David Sanborn Trio con
Joey DeFrancesco & Steve Gadd
sábado 24 de julio 2010 Parque del Majuelo – Almuñécar
Granada
Crisis? Qué crisis?
A falta del concierto gratuito que se programa en paralelo a
cargo de la Banda de Música de la Escuela Municipal de
Almuñécar, la edición de 2010 del Festival Jazz en la Costa,
culminó con un breve pero intenso concierto a cargo del trío
capitaneado por el saxofonista David Sanborn. Ya se sabe que lo
breve, si bueno, dos veces breve. Y lo hizo con un incontestable
éxito de público. El año de la crisis, esta no apareció por el
Parque del Majuelo y con un cartel aceptable, pero no superior
en cuanto a figuras en relación con años precedentes, agotó las
localidades casi todas las noches durante los 8 días que se
extiende el certamen. Un éxito que demuestra el poder de la
constancia a la hora de apostar por una línea y que debería
servir para consolidar y blindar la iniciativa a los vaivenes
políticos de los que más veces de las deseables son víctimas
actividades de este tipo. Es de esperar que después de 23
ediciones a nadie con capacidad de mando se le ocurra
considerarlo prescindible. David Sanborn venía precedido de
cierta, y merecida, fama de músico más cercano a lo comercial
que al jazz purista debido a la lista de colaboraciones que ha
acumulado a lo largo de los años, después de sus inicios en la
Paul Butterfield Blues Band. Sus devaneos con el pop, el rock y
eso que con cierto tono peyorativo se denomina crossover, no son
precisamente los que más respeto despiertan entre los
aficionados al jazz. Así pues, lo suyo venía a ser algo más
cercano al rhythm&blues de toda la vida, música evasiva al
servicio de la diversión y el esparcimiento, la música que,
desde los tiempos de Louis Jordan, cuenta con todas las
papeletas para despertar el desprecio de los jazzmen de verdad.
Junto a Steve Gadd y al muy aplaudido Joey De Francesco, otros
dos colosos de los sonidos más ligeros de la música de
ascendencia negra, pusieron la cuota de soul-jazz que casi todos
los años tiene su presencia en el Festival. Con un repertorio
que sonaba a clásicos del rock and roll y del rhythm&blues,
pero que formaban parte casi todos de algunos de sus últimos
discos publicados, pusieron punto final a la actual edición. Y
así abrieron fuego con Comin’ home Baby. Bastaron las primeras
notas a cargo del Hammond de DeFrancesco para que el público se
entregara sin reservas a su sonido. Continuaron con Brother Ray,
una composición de Marcus Miller para su disco Inside, y que iba
a ser el más explícito de los permanentes homenajes que la
música de Sanborn tributa a las figuras de Ray Charles y su
eterno saxofonista, Hank Crawford. La locura se desató con Let
the good times roll, otro de los varios temas incluidos en su
último disco, Only everything (donde lo interpreta la portentosa
voz de Joss Stone). De Francesco, que para entonces ya se había
convertido en el predilecto de la concurrencia, incluyó un guiño
al maestro del Hammond con unas estrofas de The sermon. Más
tarde, con Basin Street blues, además de cantar y hacer
diabluras con las teclas, se destapó con un sublime solo de
trompeta, que interpretó sin dejar de acompañarse al órgano.
Apenas una hora después de haber subido al escenario dieron por
concluida su actuación, que remataron con I’ve got news for you
como único bis. Buena manera de dejarnos a todos con ganas de
que llegue el verano de 2011.
Uri Caine Bedrock con Barbara Walker
viernes 23 de julio 2010 Parque del Majuelo – Almuñécar
Granada
El viaje a ninguna parte
Uri Caine es un músico tan prolijo y tan versátil, ha tocado
tantos palos y ha hecho acercamientos diversos a músicas de tan
distintos pelajes, que uno nunca sabe por donde va a salir. Y
encima cada oyente tiene a su propio Uri Caine de referencia:
está el compositor que se atreve con cualquier proyecto que se
le presente, por estrambótico que resulte, como pudimos
comprobar con el fallido Desastres de la guerra, una pretenciosa
producción del Festival de Música y Danza que se perpetró hace
dos años en el Isabel la Católica; está el Uri Caine posmoderno
adscrito al jazz de vanguardia, el dotadísimo pianista que
coquetea con la fusión, el músico de club que homenajea a
Thelonious Monk, el judío que flirtea con la música klezmer y,
por supuesto, el atrevido revisionista capaz de publicar sus
propias variaciones de la composiciones de Bach, Mozart,
Schumann o Mahler. Y ya se sabe lo poco permeable que suele
mostrarse el público de la música clásica a que le varíen la
partitura, siempre reacio a que le muevan una coma a sus
sacrosantas piezas cumbre de la civilización occidental. Muchos
acudían al penúltimo acto de la actual edición de Jazz en la
Costa atraídos por este último Uri Caine. Al final prácticamente
ninguno de ellos se presentó sobre el escenario del Parque del
Majuelo. En su lugar, apareció con el equipo b de su proyecto
Bedrock, un trío eléctrico al servicio de una especie de fusión
soul en la que el Fender Rhodes le come casi todo el
protagonismo al piano acústico, con el que ha firmado algunos de
sus trabajos, y más concretamente su reciente Plastic
Temptation, junto al bajista Tim Lefebvre y el batería Zach
Danziger. En su actuación del viernes sustituidos por los menos
brillantes Reggie Washington y Cornell Rochester, el más tosco
batería de la actual edición. De modo que casi nadie salió
satisfecho de su actuación. La formación se completaba con la
presencia de Barbara Walker, una vocalista no muy conocida más
allá del área de Filadelfia, donde ha colaborado asiduamente con
sus paisanos Pieces of a Dream o con el propio Caine. De voz
rotunda, Walker mostró sus cualidades: poseer la gama completa
de tics clásicos de las cantantes de soul, incluidos algunos de
los buenos. Con semejante panorama, los seguidores de Uri Caine
se dedicaron a lamentarse y solo los menos exigentes o aquellos
que venían acompañando a alguien sin ninguna idea previa de lo
que iban a encontrar, entraron sin prejuicios en la proposición
verbenera del grupo. Y lo que sobre el papel podía haber sido el
concierto más sesudo del festival acabó por ser, con la señora
Walker bajando a bailar con el respetable, la noche más
pachanguera, apta para todos los públicos. A los aficionados al
jazz, en cambio, no los llevó a ninguna parte.
Stanley Clarke Band con Hiromi
jueves 22 de julio 2010 Parque del Majuelo – Almuñécar Granada
Un mal día lo tiene cualquiera
Sí, un mal día lo tiene cualquiera, pero se antoja muy difícil
imaginar que pueda tenerlo Stanley Clarke. Un tipo que transmite
calma y sosiego, hasta que se arranca con uno de sus solos
imposibles. Entonces toda la parsimonia con se conduce se
convierte en una torrencial cascada de notas con sentido, todas
y cada una de ellas, dicen los que son capaces de seguirlas. Y
eso era precisamente lo que durante muchos años habían esperado
ver de cerca muchos de los asiduos del Festival de Almuñécar.
Otro día más, el auditorio del Parque del Majuelo a rebosar con
el que era el nombre más comentado las semanas previas a su
inicio. La explicación para que su nombre estuviera en boca de
todos, por encima del de cualquier otro artista programado por
la organización hay que buscarla en nuestra propia historia. En
España comenzaron a publicarse con regularidad y con cierto
criterio de actualidad los primeros discos ya en la década de
los setenta. Me refiero a los viejos long plays. Discos de rock
progresivo, de folk, de jazz o de fusión venidos del otro lado
del Atlántico, gracias en gran parte a la labor de la por
entonces atrevida sección internacional de CBS. Sus jóvenes
directivos supieron ver, por debajo de la todavía católica y
conservadora España de Franco, un mercado incipiente compuesto
por una multitud de barbudos deseosos de adquirir esa extraña e
hipnótica música que se escuchaba en compañía y con verdadera
devoción, con la mente dispuesta a empaparse como una esponja
seca. Era la época en que se peregrinaba para ir al Canet Rock o
a un festival en la Plaza de Toros de Burgos, que sería conocido
como “la invasión de la cochambre”, pero que supondrían el
germen de todo lo que vendría después. Allí se discutía
apasionadamente sobre quien era mejor bajista, si el malogrado
Jaco Pastorius o Stanley Clarke. El jueves por fin llegó el día
de saldar una deuda para muchos. Y nadie salió decepcionado.
Porque su manera de tocar es sencillamente portentosa,
arrolladora. Y sin el más mínimo temor a que nadie pueda hacerle
sombra, se rodea de una banda igualmente dotada. La que forman
los miembros con los que ha grabado su disco más reciente,
titulado, con toda la intención The Stanley Clarke Band.
Espectacular Ronald Brunner Jr. a la batería e incontestable el
trabajo de Ruslan Sirota con los teclados. Mención especial
merece la joven nipona Hiromi, una de las últimas sensaciones
del jazz internacional, y también un portento de digitación y
expresividad al piano. Juntos destilaron oro de 24 quilates
sobre el escenario. Con los temas de su último disco y los del
anterior, Jazz in the garden, donde también participaba Hiromi.
Y por supuesto con algún inmortal propio (School days) o algún
celebrado guiño al grupo que lo encumbró en la época del
jazz-rock y que volvió a reunirse en 2008: Return to forever.
Madeleine Peyroux
miércoles 21 de julio 2010 Parque del Majuelo – Almuñécar
Granada
El dulce encanto de una voz narcótica
Con el papel agotado de antemano, la noche del miércoles
presentó a simple vista la mejor entrada de lo que llevamos de
festival. Y para ver a una artista que difícilmente puede ser
encuadrada dentro del jazz. Al menos en exclusiva, pues Peyroux
se apoya en el jazz tanto como lo hace en el blues, el folk, el
country o cualquiera de los géneros que dan carta de naturaleza
a la canción de autor norteamericana. Su voz cálida y sugerente,
siempre lejos de la exuberancia y la rotundidad de las cantantes
clásicas de jazz, nos dio desde el primer acorde la pista de por
donde iban a ir los tiros. La mostró como quien enseña la patita
por debajo de la puerta. Un concierto susurrado y sin alardes
que hizo farfullar a los puristas sus primeras quejas: esta
chica desafina, se escuchó decir, y yo recordé a Joao Gilberto
cantando la letra de Desafinado con su irrefutable declaración
de intenciones. Con unos arreglos sencillos, ligeros y
espaciados, la banda acompañó impecablemente la voz esquiva y
maravillosa de Madeleine Peyroux que, como suele hacer en sus
discos, alternó temas de su cosecha con algunas versiones que la
definen tanto como los propios. Y así llegó la muy esperada La
javanaise del siempre efectivo Serge Gainsbourg, recuerdo de sus
andanzas parisinas cuando experimentó la vida bohemia antes de
decidirse a grabar, ya de vuelta en los Estados Unidos. Para
interpretarla Darren Beckett cambió momentáneamente la batería
por un cajón que acariciaba con las escobillas, y Gary Versace
abandonó órgano y piano para soplar una melódica que aportó la
sonoridad del Sena. También fueron cayendo Dylan, Leonard Cohen
–muy celebrado el vals arrastrado de Dance me to the end of
love- o la magnífica But not for me, que nos envolvió en ese
mundo parsimonioso y opiáceo, en ese estado de quietud ideal que
se alcanza con ciertas sustancias que se inyectan en vena. Tal y
como lo hubiera hecho un Chet Baker feliz y en paz con el mundo
y consigo mismo. Entre unas y otras, fue picando algunas de sus
más logradas melodías: Bare bones, A little bit, This is heaven
to me o Instead, hasta acabar con Reckless blues, aquella pieza
triste que cerraba su debut de 1996. En el camino logró con su
voz frágil y vulnerable aunque seductora, heredera de la
sensualidad felina de Billie Holiday, sumir a un auditorio
repleto en una especie de narcolepsia hipnótica, reflejo de una
vida turbulenta en la que las pasiones, incluida la musical,
dejan huella y cicatrices que se asumen sin rebelarse contra
ellas. Como un yonqui abandonado a su adicción.
James Carter Quintet
martes 20 de julio 2010 Parque del Majuelo – Almuñécar Granada
Tómate un respiro, James
Máxima expectación entre los entendidos para ver qué nos iba a
ofrecer el más joven y el más precoz de los integrantes de la
hornada de los Jóvenes Leones. También probablemente el más
dotado de toda esa caterva de benditos sopladores. Quien más
quien menos ya tenía conocimiento de sus explosivos alardes.
Bien porque asistieron a su ya lejana primera visita a Granada
allá por el año 98 del pasado siglo, bien por alguna de sus
grabaciones en vivo, un formato por el que siente especial
predilección y que deja muestra de su talento y de su prodigioso
soplo, así como de la amplitud de su paleta estilística. Alguno
de los privilegiados que viven cerca de la playa de Cotobro,
junto al hotel donde la organización suele alojar a los artistas
del festival, afirmaba haberlo visto practicando con su saxo
frente al mar y junto a las rocas durante el día. Tal vez por
eso subió al escenario del Majuelo con una actitud más relajada
de la que mostró Christian Scott la noche anterior. Abrió con
Chant in the night de Sidney Bechet y a partir de ahí ofreció un
concierto que fue creciendo en pegada y en intensidad. Dejó
constancia de su versatilidad pasando del saxo alto a la flauta
travesera, y de su bagaje repasando clásicos de toda época y
estilo, que alternó magistralmente con alguna de sus más
inspiradas piezas propias. Tuvo el detalle de anunciar al
respetable el repertorio que su quinteto se disponía a
interpretar y además el de interpretar lo que había anunciado.
Así continuó con una excelsa versión de Nuages de Django
Reinhart. Con cada nuevo tema, los miembros del grupo fueron
metiéndose en el bolsillo a la concurrencia, desde Gerard Gibbs,
impecable al piano, hasta el inquieto trompetista Carey Wilkes;
también Leonard King con la batería y un impresionante Ralphe
Armstrong al contrabajo, que demostró llevar semejante apellido
con absoluta propiedad. Por encima de todos ellos un
inconmensurable James Carter que excelente siempre con cualquier
instrumento de viento, alcanza la perfección cuando agarra el
saxo tenor. Con él en sus manos llegó el momento culminante del
concierto. Y con Sussa Nita, una pieza propia incluida en uno de
sus últimos trabajos, primero, y con el clásico Song of Delilah,
después, dejó al público boquiabierto. No solo por su dominio de
la respiración circular, una técnica por cuyo control la mayoría
de instrumentistas vendería su alma al diablo y que permite
tomar aire sin dejar de insuflarlo al instrumento, sino por los
sonidos diabólicos que es capaz de extraerle. Por momentos
parecía que se había metido dentro del saxo el mismísimo Tom
Waits y a continuación era la voz de Billie Holiday la que se
apoderaba de su sonido. Con el auditorio ya rendido, todavía
tuvo tiempo de explayarse con una magnífica interpretación de In
a sentimental mood, para acabar con JC on the set, el tema
propio que abría su debut de 1994. Para algunos, y de momento,
lo mejor del festival.
Christian Scott Quintet
lunes 19 de julio 2010 Parque del Majuelo – Almuñécar Granada
Relevo generacional
Corría la primera mitad de los 80 cuando un grupo de intrépidos
imberbes revitalizaron el jazz partiendo de las enseñanzas de
sus mayores. La mayoría de ellos procedían de la misma cuna del
jazz, la eterna ciudad de Nueva Orleáns, y el mundo los conoció
como los “Jóvenes Leones”. Sus nombres, Wynton y Brandford
Marsalis, Nicholas Payton, incluso Terence Blanchard, son
conocidos desde entonces por todos los aficionados. El problema
es que actualmente, casi treinta años después de aquello,
todavía seguimos mirando aquel movimiento como el último impulso
que recibió el género, ¿antes de su entierro definitivo? Bueno,
que el jazz estaba muerto y era la música propia de un museo es
una afirmación que ya hizo el mismísimo Miles Davis en los
setenta. Por eso hemos de felicitarnos porque en pleno S. XXI
aún surjan figuras como la de Christian Scott. Venía precedido
por elogios como el que hizo Billboard cuando publicó su segundo
álbum (el más sobresaliente estreno que ha visto el género en la
última década), o Rudy Van Gelder, capo de Blue Note y artífice
del sonido de Yesterday you said tomorrow, su más reciente
trabajo –que venía a presentar en directo- cuando afirmaba que
era una de las mejores cosas que había grabado en muchísimo
tiempo. Y es verdad, Scott es seguramente una de las primeras
figuras que ha dado el jazz del presente siglo, pero además de
eso, tenemos que felicitarnos por su actitud. Al parecer el
joven trompetista ha declarado en una entrevista reciente una
bravuconada como que no tiene nada que aprender de Miles Davis.
Bonita manera de granjearse el favor de un público tan dado a
sacralizar sus tótems como el del jazz. A mí en cambio una
boutade como esa más que rechazo me despierta simpatía. No
porque suscriba la provocación sino porque el jazz necesita
artistas así de seguros, envalentonados, que pisen fuerte y no
pidan perdón por cada paso que dan, como tantas veces vemos.
Como cuando presentó KKPD (en referencia al Ku Klux Klan y al
departamento de policía de Nueva Orleáns), un tema inspirado por
las amenazas recibidas en primera persona de parte de los
agentes del orden por el simple hecho de ser negro. Al frente de
su jovencísimo quinteto, Scott dio una breve lección de jazz
basándose en los temas de sus dos últimos álbumes, el citado y
el previo, Anthem de 2007. Dejemos que sea él mismo el que
resuma su propuesta citando una de las frases que escribe en las
notas de su último trabajo. Tras mencionar los nombres de
Coltrane, Davis, Hendrix, Dylan y Mingus, dice: “pretendo crear
un disco que haga referencia a la profundidad y convicción del
sonido de los 60, pero hecho de manera que resalte la forma en
que mi generación ha tenido la oportunidad de estudiar la
contribución de nuestros predecesores. En el proceso obtendremos
resultados musicalmente diferentes”. No está nada mal para un
chico que no respeta sus mayores.
Rubem Dantas
Octeto con Chano Domínguez
domingo 18 de julio 2010 Parque del Majuelo – Almuñécar
Granada
De bahía a Bahía
Sobre el papel el encuentro entre Dantas y Domínguez venía
precedido por las palabras celebración, mixtura, colorido y
fiesta mayor, como decía la propia promoción de los
organizadores. Los dos artistas están tocados por la magia
marinera de sus respectivas bahías, la de Salvador, en Brasil,
en el caso del primero y la de Cádiz del segundo. Y su música
deja un cerco de salitre que les viene de origen. Pero eso fue
sobre el papel. El cartel anunciaba el Rubem Dantas Octeto con
Chano Domínguez, pero una vez se apagaron las farolas y los
focos alumbraron el escenario, lo que vimos fueron dos
actuaciones sin conexión. En primer lugar, el gaditano a solas
con su piano dejó una excelsa muestra de su talento para extraer
melodías que no pertenecen al flamenco ni pertenecen al jazz
porque pertenecen a ambos géneros por igual. Falla y Teddy
Wilson transmutados en un único piano. Pocos artistas expresan
con mayor naturalidad que él esos dos mundos. Otros muchos
intentan lo que a él, sencillamente, le brota. Salió
comunicativo y con ganas de agradar, y entre insinuadas alegrías
de tempo lento y bulerías ralentizadas, incrustó el Gracias a la
vida y más tarde La tarara. Una concesión a un público ávido de
participar que agradeció poder corear unos versos en castellano
en el marco de un festival de jazz. Ciertamente Chano Domínguez
es uno de los músicos más estimados por los asiduos al Parque
del Majuelo, aunque eso no impidió que el tono intimista que
imprimió a su piano de aire flamenco hiciera pensar a alguno en
la música que acompañaría un publi-reportaje de promoción
institucional de Andalucía, de esos que muestran imágenes de
rejas, fuentes y arrayanes. Tras un cambio algo más largo de lo
deseable, los siete músicos reunidos en esta ocasión por Rubem
Dantas se dispusieron a desgranar el repertorio de Festejo, la
que, a pesar de sus más de 30 años de trabajo como un audaz y
efectivo percusionista, es la primera obra que firma bajo su
propio nombre. Después de los tres primeros temas, el sarcástico
descreído dijo que ahora el publi-reportaje lo había encargado
una agencia de viajes para vender cruceros. Y es que a pesar del
buen hacer a la guitarra de Dan Ben Lior, ciertos pasajes a
cargo de la sección de vientos o algún brillante diálogo entre
el batería José Luis Calandria y el propio Dantas, su actuación
resultó un poco meliflua y algo dispersa. Demasiado anclada en
una sonoridad cercana a ese fraude que se llamó música de la
nueva era. Y ni siquiera cuando se aproximó a la tierra –como
cuando atacó una versión del gran Pixinguinha- logró imprimir
garra a su propuesta.
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