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WHITE RABBITS
Jueves, 21 de Mayo de 2009. Bowery Ballroom, Nueva York.
Crónica por
Dani García - IndyRock
Patada inicial en Nueva York del extenso tour que va a llevar a
la banda de Missouri asentada en Brooklyn por toda la geografía
norteamericana este verano. El sexteto no pudo elegir un lugar
mejor, el Bowery Ballroom de la ‘Gran Manzana’, para presentar
su segundo disco, It’s Frightening, diez pistas con cierta dosis
de morfina comparado con el demente frenesí de su ópera prima,
Fort Nightly (2007).
Todo el papel vendido en la acogedora sala del Lower East Side
con una audiencia variada, descargada de la avalancha hipster
que suele pasearse por los conciertos de este tipo de bandas
criadas musicalmente en Williamsburg. Y es que en Manhattan es
donde verdaderamente se disfruta la música, lejos de las
pasarelas-conciertos de Brooklyn donde residen los diversos
especímenes de la noche moderna neoyorquina.
Como es habitual en ‘el Ballroom’ dos bandas abrieron la velada.
Tras la buena impresión que causaron como teloneros de Vetiver
hace dos semanas, The Antlers volvieron a demostrar que hay que
tenerles muy en cuenta de aquí a unos meses; sintonías
sentimentales bañadas del típico pop americano bajo una
ejecución impecable, un vocalista con un falsete enternecedor y
mucha pasión. La sala, a medio aforo, acogió de buen grado la
entrega sobre el escenario del trío de Brooklyn, provocando una
extensa indiferencia ante los siguientes teloneros, Cymbals Eat
Guitars, literalmente, mucho ruido y pocas nueces.
Llegó la hora de los Rabbits. Optaron por iniciar con una pieza
del segundo disco, Rudie Fails, de las pocas que mantienen la
línea esquizofrénica del álbum debut además de They Done
Wrong/We Done Wrong; experiencias catarquicas en las que la
percusión marca los pasos, como en el ochenta por ciento de sus
melodías. Ya en los primeros pasos entonaron uno de los éxitos
del primer largo, The Plot, provocando revuelo entre las
primeras filas. Nada más lejos que eso, el público lo acogió con
una inusitada serenidad; acababan de desaprovechar una de sus
primeras balas para alcanzar el punto álgido. La frialdad de la
audiencia no fue más que lo que transmite el sexteto de Brooklyn
en su segundo álbum. Según ellos, en una entrevista que les
realicé hace un mes, el nuevo álbum está más elaborado y mejor
hecho porque han trabajado por separado, lo cual les ha dado un
clima de tranquilidad del que no gozaron al crear el debut,
donde trabajaron todos juntos y la atmósfera fue delirante.
Dejando un lado la poca conexión con el público, no se puede
discutir la impecable ejecución de seis personas sobre un
escenario, con dos baterías y un teclado importado de la locura.
La alternancia tema nuevo-tema viejo marcó el curso de los
cuarenta minutos que estuvieron en pie, levantando los aplausos
más sonados cuando el piano de Stephen Patterson (vocalista
también) brilló con esos destellos de honky tonk bar tan propio
de su Missouri natal. Con Kid On My Shoulders mostraron su
faceta más cercana a la audiencia gracias a esa sintonía de
hospital mental que deriva en una catarsis de guitarra elíptica
y piano puntillista. Deleitaron con la estrella del segundo
largo como último tema, Percussion Gun, que es eso literalmente,
una ametralladora percusionista que en directo suena a delicioso
fuego de mortero.
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