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Festival Jazz en la Costa 2010

Parque del Majuelo, Almuñécar, Granada

 por Enrique Novi * INDYROCK

Ivan Lins All Stars con Nnenna Freelon
Roberto Fonseca
Sergio Pamies entre amigos con Antonio Serrano
Spyro Gyra
Avishai CohenDianne Reeves

David Sanborn Trio con Joey DeFrancesco & Steve Gadd 
sábado 24 de julio  2010 Parque del Majuelo – Almuñécar Granada
Crisis? Qué crisis?

A falta del concierto gratuito que se programa en paralelo a cargo de la Banda de Música de la Escuela Municipal de Almuñécar, la edición de 2010 del Festival Jazz en la Costa, culminó con un breve pero intenso concierto a cargo del trío capitaneado por el saxofonista David Sanborn. Ya se sabe que lo breve, si bueno, dos veces breve. Y lo hizo con un incontestable éxito de público. El año de la crisis, esta no apareció por el Parque del Majuelo y con un cartel aceptable, pero no superior en cuanto a figuras en relación con años precedentes, agotó las localidades casi todas las noches durante los 8 días que se extiende el certamen. Un éxito que demuestra el poder de la constancia a la hora de apostar por una línea y que debería servir para consolidar y blindar la iniciativa a los vaivenes políticos de los que más veces de las deseables son víctimas actividades de este tipo. Es de esperar que después de 23 ediciones a nadie con capacidad de mando se le ocurra considerarlo prescindible. David Sanborn venía precedido de cierta, y merecida, fama de músico más cercano a lo comercial que al jazz purista debido a la lista de colaboraciones que ha acumulado a lo largo de los años, después de sus inicios en la Paul Butterfield Blues Band. Sus devaneos con el pop, el rock y eso que con cierto tono peyorativo se denomina crossover, no son precisamente los que más respeto despiertan entre los aficionados al jazz. Así pues, lo suyo venía a ser algo más cercano al rhythm&blues de toda la vida, música evasiva al servicio de la diversión y el esparcimiento, la música que, desde los tiempos de Louis Jordan, cuenta con todas las papeletas para despertar el desprecio de los jazzmen de verdad. Junto a Steve Gadd y al muy aplaudido Joey De Francesco, otros dos colosos de los sonidos más ligeros de la música de ascendencia negra, pusieron la cuota de soul-jazz que casi todos los años tiene su presencia en el Festival. Con un repertorio que sonaba a clásicos del rock and roll y del rhythm&blues, pero que formaban parte casi todos de algunos de sus últimos discos publicados, pusieron punto final a la actual edición. Y así abrieron fuego con Comin’ home Baby. Bastaron las primeras notas a cargo del Hammond de DeFrancesco para que el público se entregara sin reservas a su sonido. Continuaron con Brother Ray, una composición de Marcus Miller para su disco Inside, y que iba a ser el más explícito de los permanentes homenajes que la música de Sanborn tributa a las figuras de Ray Charles y su eterno saxofonista, Hank Crawford. La locura se desató con Let the good times roll, otro de los varios temas incluidos en su último disco, Only everything (donde lo interpreta la portentosa voz de Joss Stone). De Francesco, que para entonces ya se había convertido en el predilecto de la concurrencia, incluyó un guiño al maestro del Hammond con unas estrofas de The sermon. Más tarde, con Basin Street blues, además de cantar y hacer diabluras con las teclas, se destapó con un sublime solo de trompeta, que interpretó sin dejar de acompañarse al órgano. Apenas una hora después de haber subido al escenario dieron por concluida su actuación, que remataron con I’ve got news for you como único bis. Buena manera de dejarnos a todos con ganas de que llegue el verano de 2011.



Uri Caine Bedrock con Barbara Walker 
viernes 23 de julio 2010 Parque del Majuelo – Almuñécar  Granada
El viaje a ninguna parte
Uri Caine es un músico tan prolijo y tan versátil, ha tocado tantos palos y ha hecho acercamientos diversos a músicas de tan distintos pelajes, que uno nunca sabe por donde va a salir. Y encima cada oyente tiene a su propio Uri Caine de referencia: está el compositor que se atreve con cualquier proyecto que se le presente, por estrambótico que resulte, como pudimos comprobar con el fallido Desastres de la guerra, una pretenciosa producción del Festival de Música y Danza que se perpetró hace dos años en el Isabel la Católica; está el Uri Caine posmoderno adscrito al jazz de vanguardia, el dotadísimo pianista que coquetea con la fusión, el músico de club que homenajea a Thelonious Monk, el judío que flirtea con la música klezmer y, por supuesto, el atrevido revisionista capaz de publicar sus propias variaciones de la composiciones de Bach, Mozart, Schumann o Mahler. Y ya se sabe lo poco permeable que suele mostrarse el público de la música clásica a que le varíen la partitura, siempre reacio a que le muevan una coma a sus sacrosantas piezas cumbre de la civilización occidental. Muchos acudían al penúltimo acto de la actual edición de Jazz en la Costa atraídos por este último Uri Caine. Al final prácticamente ninguno de ellos se presentó sobre el escenario del Parque del Majuelo. En su lugar, apareció con el equipo b de su proyecto Bedrock, un trío eléctrico al servicio de una especie de fusión soul en la que el Fender Rhodes le come casi todo el protagonismo al piano acústico, con el que ha firmado algunos de sus trabajos, y más concretamente su reciente Plastic Temptation, junto al bajista Tim Lefebvre y el batería Zach Danziger. En su actuación del viernes sustituidos por los menos brillantes Reggie Washington y Cornell Rochester, el más tosco batería de la actual edición. De modo que casi nadie salió satisfecho de su actuación. La formación se completaba con la presencia de Barbara Walker, una vocalista no muy conocida más allá del área de Filadelfia, donde ha colaborado asiduamente con sus paisanos Pieces of a Dream o con el propio Caine. De voz rotunda, Walker mostró sus cualidades: poseer la gama completa de tics clásicos de las cantantes de soul, incluidos algunos de los buenos. Con semejante panorama, los seguidores de Uri Caine se dedicaron a lamentarse y solo los menos exigentes o aquellos que venían acompañando a alguien sin ninguna idea previa de lo que iban a encontrar, entraron sin prejuicios en la proposición verbenera del grupo. Y lo que sobre el papel podía haber sido el concierto más sesudo del festival acabó por ser, con la señora Walker bajando a bailar con el respetable, la noche más pachanguera, apta para todos los públicos. A los aficionados al jazz, en cambio, no los llevó a ninguna parte.


Stanley Clarke Band con Hiromi 
jueves 22 de julio 2010 Parque del Majuelo – Almuñécar Granada
Un mal día lo tiene cualquiera
Sí, un mal día lo tiene cualquiera, pero se antoja muy difícil imaginar que pueda tenerlo Stanley Clarke. Un tipo que transmite calma y sosiego, hasta que se arranca con uno de sus solos imposibles. Entonces toda la parsimonia con se conduce se convierte en una torrencial cascada de notas con sentido, todas y cada una de ellas, dicen los que son capaces de seguirlas. Y eso era precisamente lo que durante muchos años habían esperado ver de cerca muchos de los asiduos del Festival de Almuñécar. Otro día más, el auditorio del Parque del Majuelo a rebosar con el que era el nombre más comentado las semanas previas a su inicio. La explicación para que su nombre estuviera en boca de todos, por encima del de cualquier otro artista programado por la organización hay que buscarla en nuestra propia historia. En España comenzaron a publicarse con regularidad y con cierto criterio de actualidad los primeros discos ya en la década de los setenta. Me refiero a los viejos long plays. Discos de rock progresivo, de folk, de jazz o de fusión venidos del otro lado del Atlántico, gracias en gran parte a la labor de la por entonces atrevida sección internacional de CBS. Sus jóvenes directivos supieron ver, por debajo de la todavía católica y conservadora España de Franco, un mercado incipiente compuesto por una multitud de barbudos deseosos de adquirir esa extraña e hipnótica música que se escuchaba en compañía y con verdadera devoción, con la mente dispuesta a empaparse como una esponja seca. Era la época en que se peregrinaba para ir al Canet Rock o a un festival en la Plaza de Toros de Burgos, que sería conocido como “la invasión de la cochambre”, pero que supondrían el germen de todo lo que vendría después. Allí se discutía apasionadamente sobre quien era mejor bajista, si el malogrado Jaco Pastorius o Stanley Clarke. El jueves por fin llegó el día de saldar una deuda para muchos. Y nadie salió decepcionado. Porque su manera de tocar es sencillamente portentosa, arrolladora. Y sin el más mínimo temor a que nadie pueda hacerle sombra, se rodea de una banda igualmente dotada. La que forman los miembros con los que ha grabado su disco más reciente, titulado, con toda la intención The Stanley Clarke Band. Espectacular Ronald Brunner Jr. a la batería e incontestable el trabajo de Ruslan Sirota con los teclados. Mención especial merece la joven nipona Hiromi, una de las últimas sensaciones del jazz internacional, y también un portento de digitación y expresividad al piano. Juntos destilaron oro de 24 quilates sobre el escenario. Con los temas de su último disco y los del anterior, Jazz in the garden, donde también participaba Hiromi. Y por supuesto con algún inmortal propio (School days) o algún celebrado guiño al grupo que lo encumbró en la época del jazz-rock y que volvió a reunirse en 2008: Return to forever.

Madeleine Peyroux 
miércoles 21 de julio 2010 Parque del Majuelo – Almuñécar Granada
El dulce encanto de una voz narcótica
Con el papel agotado de antemano, la noche del miércoles presentó a simple vista la mejor entrada de lo que llevamos de festival. Y para ver a una artista que difícilmente puede ser encuadrada dentro del jazz. Al menos en exclusiva, pues Peyroux se apoya en el jazz tanto como lo hace en el blues, el folk, el country o cualquiera de los géneros que dan carta de naturaleza a la canción de autor norteamericana. Su voz cálida y sugerente, siempre lejos de la exuberancia y la rotundidad de las cantantes clásicas de jazz, nos dio desde el primer acorde la pista de por donde iban a ir los tiros. La mostró como quien enseña la patita por debajo de la puerta. Un concierto susurrado y sin alardes que hizo farfullar a los puristas sus primeras quejas: esta chica desafina, se escuchó decir, y yo recordé a Joao Gilberto cantando la letra de Desafinado con su irrefutable declaración de intenciones. Con unos arreglos sencillos, ligeros y espaciados, la banda acompañó impecablemente la voz esquiva y maravillosa de Madeleine Peyroux que, como suele hacer en sus discos, alternó temas de su cosecha con algunas versiones que la definen tanto como los propios. Y así llegó la muy esperada La javanaise del siempre efectivo Serge Gainsbourg, recuerdo de sus andanzas parisinas cuando experimentó la vida bohemia antes de decidirse a grabar, ya de vuelta en los Estados Unidos. Para interpretarla Darren Beckett cambió momentáneamente la batería por un cajón que acariciaba con las escobillas, y Gary Versace abandonó órgano y piano para soplar una melódica que aportó la sonoridad del Sena. También fueron cayendo Dylan, Leonard Cohen –muy celebrado el vals arrastrado de Dance me to the end of love- o la magnífica But not for me, que nos envolvió en ese mundo parsimonioso y opiáceo, en ese estado de quietud ideal que se alcanza con ciertas sustancias que se inyectan en vena. Tal y como lo hubiera hecho un Chet Baker feliz y en paz con el mundo y consigo mismo. Entre unas y otras, fue picando algunas de sus más logradas melodías: Bare bones, A little bit, This is heaven to me o Instead, hasta acabar con Reckless blues, aquella pieza triste que cerraba su debut de 1996. En el camino logró con su voz frágil y vulnerable aunque seductora, heredera de la sensualidad felina de Billie Holiday, sumir a un auditorio repleto en una especie de narcolepsia hipnótica, reflejo de una vida turbulenta en la que las pasiones, incluida la musical, dejan huella y cicatrices que se asumen sin rebelarse contra ellas. Como un yonqui abandonado a su adicción.

James Carter Quintet 
martes 20 de julio 2010 Parque del Majuelo – Almuñécar Granada
Tómate un respiro, James
Máxima expectación entre los entendidos para ver qué nos iba a ofrecer el más joven y el más precoz de los integrantes de la hornada de los Jóvenes Leones. También probablemente el más dotado de toda esa caterva de benditos sopladores. Quien más quien menos ya tenía conocimiento de sus explosivos alardes. Bien porque asistieron a su ya lejana primera visita a Granada allá por el año 98 del pasado siglo, bien por alguna de sus grabaciones en vivo, un formato por el que siente especial predilección y que deja muestra de su talento y de su prodigioso soplo, así como de la amplitud de su paleta estilística. Alguno de los privilegiados que viven cerca de la playa de Cotobro, junto al hotel donde la organización suele alojar a los artistas del festival, afirmaba haberlo visto practicando con su saxo frente al mar y junto a las rocas durante el día. Tal vez por eso subió al escenario del Majuelo con una actitud más relajada de la que mostró Christian Scott la noche anterior. Abrió con Chant in the night de Sidney Bechet y a partir de ahí ofreció un concierto que fue creciendo en pegada y en intensidad. Dejó constancia de su versatilidad pasando del saxo alto a la flauta travesera, y de su bagaje repasando clásicos de toda época y estilo, que alternó magistralmente con alguna de sus más inspiradas piezas propias. Tuvo el detalle de anunciar al respetable el repertorio que su quinteto se disponía a interpretar y además el de interpretar lo que había anunciado. Así continuó con una excelsa versión de Nuages de Django Reinhart. Con cada nuevo tema, los miembros del grupo fueron metiéndose en el bolsillo a la concurrencia, desde Gerard Gibbs, impecable al piano, hasta el inquieto trompetista Carey Wilkes; también Leonard King con la batería y un impresionante Ralphe Armstrong al contrabajo, que demostró llevar semejante apellido con absoluta propiedad. Por encima de todos ellos un inconmensurable James Carter que excelente siempre con cualquier instrumento de viento, alcanza la perfección cuando agarra el saxo tenor. Con él en sus manos llegó el momento culminante del concierto. Y con Sussa Nita, una pieza propia incluida en uno de sus últimos trabajos, primero, y con el clásico Song of Delilah, después, dejó al público boquiabierto. No solo por su dominio de la respiración circular, una técnica por cuyo control la mayoría de instrumentistas vendería su alma al diablo y que permite tomar aire sin dejar de insuflarlo al instrumento, sino por los sonidos diabólicos que es capaz de extraerle. Por momentos parecía que se había metido dentro del saxo el mismísimo Tom Waits y a continuación era la voz de Billie Holiday la que se apoderaba de su sonido. Con el auditorio ya rendido, todavía tuvo tiempo de explayarse con una magnífica interpretación de In a sentimental mood, para acabar con JC on the set, el tema propio que abría su debut de 1994. Para algunos, y de momento, lo mejor del festival.

Christian Scott Quintet 
lunes 19 de julio 2010 Parque del Majuelo – Almuñécar Granada
Relevo generacional
Corría la primera mitad de los 80 cuando un grupo de intrépidos imberbes revitalizaron el jazz partiendo de las enseñanzas de sus mayores. La mayoría de ellos procedían de la misma cuna del jazz, la eterna ciudad de Nueva Orleáns, y el mundo los conoció como los “Jóvenes Leones”. Sus nombres, Wynton y Brandford Marsalis, Nicholas Payton, incluso Terence Blanchard, son conocidos desde entonces por todos los aficionados. El problema es que actualmente, casi treinta años después de aquello, todavía seguimos mirando aquel movimiento como el último impulso que recibió el género, ¿antes de su entierro definitivo? Bueno, que el jazz estaba muerto y era la música propia de un museo es una afirmación que ya hizo el mismísimo Miles Davis en los setenta. Por eso hemos de felicitarnos porque en pleno S. XXI aún surjan figuras como la de Christian Scott. Venía precedido por elogios como el que hizo Billboard cuando publicó su segundo álbum (el más sobresaliente estreno que ha visto el género en la última década), o Rudy Van Gelder, capo de Blue Note y artífice del sonido de Yesterday you said tomorrow, su más reciente trabajo –que venía a presentar en directo- cuando afirmaba que era una de las mejores cosas que había grabado en muchísimo tiempo. Y es verdad, Scott es seguramente una de las primeras figuras que ha dado el jazz del presente siglo, pero además de eso, tenemos que felicitarnos por su actitud. Al parecer el joven trompetista ha declarado en una entrevista reciente una bravuconada como que no tiene nada que aprender de Miles Davis. Bonita manera de granjearse el favor de un público tan dado a sacralizar sus tótems como el del jazz. A mí en cambio una boutade como esa más que rechazo me despierta simpatía. No porque suscriba la provocación sino porque el jazz necesita artistas así de seguros, envalentonados, que pisen fuerte y no pidan perdón por cada paso que dan, como tantas veces vemos. Como cuando presentó KKPD (en referencia al Ku Klux Klan y al departamento de policía de Nueva Orleáns), un tema inspirado por las amenazas recibidas en primera persona de parte de los agentes del orden por el simple hecho de ser negro. Al frente de su jovencísimo quinteto, Scott dio una breve lección de jazz basándose en los temas de sus dos últimos álbumes, el citado y el previo, Anthem de 2007. Dejemos que sea él mismo el que resuma su propuesta citando una de las frases que escribe en las notas de su último trabajo. Tras mencionar los nombres de Coltrane, Davis, Hendrix, Dylan y Mingus, dice: “pretendo crear un disco que haga referencia a la profundidad y convicción del sonido de los 60, pero hecho de manera que resalte la forma en que mi generación ha tenido la oportunidad de estudiar la contribución de nuestros predecesores. En el proceso obtendremos resultados musicalmente diferentes”. No está nada mal para un chico que no respeta sus mayores.
Rubem Dantas Octeto con Chano Domínguez 
domingo 18 de julio 2010 Parque del Majuelo – Almuñécar  Granada
De bahía a Bahía
Sobre el papel el encuentro entre Dantas y Domínguez venía precedido por las palabras celebración, mixtura, colorido y fiesta mayor, como decía la propia promoción de los organizadores. Los dos artistas están tocados por la magia marinera de sus respectivas bahías, la de Salvador, en Brasil, en el caso del primero y la de Cádiz del segundo. Y su música deja un cerco de salitre que les viene de origen. Pero eso fue sobre el papel. El cartel anunciaba el Rubem Dantas Octeto con Chano Domínguez, pero una vez se apagaron las farolas y los focos alumbraron el escenario, lo que vimos fueron dos actuaciones sin conexión. En primer lugar, el gaditano a solas con su piano dejó una excelsa muestra de su talento para extraer melodías que no pertenecen al flamenco ni pertenecen al jazz porque pertenecen a ambos géneros por igual. Falla y Teddy Wilson transmutados en un único piano. Pocos artistas expresan con mayor naturalidad que él esos dos mundos. Otros muchos intentan lo que a él, sencillamente, le brota. Salió comunicativo y con ganas de agradar, y entre insinuadas alegrías de tempo lento y bulerías ralentizadas, incrustó el Gracias a la vida y más tarde La tarara. Una concesión a un público ávido de participar que agradeció poder corear unos versos en castellano en el marco de un festival de jazz. Ciertamente Chano Domínguez es uno de los músicos más estimados por los asiduos al Parque del Majuelo, aunque eso no impidió que el tono intimista que imprimió a su piano de aire flamenco hiciera pensar a alguno en la música que acompañaría un publi-reportaje de promoción institucional de Andalucía, de esos que muestran imágenes de rejas, fuentes y arrayanes. Tras un cambio algo más largo de lo deseable, los siete músicos reunidos en esta ocasión por Rubem Dantas se dispusieron a desgranar el repertorio de Festejo, la que, a pesar de sus más de 30 años de trabajo como un audaz y efectivo percusionista, es la primera obra que firma bajo su propio nombre. Después de los tres primeros temas, el sarcástico descreído dijo que ahora el publi-reportaje lo había encargado una agencia de viajes para vender cruceros. Y es que a pesar del buen hacer a la guitarra de Dan Ben Lior, ciertos pasajes a cargo de la sección de vientos o algún brillante diálogo entre el batería José Luis Calandria y el propio Dantas, su actuación resultó un poco meliflua y algo dispersa. Demasiado anclada en una sonoridad cercana a ese fraude que se llamó música de la nueva era. Y ni siquiera cuando se aproximó a la tierra –como cuando atacó una versión del gran Pixinguinha- logró imprimir garra a su propuesta.


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