Edición
2011
Deep Inner Groove
Stefano Bollani & I Visionari
Kyle Eastwood Band
Randy Brecker & Bill
Evans con Medeski, Martin & wood
Tea For Three con Dave
Douglas, Enrico Rava & Avishai Cohen
Chucho Valdés & The Afro-Cuban
Messengers
Por Enrique Novi-* INDYROCK
El último tren a Chicago
Fernando Béiztegui Blues Band
Miércoles 16 de julio 2014 Plaza Nueva, La Herradura – Aforo:
1000 personas. Calificación: ***
Crónica por
Enrique Novi- IndyRock
Un aficionado centroeuropeo preguntaba por la hora de inicio del
concierto y se mostraba sorprendido de la tendencia a trasnochar
de los españoles cuando le indicaban que sería alrededor de las
once y media de la noche. El buen blues merecería la espera.
Efectivamente, pocos minutos más tarde de lo anunciado, y
después de que el cortejo que acompañaba el paso de la Virgen
del Carmen, con su banda y sus fuegos artificiales se perdiera
por las calles aledañas a la Plaza Nueva los músicos tomaron el
escenario y sin más preámbulos comenzaron a tocar los primeros
acordes del instrumental Hear me Talkin’ de Charlie Musselwhite,
el mítico armonicista que causara sensación en la escena blues y
rock de los sesenta, y, salvo por su piel blanca, estereotipo de
músico emigrante que trazó la ruta del sur al norte, de Misisipi
a Chicago pasando por Memphis. El tema elegido para abrir fuego
sobre el público que llenaba el recinto no era una casualidad,
sino una señal inequívoca de que el destino al que la banda de
Fernando Béiztegui se proponía llevarnos era el mismo que ha
elegido Pau Gasol para jugar en la NBA la próxima temporada, la
Bright Light, Big City a la que le cantara Jimmy Reed: Chicago.
José Granados a la batería, Pepe Castro al bajo, Sergio Novo a
la guitarra y un prodigio soplando la armónica diatónica llamado
Manuel Moreno, El Loco de La Carolina, ejercieron con su
interpretación de Hear me Talkin’ de efímeros teloneros de
Fernando Béiztegui, que se unió a ellos para ofrecer de ahí en
adelante una auténtica lección de blues eléctrico escuela
Chicago, sin desviarse ni un milímetro hacia el rock efectista
como suele ser habitual en otros grupos de blues.
Con Fernando seguro y convincente tanto con la guitarra como a
la voz, el repertorio fue en sí mismo una selección impecable de
lo mejor del género, de la era dorada del blues como lo
entendería cualquier aficionado en cualquier rincón del mundo,
sin dejarse prácticamente a ninguno de los grandes fuera. Así
fueron sonando Poor Boy o Tell Me de Howlin’ Wolf, Long Distance
Call, Trouble No More o Southbound Train de Muddy Waters, Shame
Shame Shame de Jimmy Reed o As The Years Go Passin’ By que
hicieran Albert King o John Lee Hooker. Con especial brillo
sonaron los temas donde la armónica tomaba el protagonismo,
desde Mellow Down Easy, del gran Willie Dixon y popularizado por
Little Walter a un Mistery Train que le rendía mayor pleitesía a
Junior Parker que a Elvis Presley.
Otros clásicos como Strange Feelin’, Mr. Devil, Messin’ with the
Kid de Buddy Guy & Junior Wells, That’s Allright de Arthur
Big Boy Crudup o Crazy ‘Bout You de Johnny Taylor completaron el
setlist. Fernando preguntó la hora antes de dar por finalizado
el concierto. Casi dos horas después del comienzo, y para
sorpresa del aficionado centroeuropeo, aún quedaba tiempo para
despedirse con el mejor Muddy Waters y su Got My Mojo Working.
Un paseo
por los trópicos
Fe Wilhelmi & El Sabor
jueves 17 de julio 2014 Playa Puerta del Mar, Almuñécar –
Aforo: 800 personas. Calificación: ***
Crónica por Enrique Novi- IndyRock
El segundo de los conciertos programados en paralelo al cartel
central del Festival de Jazz en la Costa estuvo dedicado a las
músicas de los trópicos, tanto del norte como del sur, en un
puente tendido entre Cuba y Brasil sobre el Caribe por el grupo
de Fernando Wilhelmi, denominado muy apropiadamente El Sabor.
Para un escenario montado sobre la arena de la playa más
concurrida de la Costa Tropical parecía una opción sin
competencia donde todo encajaba. Unos metros más hacia el
levante que el año anterior, y fuera ya del Paseo del Altillo,
que ofreció una vista privilegiada a los veraneantes en la
edición anterior, la actual ubicación jugó en contra de la
conexión entre las tablas y “la arena” (nunca mejor dicho). Aún
así, el grupo que comenzó algo titubeante fue de menos a más y
finalmente, gracias sobre todo a las dotes de seducción de Alex
Oliveira, que ejerció de animador además de cantante, acabó por
camelar al respetable.
Abrieron precisamente con Abre Caminos, una composición propia
de Fernando Wilhelmi, pero pronto se sumergieron en el
cancionero tradicional de Brasil, primero con Feitio de Oraçâo
del pionero Noel Rosa y a continuación con el clásico Receita de
Samba. Siguieron tomando el puente hacia Cuba y sus ritmos
calientes que fueron los que terminaron por convencer a un
público hasta entonces algo reacio a dejarse contaminar por su
sabor. En primer lugar con La Comparsa del inevitable maestro
Ernesto Lecuona, y seguidamente con el son irresistible de
Arsenio Rodríguez Me voy contigo, que permitió el lucimiento del
ubicuo Zeque Olmos con la percusión, pero también el de
Guillermo Morente con el bajo eléctrico, el de Jaume Miquel con
el piano, el del propio Wilhelmi con la flauta travesera y sobre
todo el de Lázaro Hernández con un soberbio solo de guitarra.
Tras la tempestad cubana volvió la calma con De la Bahía, otra
composición de Fernando Wilhelmi a ritmo de tanguillos, y con el
bolero de Fernando López Mullens Qué Te Pedí.
El protagonismo volvió a recuperarlo Brasil y Alex Oliveira con
una sugerente y muy sentida versión del Retrato en Branco e
Preto de Tom Jobim y Chico Buarque. El grupo afrontó la recta
final con un cha cha cha de Enrique Jorrín, Negrito de Sociedad,
y una adaptación del tango Caminito al terreno cubano. Para
entonces el público ya se había soltado el pelo, algunos incluso
habían sucumbido a la invitación de Oliveira para subir al
escenario, y respondió convenientemente a sus cánticos en Me
deixa em Paz de Ivan Lins, y el consabido bis para el que
reservaron un pegadizo cuento brasileño llamado O Cabrito do Seu
Benedito, que en realidad era el tema Conflito de Zega
Pagodinho.
Lucha de
gigantes
Chano Domínguez & Niño Josele
Sábado 19 de julio 2014 Parque del Majuelo, Almuñécar – Aforo:
1.000 personas. Calificación: ***
Crónica por Enrique Novi- IndyRock
El Parque del Majuelo se llenó para recibir a uno de sus hijos
predilectos en el concierto inaugural de una edición que parece
recuperar el pulso tras unos años difíciles en los que los
recortes lo habían reducido a su mínima expresión y quien más
quien menos temió por su continuidad. Chano Domínguez comentó
encantado haber perdido la cuenta de las veces que había
participado. Solo en este Festival de Jazz en la Costa con la
del sábado van cinco… y las que queden, pues el gaditano siempre
es bien recibido por la parroquia sexitana y una garantía de
buena música. Y a pesar de ello a los más veteranos les pareció
que probablemente no fue esta la más espectacular de sus
actuaciones. Y puede que tuvieran razón. El formato a dúo con la
guitarra del Niño Josele es posible que le restara algo de ese
espacio que se suele tomar Chano para soltarse la melena y
levantar al público de sus asientos, esos clímax en los que se
vuelca arrebatado sobre las teclas del piano. Ciertamente el
concierto fue muy comedido y el tono general de la noche apenas
alcanzó los tonos rojos de los ecualizadores.
Casi todo se mantuvo en el terreno de los medios tiempos y el
sosiego más que en el del zapatazo. Y los pocos que hubo fueron
recibidos con entusiasmo. Buen concierto, no obstante, que
comenzó con los acordes de Django, el tema que John Lewis, el
impulsor del Modern Jazz Quartet, compusiera como homenaje al
gitano Django Reinhardt, y sin pausa continuó con la sugerente
adaptación de Because, el tema de los Beatles incluido en la
suite que conforma la suntuosa cara B del genial “Abbey Road”.
Tras él, otro de los temas incluidos en el reciente álbum “Chano
& Josele” que ha producido Fernando Trueba, el inolvidable
Je T’attendrai que compuso Michel Legrand para la película Les
Parapliues de Cherbourg. Tres maravillosas melodías que Chano y
Josele llevaron a su terreno de sutilezas flamencas antes de
darse un poco de aire en solitario. Primero fue Chano el que
abandonó el escenario para dejar a Josele rehacer uno de sus
temas y después fue Josele el que cedió el testigo a Chano que
atacó solo con el piano el tema del almeriense ¿Es esto una
bulería? también incluido en el disco conjunto.
Tras el respiro volvieron a juntarse para hacer Lua Branca, un
clásico de la pionera Chiquinha Gonzaga que rescatara Maria
Bethânia. Una pieza nada obvia del cancionero brasileño –ahí se
nota la mano de Trueba- que en manos de ambos adquirió todo el
sabor de los cantes de ida y vuelta. Siguieron con Two For The
Road, del siempre elegante Henry Mancini y con otra joya del
acerbo de Brasil, Rosa, del maestro del choro Pixinguinha,
sencillamente magistral. Para la recta final volvieron a darse
un respiro en solitario. Chano se explayó entonces con una
improvisación en la que muchos creímos descubrir la melodía de
Gracias a la Vida, probablemente el momento más aplaudido de la
noche, y tras él Josele hizo lo propio por bulerías. Cerraron
con una aflamencada Luiza, de Antonio Carlos Jobim y con la
soleá incluida en el álbum Solitude in Granada antes de
retirarse y volver con un bis que dedicaron a su admirado Paco
de Lucía. El público se levantó y rompió a aplaudir cuando Chano
anunció su Canción de Amor.
Las mil y una noches
Dhafer Youssef
domingo 20 de julio 2014 Parque del Majuelo, Almuñécar –
Aforo: 800 personas. Calificación: ***
Crónica por Enrique Novi- IndyRock
Con menos asistencia que la noche anterior, la del domingo se
presentaba plácida y tranquila, con la temperatura perfecta y un
cielo despejado e inmóvil, salvo por alguna que otra bandada de
gaviotas que incluso cuando graznaban parecían querer unirse a
la música que producía el grupo de Dhafer Youssef, o aportar el
matiz incidental a las melodías de belleza telúrica que
desplegaba el tunecino. El ruido de las gaviotas competía a
veces con el llanto que el guitarrista Eivind Aarset extraía de
su guitarra, como en el tema Eleventh Stone de su álbum de 2006
“Divine Shadows”, cuando Youssef no disimulaba su coqueteo con
la electrónica. Pero nada de eso hubo. Ni los que acudieron
atraídos por sus incursiones digitales y sus colaboraciones con
músicos electrónicos, ni los más recalcitrantes puristas del
jazz quedaría satisfechos con la actuación del domingo. Sí lo
harían en cambio esos otros buscadores de belleza, generalmente
con coleta a lo Ian Raymond, el detestable personaje de High
Fidelity, a los que no les molestan las etiquetas ‘world music’
o ‘música étnica’.
Esos quedaron hipnotizados por la sugerente, casi mística
propuesta de Dhafer Youssef. De los diversos acercamientos a la
fusión que ha protagonizado el músico africano, se olvidó
absolutamente, como queda dicho, de su faceta electrónica,
apenas hubo algún guiño al jazz y solamente algún episódico
ejercicio ‘progresivo’, como el del tema 39th Gülay (to
Istanbul), lo distrajo del tono general de música de ascendente
sufí, sabor oriental, cadencia contemplativa y sonido envolvente
apropiado para escuchar en horizontal que imprimió a su
actuación. En realidad, ciño su repertorio casi exclusivamente a
los temas de sus dos últimos discos, “Birds Requiem”, de 2013, y
“Abu Nawas Rhapsody”, de 2010, que son probablemente los más
introspectivos y ‘relajados’ de su discografía. Lo cual no fue
impedimento para que se lucieran tanto el contrabajista Phil
Donkin como el batería Ferenc Németh, y para que destacaran los
pasajes con el piano de Kristjan Randalu, probablemente el más
jazzista de los músicos del grupo, o el manto armónico que
proporcionó Eivind Aarset con una guitarra eléctrica a la que
aplicaba un efecto envolvente.
Por encima de ellos la espiritualidad de Dhafer Youssef, que
transportó al público a mundos oníricos, imaginarios,
ayurvédicos, de una serenidad casi divina. Con las notas que
extraía de su laúd, pero sobre todo con la singularidad de su
voz que, tratada como un instrumento de amplia riqueza cromática
que Youssef modificaba a su antojo utilizando sus manos como
caja de resonancia, es capaz de alcanzar registros desconocidos
de un exotismo muy particular.
Y el jazz llegó al Majuelo
Joshua Redman Quartet
lunes 21 de julio 2014 Parque del Majuelo, Almuñécar – Aforo:
900 personas. Calificación: ***
Crónica por Enrique Novi- IndyRock
Habíamos tenido blues y música tropical en los conciertos
previos de la programación paralela; también fusión flamenca con
Chano Domínguez y el Niño Josele, y emulsiones étnicas con el
grupo de Dhafer Yousseff. La noche del lunes llegó por fin el
jazz con todas las letras de la mano de Joshua Redman. Y al
igual que ya ocurriera en su anterior visita, cuando vino en
formato trío, el saxofonista norteamericano se limitó a dar una
lección de jazz sin aditivos, jazz con mayúsculas y desprovisto
de fusiones superfluas. Parecen lejanos los días en que Redman
coqueteaba con la electrónica y buscaba los límites del género
contaminándolo con instrumentos eléctricos y bases digitales.
Así sucedió cuando visitó el Teatro Isabel la Católica en el
Festival de otoño de Granada hace unos años al frente de su
Elastic Band.
Limitándose al acompañamiento clásico del piano de Aaron
Goldberg, soberbio, la batería de Greg Hutchinson, fino y
comedido, en su punto, y el contrabajo de su inseparable Reuben
Rogers, sencillamente insuperable, Redman se supera en formato
acústico, y se muestra elástico solo en su fraseo, limpio,
preciso, contenido. Exuberante cuando la pieza lo requiere,
cálido y emotivo siempre. Sin duda ese sector del público que
estaba ávido de jazz sin más prefijos quedó satisfecho con el
primero de los conciertos que consecutivamente nos lo van a
traer hasta el final del Festival. Afable, comunicativo y
esforzándose por hacerse entender en castellano, Joshua Redman
combinó con equilibrio temas propios con algún que otro clásico.
Comenzó con Long Gone, una composición propia desconocida pero
de gran belleza para continuar con la inevitable Summertime. Con
un arreglo vivaz el clásico de Gershwin nunca desentona en manos
de un maestro, por muy obvia que sea su elección. Todo lo
contrario que el tema con el que siguió, The Doll Is Mine, una
canción que Redman presentó diciendo simplemente que se trataba
de un grupo de rock de Nueva York.
El grupo en cuestión era Blonde Redhead, uno de los más
respetados de la escena underground neoyorquina, célebres por su
tendencia ruidista y experimental, lo que demuestra la amplitud
de miras de Joshua Redman, capaz de llevar al terreno del canon
jazz hasta las melodías más alternativas. Tras varios temas
propios (y no incluidos en ninguno de sus álbumes; puede que
formen parte de futuros trabajos) que evidenciaron su talento
compositivo, She Knows, Curvy Q y DFAF, por fin se atrevió con
una de las piezas incluidas en su álbum, “Walking Shadows”
(Nonesuch, 2013), la recreación del Adagio de Bach, que fue toda
una delicia. Para el final se dejó otro estándar, Yesterdays de
Jerome Kern con el que se despidió. Aún quedaba la última
lección. Requerido por el público, el cuarteto volvió al
escenario y como si de un antiguo club de jazz de los cuarenta
se tratara, acometió los compases del tema Be Bop con el que
Dizzy Gillespie diera nombre a toda una corriente. Torrencial
broche, magistral lección.
El tiempo en modo pausa
Tord Gustavsen Quartet con Simin Tander
martes 22 de julio 2014 Parque del Majuelo, Almuñécar – Aforo:
700 personas. Calificación: **
Crónica por Enrique Novi- IndyRock
Si alguno pensaba que con la actuación de Dhafer Youssef se
había superado la noche más plácida y sosegada de la actual
edición de Jazz en la Costa, es que no había contado con la que
iban a ofrecer Tord Gustavsen y su cuarteto junto a la cantante
invitada Simin Tander. Hubo una parte del público que se lo veía
venir y el Parque del Majuelo presentó la entrada más pobre de
la semana. Los que sí acudieron pudieron disfrutar de su música
contenida, delicada y susurrante que conseguía ralentizar el
tiempo, hasta casi ponerlo en modo pausa. Las intervenciones de
la cantante germano-afghana apenas pasaron del murmullo e
incluso las pausas que el pianista se tomó para presentar los
temas de su repertorio las hizo en tono de susurro, apenas
perceptible.
El noruego dejó constancia del valor que se da al silencio en
los países del norte. Escogiendo piezas no solo de “Extended
Circle”, su álbum más reciente, como Right There o la
tradicional Eg Veit I Himmerik Ei Borg, sino también del
anterior, “The Well”, del que interpretó la Suite y Playing, y
de otros más antiguos (Token of Tango de “The Ground” por
ejemplo), Gustavsen fue creando un universo musical de tierno
lirismo, de estética minimalista y densos pasajes llenos de
matices apenas insinuados en los que la sensualidad habitual de
sus composiciones se enriquece con la gélida belleza de la
tradición escandinava. A su rueda, inmersos en ese tempo
ralentizado en el que se sumerge el pianista noruego, y
absolutamente compenetrados con ese mundo paralelo en el que
desarrolla su propuesta musical, el sutil batería Jarle
Vespestad, inseparable en todos los proyectos de Gustavsen, el
contrabajista Mats Eilertsen y el saxofonista Tore Brunborg se
adaptaban al tono fúnebre que imponía el líder.
Brunborg es heredero de las innovaciones de Jan Garbarek, y
músico que ha liderado múltiples formaciones con los más
relevantes instrumentistas noruegos, pero junto a Gustavsen su
toque alcanza otra dimensión aún más inquietante que se intuye
bajo la aparente calma del conjunto, una de las características
más notables de la personal y meditativa propuesta del pianista
de Oslo, un juego de tensiones casi oculto bajo ese manto de
murmullos superpuestos. En ese subsuelo ocurren cosas tras las
que se detectan las influencias de Jarrett o del mencionado
Garbarek, del folk noruego o incluso de la música romántica y de
la música religiosa. No en vano Gustavsen ha hecho gira con el
Trio Mediaeval, un coro femenino de música antigua para el que
compuso piezas basadas en poemas sufíes, y en su anterior álbum,
“The Well” incluyó otras escritas para el Festival de Música
Sacra de Oslo. Todo ese bagaje, el espacio entre líneas, las
cadencias reposadas y una concepción del tiempo que requiere una
adaptación previa y deliberada por parte del oyente,
convirtieron la del martes en la noche más espiritual del
Festival.
Una trompeta en vuelo libre
Enrico Rava
miércoles 23 de julio 2014 Parque del Majuelo, Almuñécar –
Aforo: 800 personas. Calificación: ****
Crónica por Enrique Novi- IndyRock
Decir Enrico Rava es decir música de altura, sin ataduras ni
corsés, música de vuelo libre sin desenlace conocido, pura
improvisación, puro genio, puro jazz. A sus setenta y cinco años
el trompetista de Trieste no solo se mantiene en forma sino que
no se deja constreñir por ningún patrón preestablecido, que su
trompeta no obedece sino a su propia intuición musical, la que
le ha llevado a ser uno de los más grandes músicos que ha dado
la vieja Europa. Y eso es mucho. La noche comenzó precisamente
con el reconocimiento que la organización del Festival de Jazz
en la Costa y el propio Ayuntamiento de Almuñécar hacían de su
labor con la concesión de la Medalla de Oro de la ciudad, que le
entregó la alcaldesa Trinidad Herrera. Rava la recibió
complacido y ejerciendo de italiano elogió la belleza de la
regidora. Ahí acabaron los convencionalismos. La joven formación
que lidera, un quinteto que demostraría a continuación ser de
alto voltaje, tomó el escenario y sin mayor preámbulo se
dedicaron a embellecer el torrente de música que es capaz de
producir Enrico Rava.
El trompetista presentó a los músicos antes de nada, como
queriendo cumplir con los trámites para centrarse en el
repertorio sin que nada los distrajese. Un repertorio difícil de
escudriñar por la deconstrucción a la que somete prácticamente
todo lo que toca. Rava es un culillo de mal asiento que siempre
va por delante inventando nuevos giros, nuevos quiebros a las
melodías conocidas y sorprendentes disonancias con las que
enriquecer sus intrincadas armonías. Y tras él, sin perder la
rueda del líder, una banda magníficamente engrasada, que le
sigue el juego sin perder comba. Fabrizio Sferra se muestra
versátil y efectivo con las baquetas, Gabriele Evangelista
elástico con el contrabajo, como exige la música de Rava,
inconmensurable Giovanni Guidi con el piano, que aporreó o
acarició en estilos y modos diversos, según requiriese la
ocasión, mostrando apenas durante unos pocos compases antes de
volar igualmente libre, como los vientos del líder, sus dotes
para tocar en estilo stride, blues o caribeño, todo un
portento.
Sobre la base que tejían los tres músicos, revoloteaba el
trombón de Gianluca Petrella, que con o sin sordina venía con la
lección de Rava perfectamente aprendida, haciendo dialogar a su
trombón de igual a igual con la trompeta de su jefe. Por ahí
sonaron las melodías de Choctaw, de Tribe o de Art Deco, aunque
como ocurre siempre con este artista es difícil precisarlo, pues
convierte cada pieza en un continuum de swing delirante, de
dixieland sideral, de cha-cha-cha deconstruido o en un réquiem
marciano y disonante, que cambia el compás sin que el oyente lo
perciba más que cuando ya es historia, de modo que lo que era
sincopado vuelve a tierra, y lo que comienza en tempo lento se
vuelve una saltarina melodía de soul jazz. Jazz de altos vuelos
a cargo de un inventor genial e inasible.
Me siento rejuvenecer
Dave Holland Quartet
jueves 24 de julio 2014 Parque del Majuelo, Almuñécar – Aforo:
900 personas. Calificación: ****
Crónica por Enrique Novi- IndyRock
Me Siento Rejuvenecer era el título en castellano de una
trepidante comedia que firmó en 1952 Howard Hawks. Protagonizada
por Cary Grant y Marilyn Monroe, su título original era Monkey
Bussiness, en alusión a una típica expresión inglesa y al
argumento de la película, basado en la ingestión accidental por
parte de un chimpancé de un elixir de la juventud sobre el que
trabaja un científico (Grant) en su laboratorio. Ese elixir fue
el que esparció sobre el público del Parque del Majuelo el
cuarteto que presentó Dave Holland con una música torrencial y
electrizante.
Al finalizar la actuación, sexagenarios de andares renqueantes
habían revivido sus locos bailes psicodélicos de los setenta,
señores barrigudos habían vuelto, durante dos horas de
concierto, a la época en que los kilos no eran una preocupación,
y calvos de solemnidad creyeron haber volado sus melenas al
viento durante ese tiempo. Así de balsámica y redentora fue la
experiencia para gran parte del público allí congregado. Que
Dave Holland es una garantía de calidad nadie allí lo dudaba,
pero la nueva muestra de versatilidad que ofreció el
contrabajista sorprendió hasta al más entusiasta de sus
seguidores.
En sus tres últimas actuaciones en escenarios granadinos ha
mostrado sus habilidades para incorporar el compás flamenco a un
instrumento tan incómodo para el lucimiento como el contrabajo
(en su actuación junto a Pepe Habichuela), dio una lección de
expresividad y contención como parte del cuarteto Overtone,
junto a Chris Potter, Eric Harland y Jason Moran, y finalmente
anoche demostró que su pericia no conoce límites estilísticos ni
existen fronteras que su toque no pueda traspasar. En un
concierto medido y sin lugar para el compadreo, el cuarteto que
formó junto al inigualble batería Eric Harland, el teclista
Craig Taborn, que alternaba el piano con el Fender Rhodes, y
sobre todo, el joven guitarrista Kevin Eubanks, la revelación de
la noche, ofreció una lección magistral de jazz eléctrico, de
free funk, jazz-rock y música progresiva como no se le había
escuchado desde los tiempos en que formaba parte del ensemble
más experimental y audaz de Miles Davis.
Por momentos el espíritu de Jimi Hendrix parecía haberse
encarnado en una especia de hijo pródigo de Robert Fripp por el
toque rugiente y descarnado de Kevin Eubanks con su guitarra
eléctrica y electrizante. Desde The Winding Way, un tema del
propio Holland incluido en su álbum “The Dream of the Elders”
(ECM, 1995), y Dirty Monk, un original de Eubanks, hasta los
varios temas del reciente “Prism” (Dare2 Records, 2013), el
disco que venía a presentar y del que cayeron Choir, Spiral, The
Empty Chair, un soberbio y rudo blues de las catacumbas, o The
Watcher, otro tema de Eubanks incluido en “Prism” y que fue puro
King Crimson desbocado, todo el concierto se desarrolló con la
furia del rock progresivo y la expresividad del jazz fusión. Y
en esa línea y a ese terreno llevaron también el tema que
dejaron para el bis, un favorito de Holland, The Dream of the
Elders, que además de dar nombre a uno de sus álbumes ya había
exprimido en otro disco anterior que firmó junto al gran
saxofonista Steve Coleman.
El Majuelo Piano Bar
Zara McFarlane
Viernes 25 de julio 2014 Parque del Majuelo, Almuñécar –
Aforo: 1.100 personas. Calificación: **
Crónica por Enrique Novi- IndyRock
Tal vez por tratarse del día más propicio, al comienzo del fin
de semana, o quizás por el atractivo que siempre supone una voz
femenina, el recinto del Majuelo presentó la mejor entrada en lo
que va de Festival. Sin desmerecer la aseada propuesta que
planteó, el de Zara McFarlane fue probablemente el más ligero de
los conciertos que se han visto. Con una banda que no pasó de la
simple corrección, dotada para cumplir con el ambiente de piano
bar en el que convirtieron la velada, pero lejos del nivel de
excelencia de muchos de los días previos, la cantante londinense
ofreció un exhaustivo repaso por su aún corto cancionero,
alternando temas de sus dos álbumes hasta prácticamente
completarlos, sin salirse del guión ni un ápice.
Facultades demostró tener para hacer algo más, y a pesar de que
alguna de sus canciones -casi todo su repertorio es original de
la propia McFarlane- podría haber pasado por un estándar de
Jerome Kern o Hoagy Carmichael (Captured, Pt. 3, por ejemplo),
seguramente la inclusión de algún clásico conocido habría sido
bien recibida. Bregada en sus primeros coqueteos con algunos
productores de música electrónica y en sus colaboraciones con
músicos más escorados hacia el soul o el funk, estilos que
algunos echaron de menos, o al menos un pequeño guiño hacia
ellos, Zara parece decidida a hacerse fuerte y respetable sin
pisar ninguna línea continua fuera del estricto carril del jazz
contemporáneo, y a ello se aplica con determinación.
En una tesitura vecina a la de la gran Nina Simone, similitud
que se hace más patente en las baladas de tonos menores, como
Woman of the Oliva Groves o Love, que interperetó acompañada
solo por el piano, y muy suelta cuando acometía pasajes con la
técnica del scat (lo hizo con More Than Mine o Angie La La),
concentra toda su energía en mantener pura su inmersión
jazzística. Incluso con la versión de Police & Thieves, el
clásico jamaicano de Junior Murvin que les mostró la puerta de
entrada al reggae a The Clash, con la que cerró su concierto, la
mantuvo dentro de sus márgenes. Tiempo tendrá para crecer. Y
contaminarse.
Un cierre
majestuoso
Charles Lloyd Quartet
sábado 26 de julio 2014 Parque del Majuelo, Almuñécar – Aforo:
1000 personas. Calificación: ****
Crónica por Enrique Novi- IndyRock
Como un gourmet previsor, el Festival de Jazz en la Costa se
dejó lo mejor para el final. En el día más caluroso desde su
comienzo, en una noche plomiza y pastosa en la que el aire
inmóvil parecía más denso que de costumbre, Charles Lloyd y sus
extraordinarios acompañantes destaparon el tarro de las esencias
con un concierto magistral, en el que por encima del jazz modal,
del jazz de vanguardia o cualquier otra etiqueta, la música
fluyó sugerente, espaciada, sutil, llena de esa espiritualidad
que Lloyd imprime a cualquier cosa que toque.
Con parsimonia y elegancia, sin vanos efectismos, tanto el
veterano saxofonista como Gerald Clayton al piano, en una
demarcación que ocupó el mismísimo Keith Jarrett, Joe Sanders al
contrabajo o Justin Brown en la batería, se concedieron el
espacio suficiente para que cada uno se aplicara a su tarea, sin
tratar de imponerse o resaltar por encima del conjunto, lo que
fue en beneficio de la expresividad del concierto y de la magia
que lograron crear alrededor de un repertorio impecable,
primoroso. Comenzaron con Dream Weaver, una de las primeras
piezas de Lloyd, y sin recrearse en fútiles paradas ni
regodearse en el aplauso del público, fueron derivando hacia el
lirismo de Song My Lady Sings, el poso swing de Horace Blues, en
honor de Horace Silver, el sonido crossover y setentero de
Sombrero Sam, otra vieja composición propia para la que Charles
Lloyd cambió el saxo por la flauta travesera…
Sea cual sea la elección, su fraseo transmite una emoción
contagiosa que inunda el recinto y traspasa la piel de los que
escuchan. Y esa cualidad inexplicable, que trasciende lo
puramente musical, es la que lo hace uno de los mayores talentos
que ha dado el jazz, seguramente el más grande de los mitos
vivos que le quedan al género. El tono melancólico se elevó con
su lectura del clásico mexicano La Llorona, una pieza que lleva
a su particular universo, una delicia que ya nos regaló en su
anterior visita al festival de otoño en la capital. Con la misma
cadencia hipnótica, cautivadora que encierra cada nota salida de
su instrumento, continuó con Passin’ Thru, con Go Down Moses.
Aunque probablemente las mejores delicias las dejó para el
postre con un extenso y extraordinario bis.
Comenzó con Way Falling Stranger y a continuación, con el
tarogato entre los labios, ese extraño instrumento mitad oboe,
mitad clarinete de sonido enigmático y orientalizante, Charles
Lloyd ofreció su penúltima lección de espiritualidad con una
narcótica suite que partió de Sweet Georgia Bright pero que
desembocó en una hermosa improvisación en la que algunos
escucharon insinuaciones del Summertime y hasta de Caravan. Fue
el cierre perfecto para la edición de la recuperación.
Gregory
Porter
domingo 21 de julio 2013 Parque del Majuelo, Almuñécar Granada
Despedida para la reconciliación
Por Enrique Novi - IndyRock
Después de un festival irregular en el que no todos los artistas
programados habían alcanzado su mejor nivel, y sobre todo tras
el sabor agridulce que dejó la fugaz presencia de Pharoah
Sanders la noche anterior, el Festival de Jazz en la Costa no
pudo despedirse con mejor actuación que la que ofreció el
portentoso vocalista Gregory Porter. Venía avalado por una
críticas espectaculares y vista -y escuchada- la soberbia
lección de jazz vocal que regaló a la afición de Almuñécar, no
cabía mejor reconciliación con la música de alta graduación,
tanto técnica como emocional. Su voz y el sabio y magistral
manejo que hace de ella lo sitúan como un cantante sin
competencia a la vista. Domina todos los registros, desde el
susurro hasta el grito, desde la balada estándar hasta el blues
de firmes raíces. Es profunda, intensa, aterciopelada, llena de
alma, dulce y conmovedora. Y escuchándolo se antoja imposible
que desafine ni un cuarto de nota. Así de fácil y natural fluye
su manera de cantar.
Tras el comienzo presentó al grupo, formado por los eficientes
Emanuel Harrold a la batería y Aaron James al contrabajo, un
joven y deslumbrante saxofonista de nombre nipón, Yohsuke Satoh,
y el pianista Chip Crawford, no muy conocido pero fenomenal
sobre las teclas; un secundario de lujo que ha trabajo como
pianista, como arreglista y como productor, no solo en los dos
álbumes publicados hasta ahora por Porter sino a la sombra de
infinidad de grandes nombres del jazz, desde hace cuarenta años.
A partir de ahí la simpatía y el talento de Gregory Porter se
ganó el favor del público con sus alabanzas al lugar y a sus
gentes. My Way To Harlem supuso su particular homenaje a la
época del Cotton Club y a Duke Ellington, con el guiño del Satin
Doll incluido, y Be Good (Lion’s Song) mostró que podría ser el
heredero del mejor Marvin Gaye, si no fuera porque es más que
eso. Con Liquid Spirit, primer single de adelanto del próximo
álbum que publicará en septiembre con Blue Note, aceleró el
ritmo a la cubana y puso al respetable a acompañar con la
palmas. Cuando lo tenía en las suyas, se lo terminó de meter en
el bolsillo con una lectura del Quizás Quizás Quizás en
impecable castellano, mejorando al mismísimo Nat King Cole. El
entusiasmo ya no decaería y con cada nuevo tema más entregado y
boquiabierto iba quedando el personal. Primero con Illusion, el
hermoso tema que abría su debut, y después con un blues de
categoría.
Con ninguno de los registros se permitió el más mínimo cliché.
Su propuesta tiene empaque y como los grandes no necesita
señalar sino que le basta con insinuar. Así sonó majestuosa Work
Song y tras ella una balada preñada de soul, desconocida para
todos pero que esperemos esté incluida en su próxima entrega. La
remató con una versión de My Fanny Valentine tan buena como la
mejor que se haya grabado. Y cambiando de nuevo de registro, la
guinda la puso con 1960 What? un temazo reivindicativo, como lo
eran los dardos de The Last Poets o de Gil Scott-Heron en los
primeros setenta, que denuncia lo que le ha ocurrido a Detroit,
en otros tiempos la ciudad del motor de los EE. UU. y estos días
tristemente de actualidad por haberse declarado en bancarrota.
Con el público rendido Porter regaló un bis con la sensual The
Way You Want To Live y nos dejó la sensación de habernos
acariciado. Con ello nos quedaremos hasta el próximo verano.
Pharoah Sanders
Sábado 20 de julio 2013 Parque del Majuelo, Almuñécar Granada
Una estrella fugaz
Por Enrique Novi - IndyRock
Foto: Official
Web Pharoah Sanders
Por nombre y por historial, el de Pharoah Sanders era a priori
el concierto más esperado por el núcleo duro de los
incondicionales de Jazz en la Costa. El legendario saxofonista
es de los pocos que van quedando y que estaba allí en la era
dorada del género. Le precedía, además de su fama como excelente
instrumentista, el aura mítica de haber formado parte
fundamental del equipo de John Coltrane, uno de los iconos que
mayores y más férreas adhesiones despierta entre la parroquia.
Pero las circunstancias jugaron en contra y poco más de un hora
después de que Sanders subiera al escenario, el público
desfilaba hacia la salida con el regusto de la decepción, o al
menos con la sensación de que lo ofrecido por el veterano músico
había sabido a poco, a muy poco; y el hecho de que ni siquiera
se mostrara dispuesto a regalar un bis tras su breve actuación
contribuyó a que la noche resultara algo frustrante.
Efectivamente, el paso de Pharoah Sanders por el Festival fue
como el de una estrella fugaz, hermoso y breve.
Durante su actuación, mientras el cuarteto atacaba los últimos
compases de Naima, una bandada de flamencos sobrevoló el Parque
del Majuelo en bella formación y el público alzó la vista al
cielo disfrutando del espectáculo al que el cuarteto ponía banda
sonora. Fue seguramente con las primeras notas de Giant steps,
que el grupo interpretaría poco más tarde, el mejor momento de
la velada, pero también una premonición de lo efímero del
concierto. En descargo del septuagenario músico hay que decir
que, siendo la de Almuñécar la primera actuación de su actual
gira europea, hacía pocas horas que había aterrizado y que al
cansancio del viaje había que sumar los efectos del jet lag y el
nulo rodaje de los músicos que lo acompañaban. El contrabajista
Oli Hayhurst y el batería Gene Calderazzo (¿hermano del pianista
Joey Calderazzo, que nos asombrara en el festival de otoño de
2009 junto a Brandford Marsalis?) brillaron a gran altura y
mostraron ir sobrados de swing. El pianista, el francés Dan
Tepfer, venía como sustituto del anunciado en el programa,
William Henderson, y tal vez por eso la conjunción entre ellos
se resintió.
Con tantos elementos en contra Pharoah Sanders se limitó a
cumplir con el expediente. Y eso no es poco. Le bastaron cinco
temas para despachar su participación en el festival. Comenzó
con The night has a thounsand eyes, de Sonny Rollins y el
célebre Naima de Coltrane que el público recibió con entusiasmo.
Intercaló un blues antes de proseguir con su mentor a cuenta del
Giant Steps, y cerró el círculo con The creador has a
masterplan, una de las composiciones más laureadas del propio
Sanders. Un repertorio seguro e infalible, que el cuarteto
interpretó sin audacias vanguardistas, sin apenas rastro del
pasado free del líder, con una base firme en el bop y el toque
etéreo y espiritual, muy comedido, de su saxo tenor. Por
supuesto, sus pulmones no son los mismos de 1965 y el bueno de
Pharoah seleccionó convenientemente las notas que estaba
dispuesto a tocar.
Con los temas de Coltrane se decantó por su cara más lírica y
eludió la salvaje. Como decía un amigo mío, fiel seguidor del
festival, cuando Coltrane se ponía furibundo te arrancaba el
corazón con su soplo torrencial; Sanders lo hizo con tanta
delicadeza, que el corazón acababas dándoselo tú mismo.
Bugge Wesseltoft ‘N’ Friends
Viernes de julio 2013 Parque del Majuelo, Almuñécar Granada
El día del armisticio
Por Enrique Novi - IndyRock
El acercamiento entre el jazz y la electrónica ha sido como el
de dos animales de la misma especie que recelan el uno del otro,
un encuentro en el que cada parte se ha mostrado cauta y con
bastantes reservas hasta comprobar las verdaderas intenciones
del otro, sin bajar la guardia para no dar a la otra parte la
opción de posicionarse como la dominante. Algo de esta
desconfianza se respiraba al principio de la noche en el Parque
del Majuelo.
Desde los noventa han sido muchos los productores de música
electrónica seducidos por la libertad formal del jazz, desde
Fila Brasilia a Jazzanova, y de Marc Moulin a Rainer Trüby,
todos los artistas encuadrados dentro de la etiqueta nu jazz o
future jazz, han sido vistos con cierta sospecha por el sector
más inmovilista de los aficionados al género. Dentro de la
corriente, el trabajo de Bugge Wesseltoft –y también el de Erik
Truffaz, uno de los integrantes del grupo que presentó, y
pionero de esta última fusión- ha servido de puente entre ambas
tendencias, tal vez por su formación clásica como pianista,
aunque seguro que también por la calidad de sus composiciones y
de sus discos. En sus últimas entregas, además, el noruego ha
hecho diversas incursiones en una música de carácter mucho más
acústico que en sus inicios, ofreciendo hermosas obras de gélida
belleza para piano y cuerdas, fundamentalmente.
La noche del viernes, aunque algo de esto se coló en su
repertorio, no fue tan indulgente con los más recalcitrantes y
ofreció una efectiva mixtura de abstract jazz y electrónica
minimal. El grupo lo formaba el propio Wesseltoft que alternaba
el piano acústico con su aparataje, el saxo de Ilhan Ersahin, la
trompeta de Truffaz –ambos con pedigrí jazzístico y este último
además habiendo convencido ya al público granadino en anteriores
visitas- el bajista Audun Erlien, el batería Andreas Bye y el dj
y productor de la escena neoyorquina de clubs Joe Claussell, que
basculaba entre los beats electrónicos y la percusión acústica.
Juntos fueron dando forma a sus creaciones de un modo muy
transparente, construyendo los temas sobre minimalistas
estructuras que iban cobrando sentido a modo del work in
progress. La base rítmica no se permitió ningún desliz
exhibicionista y los vientos estuvieron igualmente comedidos,
muy lejos del apabullante despliegue progresivo y hasta rockista
que desplegó Truffaz en su concierto de hace cuatro años en
Granada.
La música espaciada, de fría hermosura que planteaba Wesseltoft
con su piano iba enriqueciéndose con multitud de arreglos en un
crescendo que culminó en los bises, cuando el grupo regaló una
pieza soberbia, que comenzó con un ritmo de house y una melodía
de piano-jazz, al modo que popularizó Saint Germain hace quince
años, para acabar transformándose en un tema de dub sideral con
todo el sabor de Jamaica. El público se levantó y aplaudió
convencido. Se había firmado el armisticio.
Terence Blanchard
Jueves 18 de julio 2013 Parque del Majuelo, Almuñécar Granada
El magnetismo de un horizonte
Por Enrique Novi - IndyRock
Terence Blanchard es un músico en el sentido más amplio posible
de la palabra. Lo es por su enciclopédico conocimiento, por su
creatividad como compositor y por su dominio como intérprete. No
hay nada que proponga y que no lo haga impecablemente. Así fue
la cálida noche del jueves en el Majuelo. A pesar de ello, el
concierto adoleció de un elemento consustancial al hecho musical
aunque afortunadamente imposible de plasmar en el pentagrama,
inasible e indescifrable. Hablamos de la conexión emocional
entre el público y el escenario, esa magia que nadie puede
prever de antemano si surgirá o no.
Foto promocional,
web Terence Blanchard
La verdad es que la mayoría de los presentes aún teníamos un
vívido y conmovedor recuerdo de su anterior visita, cuando el
músico de Nueva Orleáns acababa de publicar ‘A Tale of God’s
Will (A Requiem for Katrina)’, no solo un disco redondo,
magnífico, sino un conjunto de temas sentidos que en el entorno
tropical de Almuñécar, con ese aire espeso y dulzón tan parecido
al de su Luisiana natal, Blanchard recreó con gran sentimiento.
Entonces nos regaló una noche inolvidable, de las más
emocionantes que se recuerdan en la historia del Festival.
Partir de un listón tal alto supuso un hándicap que ni siquiera
un músico de su categoría pudo superar. Aún así su mínimo nivel
está muy cerca de la excelencia y al concierto del jueves se le
pueden poner pocas pegas.
Con un repertorio basado casi exclusivamente en su último disco,
‘Magnetic’, el quinteto que presentaba Terence Blanchard,
prácticamente el mismo que grabó el álbum, con la excepción del
contrabajista Joshua Crumbly, sustituido aquí por Bob Hurst,
bordó cada tema de los que planteó. La mayoría de ellos
ejercicios de estilo impecablemente interpretados. El disco
supone la vuelta de Blanchard al sello Blue Note, y en él
encontramos una diversidad estilística que hacía mucho tiempo no
mostraba el trompetista, tal vez fruto de la variedad de
compositores de los temas del álbum. Comenzó con Central focus,
un tema de directo post-bop al que Blanchard insufla un aire muy
de Nueva Orleáns con sus solos. Sin solución de continuidad,
acometieron Hallucinations, el corte más abstracto y espaciado
del disco y que supuso un nuevo ejercicio de introspección en
una actuación sobria que no transige con concesiones. Con
Magnetic el quinteto retomó el pulso rítmico y sofisticado del
concierto, que volvió a echar el freno para interpretar Ashé,
una hermosa balada incluida en su ‘Requiem for Katrina’ y el
único tema antiguo que se concedió. Lo mejor llegó con No border
just horizons, una declaración de principios (sin fronteras,
solo horizontes).
El tema, creación del batería Kendrick Scott, es un prodigio de
post-bop modal lleno de swing que deriva elegante y sutilmente
hacia el latin-jazz. Y con Pet Step Sitter’s Theme Song, una
extensa composición del excelente pianista Fabian Almazan, que
partiendo de una línea melódica de sabor latino, la banda se
encarga de deconstruir hasta llegar a una especie de jazz
abstracto no exento de músculo. La interpretación de este tema
fue en sí misma un resumen de todo el concierto: una propuesta
medida y sobria pero magnética, sofisticada. La música de
Terence Blanchard se plantea como una implosión de jazz donde
sus múltiples universos confluyen hacia el interior.
Chucho Valdés & Afro-Cuban Messengers
Miércoles 17 de julio 2013 Parque del Majuelo, Almuñécar
Granada
El dulce sabor de la complacencia
Por Enrique Novi - IndyRock
Foto, promocional. Chucho
Valdes web
Antes del concierto se rendía tributo al artista con la
estampación de sus manos en una baldosa del ya llamado Boulevard
Jazz en la Costa y con la entrega de la medalla de la ciudad de
Almuñécar. Parabienes y homenajes que también dejaron alguna
anécdota, como cuando delante de las autoridades imprescindibles
en estos menesteres el bueno de Chucho agradeció a los altos
mandatarios de Málaga el honor. Una confusión ya habitual entre
los artistas que acuden al festival de la Costa, pues dada la
cercanía con el aeropuerto malagueño, suele ser esta provincia
su vía de entrada.
Tal vez por eso, o tal vez no, la actuación del cubano, sin
dejar de ser deslumbrante, fue algo menos lucida que en
anteriores ocasiones, quizá un poco más autocomplaciente. Sea
como sea, Chucho y sus excelsas dotes interpretativas nunca
bajan de la excelencia y el público del certamen sexitano, con
su especial debilidad por todo lo que huela a cubano, había
agotado las localidades a los pocos días de que se pusieran a la
venta. Como es natural, el mágico pianista y su extraordinaria
banda no lo decepcionó. Abrió fuego con Congadanza, un magistral
ejercicio de jazz afrocubano que abre también su último trabajo
hasta la fecha, ‘Border-Free’. Se trata de un álbum editado hace
apenas unos meses en el que el propio Chucho luce ataviado como
un jefe comanche. Debió impresionar en la sesión de fotos para
la portada ver al gigantón coronado de esa guisa.
El resto de la noche fue alternando los temas nuevos con otros
de ‘Chucho’s Steps’, su anterior trabajo, que aún no se han
caído del repertorio. Así, sonaron Julian, su particular
homenaje a ritmo de conga a Cannonball Adderley, o Yansá, un
tema preñado de africanismo que sirvió a los juguetones dedos de
Valdés para introducir dentro del tema un guiño al Take 5 de
Brubeck. Y como la noche iba de homenajes, el pianista se
dispuso a hacer los suyos. Primero con Pilar, una bellísima
melodía dedicada a su madre que extrae Gastón Joya con el arco
de su contrabajo, y a continuación con Bebo, en el que hace lo
propio con su padre, al que ha compuesto una melodía muy cubana
y sabrosona, que también le permite jugar para rematarla con las
notas de Amor de hombre.
El jazz de profundidad volvió con Las dos caras, también de
‘Chucho’s Steps’, y con Tabú, un tema nuevo, lleno de morería
que permitió el lucimiento con la tumbadora de Yaroldy Abreu
Robles y de Dreiser Durruthy Bambolé con el tambor batá. Tanto
los dos percusionistas como el batería Rodney Barreto obtuvieron
los más calurosos aplausos del respetable con sus ritmos
afrocubanos y sus cánticos, como los desplegados con el tema
final, Afrocomanche, en el que se encuentran con pasmosa
naturalidad Debussy y el canto yoruba. Antes de eso, aún tuvo
tiempo Chucho Valdés de ponernos la piel de gallina con la
extraordinaria belleza de Caridad Amaro, una de las más hermosas
piezas de ‘Border-Free’.
Lito
Blues Band con Suzette Moncrief
Martes 16 de julio Plaza Nueva, La Herradura Granada
Blues para toda la familia
por Enrique Novi - IndyRock
Foto promocional. web
Suzette
Moncrief
Faltaba ya poco para la medianoche cuando Lito y su grupo subió
por fin al escenario de la Plaza Nueva de La Herradura, en el
que era el segundo concierto gratuito programado en paralelo por
la organización del Festival Jazz en la Costa, al margen del
cartel central que comenzó ayer miércoles en su habitual entorno
del Parque del Majuelo en Almuñécar. El retraso se debió a los
fastos que en honor de la Virgen del Carmen se celebraban en la
localidad. Peajes ineludibles cuando el programa coincide con
tan señalada fecha para todos los pueblos costeros, al público
que abarrotó el recinto no pareció importarle demasiado. El
ambiente festivo general adquirió tenuemente el tono de lamento
del blues de la mano de Lito y su banda. A Lito Fernández lo
conocen y respetan todos los aficionados el género de los doce
compases.
Con la banda que lleva su nombre son más de veinte años de
carretera, pero este hombre se colgó la guitarra hace cerca de
40 años y desde entonces no hay riff de blues o de rock que no
haya probado con las seis cuerdas, y su figura ha contribuido
como la que más a consolidar la fama de Málaga como santuario
del blues en España. Arropado con efectividad por el bajo de su
paisano Jorge Blanco y la batería del hispano-suizo Nicolás
Huguenin (ni rastro del mago del Hammond Phil Wilkinson,
anunciado en el programa), el trío se dispuso a desgranar
durante casi dos horas de concierto algunos clásicos inmortales
del blues, el soul y el rock, abriendo, a pesar de la ausencia
de teclados, con un boogie-woogie que indicaba por donde irían
los tiros durante la noche: un poquito de blues eléctrico de
Chicago, blues-rock y, sobre todo, ese rock setentero que hizo
suyos los patrones del blues para construir los clichés que
desde entonces todo el mundo reconoce como rock, sin más
aditivos.
Con el añadido de la voz indolente de Suzette Moncrief, que puso
el toque soul a la actuación, el cuarteto se dispuso a dar una
entrega de blues y rock para todos los públicos, sin más
audacias o intentos de buscar nuevos caminos, que un género de
la tradición del blues no necesita. Y así, sin grandes
estridencias, fueron cayendo los temas de un previsible
repertorio, entre versiones del inevitable Stevie Ray Vaughan,
algún homenaje a los Rolling Stones (Miss you), e incluso una
curiosa adaptación abluesada del A day in the life –un tema de
una riqueza armónica muy por encima del habitual del blues- de
los Beatles. Puestos a hacer concesiones para complacer a los
gustos más melosos, se atrevieron también con Ain’t no sunshine
de Bill Whiters, aunque, como no podía ser de otro modo, el
protagonismo fue devuelto pronto al blues de siempre con
clásicos como Everyday I have the blues, con el que Suzette
trató de involucrar al público, o con algún éxito de la gran
Etta James, cantante por la que Moncrief siente fascinación y
con la que seguramente mantiene más cercanía estilística.
Víctor
Olmedo & Corralito Quintet
Lunes 15 de julio 2013 Playa del Paseo del Altillo,
Almuñécar
Enseñanzas de Brasil
por Enrique Novi - IndyRock
Víctor Olmedo y Miguel Ángel Corral son dos veteranos músicos de
la escena granadina. Tanto uno como otro son habituales de las
salas de jazz de la ciudad, donde han dejado sobrada muestra de
su versatilidad y su maestría en estilos diversos que van del
jazz al bolero y del flamenco a la bossa nova. El Festival de
Jazz en la Costa, adaptado a los tiempos de recortes, ha
iniciado este año su andadura en tono menor, con una
programación paralela que conforman una exposición de
fotografías de Pepe Torres, asidua cámara que merodea por todo
lo que huela a jazz, con la proyección de un par de películas de
temática jazzística, y con dos conciertos gratuitos que, fuera
del programa central y del escenario principal, han calentado
motores para ir creando ambiente en una táctica de menos a más
que culminará con la actuación el domingo 21 de Gregory
Porter.
El primero de estos conciertos fue el que ofrecieron en un
escenario sobre la arena de la playa, frente al Paseo del
Altillo, el quinteto comandado por Víctor Olmedo y Corralito.
Olmedo es, desde que empezara como batería en un grupo de
hard-rock, uno de los músicos que con mayor pasión ha recorrido
las músicas que lo han cautivado, y tanto como percusionista
como en su faceta de cantante, se ha especializado en las
músicas calientes que recorren las costas americanas, de Cuba a
Porto Alegre. Miguel Ángel Corral, Corralito, por su parte, ha
buceado con ahínco en los diversos estilos que pudieran
enriquecer el toque de su guitarra hasta convertirse en uno de
los más solventes guitarristas de Granada, de la clásica al
flamenco, y del jazz a los ritmos brasileños. Junto al
incombustible bajista Nicolás Medina, el batería Jaime Párrizas
y el joven trompetista Alberto Martín, plantearon su actuación
del lunes como un homenaje, casi exclusivo, a la herencia
brasileña, con ligeros toques e incursiones al jazz o al
flamenco.
Vistos los resultados que sobre el Gobierno de Dilma Rousseff
han tenido las recientes protestas que tuvieron lugar en
distintas ciudades del país, tal vez otros deberíamos tomar nota
y mirar el ejemplo brasileño en otros ámbitos, además del
musical. El paseo por las músicas brasileñas comenzó con Minha
Irmá, de Djavan, y eludiendo ágilmente los tópicos, llenaron de
colorido la noche tropical con Moro na Roça de Mónica Salmaso y
con Melancia. La trompeta de Alberto Martín cabalgaba elegante
sobre la alfombra de terciopelo que le tendían las sutiles
percusiones de Víctor Olmedo, junto al balanceo del bajo y la
batería. Tras un quiebro en forma de tangos a cuenta de un tema
de Jorge Pardo, que sirvió para el lucimiento de Corralito, el
quinteto volvió por sus fueros con algunos clásicos del
inevitable Antonio Carlos Jobim y de Sergio Mendes, como
Bananeira y el archiconocido Mais que nada. La noche cálida y
las palmeras de los alrededores, que situaban el conjunto en su
entorno tropical, no podía tener banda sonora más adecuada que
la que salía de los instrumentos del grupo. Una adaptación para
trompeta del Bluesette, del gran armonicista Toots Thielemans,
una versión de Sina, otra vez de Djavan, y el Estamos aquí, de
nuevo de Jobim, sirvieron para poner el broche a la primera
noche de música en el Festival de Almuñécar. Al día siguiente le
tocaría el turno al blues en La Herradura.
EDICIONES
ANTERIORES * 2012
María Romero & Kiko
Aguado Quintet + Granada Big Band con Antonio Serrano:
especial jazz & bossa nova
domingo 22 de julio 2012 Parque del Majuelo – Almuñécar
Granada
Despedida tropical
por Enrique Novi
El círculo de la vigésimo quinta edición del Festival Jazz en la
Costa, de Almuñécar, se cerró con una nutrida representación de
la escena local, siempre dispuesta a colaborar y a mostrar el
excelente nivel del jazz que se practica por aquí. Culminaba con
ellos uno de los años más complicados para la organización,
obligada a ajustarse a los tiempos de crisis con un certamen más
reducido que en ocasiones anteriores pero que se ha saldado con
una notabilísima respuesta por parte del público y con un cartel
más que digno dadas las circunstancias.
Comenzó la noche como en un susurro con la guitarra de Kiko
Aguado y la voz de María Romero, a la que se fueron sumando el
resto de miembros del quinteto, Nicolás Medina al bajo, Julio
Pérez a la batería y Rogelio Gil al saxo, para ofrecer una
muestra de “After all We gave”, el último trabajo con
composiciones propias de Kiko siguiendo los patrones estándar y
letras a cargo de Anthony Paul. Elegante e intimista, María
cantó en inglés After all We gave, Give me more, Love for
Carmen, Mission impossible y Go with the rhythm. Caldeado el
ambiente y tras un breve descanso tomó posesión la Granada Big
Band que bajo la dirección de Kiko Aguado se dispuso a
interpretar una selección de clásicos de Jobim en clave, cómo
no, de bossa nova, esa música que recorrió un camino de fusión
natural al encontrarse con el cool jazz en los cincuenta.
Entre un par de composiciones propias en esa misma línea que
había preparado Aguado para la ocasión, Tormenta suave y Soñé
que te conocí, se interpretó la ineludible Garota de Ipanema. A
partir de ahí, Celia Mur tomó el protagonismo para hacer tirar
con su garra y su brillante manera de interpretar, de toda la
banda, que subió varios puntos la intensidad. Con otro de los
inmortales de Jobim, Corcovado, se incorporó la estrella de la
noche, el armonicista Antonio Serrano, que una vez más, con su
extraordinaria habilidad, extrajo del pequeño artefacto toda la
musicalidad que encierra hasta llevarlo a la categoría de
instrumento mayor.
Ciertamente escuchando las melodías que es capaz de dibujar con
su armónica no cabe duda del dominio con que lo maneja y de las
posibilidades de un instrumento tan poco habitual en los
conciertos de jazz. Con la noche encarrilada, el grupo acometió
los acordes de How insensitive, Meditaçao y So tinha de ser com
voçé. Y ya en la fiesta final se incorporó de nuevo María Romero
al elenco para redondear la noche con el bis de Chega de
saudade. Y con más incertidumbre que nunca nos despedimos hasta
el año que viene. Eso al menos es lo que todos deseamos.
Kenny
Barron Trio
sábado 21 de julio 2012 Parque del Majuelo
Almuñécar Granada
El hijo pródigo
por Enrique Novi
Como no podía ser de otro modo, el cuarto aforo completo de la
actual edición del Festival de la Costa, -el cuarto de cinco,
todo un éxito en los tiempos que corren- tenía que corresponder
al más esperado de los conciertos programados este año, el del
queridísimo Kenny Barron, predilecto de la organización y del
público. En el ambiente se notaba esa predilección y ese
aprecio, y para oficializarlo el Festival tuvo el detalle de
entregar un galardón conmemorativo de su vigésimo quinto
aniversario al excelso pianista que lo recogió y agradeció ante
la ovación general justo antes de sentarse al piano y comenzar
su recital. Sin salirse del guión, el pianista ofreció un
concierto elegante y refinado que aportó algunos de los momentos
más aplaudidos del certamen, siempre manteniéndose dentro de los
cánones más arraigados del género. Barron representa como ningún
otro el clasicismo del jazz precisamente porque estuvo allí en
la época en que se gestaron formalmente sus patrones.
Como además posee un talento especial tanto para la
interpretación, sutil, delicada, de enorme riqueza armónica y
fraseo preciosista, de un inigualable lirismo, como para la
composición, sus actuaciones no pueden ser otra cosa que un
resumen magistral de jazz clásico, atemporal, eterno. Así logra
que se mantengan a la misma altura expresiva los temas propios y
las escogidas versiones de los grandes con los que compartió
tablas y estudios de grabación. Magníficamente arropado por el
contrabajista Kiyoshi Kitigawa y el batería Jonathan Blake,
impecables acompañantes del maestro, Kenny Barron fue
desgranando con parsimonia los temas de su repertorio y dando
con cada uno una lección de las formas del jazz de siempre.
Comenzó con dos composiciones propias, And then again, pieza en
clave bop que cerraba su álbum “Scratch” de 1985, y Cooks Bay,
jovial melodía con cierto aire de samba perteneciente a “Spirit
song” (Verve, 2000).
Con idéntico nivel de excelencia continuó con las lecturas de
Shuffle boil del gran Thelonious Monk, el clásico Be bop de su
amigo Dizzy Gillespie, o el inmortal My funny Valentine, entre
las que insertó su homenaje a la actriz brasileña Sonia Braga, a
la que dedicó una hermosa balada a ritmo de bossa que detuvo el
tiempo en el recinto de Almuñécar. Con Calypso, otra pieza
original, interpretada en el consabido bis, Kenny Barron se
despidió de sus muchos incondicionales hasta su próxima visita.
Podrán pasar, si el tiempo y al autoridad recaudadora lo
permiten, otros veinticinco años y difícil será que el Festival
encuentre otro artista al que mostrar más cariño, pues por todos
es considerado el hijo pródigo del certamen.
Ninety Miles con Stefon
Harris, Nicholas Payton & David Sánchez
viernes 20 de julio 2012 Parque del Majuelo – Almuñécar
El estrecho de la Florida
por Enrique Novi
“Creo que la guajira y el blues tienen un fuerte vínculo común.
Ambos son producto de la gente trabajadora: los que cortaban
caña de azúcar en Cuba o Puerto Rico o los que recolectaban
algodón en el sur de los Estados Unidos”. Con estas palabras
presentaba Ray Barretto su versión de Summertime, simbiosis
perfecta entre el sabor caribeño y el feeling del blues, y una
de las más logradas entre las miles que se han registrado a lo
largo de la historia. El idilio entre la música cubana y la de
Nueva Orleáns viene de lejos y se remonta incluso al mismo
origen criollo del jazz primigenio. Por eso aventuras como la
que se presentó el viernes en el Parque del Majuelo tienen el
éxito garantizado y siempre despiertan el interés del público.
La querencia del asiduo al Festival del Almuñécar por las
aproximaciones del jazz a Cuba ha quedado sobradamente
acreditada en anteriores ocasiones y la noche del viernes, con
otro lleno, no iba a ser menos. Con más motivo si detrás del
nombre de Ninety Miles, las famosas noventa millas que separan
la costa norte de la isla con la península de La Florida, estaba
el talento de dos músicos bien conocidos del festival, el
saxofonista David Sánchez y el trompetista Nicholas Payton.
Junto a Stefon Harris, excelso intérprete de marimba y
vibráfono, exóticos instrumentos de los que no hay muchas
ocasiones de disfrutar, ambos lideraban una formación de lujo
con músicos procedentes de uno y otra lado del estrecho de la
Florida. El origen del proyecto es un disco publicado el año
pasado por el sello Concord, empeño de Harris y Sánchez con el
trompetista Christian Scott (sustituido en esta ocasión por
Payton), grabado en La Habana en una semana con músicos de la
isla, en lo que constituía un desafío no solo musical sino con
connotaciones políticas.
El repertorio que desplegó el septeto la noche del viernes
estuvo basado por completo en los temas de este trabajo,
conformado por composiciones originales, sobre todo de Stefon
Harris y David Sánchez. A pesar de los antecedentes, y
conservando vetas de genuino sabor habanero, se trata de una
apuesta audaz que mira al futuro en lugar de regodearse en los
siempre bien aceptados clichés del latin jazz. Y ahí es donde
reside su mayor logro: sin dar la espalda a un innegable poso
caribeño que rezuman todos los temas, la propuesta va más allá y
ofrece una lección de jazz sin etiquetas, actual y atemporal, y
de alta graduación. Así el grupo escogió seis de las nueve
piezas que conforman el álbum, y estirándolas al antojo de los
músicos, ofreció –a la hora de escribir estas líneas aún a falta
de saber que hará el trío de Kenny Barron- los mejores momentos
de la actual edición. El colofón lo puso en el bis Nicholas
Payton con I wanna stay in New Orleans, un regalo con aroma de
blues, y la única concesión fuera del excelso proyecto Ninety
Miles.
Jacky
Terrasson Trio
jueves 19 de julio 2012 Parque del Majuelo –
Almuñécar, Granada
Luna y arena
por Enrique Novi
Al tercer día encontraron acomodo los incondicionales del
género. Después de la verbena de Playing For Change y el
edulcorado candor de Lizz Wright y Raúl Midón, la propuesta
minimista de Jacky Terrasson no dejaba lugar a dudas. Reducida a
la formación más básica del jazz, el consabido trío de piano,
bajo y batería, no se esperaban excesivos desvíos de lo que los
más fieles al Festival de la Costa exigen a un certamen de esas
características. Tal vez por esa reducción a lo esencial la
asistencia se redujo también en consonancia como evidenciaban
las primeras calvas entre las butacas del Parque del Majuelo que
se han visto en esta edición. Así pues, con Terrasson parapetado
tras su piano de cola junto al contrabajista Burniss Travis y el
batería Justin Faulkner, sin concesiones ni compadreos
innecesarios con el respetable, dio comienzo un concierto
elegante y comedido, de momentos exquisitos y múltiples guiños,
a la tradición unas veces y a lo popular otras.
Con los alardes justos y pisando el acelerador solo cuando el
guión lo indicaba, que fue en contadas ocasiones. El
franco-americano, reconocido arreglista, brillante compositor,
acompañante de lujo y a veces dispuesto a implicarse en
aventuras de otra naturaleza, se presentaba con el formato con
el que más cómodo se siente, el de trío con el que comenzó su
carrera hace cerca de veinte años. Sus dos acompañantes,
excelentes en el papel de secundarios, asumieron su función y
cedieron el protagonismo y el liderazgo a Terrasson, que dirigía
con sutileza el tempo del concierto. Se esquivaron así las
tentaciones exhibicionistas que convierten otras actuaciones
similares en una concatenación tediosa de solos interminables.
Ni fue eso lo que pasó ni la noche se prestaba para ello.
Con el aire en absoluta quietud y la temperatura clavada en el
punto exacto, ni una brizna se movió para alterar una noche de
música en la que la calma se impuso a la tempestad. Echando mano
de un cancionero que ya va siendo considerable, Jacky Terrasson
apenas tuvo que buscar fuera de él para completar un repertorio
con el que cumplir, aunque su espíritu juguetón le llevara a
insertar pasajes ajenos. Y fueron estos precisamente los que más
entusiasmo despertaron entre el público, siempre ávido de
reconocer algunas melodías entre el bosque armónico de los
conciertos de jazz. Algunos compases de La Marsellesa o un
devaneo con el Beat it de Michael Jackson dibujaron la sonrisa
entre los asistentes, pero sobre todo fueron las lecturas de
Smoke gets in your eyes, Saint Thomas, Round Midnight o Smile
las que más complacieron. Y por encima de ellas una magnifica
versión de Caravan, pues el maestro Ellington siempre es bien
recibido entre los buenos aficionados.
Lizz
Wright & Raúl Midón
miércoles 18 de julio 2012- Parque del Majuelo –
Almuñécar
Dos voces prodigiosas
por Enrique Novi
Segunda asalto de la XXV edición del Festival de Almuñécar y
segundo lleno en el Parque del Majuelo. Tal y como se han puesto
las cosas para la música en directo, convertida en un producto
de lujo por la salvaje subida de los impuestos a los
espectáculos y la cultura en general, todo un logro que en un
futuro más cercano de lo que pudiera parecer se contará como
ciencia ficción a las generaciones venideras. A Lizz Wright ya
tuvimos el privilegio de conocerla en su visita al Festival de
Granada de 2008 y sobre Raúl Midón se hablaban maravillas aunque
pocos habían tenido la oportunidad de disfrutar de su directo.
Bajo el cielo estrellado de la Costa Tropical dejó constancia de
su desbordante talento. Maestro con las seis cuerdas, a las que
extrae toda la musicalidad en cada nota, domina un extenso
catálogo de estilos, como corresponde a su formación de
influencias múltiples, y así se mueve con pasmosa facilidad
entre el jazz, el rock, el soul, el clasicismo o cualquier otro
género por más lejana y profunda que se extienda su raíz. Y
todos ellos interpretados con una técnica impecable y un
metronómico compás. Pero si sorprendente es su dominio de la
guitarra, aún más llamativo es el uso que le da a su inabarcable
tesitura. En la senda de otros prestidigitadores de la voz, como
el legendario Bobby McFerrin, con el que ha coincidido a la hora
de escoger temas del repertorio Beatle, pues ha incluido una
versión de Blackbird en su último trabajo, transita entre las
notas graves y el falsete con una naturalidad casi insultante e
incluso lleva la interpretación vocal a terrenos normalmente
reservados a los instrumentos de viento. Todo un portento de voz
que se acopló perfectamente con la de Lizz Wright,
aterciopelada, sensual como una caricia, envolvente y
majestuosa. La sureña posee un registro grave que la emparenta
con otras grandes cantantes capaces de moverse con agilidad
entre el folk, el jazz y el gospel: Oleta Adams, Flora Purim,
Abbey Lincoln o incluso Tracy Chapman.
A pesar de sus portentosas cualidades, Wright y Midón ofrecieron
un concierto muy comedido, a veces susurrado, más cercano al
smooth que al jazz clásico, eso que se llama jazz contemporáneo
enmascarando producciones brillantes al gusto del público
adulto, ese que supuestamente aún gasta algo de dinero en
comprar cd’s. Para dotarlo de contenido echaron mano más del
repertorio de Lizz Wright que del de Raúl Midón, aunque el
protagonismo estuvo bastante repartido entre ambos. Así, de
balada en balada, fueron desgranando los temas, entre los que
destacaron los más emblemáticos de ella, como My heart, (I’v got
to use my) Imagination, Hit the ground, Trouble, This is, Open
your eyes, you can fly o Stop, para acabar con un original de
él, Everybody.
Playing
For Change
martes 17 de
julio 2012 Parque del Majuelo – Almuñécar
La segunda oportunidad
por Enrique Novi
Playing For Change se ha convertido ya en una de esas historias
solidarias que reconcilian a la industria con el público, un
acontecimiento tan del gusto de los medios generalistas que
hasta se cuela en esos telediarios que apenas tienen tiempo para
dedicar a la música, salvo que haya detrás una carga de
humanidad tan ejemplar como esta. Y eso si que no tiene precio
–y hable en términos exclusivamente monetarios- en el mundo
global de noticias apresuradas donde la actualidad se recicla
cada diez minutos. Dando por sabida, pues, la génesis del
proyecto, solo quedaba sentarse a comprobar hasta que punto el
impacto que causó en Mark Johnson la interpretación de Stand by
me a cargo de aquel músico callejero en Santa Mónica,
California, justificaba la creación de una macro banda
multicultural como la que abrió la XXV edición del Festival de
Almuñécar.
Y si la causa benéfica (montar escuelas de música en zonas
empobrecidas) es de alabar, el resultado musical no pasa de
correcto y voluntarioso. Grandpa Elliot, el más veterano de los
componentes, es un armonicista y cantante de blues que en su
juventud conoció tangencialmente la primera división del
Rhythm&blues, pues incluso llegó a editar algún single en
los 60, pero que, hastiado de la gran ciudad y, sobre todo, de
las puñaladas traperas del show business, decidió volver a su
Nueva Orleáns natal para ganarse la vida como músico callejero.
Jamás habría vuelto a salir de su esquina si no se hubiera
cruzado en su camino el proyecto Playing For Change. Es el
ejemplo al que nos referíamos, esa segunda oportunidad que
entusiasma a los productores de reportajes televisivos con
interés humano. Algunos vinieron atraídos por su nombre, con la
vana esperanza de que allí se destilaría blues genuino, del que
ya no se comercializa, pero bastaron los primeros temas para
darse cuenta de que la propuesta de la banda iría encaminada a
contentar a todos los públicos con una previsible mezcla de
músicas globales, lo que venía a ser una pachanga algo
glorificada por su encomiable fundamento.
Así el repertorio se iba nutriendo de música africana, algo de
blues, unos toques de gospel, bastante reggae, un par de baladas
soul y algún guiño funky espolvoreado con sabor latino. Y por
supuesto todo ello interpretado con oficio pero sin descuidar
los clichés de cada genero, algo fundamental para contentar a
las familias. Todo fue bien recibido, aplaudido y bailado, pero
especialmente los temas más conocidos como las versiones de A
change is gonna come, el himno racial con el que Sam Cooke
mostró el camino a Marvin Gay, la emocionante I’d rather go
blind, o las del imprescindible Bob Marley cuando se trata de
garantizarse el éxito global, Three little birds o One love. Y,
por supuesto, la carta de presentación de la banda, Stand by me,
a la que se adaptó el estribillo para que pudiera cantarse en
castellano, como “quédate conmigo”.
EDICIONES ANTERIORES * 2011
Deep Inner
Groove
Sábado 23 de julio 2011 Parque del Majuelo – Almuñécar
La despedida de los promiscuos. Por Enrique Novi
Excelente concierto de despedida el que nos brindó Deep Inner
Groove, un quinteto de músicos, algunos ya conocidos, otros
satisfactorios descubrimientos que habrá que añadir a la lista
de candidatos a repetir, que han hecho de la promiscuidad su
modus vivendi. Hablamos exclusivamente de música, naturalmente,
que ya se sabe que el mundo del jazz es mucho más permeable al
trasiego de instrumentistas entre bandas y acompañantes varios
que el de otros géneros de formaciones más dadas a la
estabilidad, con más férreo control de entradas y salidas.
El antecedente más cercano lo teníamos en Reunion, otro combo
que abrió el cartel del certamen sexitano hace unos años con los
sonidos bailables del soul-jazz, la fusión amable y el
jazz-funk. En esta ocasión, practicando no tanto fusión como
soul-jazz clásico, elegante, hedonista y bailable, tres de los
componentes de entonces repetían junto a un prometedor organista
y un veterano y experimentado batería. Si entonces se
presentaron como un sexteto a las órdenes de Jim Beard, la noche
del sábado lo hacían como un quinteto que compartía con aquella
banda a tres de sus miembros: el guitarrista Chuck Loeb, de
pulso fino y técnica depurada para emular a los grandes del
género, desde Charlie Christian a Kenny Burrel, de Wes
Montgomery a Grant Green, que además de con Reunion, ya visitó
Almuñécar anteriormente con Metro.
El segundo que repetía era el cantante y trompetista alemán,
Till Brönner, que centrado solo en su instrumento, aportó un
toque exquisito y lleno de sensualidad. El tercer rescatado de
la vieja Reunion era el saxofonista Eric Marienthal, que al
igual que sus compañeros, posee una dilatada trayectoria como
solista reputado y como acompañante de rutilantes estrellas
tanto del jazz como del pop o el rock. Junto a ellos el
magistral batería Harvey Mason, que sin haber firmado
ningún disco por su cuenta, puede presumir de un currículum
envidiable con primeras figuras del jazz y del funk. Y para
completar el grupo no podía faltar un mago del órgano Hammond,
el instrumento que da sentido al jazz de vocación
underground.
El hasta ahora desconocido Pat Bianchi dejó sobrada constancia
de su pericia a la hora de extraer esas inconfundibles notas
borrachas de vibrato que hacen mover el trasero al más tímido de
la sala de baile. De modo que aunque el nuevo proyecto Deep
Inner Groove, al igual que ocurría con Reunion, no ha publicado
ningún trabajo discográfico más allá de los de sus miembros, el
repertorio no se resintió en absoluto. Le bastó con nutrirse de
algunas de las composiciones de Loeb, Brönner o Mason y, por
supuesto, coronar la actuación con unos cuantos temas clásicos
del soul-jazz para poner un perfecto cierre a la vigésimo cuarta
edición de Jazz en la Costa: Bumpin’ de Wes Montgomery, el
ellingtoniano In a sentimental mood, el popular Walk tall de
Cannonball Adderley, o el magistral Compared to what con el que
Les McCann y Eddie Harris pusieron boca arriba el festival de
Montreux de 1969. Menuda despedida
Chucho Valdés &
The Afro-Cuban Messengers
Viernes 22 de
julio 2011 Parque del Majuelo – Almuñécar Granada
Maestros, compinches y mentores por Enrique Novi
La combinación viernes de Festival-Chucho Valdés ya era de por
sí un binomio que garantizaba el lleno absoluto y evidentemente,
con el papel agotado desde hacía semanas, las inmediaciones del
Majuelo antes del concierto eran un hervidero de aficionados
poco previsores a la busca y captura de una entrada. Y como era
de prever una vez dieron las diez y media y la música comenzó a
inundar el parque, Chucho, uno de los artistas más queridos y
admirados por los incondicionales del certamen, al frente de su
nuevo combo, no decepcionó ni al más exigente de los
parroquianos que abarrotaron el recinto. No podía ser de otro
modo. Porque como uno de los pianistas más dotados, versátiles y
completos del mundo tiene muy poca competencia y nadie en su
sano juicio se atrevería a discutirlo. Porque además cuando sus
prodigiosas manos se deslizan sobre las teclas no hay género,
matiz o textura que quede fuera de su alcance, incluso en una
noche donde no mostró un lucimiento particularmente
espectacular. Pero es que por si todo esto fuera poco, en esta
ocasión venía presentando su último trabajo, Chucho’s steps, que
es un intencionado homenaje a algunos de sus más aclamados
maestros, mentores y compinches. Desde la propia denominación
del septeto, una clara referencia tanto a la orquesta de Dizzy
Gillespie como a los Jazz Messengers de Art Blakey, todo el
repertorio está salpicado de guiños a los intérpretes y
compositores del jazz que han influido en su sonido,
arrastrándolo al terreno del latin-jazz, que Valdés domina como
nadie. El resultado de esta nueva aventura no puede ser más
atinado, pues recupera la esencia del legendario proyecto
Irakere, sin duda un hito dentro del jazz cubano y en gran
medida la escuela donde se han formado algunos de los mejores
músicos del jazz de pulso latino. Así se vio desde el principio,
con el tema Danzón, con Zawinul’s mambo, un explícito tributo,
Begin to be good, donde rinde pleitesía al mismo tiempo al Cole
Porter de Begin the beguine y al George Gershwin de Lady be
good, o con Julian, donde homenajea al gran Cannonball Adderley
a ritmo de conga. Así, con su ilimitada capacidad para encontrar
pasadizos que conecten músicas de variada raíz, fue
interpretando a autores clásicos a ritmo de blues, composiciones
paradigmáticas del jazz al compás de la rumba, el son o la
guajira, o boleros preñados de herencia yoruba. Como viene
siendo habitual, su hermana Mayra Caridad hizo una aparición
estelar, en este caso para cantar Alma mía, y toda la banda
participó de la fiesta en la que se convierten sus actuaciones.
Magníficos Carlos Manuel Miyares y Reinaldo Melián a los
vientos, impecable el compás de Lázaro Rivero al contrabajo, y
por supuesto excelente la conjunción de los tres monstruos de
los tambores que elevan la temperatura de cada concierto de
Chucho: Juan Carlos Rojas Castro a la batería, Yaroldy Abreu
Robles a las congas y Dreiser Durruthy Bambolé con el tambor
batá, sus cánticos y hasta un baile poseído entre las butacas
que puso al público en pie. En definitiva, un concierto
cubanísmo que dibujó una amplia sonrisa en cada uno de los
privilegiados que lo disfrutamos.
Tea For
Three con Dave Douglas, Enrico Rava & Avishai
Cohen
jueves 21 de julio 2011 Parque del Majuelo –
Almuñécar Granada
La hora del té por Enrique Novi
No es habitual encontrar propuestas como la que programó el
Festival para la noche del jueves: tres ases de la trompeta
compitiendo y dialogando entre ellos, aportando cada uno un
matiz específico al sonido cristalino y brillante de tan clásico
instrumento. Visto el resultado, tal vez devino algo
decepcionante seguramente por el potencial que el experimento
encerraba y que no se correspondió con lo que vimos sobre el
escenario del Parque del Majuelo. Con el nombre de Tea For
Three, en clara referencia a Tea for two, uno de los clásicos
más recurrentes del S. XX, cuya melodía se coló de soslayo en
algún pasaje de la noche, y bajo la dirección de Dave Douglas,
el sexteto ofreció un concierto dinámico y divertido en el que
el té fue el hilo conductor de un repertorio basado en las
composiciones del propio Douglas. Una base rítmica de auténtico
lujo formada por dos conocidos y una revelación aportó la
plataforma impecable sobre la que los tres vientos construyeron
sus desarrollos melódicos. El inconmensurable pianista Uri
Caine, sabia y sobriamente comedido en su papel de acompañante y
el excelso batería Clarence Penn eran los conocidos; la
revelación corrió a cargo de Linda Ho, que impresionó con su
técnica y su precisión al contrabajo. Su aspecto de fragilidad
contrastó con la potente sonoridad que extrajo de un instrumento
detrás del cual podía esconderse. Sobre esta base inmaculada los
tres trompetistas trataron de lucirse. Dave Douglas posee una
técnica indiscutible, un variado registro, capacidad para la
improvisación y originalidad. Enrico Rava acumula una cohorte de
adeptos por su toque enigmático y atmosférico que sin descuidar
la riqueza melódica, se adentra en caminos más audaces siempre
desde el refinamiento. Por su parte, Avishai Cohen (no confundir
con su paisano, el contrabajista de idéntico nombre), el más
joven de los tres y la otra buena noticia de la noche, demostró
un toque rotundo, claro y preciso, muy bien modulado. Con las
lecciones del bop bien aprendidas, regaló algunos de los solos
más brillantes del concierto con su intuición melódica e intenso
soplo. Con semejante plantel los pronósticos no podían ser
mejores, y todos esperábamos una noche de jazz de altura con
tres trompetistas pugnando por comerse a los demás. Sin embargo,
se echaron de menos, precisamente por la ocasión de contar con
esas tres opciones para un mismo timbre, algunos arreglos más
incisivos, que resaltaran más el contraste entre el toque de
cada uno. Es cierto que hubo algunos pasajes de espectacularidad
y brillantez, especialmente cuando Douglas ponía la sordina,
Rava daba gas al moscardón subiendo y bajando pistones y Cohen
se vaciaba los pulmones describiendo la línea melódica, pero
también hubo otros algo deslavazados y en general, quien más
quien menos salió con la sensación de que podía haberse llevado
algo más.
Randy
Brecker & Bill Evans con Medeski, Martin & wood
Lógica matemática
miércoles 20 de julio 2011 Parque del Majuelo –
Almuñécar / Granada
Por Enrique Novi
Al viejo dicho de más vale malo conocido que bueno por conocer
habría que darle la vuelta para explicar el acierto del Festival
y el tino del público que una noche más abarrotó el Parque del
Majuelo, intuyendo el torrencial de música que se avecinaba. Más
bien tendríamos que hablar de lo bueno conocido, que siempre es
una apuesta segura. Y aún más cuando la suma de las partes, la
de dos reconocidos solistas y un poderoso trío, desafiando la
lógica matemática, multiplica exponencialmente el abrumador
resultado. Tanto el soberbio y audaz trompetista Randy Brecker
como el simpático y elegante saxofonista Bill Evans han
demostrado sus habilidades sobre ese mismo escenario en
anteriores ocasiones, si bien es verdad que con desigual
acierto. A este último habría que hacerle un abono porque rara
es la edición en la que no participa formando parte de todo tipo
de agrupaciones de variado registro.
Un tanto que hay que anotarle a su versatilidad. Asimismo la
apisonadora formada por John Medeski, Billy Martin y Chris Wood
también era bien conocida de la parroquia, que consciente de la
garantía que supone su maquinaria pesada una vez comienza el
concierto, no quiso dejar pasar de largo el miércoles de
Festival. Lo mejor de todo es que la mezcla los hizo a todos
mejores y el quinteto acabó por firmar una actuación memorable y
rotunda. Los conciertos del trío cuando son los protagonistas
exclusivos del cartel suelen ser apabullantes en todos los
sentidos, pero especialmente son excesivos por el despliegue de
solos y las constantes exhibiciones de un virtuosismo no exento
de cierta querencia hacia lo experimental. Algo que los
convierte en experiencias no siempre fáciles de digerir. Pero
este hecho quedó neutralizado con la presencia de Brecker y
Evans. Ambos fueron los artífices de Soulbop, un proyecto
abierto a las sonoridades del funk, el soul y el blues sin
rebajar la prestancia jazzística ni el nivel de improvisación de
los dos portentos del fraseo, que ya presentaron en este mismo
Festival. Heredera de aquella aventura, la actual formación se
demostró perfecta para su continuidad.
Con las riendas cortas con las que Evans y Brecker ataron el
trío, Medeski, Martin y Wood fueron el complemento perfecto para
el sonido caliente y lleno de groove de los vientos. Y la mejor
prueba fue el cierre. El tema Blue pepper de Duke Ellington, que
con absoluta naturalidad llevaron al terreno del soul jazz y le
hicieron parecer un clásico de los discos de Blue Note de los 50
y 60, aquellos cálidos álbumes de preciosas portadas cuyos bajos
neumáticos y contrapuntos del órgano Hammond hacían
irresistiblemente bailables. Y así acabamos en el ecuador del
Festival.
Stefano
Bollani & I Visionari
martes 19 de julio 2011 Parque del Majuelo – Almuñécar Granada
Tu Vo’ Fa l’Americano por Enrique Novi
El celebérrimo estribillo de la popular y camaleónica canción de
Renato Carosone viene a decir algo así como ‘tú quieres tocar al
estilo americano’… más o menos. Y Stefano Bollani, descendiente
musical del gran Carosone, es lo que viene haciendo con su
música, virar hacia un estilo genuinamente americano, sin
renunciar a sus raíces mediterráneas y a su formación clásica.
Tanto Bollani como el quinteto con el que se presentó en el
Festival de Almuñécar, I Visionari, no son unos desconocidos
para los aficionados locales, pues hace tres años, en la edición
de 2008 del certamen de invierno en la capital, una
desafortunada carambola acabó desembocando en que esta misma
formación se diera a conocer en el Teatro Isabel la Católica.
Anunciaba el programa una colaboración entre Enrico Rava –que
también forma parte del cartel costero de este año- y Bollani,
cuando una repentina enfermedad del trompetista obligó a
modificar el cartel. Fue así como lo que iba a ser un dúo de
piano y trompeta se tornó en el grato descubrimiento de este
hábil quinteto. Como sucedió entonces, el grupo, y especialmente
su cabeza visible, el inquieto Stefano Bollani, dejó constancia
del desenfadado talante con que se toman una música que en
cuanto a categoría artística es bien seria, de muchos quilates.
Y además nada complaciente, porque buen humor no significa
liviandad musical. Su propuesta no renuncia a incorporar los
hallazgos de ninguna corriente del jazz, desde el swing hasta el
bop, desde el jazz moderno de los renovadores hasta las
tendencias más vanguardistas. Todo ello impregnado de un aire
personal, italianizante, como no podía ser de otra manera.
Arropado por músicos de contrastada solvencia, Bollani ofrece un
concierto impecable aunque muy contenido en el que no deja lugar
para ningún exhibicionismo. Todo el peso lo deja al amor que
vayan pidiendo los propios temas y no se enreda en ostentaciones
de habilidad. Eso lo hace aún más grande, pues él como pianista
está suficientemente dotado para impresionar al personal sin
demasiado esfuerzo. Se agradece doblemente esa contención en
beneficio de un repertorio que permitió sutilezas y algunas
gotas de ese humor con el que parece tomarse la vida y la
música. Así arrancó con su simpatía la sonrisa del público,
presentando los temas y a los músicos en un idioma que era un
batiburrillo de lenguas de origen latino, y que ni era español,
ni italiano ni portugués sino todos juntos y entremezclados. O
cuando decidía simular su torpeza golpeando un tambor o poner a
toda la banda a acompañar con sus voces el solo de batería.
Entre tanta ocurrencia una gran actuación con pasajes realmente
brillantes que hizo pedir con convencimiento el consabido bis.
Antes de atacar con el quinteto al completo la magnífica The
Hamburg Boogaloo, nos regaló su versión popular interpretando
solo al piano y cantando Che cosa sono le nuvole. Y como hiciera
muchos años antes el gran Carosone, nos hizo creer que el swing
surgió en un imposible puerto italiano situado en la Luisiana.
Kyle
Eastwood Band
lunes 18 de julio 2011 Parque del Majuelo – Almuñécar
Granada
El orgullo de papá
Por Enrique Novi
El orgullo de papá o Harry el limpio, podríamos decir después de
asistir a la presentación en el Festival de la Costa Tropical de
Kyle Eastwood, el hijo pródigo del cineasta, del que heredó una
genuina y respetuosa afición por el jazz. Más allá del morbo de
calcular parecidos y de las maldades de considerar si el
apellido habrá contribuido o no a impulsar su carrera como
músico, el talludo bajista, ajeno tras más de quince años de
carrera a semejantes reflexiones, ofreció un concierto aceptable
para los tiempos que corren, con momentos incluso brillantes y
más que digno al frente de una banda solvente y bien compactada.
Estilísticamente el grupo se mueve con soltura entre el smooth
jazz, la fusión amable, el clasicismo y algunas interesantes
incursiones en lo que podríamos denominar música incidental de
corte cinematográfico, algunas de ellas a modo de propuestas de
banda sonora en busca de celuloide, pues aunque finalmente se
decantaría por el jazz, en su juventud Kyle estudió
cinematografía en California. Con el correcto acompañamiento del
pianista Andrew McCormack y el batería Martyn Kaine, a Kyle no
le pesó asumir protagonismo tanto con el bajo eléctrico como con
el contrabajo, instrumentos que fue alternando con criterio y de
los que extrajo hermosas sonoridades, demostrando que no era
gratuito el hecho de que la banda llevara su nombre. Junto a
ellos cumplieron el saxofonista Graeme Blevins, fino y
convincente con el tenor; algo más empalagoso con el soprano, y
el trompetista Jim Rotundi que con menos palmarés que su
compañero de vientos, mostró un fraseo exuberante y preciso, que
por momentos hizo honor a su apellido. Todos ellos consiguieron
completar un show meritorio y medido, sin grandes clímax pero
hermoso. Y para conseguirlo echaron mano, sobre todo, de su
reciente Songs from the chateau, un álbum todavía calentito en
las cubetas de las tiendas de discos (si es que aún existe tal
cosa) del que interpretaron cinco de los diez temas de los que
constaba el repertorio, con especial mención a Andalucia, su
particular visión sonora de nuestra tierra, y el tema Tonic, una
sugerente composición de tempo lento plena de matices. El resto
lo completaron con Song for you, del disco Metropolitan, y tres
cortes de Paris blue, probablemente el mejor trabajo de Eastwood
hasta la fecha. Con todo, seguramente el momento que más
agradeció el respetable fue la recreación del tema perteneciente
a Letters from Iwo Jima, la película que dirigió su padre y cuya
banda sonora compuso Kyle junto a Michael Stevens.
Mavis
Staples
domingo 17 de julio 2011 Parque del Majuelo – Almuñécar
Granada
Cantando desde el púlpito
por Enrique Novi
La actuación de Mavis Staples abriendo la actual edición del
Festival de Almuñécar Jazz en la Costa demostró dos cosas: Que
por más que se empeñen en ignorarlo los redichos profesores de
OT y sus secuelas, cantar bien tiene poco que ver con tener una
buena voz, y que por tanto se pueden transmitir emociones más
allá del rango más o menos ancho de la tesitura y el timbre
perfecto; y que además del jazz con su batallón de trompetería y
de músicos virtuosos, los Estados Unidos han aportado al mundo
una tradición musical rica, genuina y reconocible que discurre
en paralelo y que se nutre de gospel y de blues, como el jazz,
pero también de rock, de country y de rhythm&blues. Mavin
Staples no solo pertenece por derecho propio a esta estirpe,
sino que la dignifica afrontándola con respeto, convicción y
valentía. Pocos músicos con un bagaje como el suyo se
atreverían a actuar por primera vez ante un auditorio
desconocido sin echar mano del infalible repertorio que debe
tener en el fondo de su catálogo. La Staples lo hizo basando el
grueso de su actuación en su último trabajo, un excelente álbum
publicado por el sello Anti en el que da en la diana encontrando
ese impreciso terreno común entre lo sacro y lo profano, entre
el gospel y el blues. Y en el que logra transmitir, entrada ya
en sus setenta años, el convencimiento por cualquier cosa que
cante, con un poderío y un fraseo del que otras con más
facultades carecen. El resultado es un show lleno de soul donde
no hay sitio para la pirotecnia y el efectismo. Acompañada por
un sobrio trío de guitarra (el magistral bluesman Rick
Holmstrom), bajo (Jeff Turmes, otro secundario de lujo) y
batería (Stephen Hodges, soberbio y comedido), alérgico a las
florituras, que parecía escogido por T Bone Burnett, Ry Cooder,
Howe Gelb o cualquier otro trotamundos del desierto, y una
impecable sección vocal en la que destacaban la presencia de su
hermana Yvonne y, sobre todo, el privilegiado registro de Donny
Gerrard, toda una institución en Norteamérica, Mavis Staples
regaló una colección de excelentes canciones, la mayor parte
pertenecientes a You are not alone. Además de algunas
tradicionales, Wonderful savior, con la que abrió fuego, Will
the circle be unbroken o Wade in the water, se fueron sucediendo
las canciones de firma ilustre, como Wrote a song for everyone,
de John Fogerty, Losing you, de Randy Newman, o Only the Lord
knows o la misma You are not alone, ambas compuestas por el
líder de Wilco, Jeff Tweedy especialmente para este disco que se
ha encargado de producir y dirigir musicalmente. La propia
Staples así lo comunicó al respetable. Y si bien es cierto que
su mención no pareció impresionar a los asitentes, su mano se
notó en la distancia, tanto por la sobriedad del planteamiento
como por la excelente elección de temas, a la que seguro no fue
ajeno. Con el público ya en pie, el grupo remató la faena con
dos certeros bises: For what it’s worth el himno contra la
represión policial de los Buffalo Springfield para dejar
constancia de su compromiso con la lucha por los derechos
civiles, y la tradicional Eyes on the prize, con la que se
despidió de la para ella impronunciable Almuñécar.
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