Terence Blanchard
Más lento es más difícil
sábado 19 de julio - Parque del Majuelo - Almuñécar - Aforo
completo: 1000 personas.
por
Enrique Novi
Como una fiera al acecho, muy cauto y a la expectativa fue
Terence Blanchard acercándose al borde del escenario del Parque
del Majuelo. Como quien se guarda las espaldas hasta escrutar
convenientemente al que tiene enfrente. Sin articular palabra
afrontó Transform del magnífico "Bounce", su disco de 2003 y
después In time of needs y Ashé, del no menos impresionante "A
tale of God's will (A requiem for Katrina)", su última entrega
hasta la fecha y el álbum que ha dedicado a las devastadoras
consecuencias del huracán que asoló Nueva Orleáns, cuna del jazz
y ciudad natal del trompetista. Más confiado una vez comprobada
la sintonía con el patio de butacas, y la actitud respetuosa,
casi reverencial del público hacia su propuesta musical, cerca
de una hora después de los primeros compases, presentó a la
banda y dirigió sus primeras palabras a los espectadores. Dijo
entonces encontrarse cómodo en un entorno caluroso y de aire
inmóvil, que le resultaba extrañamente familiar y le recordaba
al de su propia Luisiana. Su pianista, el cubano Fabián Almazán,
que en ese momento ejercía de traductor, soslayó
inteligentemente la confusión de Blanchard, que tal vez por la
cercanía del aeropuerto, se refirió a Málaga para decir lo
contento que estaba de haber venido. Nadie se lo tuvo en cuenta,
claro, pero el hecho resaltó la diferencia de su planteamiento,
en las antípodas del de, por ejemplo, Richard Bona tan sólo dos
días antes. Su actitud ante el hecho del directo, como su propia
música, está deliberadamente desprovista de todo artificio y no
hace concesión alguna a esos gestos de cara a la galería, de
confraternización con el público. La actuación de Blanchard es
de combustión lenta y convence a la larga sin necesidad echar
mano de los recursos facilones de otros para cautivar al
personal. De este modo, su concierto fue de menos a más y
dominando como domina la música modal y el post-bop, tenuemente,
sin dar una nota de más y sin elevar el número de decibelios,
dejó muestra de su sobrada clase con Harvesting dance, una pieza
con aire español de Aaron Parks para el disco "Flow" que no
hubiera desentonado en el mismísimo "Sketches of Spain" de Miles
Davis, y que además sirvió para el lucimiento de Fabián Almazán,
un pianista más cercano a Keith Jarrett que a Oscar Peterson, y
de Brice Winston al saxo tenor. O más tarde con Bounce, un
hermoso tema que nos retrotrajo con sutileza al Nueva Orleáns en
blanco y negro, a la época del dixieland y la fiesta del Mardi
Grass. Fue el momento en el que brillaron el batería Kendrick
Scott y el contrabajista Derrick Hodge, un prodigio rítmico que
dio una lección de cómo debe plantearse un solo con el
instrumento. Lo mejor aún quedaba por llegar en los bises. En su
presentación Blanchard aprovechó para atacar sin tapujos la
labor de su gobierno en la catástrofe, un gesto que arrancó el
aplauso general. También de su última producción, la excelente
banda sonora que el músico preparó para el documental de Spike
Lee sobre la desolación provocada por el Katrina, nos regalaron
Leeves y Funeral dirge, dos temas solemnes y sobrecogedores que
inundaron el Majuelo de un tono funerario que elevó por fin el
nivel de esta edición y supuso su inolvidable colofón.
Más vale tarde que nunca: Bettye
LaVette
viernes 18 de julio - Parque del Majuelo - Almuñécar - Aforo:
900 personas.
por
Enrique Novi
Para Bettye LaVette cada nueva actuación es una revancha, una
oportunidad que la vida le ofrece para escupir en la cara de una
industria musical que durante la mayor parte de su carrera
anduvo ninguneándola. Es la suya una historia ejemplar que corre
paralela a la de algunos de los sellos claves en el devenir del
propio rock and roll desde los 60. En el ocaso de su sinuoso
camino ha obtenido por fin el reconocimiento que tantas veces
tuvo al alcance de la mano pero que por fatales detalles del
destino se mostró esquivo con ella hasta la crueldad. Como les
sucede a esos ciclistas gregarios que se esfuerzan en las largas
etapas de transición de las grandes vueltas y que recorren
escapados cientos de kilómetros para ser engullidos por el
pelotón cuando tienen la meta a la vista y con ella ven como su
nombre desaparece por tan sólo unos metros del palmarés de la
ronda. Así de cerca de la gloria ha estado en varias ocasiones
la cantante de Michigan. No en vano realizó en su día
grabaciones para compañías como Roulette o Motown entre otras
muchas. Sirva de ejemplo la publicación, hace un par de años,
del álbum que grabó originalmente a principios de los 70 para
Atlantic "Child of the seventies". Un disco que se ha mantenido
en el limbo durante treintaytantos años y que, decían algunos,
podía haberla hecho tan grande como Aretha Franklin. Ahora todo
es diferente. Su destino cambió cuando el coleccionista francés
Gilles Petard la rescató de los circuitos menores y de la mano
del productor Joe Henry, publicó hace ahora tres años el
sobrecogedor "I've got my own hell to raise", un álbum en el que
la autoría de todos los temas correspondía a mujeres
compositoras y cuyo contenido estaba en consonancia con el
desgarrador título. El viernes en el Majuelo tras Choices, de su
último trabajo y la versión de Joy de Lucinda Williams aparecida
en el disco antes mencionado, comenzó un repaso por algunos de
los temas más antiguos de su carrera. Desde My man - He's a
lovin' man, Souvenirs, o You'll never change de los primeros 60,
hasta Let me down easy y Right in the middle (of falling in
love) de su etapa Motown o He made a woman out of me, uno de los
clásicos de sus grabaciones en directo. Con el acompañamiento de
una banda más inclinada por la garra del rock sureño que por el
ritmo del soul, dejó para el final dos canciones confesionales
en las que puso todo el corazón: Battle of Bettye, de su último
disco y la conmovedora Close as I'll get to heaven, un conjuro
contra la violencia sufrida en carne propia, que con todo el
poso de los lamentos del blues fue de lo más ovacionado de la
noche. Aún se guardó para los bises I do not want what I haven't
got de Sinéad O'Connor y Sleep to dream de Fiona Apple. Puede
que no sea un impulso muy noble, pero el resentimiento siempre
es genuino pues no puede fingirse, y a los artistas de
sensibilidad siempre les hace aflorar la creatividad.
Especialmente si no tienen pudor para desnudar su alma sobre el
escenario. En eso consiste el soul, ¿no?
Verbena tropical - Toto Bona
Lokua
Jueves 17 de julio - Parque del Majuelo - Almuñécar - Aforo
completo: 1000 personas.
Por
Enrique Novi
Richard Bona no sólo es un viejo conocido de los asiduos al
Festival de Almuñécar, sino más bien un hijo predilecto. El
público que el jueves abarrotó el Parque del Majuelo como ningún
otro día lo había hecho lo esperaba con ansia y una entrega
previa inusitadas. El camerunés lo sabe y aviva, zalamero, esa
llama. Desde que pisó el escenario se volcó en elogios a la
ciudad y a su gente. Mencionó su nombre en reiteradas ocasiones
y con su proverbial simpatía y buena actitud, claro, se metió al
parque en el bolsillo antes de tocar una sola nota. Flanqueado
por el congoleño Lokua Kanza y por el martiniqueño Gerald Toto,
con los que en 2004 editó el disco "Toto Bona Lokua", base de su
actuación, Richard Bona ejerció de maestro de ceremonias en una
noche en que el jazz quedó aparcado en pro de otras música más
tropicales. Junto a sus dos compinches Bona abdicó de su
posición de virtuoso del bajo y se dispuso a ofrecer un
concierto en el que primaron las armonías vocales que
desplegaron los tres músicos. En su propuesta hay un poquito de
jazz como lo hay de soul, de pop, de rhythm & blues, de
zouk, de salsa o de calypso. La aportación antillana de Gerald
Toto, dulcificó el conjunto y trazó una línea que más que
recorrer África de Norte a Sur, dibujó un paralelo a la altura
del trópico por el que pasearon desde la Costa Occidental del
continente africano hasta dispersarse por las islas del Caribe y
las Antillas en una noche de pura verbena tropical, menos
africanista de lo que pudiera parecer, y en la que todo el mundo
acabó abandonando su asiento para entregarse al baile como
pedían los ritmos y las melodías desplegadas por el trío de
vocalistas. Sustentados sobre la batería del cubano Ernesto
Simpson, los teclados del holandés Etienne Stadwijk y las
percusiones del francés Patrick Goraguer, comenzaron firmes con
la reveladora Where I come from y Kwalelo, dos de los temas de
su disco conjunto. Le siguió una muy coreada Shadow dancer, que
Lokua Kanza incluyera en su álbum "Wapi yo" para continuar con
Dipama, un tema anterior de Richard Bona. Cuando llegó el turno
de Gerald Toto, incansable bailarín durante todo el concierto,
abrió el apetito del respetable con un estribillo en el que
pedía galletas de chocolate con nata y frambuesas. A esas horas
de la noche seguro que alguna heladería de las inmediaciones
agradeció el gesto. Completaron el repertorio con los temas del
disco conjunto que los está llevando desde hace unos años por
todo el mundo, Ghana blues, Naye, Lisanga. pero también hubo
tiempo para el tema Freedom o para el Wapi Yo de Kanza, con el
que pretendieron dar por zanjada su actuación. Algo que no iba a
permitir el público que además del bis de rigor, les arrancó
otro extra a base de contumacia cuando músicos y técnicos ya
daban el trabajo por concluido. Y es que la relación de Bona con
la capital tropical de la costa es algo más que un idilio y
cuando eso sucede las despedidas se hacen muy cuesta arriba.
Otro azucarillo, por favor
Ivan Lins All
Stars con Nnenna Freelon
miércoles 16 de julio - Parque del Majuelo - Almuñécar - Aforo:
700 personas.
por
Enrique Novi
Visto lo visto, el magisterio de Roberto Fonseca supuso un oasis
entre las dos noches más flojas del Festival: la que
protagonizaron el lunes Sergio Pamies Entre amigos con Antonio
Serrano, y la que encabezó el miércoles el melifluo Ivan Lins.
Por mucho All Stars que se anunciara, fue el suyo el concierto
más ligero y blando del programa en todos los sentidos. Ni
siquiera la breve contribución de la cantante Nnenna Freelon
pudo rescatar de la mediocridad la velada. Como cada año, la
Virgen del Carmen quiso sumarse a la fiesta del Majuelo a golpe
de fuegos artificiales. Ya se sabe que los caprichos del
calendario y la programación han hecho coincidir la actuación de
ciertos artistas con la popular celebración, y quien más quien
menos ha capeado con paciencia y sentido del humor el estruendo.
El miércoles el concierto estaba resultando tan anodino que ni
siquiera las inoportunas explosiones de los cohetes fueron
capaces de inquietar a nadie, ni sobre ni frente al escenario.
Comenzó Lins con Daquilo que eu sei, una de sus piezas
conocidas, para presentar a continuación a la banda: Marco Brito
a los teclados, Marcelo Martins con los saxos, Nema Antunes al
bajo, el batería Teo Lima y Leonardo Amuedo a la guitarra. Se
presentaban como una All Stars, pero excepción hecha de Marcelo
Martins sobrado de oficio con los pitos, ninguno pasó de una
actuación correcta, que es lo menos elogioso que se puede decir
de un grupo que pretende tocar música caliente. Tras las
presentaciones continuó con uno de sus éxitos más antiguos,
Velas içadas, del año 79, para dar paso seguidamente a Nnenna
Freelon. La cantante de Misisipi, con una carrera algo irregular
pero con excelentes dotes vocales, se contagió rápidamente de la
insustancialidad con que se conducía la noche, y tras
interpretar Depois dos temporais, aiaiaiai, uno de los temas que
Lins solía tocar en su colaboración con Chucho Valdés e Irakere,
y el jobimniano Dindi, se fue como llegó. Sin dejar más huella
que el resto de los músicos que había sobre el escenario. Y sin
tiempo para que nadie pudiera añorarla, Ivan Lins continuó
presentando su repertorio intercalando sus temas más conocidos:
Love dance, Rei do carnaval, de su primer disco o The
Island. El ritmo fue tornándose algo más animado y sustituyendo
el aire melancólico de la propuesta conforme se acercaba el
final. Para el consabido bis, se reservó Madalena, la canción
con la que obtuvo celebridad en los primeros setenta en Brasil
con la interpretación de Elis Regina, y que le abriera las
puertas de los Estados Unidos más tarde de la mano de Ella
Fitzgerald. Ivan Lins, que llegó tarde para la bosa nova, se
benefició entonces de la corriente de simpatía hacia la música
popular brasileña. Actualmente evidencia que su momento pasó
hace mucho tiempo. Uno tiene la sensación de que mucho más que
el de otros artistas anteriores a él.
Roberto
Fonseca La magia llegó al Majuelo
martes 15 de julio
- Parque del Majuelo - Almuñécar - Aforo: 800 personas.
por
Enrique Novi
Con el tumbao que tienen los guapos al caminar, en el ecuador
del Festival a Roberto Fonseca se le vio actuar. Era uno de los
más esperados artistas de esta edición y a partir de ahora lo
será cada vez que alguno de los presentes tenga la oportunidad
de acudir a cualquiera que sea el sitio donde se anuncie. Si el
sábado Avishai Cohen triunfó con una actuación contenida,
Fonseca y su grupo lo hicieron a base de desmesura, pues el
torrente de música que desplegaron en poco más de hora y media,
hizo olvidar todo lo visto y oído hasta entonces. Comenzó el
pianista con la breve introducción de la misa popular que abre
su último disco, el muy recomendable "Zamazu", con el escenario
a oscuras para sin pausa atacar, cubanísimo, De Jorge a Paula.
El recibimiento fue espectacular pero el combo, aunque siempre
acabó volviendo al más sabroso latin jazz afrocubano, decidió
adentrarse por otros terrenos en una búsqueda fértil de otros
ritmos, que nos muestran que Roberto Fonseca es a día de hoy de
los exploradores más atinados con que cuenta el género. Así, muy
sobrado de facultades y de inquietud, nos paseó por los Balcanes
o por la India, sin perder por ello su esencia. El toque de
Fonseca es expresivo y evoca en sus pasajes jazzísticos al más
inspirado McCoy Tyner, pero es cuando se ralentiza con las
melodías tradicionales de La Habana, con el son y el bolero al
que dota de alma y corazón, cuando sobrecoge al auditorio.
Después salta sobre el piano, poseído, y adopta posturas
imposibles más propias de un contorsionista que de un músico. Y
todo ello sin perder ese aire elegante y bacilón con que se
maneja sobre las tablas. Con un punto de chulería mantiene a la
vista la mano izquierda mientras la derecha recorre velocísima
las octavas de su piano en un alarde de facultades de los que
molestan a los colegas de profesión. El público en cambio se
deja atrapar por el espectáculo y ovaciona impresionado el
gesto. Tras Llegó Cachaito, Clandestino, Tierra en mano o Triste
alegría, todas de su última entrega discográfica, Fonseca se dio
media vuelta y asustó a los puristas agarrado a un viejo
sintetizador de los setenta, década que dijo amar, para poner a
bailar al parque entero. Ya calentito y cerca del final, también
evidenció la soltura con que es capaz de manejar a un auditorio,
al que hizo cantar el tema Zamazu. Para entonces el público se
había rendido ante él y ante los magníficos músicos que lo
acompañaban. Omar Gonzales al contrabajo, Javier Zalba a los
vientos, y, sobre todo, la espectacular compenetración de Joel
con las congas y Ramsés Rodríguez a la batería. Su solo sin
baquetas fue ampliamente celebrado. Sólo quedaba el homenaje a
su admirado Ibrahim Ferrer, al que dedicó el tema El niejo
-palabra formada por niño y viejo, según dijo-, y el reclamado
bis con Drume negrita. Y esperar a que vuelva, por supuesto.
Fusión
entre amigos
Sergio
Pamies entre amigos con Antonio Serrano
lunes 14 de julio - Parque del Majuelo - Almuñécar - Aforo: 600
personas.
por
Enrique Novi
Con menos afluencia de lo habitual -dicen que nadie es profeta
en su tierra-, la joven promesa del jazz granadino, Sergio
Pamies, ofreció un extenso concierto en el que mostró gran parte
del repertorio incluido en su disco "Entre amigos", y que
completó con una serie de temas preparados para la ocasión junto
al otro nombre del cartel: el magnífico armonicista Antonio
Serrano. Ambos demostraron el excelente nivel de la última
generación del jazz patrio. Y más concretamente la apertura de
miras con que afrontan su música. El lunes en el Majuelo se
escuchó jazz, obviamente, pero también, flamenco, tango,
boleros, zambas y otros ritmos del folklore sudamericano, que
toman prestados para el enriquecimiento cromático del concierto.
De hecho, si por algo pecó la propuesta fue por exceso. Exceso
tal vez de palos por los que transitaron y exceso seguramente
también de músicos, con un escenario poblado de instrumentistas
como no se había visto hasta ahora en el Festival, pero que
curiosamente, con Sergio en un extremo y medio de espaldas al
público, y Antonio alineado con los vientos, dejó huérfano el
frontal del escenario, salvo cuando El Moreno abandonaba sus
percusiones para echarse unos bailes. El resultado fue una
actuación algo dispersa que de tantos sitios a los que quiso
acercarse a veces dio la sensación de ir a la deriva. Y a pesar
de ello se crearon momentos de altura. El concierto comenzó con
Mientras dormías, uno de los temas del disco que Pamies ha
elaborado junto a algunos artistas flamencos, y que sería
muestra de la excelsa fusión de jazz y flamenco que el pianista
ha querido crear con su trabajo. Sobre él irían construyendo el
resto del concierto y a él volverían de forma continuada hasta
rematarlo con Callados pensamientos. La voz limpia y precisa de
El Coloraíto, que se atrevió hasta con los boleros en Amnesia
(parece que la colaboración entre El Cigala y Bebo Valdés ha
marcado tendencia), dejó paso al protagonismo de la armónica de
Antonio Serrano, un músico versátil que es capaz de adaptarse a
diversos registros por el sorprendente dominio con que maneja su
instrumento, y que ha hecho rendirse a su talento al propio
Toots Thielemans. Sus intervenciones, como la chacarera La
Cremosa, la Zamba nueva o el popurrí de temas de Piazzolla que
hizo a solas con el piano, arrancaron los aplausos más
entusiastas del personal. Eric Sánchez con la trompeta y el
fliscorno y Pedro Cortejosa al saxo aportaron solvencia y
estuvieron brillantes en las partes más jazzísticas de la noche.
Así como Horacio Fumero al que hay que atribuirle uno de los
momentos más hermosos, con la intro que se marcó en el primer
bis con Contrabajeando. Igualmente destacado y aplaudido fueron
los bailes de El Moreno, sobre todo el que hizo por bulerías
sobre el tema Yes or no de Wayne Shorter.
Spyro
Gyra: Vacaciones en el mar
domingo 13 de julio
- Parque del Majuelo - Almuñécar - Aforo completo: 1000 personas
por
Enrique Novi
Mientras la N-323 se convertía una vez más en una pesadilla como
la descrita en La Autopista del Sur, donde la palabra autopista
se convierte en un sarcasmo exasperante, mientras se convertía,
decimos, en una trampa para los miles de conductores a los que
ni semejante línea de comunicación con la costa persuade de
acudir cada fin de semana a las playas, los que permanecieron
allí disfrutaron del ambiente idílico de las vacaciones junto al
mar, rodeados de palmeras y con la banda sonora adecuada. Porque
la música de Spyro Gyra parece diseñada para acompañar esas
postales soleadas en las que el turista, ataviado con camisa
hawaiana y un daiquiri en la mano, sonríe satisfecho tumbado en
su hamaca en una playa de arena fina. Música amable y liviana
para olvidarse de las complicaciones. Y su discografía un
auténtico filón para los publicistas que busquen sintonía para
los anuncios de resorts y urbanizaciones de veraneo. Spyro Gyra
llevan más de treinta años practicándola con magníficos
resultados en cuanto a fama y a ventas y, como en el fútbol, no
hay motivo alguno para cambiar cuando todo funciona. Con el
saxofonista y clarinetista Jay Beckenstein, que ejercía de
maestro de ceremonias con su simpático y macarrónico castellano,
y el teclista Tom Schuman como componentes más veteranos de la
banda, comenzaron y acabaron su show con algunos de los temas de
su último disco, "Good to go-go", como Simple pleasures, Easy
Street o Get busy. Entre medias rescataron otros de su primera
etapa. Shaker song, que abriera su primer álbum, Catchering the
sun, del año 80, y, cómo no, Morning dance, el que fuera su gran
éxito en el ya lejano 1979, y que les aupó a las listas y los
dio a conocer al gran público. El resto, como queda dicho,
fueron todos temas de su último trabajo, en el que los más
antiguos miembros se reparten el trabajo de composición con el
resto de los músicos del grupo. Así interpretaron Funkyard
dog del guitarrista Julio Fernández, que con su toque robusto
puso el elemento jazz-rock a su fusión, Jam up, con la que
empezaron su concierto, del batería Bonny Bonaparte o la muy
apropiada Island time, un tema con aire de calypso del bajista
Scott Ambush. Estos últimos se metieron al auditorio en el
bolsillo con sus efectistas arreglos. El segundo con un
sorprendente solo que levantó los aplausos del personal, y Bonny
Bon no sólo con el suyo, sino también con los arreglos de voz
con que lo acompañó y las partes que cantó con un estilo cercano
a Stevie Wonder. Spyro Gyra no cuentan con el favor de la
crítica ni del sector más purista de la afición, pero su música
suave, los coqueteos más bien pop y los arreglos tropicales (del
trópico cáncer, pues se miran más en el Caribe que en Brasil)
que insuflan a sus canciones, siempre encuentran buena acogida
entre los asistentes. Más aún si estos están de vacaciones en el
mar.
Avishai
Cohen Un triunfo contenido
sábado 12 de julio - Parque del Majuelo - Almuñécar - Aforo
completo: 1000 personas
por
Enrique Novi
Pocas palabras y mucha música deparó el primer sábado de
Festival de la mano de uno de los contrabajistas más inspirados
y heterodoxos del jazz actual. Un trío clásico de piano, bajo y
batería, sin más añadidos vocales o de vientos, significa para
algunos la pureza del jazz, pero para otros muchos supone un
trago de excesiva aspereza. Más aún si el mando recae sobre un
instrumento tan discreto, tan reacio al protagonismo como el
contrabajo. Afortunadamente, Avishai Cohen maneja sabiamente los
tiempos y a pesar de que cualidades para ello le sobran, rehusó
de forma deliberada exhibir la habilidad con que toca su
instrumento en inacabables solos. Otros muchos con sus dotes
habrían optado por sobreexponer su virtuosismo. Un abuso que
todos sabemos es bien recibido por una parte, inmovilista pero
ruidosa, de la afición. Él prefirió dejar las acrobacias para el
circo en pro de la música, de la hermosa música que crearon en
el Parque del Majuelo. Fue un síntoma de inteligencia y de
respeto hacia el público. Con un repertorio basado en su último
trabajo, el reciente "Gently disturbed" publicado esta pasada
primavera, desde el principio Cohen mostró su preocupación por
la búsqueda constante del encuentro imprevisto entre los
músicos. Fue lo que resaltó al presentarlos: "No resulta fácil
burlar el aburrimiento cuando tienes que tocar cada noche, pero
lo consigues si tienes a tu lado a un pianista como Shai
Maestro". Con apenas 21 años y un nombre que lo obliga, el chico
impresionó por la capacidad rítmica y la soltura con que
incorporaba a las composiciones aires latinos, del Medio Oeste,
e incluso de la tradición clásica española. Un prodigio al que
habrá que seguir la pista. Junto al también joven Mark Guiliana,
un batería imaginativo, que atesora al mismo tiempo dinámica y
pegada, según pida el momento de la actuación, acompañó
impecablemente a Cohen. El trío, con una asimilada disposición
para la sutileza y el matiz, ofreció un concierto de altura,
rotundo pero contenido, con los cimientos bien firmes sobre el
jazz más lírico, pero capaz de cimbrearse al abrigo de otras
músicas. Así, hubo momentos para el susurro y para el brío, para
el tempo lento y para las arrancadas. En alguna de ellas el
grupo logró desbocar al respetable al que levantó de sus
asientos para volverlo a sentar, renunciando al efectismo al que
otros sucumben. Sin echar raíces en ninguna parte, la actuación
transitó por Coltrane y por el swing, por el Brasil tropical y
por lo hispánico, por lo judío y por lo latino. Antes de irse,
el israelí se acercó el micro y cantó una canción en ladino
aprendida de sus ancestros sefarditas mientras frotaba con el
arco el contrabajo. Aún le quedó tiempo para cantar Shalom
shalom en hebreo. Para entonces ya había logrado poner a corear
a todo el recinto que lo despidió con ovación.
Dianne
Reeves : La miel en los labios
viernes 11 de julio - Parque del Majuelo - Almuñécar - Aforo
completo: 1000 personas.
por
Enrique Novi
Como bien reconoce el programa editado por la organización del
Festival, en los últimos tiempos hemos asistido a la
proliferación de multitud de cantantes femeninas que los sellos
discográficos, seguramente motivados por la consabida crisis y
buscando el saneado bolsillo del público adulto, promocionan
bajo el epígrafe de jazz, aunque estilísticamente muchas de
ellas poco o nada tengan que ver con el género. El propio Jazz
en la Costa contó en su edición anterior con la escandinava
Rebekka Bakken como muestra de ello. En la actual sin embrago,
los programadores han decidido resarcirse y devolver el
protagonismo al jazz vocal de categoría. Y para ello pocas voces
tan dotadas y exuberantes como la de Dianne Reeves, que por
momentos parece apropiarse del espíritu y la garganta de Sarah
Vaughan, con la que ha sido recurrentemente relacionada. Si hay
una cantante que recoja su herencia y la de las grandes voces
del jazz del S. XX, Ella Fitzgerald, Carmen McRae o Dinah
Washington, esa es sin duda esta mujer, que ya era conocida del
público granadino por su memorable actuación de hace un par de
años en el Festival de invierno de la capital. Había expectación
por ese motivo y por ser el concierto inaugural, que siempre
aporta un plus de inquietud. El caso es que puede que por el
recuerdo de entonces, puede que por la brevedad del show -apenas
hora y cuarto- o tal vez por el repertorio escogido, aunque
seguramente por todo ello, su paso por el Majuelo supo a poco y
para algunos fue un poco decepcionante. Acompañada por su
inseparable Peter Martin al piano, James Genus al contrabajo y
Kendrick Scott a la batería, más la cálida aportación de la
guitarra de Peter Sprage, el elemento diferenciador con respecto
a su actuación de Granada, la Reeves ofreció un repertorio
basado en su último trabajo, el meloso "When you know", del que
interpretó Social call, Once I loved, The windmills of your
mind, I'm in love again, Midnight sun y la propia When you kown.
Con ellas su repertorio quedó huérfano de los standards
que en otras ocasiones cautivan al público y también renunció a
los coqueteos con el blues y ciertas músicas africanas que tan
entretenidos han hecho otros de sus conciertos. En su lugar se
decantó por las baladas que nutren su nuevo disco y por el
sentimiento nostálgico de la música brasileña, con dos
composiciones de Jobim, que dieron un tono melancólico a la
velada. Sólo cuando presentó a la banda se decidió por el scat,
algo que ya se ha convertido en una tradición en sus shows, y
mostró un poquito de lo que podía haber hecho con el público, al
que dejó con la miel en los labios. Habrá que volver a trearla
cuando no tenga ningún álbum que presentar.
La magia del Majuelo
por
Enrique Novi
Un año más, y van ya 21, el rincón tropical de Europa se dispone
a inundar sus noches de ritmos calientes. No sólo jazz. También
soul, blues, música africana, bossa y son cubano. Como cada año
el Festival se abre un poco más a las músicas de otras
latitudes, de orígenes lejanos al del nominal jazz pero
concomitantes y cercanas al gusto del público que cada noche
llenará las butacas del Parque del Majuelo. Y todo en busca de
la magia que durante diez días perseguirán artistas diversos en
estilos, en planteamientos y en procedencias, como unos nuevos
Johnny Carter, el personaje que ideara Cortázar para retratar a
Charlie Parker en su maravilloso relato El Perseguidor. El
castillo iluminado, la refrescante vegetación y el estupendo
clima constituyen un entorno ampliamente alabado que seguro
contribuirá a que esa búsqueda dé sus mágicos frutos más de una
noche de julio, como ha venido ocurriendo durante los últimos 20
años. Los habituales de Almuñécar saben muy bien que tanto como
el cartel importa el escenario único en que se ubica el Festival
para que esa sensación mágica e inexplicable se produzca un año
más.
El certamen luce este año un cartel variado y de interés, tal
vez algo menos llamativo que el de la pasada edición, pero tan
compensado como entonces. Los organizadores han logrado una vez
más el equilibrio entre propuestas novedosas y grupos con
historia; entre artistas que doten al Festival de profundidad y
de esencias jazzísticas y nombres que abran el abanico rítmico y
melódico con aromas exóticos. El menú confeccionado abunda en la
diversidad e instaura su emancipación total del que se celebra
en invierno en la capital. Actualmente ya nadie duda de que el
de la costa es un Festival con entidad propia y referente para
cuantos se celebran en el litoral andaluz durante el verano. Una
cita ineludible para los aficionados, en definitiva.
La edición de 2008 la abrirá el primer viernes la cantante
Dianne Reeves. Sin lugar a dudas, como ya demostró en el
Festival de invierno, una de las voces más poderosas del
panorama actual. En la senda marcada por Sarah Vaughan, la
Reeves despliega todas sus cualidades para ponerlas al servicio
del show. Por algo es considerada la reina de los festivales en
todo el mundo. La popularidad que alcanzó por su participación
en la película Buenas noches y buena suerte, no hizo sino poner
algo de justicia en su carrera. Y a pesar de ser la primera
actuación del cartel, a buen seguro que será de las noches más
recordadas. La primera pero no la única. Si el año pasado la
lánguida Rebekka Bakken relegó el apartado de jazz vocal a lo
testimonial, este año la organización parece querer resarcirse y
a la de Dianne Reeves se sumará la actuación de otra voz de
altura, esta vez en la tradición del soul. Reivindicación tardía
de la música con alma, la cantante de Michigan es todo corazón a
punto de salir por la garganta. La fusión, uno de los subgéneros
más reclamados por los aficionados, también tendrá su noche con
Spyro Gyra, que con un punto más abierto al pop y a otras
músicas más livianas y enfocadas al baile, como las del Caribe,
toman el relevo de Mike Mainiari y Steps Ahead. La que mejora
con respecto a la edición anterior es la cuota de latinidad,
inexcusable de un tiempo a estas parte en cualquier festival de
jazz. La presencia del cubano Roberto Fonseca, que ya
impresionara cuando viniera como acompañante de Buena Vista
Social Club, también será una de las actuaciones más esperadas
del certamen. Y si el elemento latino se ha convertido en
obligatorio, otro tanto hay que decir del brasileño. El carioca
Ivan Lins es desde principios de los 70 uno de los compositores
que más ha contribuido a la difusión de la música brasileña por
todo el globo, y figura clave del pop de su país. Sus temas han
sido asimilados por multitud de artistas de jazz y es uno de los
responsables del perfecto matrimonio vivido desde los 50 por la
bossa y el propio jazz. Uno de los conciertos más sorprendentes
será el que protagonicen Toto Bona Lokua, un consorcio de
músicos africanos que mezclan con sabiduría el jazz
norteamericano con los ritmos tradicionales del África eterna.
El cartel se completa, además de con la presencia de la última
sensación local, el pianista Sergio Pamies acompañado de Antonio
Serrano, con dos nombres esperados por el sector más purista del
público del festival. El israelí Avishai Cohen, uno de los
bajistas más deslumbrantes de la actualidad. Seguidor del gran
Jaco Pastorius, Cohen ha sabido insuflar aromas orientales a su
música sin traicionar el jazz de alta graduación e inmenso
espectro que factura. El otro nombre es que cerrará la actual
edición del Festival. El trompetista Terence Blanchard, uno de
los más destacados Jóvenes Leones que, con los Marsalis a la
cabeza, revitalizaron el jazz clásico durante la década de los
ochenta, ha sido de todos ellos el que probablemente haya
desarrollado una carrera más relevante y provechosa. Será seguro
un broche de oro.
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