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Festival Jazz en la Costa

Parque del Majuelo, Almuñécar, Granada


Edición 2011
Deep Inner Groove  
Stefano Bollani & I Visionari
Kyle Eastwood Band
Randy Brecker & Bill Evans con Medeski, Martin & wood
Tea For Three con Dave Douglas, Enrico Rava & Avishai Cohen
Chucho Valdés & The Afro-Cuban Messengers


Por Enrique Novi-* INDYROCK




El último tren a Chicago
Fernando Béiztegui Blues Band
Miércoles 16 de julio 2014 Plaza Nueva, La Herradura – Aforo: 1000 personas. Calificación: ***
Crónica por Enrique Novi- IndyRock

Un aficionado centroeuropeo preguntaba por la hora de inicio del concierto y se mostraba sorprendido de la tendencia a trasnochar de los españoles cuando le indicaban que sería alrededor de las once y media de la noche. El buen blues merecería la espera. Efectivamente, pocos minutos más tarde de lo anunciado, y después de que el cortejo que acompañaba el paso de la Virgen del Carmen, con su banda y sus fuegos artificiales se perdiera por las calles aledañas a la Plaza Nueva los músicos tomaron el escenario y sin más preámbulos comenzaron a tocar los primeros acordes del instrumental Hear me Talkin’ de Charlie Musselwhite, el mítico armonicista que causara sensación en la escena blues y rock de los sesenta, y, salvo por su piel blanca, estereotipo de músico emigrante que trazó la ruta del sur al norte, de Misisipi a Chicago pasando por Memphis. El tema elegido para abrir fuego sobre el público que llenaba el recinto no era una casualidad, sino una señal inequívoca de que el destino al que la banda de Fernando Béiztegui se proponía llevarnos era el mismo que ha elegido Pau Gasol para jugar en la NBA la próxima temporada, la Bright Light, Big City a la que le cantara Jimmy Reed: Chicago. José Granados a la batería, Pepe Castro al bajo, Sergio Novo a la guitarra y un prodigio soplando la armónica diatónica llamado Manuel Moreno, El Loco de La Carolina, ejercieron con su interpretación de Hear me Talkin’ de efímeros teloneros de Fernando Béiztegui, que se unió a ellos para ofrecer de ahí en adelante una auténtica lección de blues eléctrico escuela Chicago, sin desviarse ni un milímetro hacia el rock efectista como suele ser habitual en otros grupos de blues. 
Con Fernando seguro y convincente tanto con la guitarra como a la voz, el repertorio fue en sí mismo una selección impecable de lo mejor del género, de la era dorada del blues como lo entendería cualquier aficionado en cualquier rincón del mundo, sin dejarse prácticamente a ninguno de los grandes fuera. Así fueron sonando Poor Boy o Tell Me de Howlin’ Wolf, Long Distance Call, Trouble No More o Southbound Train de Muddy Waters, Shame Shame Shame de Jimmy Reed o As The Years Go Passin’ By que hicieran Albert King o John Lee Hooker. Con especial brillo sonaron los temas donde la armónica tomaba el protagonismo, desde Mellow Down Easy, del gran Willie Dixon y popularizado por Little Walter a un Mistery Train que le rendía mayor pleitesía a Junior Parker que a Elvis Presley. 

Otros clásicos como Strange Feelin’, Mr. Devil, Messin’ with the Kid de Buddy Guy & Junior Wells, That’s Allright de Arthur Big Boy Crudup o Crazy ‘Bout You de Johnny Taylor completaron el setlist. Fernando preguntó la hora antes de dar por finalizado el concierto. Casi dos horas después del comienzo, y para sorpresa del aficionado centroeuropeo, aún quedaba tiempo para despedirse con el mejor Muddy Waters y su Got My Mojo Working.

Un paseo por los trópicos
Fe Wilhelmi & El Sabor
jueves 17 de julio 2014 Playa Puerta del Mar, Almuñécar – Aforo: 800 personas. Calificación: ***
Crónica por Enrique Novi- IndyRock
El segundo de los conciertos programados en paralelo al cartel central del Festival de Jazz en la Costa estuvo dedicado a las músicas de los trópicos, tanto del norte como del sur, en un puente tendido entre Cuba y Brasil sobre el Caribe por el grupo de Fernando Wilhelmi, denominado muy apropiadamente El Sabor. Para un escenario montado sobre la arena de la playa más concurrida de la Costa Tropical parecía una opción sin competencia donde todo encajaba. Unos metros más hacia el levante que el año anterior, y fuera ya del Paseo del Altillo, que ofreció una vista privilegiada a los veraneantes en la edición anterior, la actual ubicación jugó en contra de la conexión entre las tablas y “la arena” (nunca mejor dicho). Aún así, el grupo que comenzó algo titubeante fue de menos a más y finalmente, gracias sobre todo a las dotes de seducción de Alex Oliveira, que ejerció de animador además de cantante, acabó por camelar al respetable. 
Abrieron precisamente con Abre Caminos, una composición propia de Fernando Wilhelmi, pero pronto se sumergieron en el cancionero tradicional de Brasil, primero con Feitio de Oraçâo del pionero Noel Rosa y a continuación con el clásico Receita de Samba. Siguieron tomando el puente hacia Cuba y sus ritmos calientes que fueron los que terminaron por convencer a un público hasta entonces algo reacio a dejarse contaminar por su sabor. En primer lugar con La Comparsa del inevitable maestro Ernesto Lecuona, y seguidamente con el son irresistible de Arsenio Rodríguez Me voy contigo, que permitió el lucimiento del ubicuo Zeque Olmos con la percusión, pero también el de Guillermo Morente con el bajo eléctrico, el de Jaume Miquel con el piano, el del propio Wilhelmi con la flauta travesera y sobre todo el de Lázaro Hernández con un soberbio solo de guitarra. Tras la tempestad cubana volvió la calma con De la Bahía, otra composición de Fernando Wilhelmi a ritmo de tanguillos, y con el bolero de Fernando López Mullens Qué Te Pedí.

El protagonismo volvió a recuperarlo Brasil y Alex Oliveira con una sugerente y muy sentida versión del Retrato en Branco e Preto de Tom Jobim y Chico Buarque. El grupo afrontó la recta final con un cha cha cha de Enrique Jorrín, Negrito de Sociedad, y una adaptación del tango Caminito al terreno cubano. Para entonces el público ya se había soltado el pelo, algunos incluso habían sucumbido a la invitación de Oliveira para subir al escenario, y respondió convenientemente a sus cánticos en Me deixa em Paz de Ivan Lins, y el consabido bis para el que reservaron un pegadizo cuento brasileño llamado O Cabrito do Seu Benedito, que en realidad era el tema Conflito de Zega Pagodinho.
 

Lucha de gigantes
Chano Domínguez & Niño Josele 
Sábado 19 de julio 2014 Parque del Majuelo, Almuñécar – Aforo: 1.000 personas. Calificación: ***
Crónica por Enrique Novi- IndyRock
El Parque del Majuelo se llenó para recibir a uno de sus hijos predilectos en el concierto inaugural de una edición que parece recuperar el pulso tras unos años difíciles en los que los recortes lo habían reducido a su mínima expresión y quien más quien menos temió por su continuidad. Chano Domínguez comentó encantado haber perdido la cuenta de las veces que había participado. Solo en este Festival de Jazz en la Costa con la del sábado van cinco… y las que queden, pues el gaditano siempre es bien recibido por la parroquia sexitana y una garantía de buena música. Y a pesar de ello a los más veteranos les pareció que probablemente no fue esta la más espectacular de sus actuaciones. Y puede que tuvieran razón. El formato a dúo con la guitarra del Niño Josele es posible que le restara algo de ese espacio que se suele tomar Chano para soltarse la melena y levantar al público de sus asientos, esos clímax en los que se vuelca arrebatado sobre las teclas del piano. Ciertamente el concierto fue muy comedido y el tono general de la noche apenas alcanzó los tonos rojos de los ecualizadores.
Casi todo se mantuvo en el terreno de los medios tiempos y el sosiego más que en el del zapatazo. Y los pocos que hubo fueron recibidos con entusiasmo. Buen concierto, no obstante, que comenzó con los acordes de Django, el tema que John Lewis, el impulsor del Modern Jazz Quartet, compusiera como homenaje al gitano Django Reinhardt, y sin pausa continuó con la sugerente adaptación de Because, el tema de los Beatles incluido en la suite que conforma la suntuosa cara B del genial “Abbey Road”. Tras él, otro de los temas incluidos en el reciente álbum “Chano & Josele” que ha producido Fernando Trueba, el inolvidable Je T’attendrai que compuso Michel Legrand para la película Les Parapliues de Cherbourg. Tres maravillosas melodías que Chano y Josele llevaron a su terreno de sutilezas flamencas antes de darse un poco de aire en solitario. Primero fue Chano el que abandonó el escenario para dejar a Josele rehacer uno de sus temas y después fue Josele el que cedió el testigo a Chano que atacó solo con el piano el tema del almeriense ¿Es esto una bulería? también incluido en el disco conjunto.

Tras el respiro volvieron a juntarse para hacer Lua Branca, un clásico de la pionera Chiquinha Gonzaga que rescatara Maria Bethânia. Una pieza nada obvia del cancionero brasileño –ahí se nota la mano de Trueba- que en manos de ambos adquirió todo el sabor de los cantes de ida y vuelta. Siguieron con Two For The Road, del siempre elegante Henry Mancini y con otra joya del acerbo de Brasil, Rosa, del maestro del choro Pixinguinha, sencillamente magistral. Para la recta final volvieron a darse un respiro en solitario. Chano se explayó entonces con una improvisación en la que muchos creímos descubrir la melodía de Gracias a la Vida, probablemente el momento más aplaudido de la noche, y tras él Josele hizo lo propio por bulerías. Cerraron con una aflamencada Luiza, de Antonio Carlos Jobim y con la soleá incluida en el álbum Solitude in Granada antes de retirarse y volver con un bis que dedicaron a su admirado Paco de Lucía. El público se levantó y rompió a aplaudir cuando Chano anunció su Canción de Amor.


Las mil y una noches
Dhafer Youssef 
domingo 20 de julio 2014 Parque del Majuelo, Almuñécar – Aforo: 800 personas. Calificación: ***
Crónica por Enrique Novi- IndyRock
Con menos asistencia que la noche anterior, la del domingo se presentaba plácida y tranquila, con la temperatura perfecta y un cielo despejado e inmóvil, salvo por alguna que otra bandada de gaviotas que incluso cuando graznaban parecían querer unirse a la música que producía el grupo de Dhafer Youssef, o aportar el matiz incidental a las melodías de belleza telúrica que desplegaba el tunecino. El ruido de las gaviotas competía a veces con el llanto que el guitarrista Eivind Aarset extraía de su guitarra, como en el tema Eleventh Stone de su álbum de 2006 “Divine Shadows”, cuando Youssef no disimulaba su coqueteo con la electrónica. Pero nada de eso hubo. Ni los que acudieron atraídos por sus incursiones digitales y sus colaboraciones con músicos electrónicos, ni los más recalcitrantes puristas del jazz quedaría satisfechos con la actuación del domingo. Sí lo harían en cambio esos otros buscadores de belleza, generalmente con coleta a lo Ian Raymond, el detestable personaje de High Fidelity, a los que no les molestan las etiquetas ‘world music’ o ‘música étnica’. 
Esos quedaron hipnotizados por la sugerente, casi mística propuesta de Dhafer Youssef. De los diversos acercamientos a la fusión que ha protagonizado el músico africano, se olvidó absolutamente, como queda dicho, de su faceta electrónica, apenas hubo algún guiño al jazz y solamente algún episódico ejercicio ‘progresivo’, como el del tema 39th Gülay (to Istanbul), lo distrajo del tono general de música de ascendente sufí, sabor oriental, cadencia contemplativa y sonido envolvente apropiado para escuchar en horizontal que imprimió a su actuación. En realidad, ciño su repertorio casi exclusivamente a los temas de sus dos últimos discos, “Birds Requiem”, de 2013, y “Abu Nawas Rhapsody”, de 2010, que son probablemente los más introspectivos y ‘relajados’ de su discografía. Lo cual no fue impedimento para que se lucieran tanto el contrabajista Phil Donkin como el batería Ferenc Németh, y para que destacaran los pasajes con el piano de Kristjan Randalu, probablemente el más jazzista de los músicos del grupo, o el manto armónico que proporcionó Eivind Aarset con una guitarra eléctrica a la que aplicaba un efecto envolvente. 

Por encima de ellos la espiritualidad de Dhafer Youssef, que transportó al público a mundos oníricos, imaginarios, ayurvédicos, de una serenidad casi divina. Con las notas que extraía de su laúd, pero sobre todo con la singularidad de su voz que, tratada como un instrumento de amplia riqueza cromática que Youssef modificaba a su antojo utilizando sus manos como caja de resonancia, es capaz de alcanzar registros desconocidos de un exotismo muy particular.


Y el jazz llegó al Majuelo
Joshua Redman Quartet 
lunes 21 de julio 2014 Parque del Majuelo, Almuñécar – Aforo: 900 personas. Calificación: ***
Crónica por Enrique Novi- IndyRock


Habíamos tenido blues y música tropical en los conciertos previos de la programación paralela; también fusión flamenca con Chano Domínguez y el Niño Josele, y emulsiones étnicas con el grupo de Dhafer Yousseff. La noche del lunes llegó por fin el jazz con todas las letras de la mano de Joshua Redman. Y al igual que ya ocurriera en su anterior visita, cuando vino en formato trío, el saxofonista norteamericano se limitó a dar una lección de jazz sin aditivos, jazz con mayúsculas y desprovisto de fusiones superfluas. Parecen lejanos los días en que Redman coqueteaba con la electrónica y buscaba los límites del género contaminándolo con instrumentos eléctricos y bases digitales. Así sucedió cuando visitó el Teatro Isabel la Católica en el Festival de otoño de Granada hace unos años al frente de su Elastic Band. 
Limitándose al acompañamiento clásico del piano de Aaron Goldberg, soberbio, la batería de Greg Hutchinson, fino y comedido, en su punto, y el contrabajo de su inseparable Reuben Rogers, sencillamente insuperable, Redman se supera en formato acústico, y se muestra elástico solo en su fraseo, limpio, preciso, contenido. Exuberante cuando la pieza lo requiere, cálido y emotivo siempre. Sin duda ese sector del público que estaba ávido de jazz sin más prefijos quedó satisfecho con el primero de los conciertos que consecutivamente nos lo van a traer hasta el final del Festival. Afable, comunicativo y esforzándose por hacerse entender en castellano, Joshua Redman combinó con equilibrio temas propios con algún que otro clásico. Comenzó con Long Gone, una composición propia desconocida pero de gran belleza para continuar con la inevitable Summertime. Con un arreglo vivaz el clásico de Gershwin nunca desentona en manos de un maestro, por muy obvia que sea su elección. Todo lo contrario que el tema con el que siguió, The Doll Is Mine, una canción que Redman presentó diciendo simplemente que se trataba de un grupo de rock de Nueva York. 

El grupo en cuestión era Blonde Redhead, uno de los más respetados de la escena underground neoyorquina, célebres por su tendencia ruidista y experimental, lo que demuestra la amplitud de miras de Joshua Redman, capaz de llevar al terreno del canon jazz hasta las melodías más alternativas. Tras varios temas propios (y no incluidos en ninguno de sus álbumes; puede que formen parte de futuros trabajos) que evidenciaron su talento compositivo, She Knows, Curvy Q y DFAF, por fin se atrevió con una de las piezas incluidas en su álbum, “Walking Shadows” (Nonesuch, 2013), la recreación del Adagio de Bach, que fue toda una delicia. Para el final se dejó otro estándar, Yesterdays de Jerome Kern con el que se despidió. Aún quedaba la última lección. Requerido por el público, el cuarteto volvió al escenario y como si de un antiguo club de jazz de los cuarenta se tratara, acometió los compases del tema Be Bop con el que Dizzy Gillespie diera nombre a toda una corriente. Torrencial broche, magistral lección.


El tiempo en modo pausa
Tord Gustavsen Quartet con Simin Tander 
martes 22 de julio 2014 Parque del Majuelo, Almuñécar – Aforo: 700 personas. Calificación: **
Crónica por Enrique Novi- IndyRock


Si alguno pensaba que con la actuación de Dhafer Youssef se había superado la noche más plácida y sosegada de la actual edición de Jazz en la Costa, es que no había contado con la que iban a ofrecer Tord Gustavsen y su cuarteto junto a la cantante invitada Simin Tander. Hubo una parte del público que se lo veía venir y el Parque del Majuelo presentó la entrada más pobre de la semana. Los que sí acudieron pudieron disfrutar de su música contenida, delicada y susurrante que conseguía ralentizar el tiempo, hasta casi ponerlo en modo pausa. Las intervenciones de la cantante germano-afghana apenas pasaron del murmullo e incluso las pausas que el pianista se tomó para presentar los temas de su repertorio las hizo en tono de susurro, apenas perceptible. 
El noruego dejó constancia del valor que se da al silencio en los países del norte. Escogiendo piezas no solo de “Extended Circle”, su álbum más reciente, como Right There o la tradicional Eg Veit I Himmerik Ei Borg, sino también del anterior, “The Well”, del que interpretó la Suite y Playing, y de otros más antiguos (Token of Tango de “The Ground” por ejemplo), Gustavsen fue creando un universo musical de tierno lirismo, de estética minimalista y densos pasajes llenos de matices apenas insinuados en los que la sensualidad habitual de sus composiciones se enriquece con la gélida belleza de la tradición escandinava. A su rueda, inmersos en ese tempo ralentizado en el que se sumerge el pianista noruego, y absolutamente compenetrados con ese mundo paralelo en el que desarrolla su propuesta musical, el sutil batería Jarle Vespestad, inseparable en todos los proyectos de Gustavsen, el contrabajista Mats Eilertsen y el saxofonista Tore Brunborg se adaptaban al tono fúnebre que imponía el líder.

Brunborg es heredero de las innovaciones de Jan Garbarek, y músico que ha liderado múltiples formaciones con los más relevantes instrumentistas noruegos, pero junto a Gustavsen su toque alcanza otra dimensión aún más inquietante que se intuye bajo la aparente calma del conjunto, una de las características más notables de la personal y meditativa propuesta del pianista de Oslo, un juego de tensiones casi oculto bajo ese manto de murmullos superpuestos. En ese subsuelo ocurren cosas tras las que se detectan las influencias de Jarrett o del mencionado Garbarek, del folk noruego o incluso de la música romántica y de la música religiosa. No en vano Gustavsen ha hecho gira con el Trio Mediaeval, un coro femenino de música antigua para el que compuso piezas basadas en poemas sufíes, y en su anterior álbum, “The Well” incluyó otras escritas para el Festival de Música Sacra de Oslo. Todo ese bagaje, el espacio entre líneas, las cadencias reposadas y una concepción del tiempo que requiere una adaptación previa y deliberada por parte del oyente, convirtieron la del martes en la noche más espiritual del Festival.


Una trompeta en vuelo libre
Enrico Rava
miércoles 23 de julio 2014 Parque del Majuelo, Almuñécar – Aforo: 800 personas. Calificación: ****
Crónica por Enrique Novi- IndyRock


Decir Enrico Rava es decir música de altura, sin ataduras ni corsés, música de vuelo libre sin desenlace conocido, pura improvisación, puro genio, puro jazz. A sus setenta y cinco años el trompetista de Trieste no solo se mantiene en forma sino que no se deja constreñir por ningún patrón preestablecido, que su trompeta no obedece sino a su propia intuición musical, la que le ha llevado a ser uno de los más grandes músicos que ha dado la vieja Europa. Y eso es mucho. La noche comenzó precisamente con el reconocimiento que la organización del Festival de Jazz en la Costa y el propio Ayuntamiento de Almuñécar hacían de su labor con la concesión de la Medalla de Oro de la ciudad, que le entregó la alcaldesa Trinidad Herrera. Rava la recibió complacido y ejerciendo de italiano elogió la belleza de la regidora. Ahí acabaron los convencionalismos. La joven formación que lidera, un quinteto que demostraría a continuación ser de alto voltaje, tomó el escenario y sin mayor preámbulo se dedicaron a embellecer el torrente de música que es capaz de producir Enrico Rava.
El trompetista presentó a los músicos antes de nada, como queriendo cumplir con los trámites para centrarse en el repertorio sin que nada los distrajese. Un repertorio difícil de escudriñar por la deconstrucción a la que somete prácticamente todo lo que toca. Rava es un culillo de mal asiento que siempre va por delante inventando nuevos giros, nuevos quiebros a las melodías conocidas y sorprendentes disonancias con las que enriquecer sus intrincadas armonías. Y tras él, sin perder la rueda del líder, una banda magníficamente engrasada, que le sigue el juego sin perder comba. Fabrizio Sferra se muestra versátil y efectivo con las baquetas, Gabriele Evangelista elástico con el contrabajo, como exige la música de Rava, inconmensurable Giovanni Guidi con el piano, que aporreó o acarició en estilos y modos diversos, según requiriese la ocasión, mostrando apenas durante unos pocos compases antes de volar igualmente libre, como los vientos del líder, sus dotes para tocar en estilo stride, blues o caribeño, todo un portento. 

Sobre la base que tejían los tres músicos, revoloteaba el trombón de Gianluca Petrella, que con o sin sordina venía con la lección de Rava perfectamente aprendida, haciendo dialogar a su trombón de igual a igual con la trompeta de su jefe. Por ahí sonaron las melodías de Choctaw, de Tribe o de Art Deco, aunque como ocurre siempre con este artista es difícil precisarlo, pues convierte cada pieza en un continuum de swing delirante, de dixieland sideral, de cha-cha-cha deconstruido o en un réquiem marciano y disonante, que cambia el compás sin que el oyente lo perciba más que cuando ya es historia, de modo que lo que era sincopado vuelve a tierra, y lo que comienza en tempo lento se vuelve una saltarina melodía de soul jazz. Jazz de altos vuelos a cargo de un inventor genial e inasible.


Me siento rejuvenecer
Dave Holland Quartet 
jueves 24 de julio 2014 Parque del Majuelo, Almuñécar – Aforo: 900 personas. Calificación: ****
Crónica por Enrique Novi- IndyRock


Me Siento Rejuvenecer era el título en castellano de una trepidante comedia que firmó en 1952 Howard Hawks. Protagonizada por Cary Grant y Marilyn Monroe, su título original era Monkey Bussiness, en alusión a una típica expresión inglesa y al argumento de la película, basado en la ingestión accidental por parte de un chimpancé de un elixir de la juventud sobre el que trabaja un científico (Grant) en su laboratorio. Ese elixir fue el que esparció sobre el público del Parque del Majuelo el cuarteto que presentó Dave Holland con una música torrencial y electrizante.
Al finalizar la actuación, sexagenarios de andares renqueantes habían revivido sus locos bailes psicodélicos de los setenta, señores barrigudos habían vuelto, durante dos horas de concierto, a la época en que los kilos no eran una preocupación, y calvos de solemnidad creyeron haber volado sus melenas al viento durante ese tiempo. Así de balsámica y redentora fue la experiencia para gran parte del público allí congregado. Que Dave Holland es una garantía de calidad nadie allí lo dudaba, pero la nueva muestra de versatilidad que ofreció el contrabajista sorprendió hasta al más entusiasta de sus seguidores. 

En sus tres últimas actuaciones en escenarios granadinos ha mostrado sus habilidades para incorporar el compás flamenco a un instrumento tan incómodo para el lucimiento como el contrabajo (en su actuación junto a Pepe Habichuela), dio una lección de expresividad y contención como parte del cuarteto Overtone, junto a Chris Potter, Eric Harland y Jason Moran, y finalmente anoche demostró que su pericia no conoce límites estilísticos ni existen fronteras que su toque no pueda traspasar. En un concierto medido y sin lugar para el compadreo, el cuarteto que formó junto al inigualble batería Eric Harland, el teclista Craig Taborn, que alternaba el piano con el Fender Rhodes, y sobre todo, el joven guitarrista Kevin Eubanks, la revelación de la noche, ofreció una lección magistral de jazz eléctrico, de free funk, jazz-rock y música progresiva como no se le había escuchado desde los tiempos en que formaba parte del ensemble más experimental y audaz de Miles Davis. 

Por momentos el espíritu de Jimi Hendrix parecía haberse encarnado en una especia de hijo pródigo de Robert Fripp por el toque rugiente y descarnado de Kevin Eubanks con su guitarra eléctrica y electrizante. Desde The Winding Way, un tema del propio Holland incluido en su álbum “The Dream of the Elders” (ECM, 1995), y Dirty Monk, un original de Eubanks, hasta los varios temas del reciente “Prism” (Dare2 Records, 2013), el disco que venía a presentar y del que cayeron Choir, Spiral, The Empty Chair, un soberbio y rudo blues de las catacumbas, o The Watcher, otro tema de Eubanks incluido en “Prism” y que fue puro King Crimson desbocado, todo el concierto se desarrolló con la furia del rock progresivo y la expresividad del jazz fusión. Y en esa línea y a ese terreno llevaron también el tema que dejaron para el bis, un favorito de Holland, The Dream of the Elders, que además de dar nombre a uno de sus álbumes ya había exprimido en otro disco anterior que firmó junto al gran saxofonista Steve Coleman.


El Majuelo Piano Bar
Zara McFarlane 
Viernes 25 de julio 2014 Parque del Majuelo, Almuñécar – Aforo: 1.100 personas. Calificación: **
Crónica por Enrique Novi- IndyRock


Tal vez por tratarse del día más propicio, al comienzo del fin de semana, o quizás por el atractivo que siempre supone una voz femenina, el recinto del Majuelo presentó la mejor entrada en lo que va de Festival. Sin desmerecer la aseada propuesta que planteó, el de Zara McFarlane fue probablemente el más ligero de los conciertos que se han visto. Con una banda que no pasó de la simple corrección, dotada para cumplir con el ambiente de piano bar en el que convirtieron la velada, pero lejos del nivel de excelencia de muchos de los días previos, la cantante londinense ofreció un exhaustivo repaso por su aún corto cancionero, alternando temas de sus dos álbumes hasta prácticamente completarlos, sin salirse del guión ni un ápice. 
Facultades demostró tener para hacer algo más, y a pesar de que alguna de sus canciones -casi todo su repertorio es original de la propia McFarlane- podría haber pasado por un estándar de Jerome Kern o Hoagy Carmichael (Captured, Pt. 3, por ejemplo), seguramente la inclusión de algún clásico conocido habría sido bien recibida. Bregada en sus primeros coqueteos con algunos productores de música electrónica y en sus colaboraciones con músicos más escorados hacia el soul o el funk, estilos que algunos echaron de menos, o al menos un pequeño guiño hacia ellos, Zara parece decidida a hacerse fuerte y respetable sin pisar ninguna línea continua fuera del estricto carril del jazz contemporáneo, y a ello se aplica con determinación. 

En una tesitura vecina a la de la gran Nina Simone, similitud que se hace más patente en las baladas de tonos menores, como Woman of the Oliva Groves o Love, que interperetó acompañada solo por el piano, y muy suelta cuando acometía pasajes con la técnica del scat (lo hizo con More Than Mine o Angie La La), concentra toda su energía en mantener pura su inmersión jazzística. Incluso con la versión de Police & Thieves, el clásico jamaicano de Junior Murvin que les mostró la puerta de entrada al reggae a The Clash, con la que cerró su concierto, la mantuvo dentro de sus márgenes. Tiempo tendrá para crecer. Y contaminarse.


Un cierre majestuoso
Charles Lloyd Quartet 
sábado 26 de julio 2014 Parque del Majuelo, Almuñécar – Aforo: 1000 personas. Calificación: ****
Crónica por Enrique Novi- IndyRock


Como un gourmet previsor, el Festival de Jazz en la Costa se dejó lo mejor para el final. En el día más caluroso desde su comienzo, en una noche plomiza y pastosa en la que el aire inmóvil parecía más denso que de costumbre, Charles Lloyd y sus extraordinarios acompañantes destaparon el tarro de las esencias con un concierto magistral, en el que por encima del jazz modal, del jazz de vanguardia o cualquier otra etiqueta, la música fluyó sugerente, espaciada, sutil, llena de esa espiritualidad que Lloyd imprime a cualquier cosa que toque.
Con parsimonia y elegancia, sin vanos efectismos, tanto el veterano saxofonista como Gerald Clayton al piano, en una demarcación que ocupó el mismísimo Keith Jarrett, Joe Sanders al contrabajo o Justin Brown en la batería, se concedieron el espacio suficiente para que cada uno se aplicara a su tarea, sin tratar de imponerse o resaltar por encima del conjunto, lo que fue en beneficio de la expresividad del concierto y de la magia que lograron crear alrededor de un repertorio impecable, primoroso. Comenzaron con Dream Weaver, una de las primeras piezas de Lloyd, y sin recrearse en fútiles paradas ni regodearse en el aplauso del público, fueron derivando hacia el lirismo de Song My Lady Sings, el poso swing de Horace Blues, en honor de Horace Silver, el sonido crossover y setentero de Sombrero Sam, otra vieja composición propia para la que Charles Lloyd cambió el saxo por la flauta travesera… 

Sea cual sea la elección, su fraseo transmite una emoción contagiosa que inunda el recinto y traspasa la piel de los que escuchan. Y esa cualidad inexplicable, que trasciende lo puramente musical, es la que lo hace uno de los mayores talentos que ha dado el jazz, seguramente el más grande de los mitos vivos que le quedan al género. El tono melancólico se elevó con su lectura del clásico mexicano La Llorona, una pieza que lleva a su particular universo, una delicia que ya nos regaló en su anterior visita al festival de otoño en la capital. Con la misma cadencia hipnótica, cautivadora que encierra cada nota salida de su instrumento, continuó con Passin’ Thru, con Go Down Moses. Aunque probablemente las mejores delicias las dejó para el postre con un extenso y extraordinario bis. 

Comenzó con Way Falling Stranger y a continuación, con el tarogato entre los labios, ese extraño instrumento mitad oboe, mitad clarinete de sonido enigmático y orientalizante, Charles Lloyd ofreció su penúltima lección de espiritualidad con una narcótica suite que partió de Sweet Georgia Bright pero que desembocó en una hermosa improvisación en la que algunos escucharon insinuaciones del Summertime y hasta de Caravan. Fue el cierre perfecto para la edición de la recuperación.

Gregory Porter 
domingo 21 de julio 2013 Parque del Majuelo, Almuñécar Granada
Despedida para la reconciliación
Por Enrique Novi - IndyRock
Después de un festival irregular en el que no todos los artistas programados habían alcanzado su mejor nivel, y sobre todo tras el sabor agridulce que dejó la fugaz presencia de Pharoah Sanders la noche anterior, el Festival de Jazz en la Costa no pudo despedirse con mejor actuación que la que ofreció el portentoso vocalista Gregory Porter. Venía avalado por una críticas espectaculares y vista -y escuchada- la soberbia lección de jazz vocal que regaló a la afición de Almuñécar, no cabía mejor reconciliación con la música de alta graduación, tanto técnica como emocional. Su voz y el sabio y magistral manejo que hace de ella lo sitúan como un cantante sin competencia a la vista. Domina todos los registros, desde el susurro hasta el grito, desde la balada estándar hasta el blues de firmes raíces. Es profunda, intensa, aterciopelada, llena de alma, dulce y conmovedora. Y escuchándolo se antoja imposible que desafine ni un cuarto de nota. Así de fácil y natural fluye su manera de cantar. 
Tras el comienzo presentó al grupo, formado por los eficientes Emanuel Harrold a la batería y Aaron James al contrabajo, un joven y deslumbrante saxofonista de nombre nipón, Yohsuke Satoh, y el pianista Chip Crawford, no muy conocido pero fenomenal sobre las teclas; un secundario de lujo que ha trabajo como pianista, como arreglista y como productor, no solo en los dos álbumes publicados hasta ahora por Porter sino a la sombra de infinidad de grandes nombres del jazz, desde hace cuarenta años. A partir de ahí la simpatía y el talento de Gregory Porter se ganó el favor del público con sus alabanzas al lugar y a sus gentes. My Way To Harlem supuso su particular homenaje a la época del Cotton Club y a Duke Ellington, con el guiño del Satin Doll incluido, y Be Good (Lion’s Song) mostró que podría ser el heredero del mejor Marvin Gaye, si no fuera porque es más que eso. Con Liquid Spirit, primer single de adelanto del próximo álbum que publicará en septiembre con Blue Note, aceleró el ritmo a la cubana y puso al respetable a acompañar con la palmas. Cuando lo tenía en las suyas, se lo terminó de meter en el bolsillo con una lectura del Quizás Quizás Quizás en impecable castellano, mejorando al mismísimo Nat King Cole. El entusiasmo ya no decaería y con cada nuevo tema más entregado y boquiabierto iba quedando el personal. Primero con Illusion, el hermoso tema que abría su debut, y después con un blues de categoría.

Con ninguno de los registros se permitió el más mínimo cliché. Su propuesta tiene empaque y como los grandes no necesita señalar sino que le basta con insinuar. Así sonó majestuosa Work Song y tras ella una balada preñada de soul, desconocida para todos pero que esperemos esté incluida en su próxima entrega. La remató con una versión de My Fanny Valentine tan buena como la mejor que se haya grabado. Y cambiando de nuevo de registro, la guinda la puso con 1960 What? un temazo reivindicativo, como lo eran los dardos de The Last Poets o de Gil Scott-Heron en los primeros setenta, que denuncia lo que le ha ocurrido a Detroit, en otros tiempos la ciudad del motor de los EE. UU. y estos días tristemente de actualidad por haberse declarado en bancarrota. Con el público rendido Porter regaló un bis con la sensual The Way You Want To Live y nos dejó la sensación de habernos acariciado. Con ello nos quedaremos hasta el próximo verano.

Pharoah Sanders 
Sábado 20 de julio 2013 Parque del Majuelo, Almuñécar Granada
Una estrella fugaz
Por Enrique Novi - IndyRock


Foto: Official Web Pharoah Sanders

Por nombre y por historial, el de Pharoah Sanders era a priori el concierto más esperado por el núcleo duro de los incondicionales de Jazz en la Costa. El legendario saxofonista es de los pocos que van quedando y que estaba allí en la era dorada del género. Le precedía, además de su fama como excelente instrumentista, el aura mítica de haber formado parte fundamental del equipo de John Coltrane, uno de los iconos que mayores y más férreas adhesiones despierta entre la parroquia. Pero las circunstancias jugaron en contra y poco más de un hora después de que Sanders subiera al escenario, el público desfilaba hacia la salida con el regusto de la decepción, o al menos con la sensación de que lo ofrecido por el veterano músico había sabido a poco, a muy poco; y el hecho de que ni siquiera se mostrara dispuesto a regalar un bis tras su breve actuación contribuyó a que la noche resultara algo frustrante. Efectivamente, el paso de Pharoah Sanders por el Festival fue como el de una estrella fugaz, hermoso y breve. 
Durante su actuación, mientras el cuarteto atacaba los últimos compases de Naima, una bandada de flamencos sobrevoló el Parque del Majuelo en bella formación y el público alzó la vista al cielo disfrutando del espectáculo al que el cuarteto ponía banda sonora. Fue seguramente con las primeras notas de Giant steps, que el grupo interpretaría poco más tarde, el mejor momento de la velada, pero también una premonición de lo efímero del concierto. En descargo del septuagenario músico hay que decir que, siendo la de Almuñécar la primera actuación de su actual gira europea, hacía pocas horas que había aterrizado y que al cansancio del viaje había que sumar los efectos del jet lag y el nulo rodaje de los músicos que lo acompañaban. El contrabajista Oli Hayhurst y el batería Gene Calderazzo (¿hermano del pianista Joey Calderazzo, que nos asombrara en el festival de otoño de 2009 junto a Brandford Marsalis?) brillaron a gran altura y mostraron ir sobrados de swing. El pianista, el francés Dan Tepfer, venía como sustituto del anunciado en el programa, William Henderson, y tal vez por eso la conjunción entre ellos se resintió. 

Con tantos elementos en contra Pharoah Sanders se limitó a cumplir con el expediente. Y eso no es poco. Le bastaron cinco temas para despachar su participación en el festival. Comenzó con The night has a thounsand eyes, de Sonny Rollins y el célebre Naima de Coltrane que el público recibió con entusiasmo. Intercaló un blues antes de proseguir con su mentor a cuenta del Giant Steps, y cerró el círculo con The creador has a masterplan, una de las composiciones más laureadas del propio Sanders. Un repertorio seguro e infalible, que el cuarteto interpretó sin audacias vanguardistas, sin apenas rastro del pasado free del líder, con una base firme en el bop y el toque etéreo y espiritual, muy comedido, de su saxo tenor. Por supuesto, sus pulmones no son los mismos de 1965 y el bueno de Pharoah seleccionó convenientemente las notas que estaba dispuesto a tocar. 

Con los temas de Coltrane se decantó por su cara más lírica y eludió la salvaje. Como decía un amigo mío, fiel seguidor del festival, cuando Coltrane se ponía furibundo te arrancaba el corazón con su soplo torrencial; Sanders lo hizo con tanta delicadeza, que el corazón acababas dándoselo tú mismo.
 

Bugge Wesseltoft ‘N’ Friends
Viernes de julio 2013 Parque del Majuelo, Almuñécar Granada
El día del armisticio
Por Enrique Novi - IndyRock
El acercamiento entre el jazz y la electrónica ha sido como el de dos animales de la misma especie que recelan el uno del otro, un encuentro en el que cada parte se ha mostrado cauta y con bastantes reservas hasta comprobar las verdaderas intenciones del otro, sin bajar la guardia para no dar a la otra parte la opción de posicionarse como la dominante. Algo de esta desconfianza se respiraba al principio de la noche en el Parque del Majuelo. 
Desde los noventa han sido muchos los productores de música electrónica seducidos por la libertad formal del jazz, desde Fila Brasilia a Jazzanova, y de Marc Moulin a Rainer Trüby, todos los artistas encuadrados dentro de la etiqueta nu jazz o future jazz, han sido vistos con cierta sospecha por el sector más inmovilista de los aficionados al género. Dentro de la corriente, el trabajo de Bugge Wesseltoft –y también el de Erik Truffaz, uno de los integrantes del grupo que presentó, y pionero de esta última fusión- ha servido de puente entre ambas tendencias, tal vez por su formación clásica como pianista, aunque seguro que también por la calidad de sus composiciones y de sus discos. En sus últimas entregas, además, el noruego ha hecho diversas incursiones en una música de carácter mucho más acústico que en sus inicios, ofreciendo hermosas obras de gélida belleza para piano y cuerdas, fundamentalmente. 

La noche del viernes, aunque algo de esto se coló en su repertorio, no fue tan indulgente con los más recalcitrantes y ofreció una efectiva mixtura de abstract jazz y electrónica minimal. El grupo lo formaba el propio Wesseltoft que alternaba el piano acústico con su aparataje, el saxo de Ilhan Ersahin, la trompeta de Truffaz –ambos con pedigrí jazzístico y este último además habiendo convencido ya al público granadino en anteriores visitas- el bajista Audun Erlien, el batería Andreas Bye y el dj y productor de la escena neoyorquina de clubs Joe Claussell, que basculaba entre los beats electrónicos y la percusión acústica. Juntos fueron dando forma a sus creaciones de un modo muy transparente, construyendo los temas sobre minimalistas estructuras que iban cobrando sentido a modo del work in progress. La base rítmica no se permitió ningún desliz exhibicionista y los vientos estuvieron igualmente comedidos, muy lejos del apabullante despliegue progresivo y hasta rockista que desplegó Truffaz en su concierto de hace cuatro años en Granada. 

La música espaciada, de fría hermosura que planteaba Wesseltoft con su piano iba enriqueciéndose con multitud de arreglos en un crescendo que culminó en los bises, cuando el grupo regaló una pieza soberbia, que comenzó con un ritmo de house y una melodía de piano-jazz, al modo que popularizó Saint Germain hace quince años, para acabar transformándose en un tema de dub sideral con todo el sabor de Jamaica. El público se levantó y aplaudió convencido. Se había firmado el armisticio.
 


Terence Blanchard 
Jueves 18 de julio 2013 Parque del Majuelo, Almuñécar Granada
El magnetismo de un horizonte
Por Enrique Novi - IndyRock
Terence Blanchard es un músico en el sentido más amplio posible de la palabra. Lo es por su enciclopédico conocimiento, por su creatividad como compositor y por su dominio como intérprete. No hay nada que proponga y que no lo haga impecablemente. Así fue la cálida noche del jueves en el Majuelo. A pesar de ello, el concierto adoleció de un elemento consustancial al hecho musical aunque afortunadamente imposible de plasmar en el pentagrama, inasible e indescifrable. Hablamos de la conexión emocional entre el público y el escenario, esa magia que nadie puede prever de antemano si surgirá o no. 


Foto promocional, web Terence Blanchard


La verdad es que la mayoría de los presentes aún teníamos un vívido y conmovedor recuerdo de su anterior visita, cuando el músico de Nueva Orleáns acababa de publicar ‘A Tale of God’s Will (A Requiem for Katrina)’, no solo un disco redondo, magnífico, sino un conjunto de temas sentidos que en el entorno tropical de Almuñécar, con ese aire espeso y dulzón tan parecido al de su Luisiana natal, Blanchard recreó con gran sentimiento. Entonces nos regaló una noche inolvidable, de las más emocionantes que se recuerdan en la historia del Festival. Partir de un listón tal alto supuso un hándicap que ni siquiera un músico de su categoría pudo superar. Aún así su mínimo nivel está muy cerca de la excelencia y al concierto del jueves se le pueden poner pocas pegas. 

Con un repertorio basado casi exclusivamente en su último disco, ‘Magnetic’, el quinteto que presentaba Terence Blanchard, prácticamente el mismo que grabó el álbum, con la excepción del contrabajista Joshua Crumbly, sustituido aquí por Bob Hurst, bordó cada tema de los que planteó. La mayoría de ellos ejercicios de estilo impecablemente interpretados. El disco supone la vuelta de Blanchard al sello Blue Note, y en él encontramos una diversidad estilística que hacía mucho tiempo no mostraba el trompetista, tal vez fruto de la variedad de compositores de los temas del álbum. Comenzó con Central focus, un tema de directo post-bop al que Blanchard insufla un aire muy de Nueva Orleáns con sus solos. Sin solución de continuidad, acometieron Hallucinations, el corte más abstracto y espaciado del disco y que supuso un nuevo ejercicio de introspección en una actuación sobria que no transige con concesiones. Con Magnetic el quinteto retomó el pulso rítmico y sofisticado del concierto, que volvió a echar el freno para interpretar Ashé, una hermosa balada incluida en su ‘Requiem for Katrina’ y el único tema antiguo que se concedió. Lo mejor llegó con No border just horizons, una declaración de principios (sin fronteras, solo horizontes). 

El tema, creación del batería Kendrick Scott, es un prodigio de post-bop modal lleno de swing que deriva elegante y sutilmente hacia el latin-jazz. Y con Pet Step Sitter’s Theme Song, una extensa composición del excelente pianista Fabian Almazan, que partiendo de una línea melódica de sabor latino, la banda se encarga de deconstruir hasta llegar a una especie de jazz abstracto no exento de músculo. La interpretación de este tema fue en sí misma un resumen de todo el concierto: una propuesta medida y sobria pero magnética, sofisticada. La música de Terence Blanchard se plantea como una implosión de jazz donde sus múltiples universos confluyen hacia el interior.

Chucho Valdés & Afro-Cuban Messengers 
Miércoles 17 de julio 2013 Parque del Majuelo, Almuñécar Granada
El dulce sabor de la complacencia
Por Enrique Novi - IndyRock


Foto, promocional. Chucho Valdes web

Antes del concierto se rendía tributo al artista con la estampación de sus manos en una baldosa del ya llamado Boulevard Jazz en la Costa y con la entrega de la medalla de la ciudad de Almuñécar. Parabienes y homenajes que también dejaron alguna anécdota, como cuando delante de las autoridades imprescindibles en estos menesteres el bueno de Chucho agradeció a los altos mandatarios de Málaga el honor. Una confusión ya habitual entre los artistas que acuden al festival de la Costa, pues dada la cercanía con el aeropuerto malagueño, suele ser esta provincia su vía de entrada. 
Tal vez por eso, o tal vez no, la actuación del cubano, sin dejar de ser deslumbrante, fue algo menos lucida que en anteriores ocasiones, quizá un poco más autocomplaciente. Sea como sea, Chucho y sus excelsas dotes interpretativas nunca bajan de la excelencia y el público del certamen sexitano, con su especial debilidad por todo lo que huela a cubano, había agotado las localidades a los pocos días de que se pusieran a la venta. Como es natural, el mágico pianista y su extraordinaria banda no lo decepcionó. Abrió fuego con Congadanza, un magistral ejercicio de jazz afrocubano que abre también su último trabajo hasta la fecha, ‘Border-Free’. Se trata de un álbum editado hace apenas unos meses en el que el propio Chucho luce ataviado como un jefe comanche. Debió impresionar en la sesión de fotos para la portada ver al gigantón coronado de esa guisa.

El resto de la noche fue alternando los temas nuevos con otros de ‘Chucho’s Steps’, su anterior trabajo, que aún no se han caído del repertorio. Así, sonaron Julian, su particular homenaje a ritmo de conga a Cannonball Adderley, o Yansá, un tema preñado de africanismo que sirvió a los juguetones dedos de Valdés para introducir dentro del tema un guiño al Take 5 de Brubeck. Y como la noche iba de homenajes, el pianista se dispuso a hacer los suyos. Primero con Pilar, una bellísima melodía dedicada a su madre que extrae Gastón Joya con el arco de su contrabajo, y a continuación con Bebo, en el que hace lo propio con su padre, al que ha compuesto una melodía muy cubana y sabrosona, que también le permite jugar para rematarla con las notas de Amor de hombre. 

El jazz de profundidad volvió con Las dos caras, también de ‘Chucho’s Steps’, y con Tabú, un tema nuevo, lleno de morería que permitió el lucimiento con la tumbadora de Yaroldy Abreu Robles y de Dreiser Durruthy Bambolé con el tambor batá. Tanto los dos percusionistas como el batería Rodney Barreto obtuvieron los más calurosos aplausos del respetable con sus ritmos afrocubanos y sus cánticos, como los desplegados con el tema final, Afrocomanche, en el que se encuentran con pasmosa naturalidad Debussy y el canto yoruba. Antes de eso, aún tuvo tiempo Chucho Valdés de ponernos la piel de gallina con la extraordinaria belleza de Caridad Amaro, una de las más hermosas piezas de ‘Border-Free’.

Lito Blues Band con Suzette Moncrief 
Martes 16 de julio Plaza Nueva, La Herradura  Granada
Blues para toda la familia
por Enrique Novi - IndyRock


Foto promocional. web Suzette Moncrief

Faltaba ya poco para la medianoche cuando Lito y su grupo subió por fin al escenario de la Plaza Nueva de La Herradura, en el que era el segundo concierto gratuito programado en paralelo por la organización del Festival Jazz en la Costa, al margen del cartel central que comenzó ayer miércoles en su habitual entorno del Parque del Majuelo en Almuñécar. El retraso se debió a los fastos que en honor de la Virgen del Carmen se celebraban en la localidad. Peajes ineludibles cuando el programa coincide con tan señalada fecha para todos los pueblos costeros, al público que abarrotó el recinto no pareció importarle demasiado. El ambiente festivo general adquirió tenuemente el tono de lamento del blues de la mano de Lito y su banda. A Lito Fernández lo conocen y respetan todos los aficionados el género de los doce compases. 
Con la banda que lleva su nombre son más de veinte años de carretera, pero este hombre se colgó la guitarra hace cerca de 40 años y desde entonces no hay riff de blues o de rock que no haya probado con las seis cuerdas, y su figura ha contribuido como la que más a consolidar la fama de Málaga como santuario del blues en España. Arropado con efectividad por el bajo de su paisano Jorge Blanco y la batería del hispano-suizo Nicolás Huguenin (ni rastro del mago del Hammond Phil Wilkinson, anunciado en el programa), el trío se dispuso a desgranar durante casi dos horas de concierto algunos clásicos inmortales del blues, el soul y el rock, abriendo, a pesar de la ausencia de teclados, con un boogie-woogie que indicaba por donde irían los tiros durante la noche: un poquito de blues eléctrico de Chicago, blues-rock y, sobre todo, ese rock setentero que hizo suyos los patrones del blues para construir los clichés que desde entonces todo el mundo reconoce como rock, sin más aditivos. 

Con el añadido de la voz indolente de Suzette Moncrief, que puso el toque soul a la actuación, el cuarteto se dispuso a dar una entrega de blues y rock para todos los públicos, sin más audacias o intentos de buscar nuevos caminos, que un género de la tradición del blues no necesita. Y así, sin grandes estridencias, fueron cayendo los temas de un previsible repertorio, entre versiones del inevitable Stevie Ray Vaughan, algún homenaje a los Rolling Stones (Miss you), e incluso una curiosa adaptación abluesada del A day in the life –un tema de una riqueza armónica muy por encima del habitual del blues- de los Beatles. Puestos a hacer concesiones para complacer a los gustos más melosos, se atrevieron también con Ain’t no sunshine de Bill Whiters, aunque, como no podía ser de otro modo, el protagonismo fue devuelto pronto al blues de siempre con clásicos como Everyday I have the blues, con el que Suzette trató de involucrar al público, o con algún éxito de la gran Etta James, cantante por la que Moncrief siente fascinación y con la que seguramente mantiene más cercanía estilística.

Víctor Olmedo & Corralito Quintet 
Lunes 15 de julio 2013  Playa del Paseo del Altillo, Almuñécar
Enseñanzas de Brasil
por Enrique Novi - IndyRock
Víctor Olmedo y Miguel Ángel Corral son dos veteranos músicos de la escena granadina. Tanto uno como otro son habituales de las salas de jazz de la ciudad, donde han dejado sobrada muestra de su versatilidad y su maestría en estilos diversos que van del jazz al bolero y del flamenco a la bossa nova. El Festival de Jazz en la Costa, adaptado a los tiempos de recortes, ha iniciado este año su andadura en tono menor, con una programación paralela que conforman una exposición de fotografías de Pepe Torres, asidua cámara que merodea por todo lo que huela a jazz, con la proyección de un par de películas de temática jazzística, y con dos conciertos gratuitos que, fuera del programa central y del escenario principal, han calentado motores para ir creando ambiente en una táctica de menos a más que culminará con la actuación el domingo 21 de Gregory Porter. 
El primero de estos conciertos fue el que ofrecieron en un escenario sobre la arena de la playa, frente al Paseo del Altillo, el quinteto comandado por Víctor Olmedo y Corralito. Olmedo es, desde que empezara como batería en un grupo de hard-rock, uno de los músicos que con mayor pasión ha recorrido las músicas que lo han cautivado, y tanto como percusionista como en su faceta de cantante, se ha especializado en las músicas calientes que recorren las costas americanas, de Cuba a Porto Alegre. Miguel Ángel Corral, Corralito, por su parte, ha buceado con ahínco en los diversos estilos que pudieran enriquecer el toque de su guitarra hasta convertirse en uno de los más solventes guitarristas de Granada, de la clásica al flamenco, y del jazz a los ritmos brasileños. Junto al incombustible bajista Nicolás Medina, el batería Jaime Párrizas y el joven trompetista Alberto Martín, plantearon su actuación del lunes como un homenaje, casi exclusivo, a la herencia brasileña, con ligeros toques e incursiones al jazz o al flamenco.

Vistos los resultados que sobre el Gobierno de Dilma Rousseff han tenido las recientes protestas que tuvieron lugar en distintas ciudades del país, tal vez otros deberíamos tomar nota y mirar el ejemplo brasileño en otros ámbitos, además del musical. El paseo por las músicas brasileñas comenzó con Minha Irmá, de Djavan, y eludiendo ágilmente los tópicos, llenaron de colorido la noche tropical con Moro na Roça de Mónica Salmaso y con Melancia. La trompeta de Alberto Martín cabalgaba elegante sobre la alfombra de terciopelo que le tendían las sutiles percusiones de Víctor Olmedo, junto al balanceo del bajo y la batería. Tras un quiebro en forma de tangos a cuenta de un tema de Jorge Pardo, que sirvió para el lucimiento de Corralito, el quinteto volvió por sus fueros con algunos clásicos del inevitable Antonio Carlos Jobim y de Sergio Mendes, como Bananeira y el archiconocido Mais que nada. La noche cálida y las palmeras de los alrededores, que situaban el conjunto en su entorno tropical, no podía tener banda sonora más adecuada que la que salía de los instrumentos del grupo. Una adaptación para trompeta del Bluesette, del gran armonicista Toots Thielemans, una versión de Sina, otra vez de Djavan, y el Estamos aquí, de nuevo de Jobim, sirvieron para poner el broche a la primera noche de música en el Festival de Almuñécar. Al día siguiente le tocaría el turno al blues en La Herradura.


EDICIONES ANTERIORES * 2012
María Romero & Kiko Aguado Quintet + Granada Big Band con Antonio Serrano: especial jazz & bossa nova 
domingo 22 de julio 2012  Parque del Majuelo – Almuñécar Granada

Despedida tropical
por Enrique Novi

El círculo de la vigésimo quinta edición del Festival Jazz en la Costa, de Almuñécar, se cerró con una nutrida representación de la escena local, siempre dispuesta a colaborar y a mostrar el excelente nivel del jazz que se practica por aquí. Culminaba con ellos uno de los años más complicados para la organización, obligada a ajustarse a los tiempos de crisis con un certamen más reducido que en ocasiones anteriores pero que se ha saldado con una notabilísima respuesta por parte del público y con un cartel más que digno dadas las circunstancias. 
Comenzó la noche como en un susurro con la guitarra de Kiko Aguado y la voz de María Romero, a la que se fueron sumando el resto de miembros del quinteto, Nicolás Medina al bajo, Julio Pérez a la batería y Rogelio Gil al saxo, para ofrecer una muestra de “After all We gave”, el último trabajo con composiciones propias de Kiko siguiendo los patrones estándar y letras a cargo de Anthony Paul. Elegante e intimista, María cantó en inglés After all We gave, Give me more, Love for Carmen, Mission impossible y Go with the rhythm. Caldeado el ambiente y tras un breve descanso tomó posesión la Granada Big Band que bajo la dirección de Kiko Aguado se dispuso a interpretar una selección de clásicos de Jobim en clave, cómo no, de bossa nova, esa música que recorrió un camino de fusión natural al encontrarse con el cool jazz en los cincuenta. 

Entre un par de composiciones propias en esa misma línea que había preparado Aguado para la ocasión, Tormenta suave y Soñé que te conocí, se interpretó la ineludible Garota de Ipanema. A partir de ahí, Celia Mur tomó el protagonismo para hacer tirar con su garra y su brillante manera de interpretar, de toda la banda, que subió varios puntos la intensidad. Con otro de los inmortales de Jobim, Corcovado, se incorporó la estrella de la noche, el armonicista Antonio Serrano, que una vez más, con su extraordinaria habilidad, extrajo del pequeño artefacto toda la musicalidad que encierra hasta llevarlo a la categoría de instrumento mayor.

Ciertamente escuchando las melodías que es capaz de dibujar con su armónica no cabe duda del dominio con que lo maneja y de las posibilidades de un instrumento tan poco habitual en los conciertos de jazz. Con la noche encarrilada, el grupo acometió los acordes de How insensitive, Meditaçao y So tinha de ser com voçé. Y ya en la fiesta final se incorporó de nuevo María Romero al elenco para redondear la noche con el bis de Chega de saudade. Y con más incertidumbre que nunca nos despedimos hasta el año que viene. Eso al menos es lo que todos deseamos.

Kenny Barron Trio
sábado 21 de julio 2012  Parque del Majuelo  Almuñécar  Granada

El hijo pródigo
por Enrique Novi

Como no podía ser de otro modo, el cuarto aforo completo de la actual edición del Festival de la Costa, -el cuarto de cinco, todo un éxito en los tiempos que corren- tenía que corresponder al más esperado de los conciertos programados este año, el del queridísimo Kenny Barron, predilecto de la organización y del público. En el ambiente se notaba esa predilección y ese aprecio, y para oficializarlo el Festival tuvo el detalle de entregar un galardón conmemorativo de su vigésimo quinto aniversario al excelso pianista que lo recogió y agradeció ante la ovación general justo antes de sentarse al piano y comenzar su recital. Sin salirse del guión, el pianista ofreció un concierto elegante y refinado que aportó algunos de los momentos más aplaudidos del certamen, siempre manteniéndose dentro de los cánones más arraigados del género. Barron representa como ningún otro el clasicismo del jazz precisamente porque estuvo allí en la época en que se gestaron formalmente sus patrones. 
Como además posee un talento especial tanto para la interpretación, sutil, delicada, de enorme riqueza armónica y fraseo preciosista, de un inigualable lirismo, como para la composición, sus actuaciones no pueden ser otra cosa que un resumen magistral de jazz clásico, atemporal, eterno. Así logra que se mantengan a la misma altura expresiva los temas propios y las escogidas versiones de los grandes con los que compartió tablas y estudios de grabación. Magníficamente arropado por el contrabajista Kiyoshi Kitigawa y el batería Jonathan Blake, impecables acompañantes del maestro, Kenny Barron fue desgranando con parsimonia los temas de su repertorio y dando con cada uno una lección de las formas del jazz de siempre. Comenzó con dos composiciones propias, And then again, pieza en clave bop que cerraba su álbum “Scratch” de 1985, y Cooks Bay, jovial melodía con cierto aire de samba perteneciente a “Spirit song” (Verve, 2000). 

Con idéntico nivel de excelencia continuó con las lecturas de Shuffle boil del gran Thelonious Monk, el clásico Be bop de su amigo Dizzy Gillespie, o el inmortal My funny Valentine, entre las que insertó su homenaje a la actriz brasileña Sonia Braga, a la que dedicó una hermosa balada a ritmo de bossa que detuvo el tiempo en el recinto de Almuñécar. Con Calypso, otra pieza original, interpretada en el consabido bis, Kenny Barron se despidió de sus muchos incondicionales hasta su próxima visita. Podrán pasar, si el tiempo y al autoridad recaudadora lo permiten, otros veinticinco años y difícil será que el Festival encuentre otro artista al que mostrar más cariño, pues por todos es considerado el hijo pródigo del certamen. 

Ninety Miles con Stefon Harris, Nicholas Payton & David Sánchez 
viernes 20 de julio 2012  Parque del Majuelo – Almuñécar
El estrecho de la Florida
por Enrique Novi
“Creo que la guajira y el blues tienen un fuerte vínculo común. Ambos son producto de la gente trabajadora: los que cortaban caña de azúcar en Cuba o Puerto Rico o los que recolectaban algodón en el sur de los Estados Unidos”. Con estas palabras presentaba Ray Barretto su versión de Summertime, simbiosis perfecta entre el sabor caribeño y el feeling del blues, y una de las más logradas entre las miles que se han registrado a lo largo de la historia. El idilio entre la música cubana y la de Nueva Orleáns viene de lejos y se remonta incluso al mismo origen criollo del jazz primigenio. Por eso aventuras como la que se presentó el viernes en el Parque del Majuelo tienen el éxito garantizado y siempre despiertan el interés del público.
La querencia del asiduo al Festival del Almuñécar por las aproximaciones del jazz a Cuba ha quedado sobradamente acreditada en anteriores ocasiones y la noche del viernes, con otro lleno, no iba a ser menos. Con más motivo si detrás del nombre de Ninety Miles, las famosas noventa millas que separan la costa norte de la isla con la península de La Florida, estaba el talento de dos músicos bien conocidos del festival, el saxofonista David Sánchez y el trompetista Nicholas Payton. Junto a Stefon Harris, excelso intérprete de marimba y vibráfono, exóticos instrumentos de los que no hay muchas ocasiones de disfrutar, ambos lideraban una formación de lujo con músicos procedentes de uno y otra lado del estrecho de la Florida. El origen del proyecto es un disco publicado el año pasado por el sello Concord, empeño de Harris y Sánchez con el trompetista Christian Scott (sustituido en esta ocasión por Payton), grabado en La Habana en una semana con músicos de la isla, en lo que constituía un desafío no solo musical sino con connotaciones políticas.

El repertorio que desplegó el septeto la noche del viernes estuvo basado por completo en los temas de este trabajo, conformado por composiciones originales, sobre todo de Stefon Harris y David Sánchez. A pesar de los antecedentes, y conservando vetas de genuino sabor habanero, se trata de una apuesta audaz que mira al futuro en lugar de regodearse en los siempre bien aceptados clichés del latin jazz. Y ahí es donde reside su mayor logro: sin dar la espalda a un innegable poso caribeño que rezuman todos los temas, la propuesta va más allá y ofrece una lección de jazz sin etiquetas, actual y atemporal, y de alta graduación. Así el grupo escogió seis de las nueve piezas que conforman el álbum, y estirándolas al antojo de los músicos, ofreció –a la hora de escribir estas líneas aún a falta de saber que hará el trío de Kenny Barron- los mejores momentos de la actual edición. El colofón lo puso en el bis Nicholas Payton con I wanna stay in New Orleans, un regalo con aroma de blues, y la única concesión fuera del excelso proyecto Ninety Miles. 

Jacky Terrasson Trio 
jueves 19 de julio  2012  Parque del Majuelo – Almuñécar, Granada
Luna y arena
por Enrique Novi
Al tercer día encontraron acomodo los incondicionales del género. Después de la verbena de Playing For Change y el edulcorado candor de Lizz Wright y Raúl Midón, la propuesta minimista de Jacky Terrasson no dejaba lugar a dudas. Reducida a la formación más básica del jazz, el consabido trío de piano, bajo y batería, no se esperaban excesivos desvíos de lo que los más fieles al Festival de la Costa exigen a un certamen de esas características. Tal vez por esa reducción a lo esencial la asistencia se redujo también en consonancia como evidenciaban las primeras calvas entre las butacas del Parque del Majuelo que se han visto en esta edición. Así pues, con Terrasson parapetado tras su piano de cola junto al contrabajista Burniss Travis y el batería Justin Faulkner, sin concesiones ni compadreos innecesarios con el respetable, dio comienzo un concierto elegante y comedido, de momentos exquisitos y múltiples guiños, a la tradición unas veces y a lo popular otras.
Con los alardes justos y pisando el acelerador solo cuando el guión lo indicaba, que fue en contadas ocasiones. El franco-americano, reconocido arreglista, brillante compositor, acompañante de lujo y a veces dispuesto a implicarse en aventuras de otra naturaleza, se presentaba con el formato con el que más cómodo se siente, el de trío con el que comenzó su carrera hace cerca de veinte años. Sus dos acompañantes, excelentes en el papel de secundarios, asumieron su función y cedieron el protagonismo y el liderazgo a Terrasson, que dirigía con sutileza el tempo del concierto. Se esquivaron así las tentaciones exhibicionistas que convierten otras actuaciones similares en una concatenación tediosa de solos interminables. Ni fue eso lo que pasó ni la noche se prestaba para ello. 

Con el aire en absoluta quietud y la temperatura clavada en el punto exacto, ni una brizna se movió para alterar una noche de música en la que la calma se impuso a la tempestad. Echando mano de un cancionero que ya va siendo considerable, Jacky Terrasson apenas tuvo que buscar fuera de él para completar un repertorio con el que cumplir, aunque su espíritu juguetón le llevara a insertar pasajes ajenos. Y fueron estos precisamente los que más entusiasmo despertaron entre el público, siempre ávido de reconocer algunas melodías entre el bosque armónico de los conciertos de jazz. Algunos compases de La Marsellesa o un devaneo con el Beat it de Michael Jackson dibujaron la sonrisa entre los asistentes, pero sobre todo fueron las lecturas de Smoke gets in your eyes, Saint Thomas, Round Midnight o Smile las que más complacieron. Y por encima de ellas una magnifica versión de Caravan, pues el maestro Ellington siempre es bien recibido entre los buenos aficionados.


Lizz Wright & Raúl Midón 
miércoles 18 de julio 2012- Parque del Majuelo – Almuñécar 
Dos voces prodigiosas
por Enrique Novi
Segunda asalto de la XXV edición del Festival de Almuñécar y segundo lleno en el Parque del Majuelo. Tal y como se han puesto las cosas para la música en directo, convertida en un producto de lujo por la salvaje subida de los impuestos a los espectáculos y la cultura en general, todo un logro que en un futuro más cercano de lo que pudiera parecer se contará como ciencia ficción a las generaciones venideras. A Lizz Wright ya tuvimos el privilegio de conocerla en su visita al Festival de Granada de 2008 y sobre Raúl Midón se hablaban maravillas aunque pocos habían tenido la oportunidad de disfrutar de su directo.
Bajo el cielo estrellado de la Costa Tropical dejó constancia de su desbordante talento. Maestro con las seis cuerdas, a las que extrae toda la musicalidad en cada nota, domina un extenso catálogo de estilos, como corresponde a su formación de influencias múltiples, y así se mueve con pasmosa facilidad entre el jazz, el rock, el soul, el clasicismo o cualquier otro género por más lejana y profunda que se extienda su raíz. Y todos ellos interpretados con una técnica impecable y un metronómico compás. Pero si sorprendente es su dominio de la guitarra, aún más llamativo es el uso que le da a su inabarcable tesitura. En la senda de otros prestidigitadores de la voz, como el legendario Bobby McFerrin, con el que ha coincidido a la hora de escoger temas del repertorio Beatle, pues ha incluido una versión de Blackbird en su último trabajo, transita entre las notas graves y el falsete con una naturalidad casi insultante e incluso lleva la interpretación vocal a terrenos normalmente reservados a los instrumentos de viento. Todo un portento de voz que se acopló perfectamente con la de Lizz Wright, aterciopelada, sensual como una caricia, envolvente y majestuosa. La sureña posee un registro grave que la emparenta con otras grandes cantantes capaces de moverse con agilidad entre el folk, el jazz y el gospel: Oleta Adams, Flora Purim, Abbey Lincoln o incluso Tracy Chapman.

A pesar de sus portentosas cualidades, Wright y Midón ofrecieron un concierto muy comedido, a veces susurrado, más cercano al smooth que al jazz clásico, eso que se llama jazz contemporáneo enmascarando producciones brillantes al gusto del público adulto, ese que supuestamente aún gasta algo de dinero en comprar cd’s. Para dotarlo de contenido echaron mano más del repertorio de Lizz Wright que del de Raúl Midón, aunque el protagonismo estuvo bastante repartido entre ambos. Así, de balada en balada, fueron desgranando los temas, entre los que destacaron los más emblemáticos de ella, como My heart, (I’v got to use my) Imagination, Hit the ground, Trouble, This is, Open your eyes, you can fly o Stop, para acabar con un original de él, Everybody.
Playing For Change 
martes 17 de julio  2012  Parque del Majuelo – Almuñécar 
La segunda oportunidad
por Enrique Novi
Playing For Change se ha convertido ya en una de esas historias solidarias que reconcilian a la industria con el público, un acontecimiento tan del gusto de los medios generalistas que hasta se cuela en esos telediarios que apenas tienen tiempo para dedicar a la música, salvo que haya detrás una carga de humanidad tan ejemplar como esta. Y eso si que no tiene precio –y hable en términos exclusivamente monetarios- en el mundo global de noticias apresuradas donde la actualidad se recicla cada diez minutos. Dando por sabida, pues, la génesis del proyecto, solo quedaba sentarse a comprobar hasta que punto el impacto que causó en Mark Johnson la interpretación de Stand by me a cargo de aquel músico callejero en Santa Mónica, California, justificaba la creación de una macro banda multicultural como la que abrió la XXV edición del Festival de Almuñécar. 
Y si la causa benéfica (montar escuelas de música en zonas empobrecidas) es de alabar, el resultado musical no pasa de correcto y voluntarioso. Grandpa Elliot, el más veterano de los componentes, es un armonicista y cantante de blues que en su juventud conoció tangencialmente la primera división del Rhythm&blues, pues incluso llegó a editar algún single en los 60, pero que, hastiado de la gran ciudad y, sobre todo, de las puñaladas traperas del show business, decidió volver a su Nueva Orleáns natal para ganarse la vida como músico callejero. Jamás habría vuelto a salir de su esquina si no se hubiera cruzado en su camino el proyecto Playing For Change. Es el ejemplo al que nos referíamos, esa segunda oportunidad que entusiasma a los productores de reportajes televisivos con interés humano. Algunos vinieron atraídos por su nombre, con la vana esperanza de que allí se destilaría blues genuino, del que ya no se comercializa, pero bastaron los primeros temas para darse cuenta de que la propuesta de la banda iría encaminada a contentar a todos los públicos con una previsible mezcla de músicas globales, lo que venía a ser una pachanga algo glorificada por su encomiable fundamento. 

Así el repertorio se iba nutriendo de música africana, algo de blues, unos toques de gospel, bastante reggae, un par de baladas soul y algún guiño funky espolvoreado con sabor latino. Y por supuesto todo ello interpretado con oficio pero sin descuidar los clichés de cada genero, algo fundamental para contentar a las familias. Todo fue bien recibido, aplaudido y bailado, pero especialmente los temas más conocidos como las versiones de A change is gonna come, el himno racial con el que Sam Cooke mostró el camino a Marvin Gay, la emocionante I’d rather go blind, o las del imprescindible Bob Marley cuando se trata de garantizarse el éxito global, Three little birds o One love. Y, por supuesto, la carta de presentación de la banda, Stand by me, a la que se adaptó el estribillo para que pudiera cantarse en castellano, como “quédate conmigo”. 


EDICIONES ANTERIORES * 2011

Deep Inner Groove
Sábado 23 de julio 2011 Parque del Majuelo – Almuñécar
La despedida de los promiscuos. Por Enrique Novi
Excelente concierto de despedida el que nos brindó Deep Inner Groove, un quinteto de músicos, algunos ya conocidos, otros satisfactorios descubrimientos que habrá que añadir a la lista de candidatos a repetir, que han hecho de la promiscuidad su modus vivendi. Hablamos exclusivamente de música, naturalmente, que ya se sabe que el mundo del jazz es mucho más permeable al trasiego de instrumentistas entre bandas y acompañantes varios que el de otros géneros de formaciones más dadas a la estabilidad, con más férreo control de entradas y salidas. 
El antecedente más cercano lo teníamos en Reunion, otro combo que abrió el cartel del certamen sexitano hace unos años con los sonidos bailables del soul-jazz, la fusión amable y el jazz-funk. En esta ocasión, practicando no tanto fusión como soul-jazz clásico, elegante, hedonista y bailable, tres de los componentes de entonces repetían junto a un prometedor organista y un veterano y experimentado batería. Si entonces se presentaron como un sexteto a las órdenes de Jim Beard, la noche del sábado lo hacían como un quinteto que compartía con aquella banda a tres de sus miembros: el guitarrista Chuck Loeb, de pulso fino y técnica depurada para emular a los grandes del género, desde Charlie Christian a Kenny Burrel, de Wes Montgomery a Grant Green, que además de con Reunion, ya visitó Almuñécar anteriormente con Metro. 
El segundo que repetía era el cantante y trompetista alemán, Till Brönner, que centrado solo en su instrumento, aportó un toque exquisito y lleno de sensualidad. El tercer rescatado de la vieja Reunion era el saxofonista Eric Marienthal, que al igual que sus compañeros, posee una dilatada trayectoria como solista reputado y como acompañante de rutilantes estrellas tanto del jazz como del pop o el rock. Junto a ellos el magistral batería Harvey Mason, que sin  haber firmado ningún disco por su cuenta, puede presumir de un currículum envidiable con primeras figuras del jazz y del funk. Y para completar el grupo no podía faltar un mago del órgano Hammond, el instrumento que da sentido al jazz de vocación underground. 

El hasta ahora desconocido Pat Bianchi dejó sobrada constancia de su pericia a la hora de extraer esas inconfundibles notas borrachas de vibrato que hacen mover el trasero al más tímido de la sala de baile. De modo que aunque el nuevo proyecto Deep Inner Groove, al igual que ocurría con Reunion, no ha publicado ningún trabajo discográfico más allá de los de sus miembros, el repertorio no se resintió en absoluto. Le bastó con nutrirse de algunas de las composiciones de Loeb, Brönner o Mason y, por supuesto, coronar la actuación con unos cuantos temas clásicos del soul-jazz para poner un perfecto cierre a la vigésimo cuarta edición de Jazz en la Costa: Bumpin’ de Wes Montgomery, el ellingtoniano In a sentimental mood, el popular Walk tall de Cannonball Adderley, o el magistral Compared to what con el que Les McCann y Eddie Harris pusieron boca arriba el festival de Montreux de 1969. Menuda despedida
 
Chucho Valdés & The Afro-Cuban Messengers 
Viernes 22 de julio  2011 Parque del Majuelo – Almuñécar Granada
Maestros, compinches y mentores por Enrique Novi
La combinación viernes de Festival-Chucho Valdés ya era de por sí un binomio que garantizaba el lleno absoluto y evidentemente, con el papel agotado desde hacía semanas, las inmediaciones del Majuelo antes del concierto eran un hervidero de aficionados poco previsores a la busca y captura de una entrada. Y como era de prever una vez dieron las diez y media y la música comenzó a inundar el parque, Chucho, uno de los artistas más queridos y admirados por los incondicionales del certamen, al frente de su nuevo combo, no decepcionó ni al más exigente de los parroquianos que abarrotaron el recinto. No podía ser de otro modo. Porque como uno de los pianistas más dotados, versátiles y completos del mundo tiene muy poca competencia y nadie en su sano juicio se atrevería a discutirlo. Porque además cuando sus prodigiosas manos se deslizan sobre las teclas no hay género, matiz o textura que quede fuera de su alcance, incluso en una noche donde no mostró un lucimiento particularmente espectacular. Pero es que por si todo esto fuera poco, en esta ocasión venía presentando su último trabajo, Chucho’s steps, que es un intencionado homenaje a algunos de sus más aclamados maestros, mentores y compinches. Desde la propia denominación del septeto, una clara referencia tanto a la orquesta de Dizzy Gillespie como a los Jazz Messengers de Art Blakey, todo el repertorio está salpicado de guiños a los intérpretes y compositores del jazz que han influido en su sonido, arrastrándolo al terreno del latin-jazz, que Valdés domina como nadie. El resultado de esta nueva aventura no puede ser más atinado, pues recupera la esencia del legendario proyecto Irakere, sin duda un hito dentro del jazz cubano y en gran medida la escuela donde se han formado algunos de los mejores músicos del jazz de pulso latino. Así se vio desde el principio, con el tema Danzón, con Zawinul’s mambo, un explícito tributo, Begin to be good, donde rinde pleitesía al mismo tiempo al Cole Porter de Begin the beguine y al George Gershwin de Lady be good, o con Julian, donde homenajea al gran Cannonball Adderley a ritmo de conga. Así, con su ilimitada capacidad para encontrar pasadizos que conecten músicas de variada raíz, fue interpretando a autores clásicos a ritmo de blues, composiciones paradigmáticas del jazz al compás de la rumba, el son o la guajira, o boleros preñados de herencia yoruba. Como viene siendo habitual, su hermana Mayra Caridad hizo una aparición estelar, en este caso para cantar Alma mía, y toda la banda participó de la fiesta en la que se convierten sus actuaciones. Magníficos Carlos Manuel Miyares y Reinaldo Melián a los vientos, impecable el compás de Lázaro Rivero al contrabajo, y por supuesto excelente la conjunción de los tres monstruos de los tambores que elevan la temperatura de cada concierto de Chucho: Juan Carlos Rojas Castro a la batería, Yaroldy Abreu Robles a las congas y Dreiser Durruthy Bambolé con el tambor batá, sus cánticos y hasta un baile poseído entre las butacas que puso al público en pie. En definitiva, un concierto cubanísmo que dibujó una amplia sonrisa en cada uno de los privilegiados que lo disfrutamos.
Tea For Three con Dave Douglas, Enrico Rava & Avishai Cohen 
jueves 21 de julio  2011  Parque del Majuelo – Almuñécar Granada
La hora del té por Enrique Novi
No es habitual encontrar propuestas como la que programó el Festival para la noche del jueves: tres ases de la trompeta compitiendo y dialogando entre ellos, aportando cada uno un matiz específico al sonido cristalino y brillante de tan clásico instrumento. Visto el resultado, tal vez devino algo decepcionante seguramente por el potencial que el experimento encerraba y que no se correspondió con lo que vimos sobre el escenario del Parque del Majuelo. Con el nombre de Tea For Three, en clara referencia a Tea for two, uno de los clásicos más recurrentes del S. XX, cuya melodía se coló de soslayo en algún pasaje de la noche, y bajo la dirección de Dave Douglas, el sexteto ofreció un concierto dinámico y divertido en el que el té fue el hilo conductor de un repertorio basado en las composiciones del propio Douglas. Una base rítmica de auténtico lujo formada por dos conocidos y una revelación aportó la plataforma impecable sobre la que los tres vientos construyeron sus desarrollos melódicos. El inconmensurable pianista Uri Caine, sabia y sobriamente comedido en su papel de acompañante y el excelso batería Clarence Penn eran los conocidos; la revelación corrió a cargo de Linda Ho, que impresionó con su técnica y su precisión al contrabajo. Su aspecto de fragilidad contrastó con la potente sonoridad que extrajo de un instrumento detrás del cual podía esconderse. Sobre esta base inmaculada los tres trompetistas trataron de lucirse. Dave Douglas posee una técnica indiscutible, un variado registro, capacidad para la improvisación y originalidad. Enrico Rava acumula una cohorte de adeptos por su toque enigmático y atmosférico que sin descuidar la riqueza melódica, se adentra en caminos más audaces siempre desde el refinamiento. Por su parte, Avishai Cohen (no confundir con su paisano, el contrabajista de idéntico nombre), el más joven de los tres y la otra buena noticia de la noche, demostró un toque rotundo, claro y preciso, muy bien modulado. Con las lecciones del bop bien aprendidas, regaló algunos de los solos más brillantes del concierto con su intuición melódica e intenso soplo. Con semejante plantel los pronósticos no podían ser mejores, y todos esperábamos una noche de jazz de altura con tres trompetistas pugnando por comerse a los demás. Sin embargo, se echaron de menos, precisamente por la ocasión de contar con esas tres opciones para un mismo timbre, algunos arreglos más incisivos, que resaltaran más el contraste entre el toque de cada uno. Es cierto que hubo algunos pasajes de espectacularidad y brillantez, especialmente cuando Douglas ponía la sordina, Rava daba gas al moscardón subiendo y bajando pistones y Cohen se vaciaba los pulmones describiendo la línea melódica, pero también hubo otros algo deslavazados y en general, quien más quien menos salió con la sensación de que podía haberse llevado algo más.
Randy Brecker & Bill Evans con Medeski, Martin & wood
Lógica matemática
miércoles 20 de julio  2011 Parque del Majuelo – Almuñécar / Granada
Por Enrique Novi
Al viejo dicho de más vale malo conocido que bueno por conocer habría que darle la vuelta para explicar el acierto del Festival y el tino del público que una noche más abarrotó el Parque del Majuelo, intuyendo el torrencial de música que se avecinaba. Más bien tendríamos que hablar de lo bueno conocido, que siempre es una apuesta segura. Y aún más cuando la suma de las partes, la de dos reconocidos solistas y un poderoso trío, desafiando la lógica matemática, multiplica exponencialmente el abrumador resultado. Tanto el soberbio y audaz trompetista Randy Brecker como el simpático y elegante saxofonista Bill Evans han demostrado sus habilidades sobre ese mismo escenario en anteriores ocasiones, si bien es verdad que con desigual acierto. A este último habría que hacerle un abono porque rara es la edición en la que no participa formando parte de todo tipo de agrupaciones de variado registro. 
Un tanto que hay que anotarle a su versatilidad. Asimismo la apisonadora formada por John Medeski, Billy Martin y Chris Wood también era bien conocida de la parroquia, que consciente de la garantía que supone su maquinaria pesada una vez comienza el concierto, no quiso dejar pasar de largo el miércoles de Festival. Lo mejor de todo es que la mezcla los hizo a todos mejores y el quinteto acabó por firmar una actuación memorable y rotunda. Los conciertos del trío cuando son los protagonistas exclusivos del cartel suelen ser apabullantes en todos los sentidos, pero especialmente son excesivos por el despliegue de solos y las constantes exhibiciones de un virtuosismo no exento de cierta querencia hacia lo experimental. Algo que los convierte en experiencias no siempre fáciles de digerir. Pero este hecho quedó neutralizado con la presencia de Brecker y Evans. Ambos fueron los artífices de Soulbop, un proyecto abierto a las sonoridades del funk, el soul y el blues sin rebajar la prestancia jazzística ni el nivel de improvisación de los dos portentos del fraseo, que ya presentaron en este mismo Festival. Heredera de aquella aventura, la actual formación se demostró perfecta para su continuidad. 
Con las riendas cortas con las que Evans y Brecker ataron el trío, Medeski, Martin y Wood fueron el complemento perfecto para el sonido caliente y lleno de groove de los vientos. Y la mejor prueba fue el cierre. El tema Blue pepper de Duke Ellington, que con absoluta naturalidad llevaron al terreno del soul jazz y le hicieron parecer un clásico de los discos de Blue Note de los 50 y 60, aquellos cálidos álbumes de preciosas portadas cuyos bajos neumáticos y contrapuntos del órgano Hammond hacían irresistiblemente bailables. Y así acabamos en el ecuador del Festival.

Stefano Bollani & I Visionari 
martes 19 de julio 2011 Parque del Majuelo – Almuñécar Granada
Tu Vo’ Fa l’Americano por Enrique Novi
El celebérrimo estribillo de la popular y camaleónica canción de Renato Carosone viene a decir algo así como ‘tú quieres tocar al estilo americano’… más o menos. Y Stefano Bollani, descendiente musical del gran Carosone, es lo que viene haciendo con su música, virar hacia un estilo genuinamente americano, sin renunciar a sus raíces mediterráneas y a su formación clásica. Tanto Bollani como el quinteto con el que se presentó en el Festival de Almuñécar, I Visionari, no son unos desconocidos para los aficionados locales, pues hace tres años, en la edición de 2008 del certamen de invierno en la capital, una desafortunada carambola acabó desembocando en que esta misma formación se diera a conocer en el Teatro Isabel la Católica. Anunciaba el programa una colaboración entre Enrico Rava –que también forma parte del cartel costero de este año- y Bollani, cuando una repentina enfermedad del trompetista obligó a modificar el cartel. Fue así como lo que iba a ser un dúo de piano y trompeta se tornó en el grato descubrimiento de este hábil quinteto. Como sucedió entonces, el grupo, y especialmente su cabeza visible, el inquieto Stefano Bollani, dejó constancia del desenfadado talante con que se toman una música que en cuanto a categoría artística es bien seria, de muchos quilates. Y además nada complaciente, porque buen humor no significa liviandad musical. Su propuesta no renuncia a incorporar los hallazgos de ninguna corriente del jazz, desde el swing hasta el bop, desde el jazz moderno de los renovadores hasta las tendencias más vanguardistas. Todo ello impregnado de un aire personal, italianizante, como no podía ser de otra manera. Arropado por músicos de contrastada solvencia, Bollani ofrece un concierto impecable aunque muy contenido en el que no deja lugar para ningún exhibicionismo. Todo el peso lo deja al amor que vayan pidiendo los propios temas y no se enreda en ostentaciones de habilidad. Eso lo hace aún más grande, pues él como pianista está suficientemente dotado para impresionar al personal sin demasiado esfuerzo. Se agradece doblemente esa contención en beneficio de un repertorio que permitió sutilezas y algunas gotas de ese humor con el que parece tomarse la vida y la música. Así arrancó con su simpatía la sonrisa del público, presentando los temas y a los músicos en un idioma que era un batiburrillo de lenguas de origen latino, y que ni era español, ni italiano ni portugués sino todos juntos y entremezclados. O cuando decidía simular su torpeza golpeando un tambor o poner a toda la banda a acompañar con sus voces el solo de batería. Entre tanta ocurrencia una gran actuación con pasajes realmente brillantes que hizo pedir con convencimiento el consabido bis. Antes de atacar con el quinteto al completo la magnífica The Hamburg Boogaloo, nos regaló su versión popular interpretando solo al piano y cantando Che cosa sono le nuvole. Y como hiciera muchos años antes el gran Carosone, nos hizo creer que el swing surgió en un imposible puerto italiano situado en la Luisiana.

Kyle Eastwood Band 
lunes 18 de julio  2011 Parque del Majuelo – Almuñécar Granada
El orgullo de papá
Por Enrique Novi
El orgullo de papá o Harry el limpio, podríamos decir después de asistir a la presentación en el Festival de la Costa Tropical de Kyle Eastwood, el hijo pródigo del cineasta, del que heredó una genuina y respetuosa afición por el jazz. Más allá del morbo de calcular parecidos y de las maldades de considerar si el apellido habrá contribuido o no a impulsar su carrera como músico, el talludo bajista, ajeno tras más de quince años de carrera a semejantes reflexiones, ofreció un concierto aceptable para los tiempos que corren, con momentos incluso brillantes y más que digno al frente de una banda solvente y bien compactada. Estilísticamente el grupo se mueve con soltura entre el smooth jazz, la fusión amable, el clasicismo y algunas interesantes incursiones en lo que podríamos denominar música incidental de corte cinematográfico, algunas de ellas a modo de propuestas de banda sonora en busca de celuloide, pues aunque finalmente se decantaría por el jazz, en su juventud Kyle estudió cinematografía en California. Con el correcto acompañamiento del pianista Andrew McCormack y el batería Martyn Kaine, a Kyle no le pesó asumir protagonismo tanto con el bajo eléctrico como con el contrabajo, instrumentos que fue alternando con criterio y de los que extrajo hermosas sonoridades, demostrando que no era gratuito el hecho de que la banda llevara su nombre. Junto a ellos cumplieron el saxofonista Graeme Blevins, fino y convincente con el tenor; algo más empalagoso con el soprano, y el trompetista Jim Rotundi que con menos palmarés que su compañero de vientos, mostró un fraseo exuberante y preciso, que por momentos hizo honor a su apellido. Todos ellos consiguieron completar un show meritorio y medido, sin grandes clímax pero hermoso. Y para conseguirlo echaron mano, sobre todo, de su reciente Songs from the chateau, un álbum todavía calentito en las cubetas de las tiendas de discos (si es que aún existe tal cosa) del que interpretaron cinco de los diez temas de los que constaba el repertorio, con especial mención a Andalucia, su particular visión sonora de nuestra tierra, y el tema Tonic, una sugerente composición de tempo lento plena de matices. El resto lo completaron con Song for you, del disco Metropolitan, y tres cortes de Paris blue, probablemente el mejor trabajo de Eastwood hasta la fecha. Con todo, seguramente el momento que más agradeció el respetable fue la recreación del tema perteneciente a Letters from Iwo Jima, la película que dirigió su padre y cuya banda sonora compuso Kyle junto a Michael Stevens. 

Mavis Staples
domingo 17 de julio  2011 Parque del Majuelo – Almuñécar Granada
Cantando desde el púlpito 
por Enrique Novi
La actuación de Mavis Staples abriendo la actual edición del Festival de Almuñécar Jazz en la Costa demostró dos cosas: Que por más que se empeñen en ignorarlo los redichos profesores de OT y sus secuelas, cantar bien tiene poco que ver con tener una buena voz, y que por tanto se pueden transmitir emociones más allá del rango más o menos ancho de la tesitura y el timbre perfecto; y que además del jazz con su batallón de trompetería y de músicos virtuosos, los Estados Unidos han aportado al mundo una tradición musical rica, genuina y reconocible que discurre en paralelo y que se nutre de gospel y de blues, como el jazz, pero también de rock, de country y de rhythm&blues. Mavin Staples no solo pertenece por derecho propio a esta estirpe, sino que la dignifica afrontándola con respeto, convicción y valentía. Pocos músicos con un  bagaje como el suyo se atreverían a actuar por primera vez ante un auditorio desconocido sin echar mano del infalible repertorio que debe tener en el fondo de su catálogo. La Staples lo hizo basando el grueso de su actuación en su último trabajo, un excelente álbum publicado por el sello Anti en el que da en la diana encontrando ese impreciso terreno común entre lo sacro y lo profano, entre el gospel y el blues. Y en el que logra transmitir, entrada ya en sus setenta años, el convencimiento por cualquier cosa que cante, con un poderío y un fraseo del que otras con más facultades carecen. El resultado es un show lleno de soul donde no hay sitio para la pirotecnia y el efectismo. Acompañada por un sobrio trío de guitarra (el magistral bluesman Rick Holmstrom), bajo (Jeff Turmes, otro secundario de lujo) y batería (Stephen Hodges, soberbio y comedido), alérgico a las florituras, que parecía escogido por T Bone Burnett, Ry Cooder, Howe Gelb o cualquier otro trotamundos del desierto, y una impecable sección vocal en la que destacaban la presencia de su hermana Yvonne y, sobre todo, el privilegiado registro de Donny Gerrard, toda una institución en Norteamérica, Mavis Staples regaló una colección de excelentes canciones, la mayor parte pertenecientes a You are not alone. Además de algunas tradicionales, Wonderful savior, con la que abrió fuego, Will the circle be unbroken o Wade in the water, se fueron sucediendo las canciones de firma ilustre, como Wrote a song for everyone, de John Fogerty, Losing you, de Randy Newman, o Only the Lord knows o la misma You are not alone, ambas compuestas por el líder de Wilco, Jeff Tweedy especialmente para este disco que se ha encargado de producir y dirigir musicalmente. La propia Staples así lo comunicó al respetable. Y si bien es cierto que su mención no pareció impresionar a los asitentes, su mano se notó en la distancia, tanto por la sobriedad del planteamiento como por la excelente elección de temas, a la que seguro no fue ajeno. Con el público ya en pie, el grupo remató la faena con dos certeros bises: For what it’s worth el himno contra la represión policial de los Buffalo Springfield para dejar constancia de su compromiso con la lucha por los derechos civiles, y la tradicional Eyes on the prize, con la que se despidió de la para ella impronunciable Almuñécar.


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