera Sound que se han celebrado en el Fórum de Barcelona se pueden hacer una idea de lo que fue la organización: estrictas medidas de seguridad y control que impedían cualquier esperanza de colarse o de poder entrar a algún amiguete por la patilla, pero que redundaban a su vez en una organización eficiente, unas instalaciones bastante cómodas con áreas de descanso y lavabos descongestionados y unos precios aceptables en las bebidas.
La asistencia fue algo menor de la esperada por la organización, pero eso no fue sino una ventaja para que los que estuvimos allí pudiésemos disfrutar de más holgura y menos aglomeraciones en los dos espacios habilitados para el festival: el Auditori y el Centre de Convencions Internacionals de Barcelona (CCIB).
El primer grupo que tuve la suerte de ver en directo fueron The Twilight Singers y, si algo se puede decir en positivo de su concierto, es que fue el más apasionado del festival. Gracias su arrojo, la banda del ex-Afghan Wighs, Greg Dulli, pudo superar los múltiples problemas de sonido que, por momentos, parecía que iban a dar al traste con el recital. En vez de eso, optaron por el revulsivo de invitar al público que había medio llenado los asientos del Audiori a levantarse y acercarse al escenario. Con un pie en el rock y otro en el soul, transcurrió un concierto que fue de menos a más y que tuvo como culminación el momento en el que el carismático Dulli sacó el micro del pie ( ¿por qué se hace tan poco esto? ) y se dejó llevar por su vena de crooner arrebatado. Imperfectos pero estimulantes.
Después de ellos, Richard Hawley ofrecería un concierto prácticamente calcado al que vimos hace medio año en el Primavera Sound: elegancia, sobriedad, flema británica y unos temas sencillamente deliciosos, algunos de los cuales podrían pasar por clásicos de toda la vida, de los que cantaría tu padre en el karaoke si fuese anglosajón. Una repetición agradecida.
No sin cierto estrés provocado por ir rebotando continuamente de un escenario a otro, pude llegar a ver parte de la actuación de los jovencitos The Boy Least Likely To en el CCIB. Pop saltarín y muy naïf que, pese al garbo que le ponen estos ingleses, no pasó de ser un aperitivo tan aceptable como olvidable.
La noche en este recinto empezaría a coger cierto peso con la actuación de Sparklehorse, el grupo del torturado Mark Linkous. Pese a tener un directo estático y hasta apático por momentos, los americanos brillaron precisamente por lo contrario de sus predecesores en escena: tienen fondo, personalidad y, ante todo, muy buenos temas. Esperemos que su reciente disco sea la primera piedra de una recuperación definitiva de la banda.
Para el final lo mejor: They Might Be Giants, un grupo que no había pisado todavía la ciudad se estrenó con un concierto que sorprendió a todo el mundo. Estos nerds cuarentones fueron un punto y a parte dentro del festival por su actitud, su retorcida propuesta, su humor surrealista y su potentísimo y desquiciado show. Está claro que lo suyo no es lucir palmito, que fueron probablemente el grupo peor vestido del evento, pero para aquellos que aún tenemos alguna capacidad de sorpresa, su concierto fue una bocanada de aire fresco. Interpretaron una selección variada de temas de su ya dilatada carrera, incluyendo algunos de sus magníficos últimos discos para niños: "No!" y "Here come the ABC's". Dinámicos, frescos y radicalmente diferentes, en ese momento pensé que acababa de presenciar el mejor concierto del festival, pero lo que tenía que ver al día siguiente me haría reconsiderar mi posición.
Sábado 2 diciembre
El segundo día fue quizás el día fuerte del Festival, tanto por la mayor asistencia de público (aquello pasó de verse medio vacío a verse medio lleno, por decirlo de alguna manera) como por la expectación que creaban unos nombres propios con gran peso específico y poder de convocatoria entre la comunidad indie.
En el CCIB vivimos una jornada decididamente popera. Las Pippettes, ese hype que le gusta tanto a todo el mundo, demostraron para mi sorpresa que son solventes encima del escenario. Ni ellas ni sus temas van a pasar a la historia, pero como mínimo hacen pasar un buen rato tanto en disco como en directo. Y están bien macizas, por qué no decirlo.
Tras ellas, ese colectivo llamado The New Pornographers se convertirían en una de las decepciones del Primavera. No por ofrecer un mal concierto, sino porque, tras escuchar sus apabullantes discos, uno espera algo más que un recital de mero trámite en el que, además de no amenizar con ninguna sorpresa, los canadienses acusaron más que ningún otro grupo las carencias de sonido del nuevo recinto. Sus brillantes temas perdieron matices ahogados en un sonido atronador y sucio, que rebotaba demasiado por la enorme sala a pesar de la apreciable concurrencia de la que gozaron. Se merecen una segunda oportunidad; seguro que tienen más que demostrar.
El último grupo que pudimos ver en este escenario fueron los clásicos Teenage Fanclub. Un claro ejemplo de grupo eficiente, los ya mayorzotes galeses venían para interpretar los temas de su gran disco de referencia "Bandwagonesque" y cumplieron. Aunque el concierto estuvo necesariamente exento de sorpresas, contentaron de sobras a los numerosos fans que allí se congregaron.
Fue en el Auditori, sin embargo, donde se vivieron los momentos más mágicos de todo este Primavera Club. Chan Marshall, más conocida como Cat Power, fue la primera en conseguir un lleno total. En efecto, por lo que se comentaba era una de las artistas que más expectación había creado. Apareció acompañada por un combo de músicos bien apañado, entre los que se contaba para mi sorpresa a uno de los guitarristas más elegantes del mundo: Judah Bauer de The Blues Explosion. Sé que voy a la contra de la mayoría diciendo esto, pero a mi me pareción un recital demasiado laxo. No se puede negar el carisma, la gran voz y las tablas de esta artista, pero en este concierto faltó algo de punch. Parecía más un ensayo de fin de semana que un concierto como Dios manda. Aunque claro, los fans de Cat Power quedaron encantados con esta manera de hacer. Hay que admitir que su fusión de rock, soul y folk, como mínimo, recupera la esencia y el sentimiento de artistas como Janis Joplin.
Entonces llegó Jeff Tweedy. Tenía ciertas reservas respecto a la adecuación al formato acústico y unipersonal de unos temas que, reconozcámoslo, se han crecido mucho gracias a esa maravillosa sinfonía de ruiditos y efectos que Wilco han sabido utilizar tan bien en sus últimos discos y que tan magníficamente trasladan a sus directos. Pues bien, este genio musical contemporáneo que es el señor Tweedy disipó de un plumazo todas mis dudas con un show sobrecogedor por su cercanía y su sencillez. A pesar de su fama de huraño y reservado, se mostró encantador con el público (es la única palabra que se me ocurre), accediendo incluso a las peticiones de los fans en los bises y disculpándose por no poder contentar a todo el mundo. Tocó temas de todos los discos de Wilco exceptuando el primero, con mayor peso de "Summerteeth" (sorpresa agradable) y aunque los temas tenían huecos musicales, Jeff Tweedy supo hacer del defecto virtud y potenciar la emoción a través de esa fragilidad. El momento climático del concierto y, por ampliación, de todo el festival, llegó cuando el músico pidió al público que abarrotaba el Auditori que cantasen con él el tema "Jesús, etc." Yo, que me sabía toda la letra, taladré sin misericordia el tímpano de una fotógrafa que tenía al lado. Para acabar, se marcó un tema desconocido sin amplificadores ni nada (no sé si era suyo, pero sonaba a canción tradicional), tocando directamente con su voz rota para una multitud impávida y agradecidamente silenciosa. Se marchó dejándonos con ganas de un segundo bis que no pudo ser. Pura gallina de piel y hasta nudo en la garganta.
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