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Rock en Bolivia


El rock de las mamitas
por Tomás Astelarra
Fotos Daniela Cajias /Feria del Alto en La Paz



Si el rock es eso que a veces no solo tiene que ver con cuatro melenudos tocando una guitarra eléctrica sino más bien con una actitud de rebeldía, pocas estampas más rockeras en Latinoamérica que la de una mamita echando a pedradas de Bolivia a un presidente o una multinacional. A pesar de esa pose tan pacífica que dan sentadas, durmiendo sobre sus costales de papa cual budas andinos, las cholitas, esas indígenas retaconas de largas trenzas, sombrerito bombín y polleras de vivos colores, son personajes de cuidado, con un carácter que a veces puede ser medio punkero. Protestonas, bien paradas, siempre dispuestas a no venderte o echarte de su puesto por alguna razón que nunca deja entenderse del todo (y que muchas veces tiene que ver con el simple hecho de ser gringo). Arraigadas en sus costumbres, lejos del consumo globalizado (al punto de hacer fundir en el país a Mc Donalds y otras grandes empresas internacionales), son sin embargo las dueñas absolutas del comercio en Bolivia. A ellas hay que recurrir para comprar cualquier cosa a no ser que uno quiere pagar precios estrafalarios (de gringo). Venden desde un ajo a un reproductor de dvd o una computadora, colchones, autos usados, celulares, whiskys importados, la copia pirata de la colección entera de videos de Nick Cave o David Bowie, las camisetas de tu banda favorita de heavy metal y hasta una guitarra eléctrica con su amplificador. ¿Blues andino? ¿Hip Hop aymara? ¿Jazz con zampoñas?¿Una Janis Joplin cholita? ¿Ritos a la pachamama para bendecir nuevos trabajos discográficos? ¿Podrá a su edad Mick Jagger correr por los escenarios de La Paz sin perder la vida en un ataque de sorochi? ¿Con qué se come el rock boliviano? "Con llajwita", me comenta un papachito (cholo hijo de una mamita) con botas negras, campera de cuero, cinturón de tachas y remera de Black Sabath, mientras le pone picante a su empanada y se va perdiendo en la multitud del mercado.

La oportunidad se da con el festival de reapertura del Equinoccio, el principal bar del género en La Paz. Las mejores bandas de la ciudad están programadas. En la cancha de fútbol del Estadio Obrero, en medio de un frío infernal, con una hermosa luna saliendo sobre las montañas de edificios, entre puestos de cerveza y comedores con ají de fideos, chairo o falso conejo, un globalizado grupo de papachitos heavy metal, gringos funcionarios de ongs, artesanos rastas y cuarentones de barba y campera de cuero, miran tímidamente la presentación de Hate (heavy metal) moviendo la cabeza cual japoneses en un recital de Iron Maiden. No hay vallas. Solo una fila de policías retacones (papachos) que separan al público del escenario. A un costado Panchi Maldonado (cantante de Atajo, rock mestizo) charla distendidamente con un grupo de muchachas esperando su turno. Cruzando unas escasas publicidades con forma de globo se accede sin restricciones al backstage. Los ídolos del rock boliviano bajan emocionados, empinan una botella de xingani, se abrazan con los amigos y cruzan con sus instrumentos al hombro por el campo lleno de público rumbo a los camarines.

"Acá en Bolivia no hay grande idolatrías. Vos vas a Santa Cruz y te cruzas con el Diablo Etcheberry en un pool y lo saludas como si nada. Y encima es él el que se acerca a pedirte jugar. Vos podes sentarte a chupar con el ídolo más grande del rock boliviano como si nada", me aclara Gonzalo Gómez, guitarrista de Go Go Blues y uno de los máximos exponentes de la escena local. Cordobés de nacimiento, paceño por opción, llegó a la ciudad con otros cuatro coterráneos para formar Pateando el Perro, una de las agrupaciones que allá por los noventas lideró la mayor explosión del rock boliviano, fogoneada por el fin de la dictadura y la popularidad de Lou Kass, la legendaria banda que formaron en el Socavón (algo así como La Cueva boliviana) el Grillo Villegas y Christian Krauss, un mochilero alemán que tras un par de años de sexo, drogas y rocanrol, después de llenar estadios y recibir ofertas millonarias para grabar en México, decidió volverse a su país para repartir correos y volver de vez en cuando a Bolivia como un auténtico mito viviente (¿algo así como un Luca Prodan al revés?). "Me puse medio nervioso porque nos iba demasiado bien. Viajábamos por todo el país, era una locura. Tenía 25 años, una mujer y una hija. Me pareció más importante mi familia. Ahora tengo dos mundos, el de aquí, de rock star, y allá, que no soy nadie", me confiesa Krauss, el ídolo más grande del rock boliviano, mientras nos chupamos una cerveza junto a Villegas (que aclara que Christián es el único integrante de la banda que sigue casado con la misma mujer). Salvo el mesero que trae más cerveza, algún amigo, y un par de periodistas en busca de entrevistas, nadie se acerca a molestarnos con autógrafos o declaraciones de admiración.


Los noventas son también los años donde, atraídos por las reformas neoliberales del Goñi Sánchez de Losada, algunas grandes disqueras desembarcaron en el país. Pateando al Perro, Llegas (la banda que formó Villegas después de la separación de Lou Kass) y Octavia son las únicas bandas bolivianas que han grabado para un sello multinacional. "No pudieron con la piratería. En no menos de cuatro años se fueron uno detrás del otro, cerrando operaciones, liquidando stock. Desde entonces todo se mueve de manera independiente. Hay solo dos estudios grandes y es más bien el grupo el que tiene que ir tienda por tienda con su librito de anotaciones. Hay bandas que le dan sus discos a los vendedores piratas para que los comercialicen. Cuando venden mucho mandan a hacer la plaqueta del disco de oro y se la hacen entregar en un concierto", cuenta Patricio Peters, que allá por el 95 puso en el aire Rocanbol, uno de los primeros programas de rock boliviano en la radio. "El mercado es muy pequeño, muy miserable. Reunir 8 mil personas en La Paz para un evento rockero es un milagro, ocurre cada cinco o diez años", explica Ricardo Zelaya, dueño del Equinoccio, que además de presentar bandas en vivo, organiza el concurso Maratón Rock, edita discos, y ha incursionado en radio y prensa escrita. "Acá no hay revistas especializadas,

El Peluche Tóxico era la Rolling Stone boliviana", ríe irónicamente mostrando el pequeño periódico de papel obra a ocho páginas que, a pesar de venderse a un peso, no consiguió hacerse con un público fiel que permitiera sustentarlo. Zelaya también fue productor de Dezaire (una de las principales bandas del momento con su pachanga rock al estilo Fabulosos Cadillacs). "El segundo disco lo vendimos a 10 bolivianos para competir con la piratería. El costo era de 17 bolivianos, pero asumimos la pérdida. Fue uno de los discos más vendidos". Sin estadísticas serias, el podio es difícil de comprobar. Villegas dice que su disco Pesanervios vendió 5.000 copias y que Akasa de Lou Kass con 20.000 copias (doble platino) es el más vendido de la historia del rock boliviano. Igual aclara: "acá se venden siete discos piratas por uno legal". "El tiraje promedio de una banda consolidada es de 500 discos y con suerte se pueden vender. Y la distribución se hace en vivo, porque la venta en tiendas es cada vez más pequeña. El músico tiene que pegar el afiche en las calles, cargar el amplificador, vender las entradas en el boliche, hacer su disco y distribuirlo él mismo. Es un trabajo todavía artesanal, como la cartonería pero aplicada a la música. Es de puro corazón, se graba rompiendo el chancho para juntar las monedas, y por lo general nadie vive de su música. No hay un sistema de mercadeo, ni de gente que maneje las bandas, ni un proyecto de producción musical consolidado, las bandas tiene miedo y temor al concepto de productor musical. Y lo mismo pasa con el sonido, recién se están incorporando profesionales en ingeniería", explica Oscar García, compositor, productor y dueño de Pro Audio, el estudio más grande de rock en Bolivia.


"Si quieres hacer plata no hagas rock. Nosotros hemos sido número uno durante no se cuantas semanas en la televisión y la radio, pero teníamos que tomarnos el minibus a esos lugares para que nos digan que éramos el número uno. No es como en Argentina que uno pega un hit y ya puede vivir toda la vida. Yo cuando fui a Buenos Aires vi una ciudad super consumista donde el rock también está en venta. El sistema asimila todo y te vuelve a vender lo que en algún momento le jodió. Acá estamos en un asunto más setentoso, super romántico. Acá la lucha es por lograr que el rock sea reconocido como parte de la cultura boliviana", me aclara Vadik, cantante de la banda Camaleón. "Queremos sacar a la gente de su rutina. Quizás eso no se entienda en Argentina, donde el rock es rutina", agrega Sergio Medina, guitarrista de la banda. La presentación del primer video del disco solista de Vadik se hace en el Ojo de Agua, un tradicional boliche de folklore en la calle Illapu. Poco minutos antes del show, el ídolo rockero todavía corre por los mercados de la Max Paredes en busca de un proyector mientras la televisión llega para entrevistar a sus músicos. A pesar de la chaya (ritual indígena de buenos augurios) que realizan antes del concierto, el público es exiguo y el sonido deplorable. Pero la banda despliega un certero power rock con algunos guiños al folklore y la balada que nada tiene que envidiarle a cualquier banda de Argentina, México o Colombia. "La calidad de las bandas en vivo tiene un alto nivel que la verdad no he escuchado en grupos de Chile, Perú o Ecuador. Hemos logrado un punto altísimo en calidad sonora y estética pero no tenemos la capacidad ni estatal ni privada de mostrarle al planeta que eso está ocurriendo aquí", aclara García. "Para los gringos Bolivia es un país exótico donde todos somos indígenas sufridos.

Y en medio de todas esas máscaras hay gente que esta pensando, creciendo y que quiere ser reconocido dentro de la cultura global", aclara Vadik con su innegable cara de cholo, sus pelos largos, sus gafas y su atuendo rockero, que al igual que su arte, no reniega en ningún momento de su raíz indígena. Habla con orgullo de su abuela de pollera (cholita), de la llegada al poder de Evo Morales, y de los saberes ancestrales de su pueblo. Compra sus verduras, guitarras y computadoras en el mercado, y exhibe sin pudor su abultada colección de dvds de rock piratas. La mayoría de los rockeros bolivianos dice apoyar abiertamente la piratería. "Yo estoy a favor de la piratería porque en Bolivia la gente no tiene el acceso a comprarse un disco como el que vendemos, a cincuenta bolivianos. Yo muchas veces pirateo. Es la única forma de culturizar a Latinoamérica", afirma Maldonado de Atajo. "El crecimiento de las bandas ha ido de mano con el crecimiento del contrabando. Al llegar instrumentos mas baratos ha habido más facilidades para que la gente pueda acceder a ellos, antes era un lujo", opina Germán Romero, guitarrista de la banda.
Los rockeros bolivianos prefieren centrar los problemas del movimiento en otras direcciones, como la falta de público o apoyo de las empresas, los medios, el gobierno o aún entre ellos mismos a la hora de lograr mayores concesiones por parte del estado. "No existe un organismo o entidad que lleve un registro del rock nacional, los derechos de autor se manejan a través de un organismo llamado Sobodaicom, pero tampoco es algo que este muy establecido. Tampoco hay un sindicato o asociación de bandas peleando por estas cosas. En el 2002 hicimos los premios Rocanbol.

Eran como los Grammy pero a lo boliviano, en una discoteca ante seiscientas personas, con un escenario, presentadores, las bandas tocando dos temas, entregábamos premios por categorías. Lo hicimos cuatro años. El último fueron 1800 personas. Por lo menos por una noche nos sentíamos todos famosos. Incluso si le preguntas a los estudios de grabación te dirán que muchos músicos comenzaron a grabar para estar en la premiación. Se ha generado un movimiento pequeño pero interesante. Pero lo dejé de hacer porque era mucho trabajo y los auspicios no me pagaban, he puesto mucho de mi dinero para no recuperarlo, y además he encontrado algo de ingratitud. Para decirte que la última premiación no pude encontrar batería porque ninguno de lo músicos tenia para prestarme. Falta colaboración, caminar todos para el mismo lado", se queja Peters. "Desde que ha empezado este asunto del rock en Bolivia ha crecido mucho, pero aun no se ha logrado formar un movimiento. No se ha planteado como una cultura y es muy difícil que los músicos se apoyen entre ellos. Todos tienen muchas críticas con respecto a muchas cosas pero no intentan hacer un frente común. En lo medios hay espacios muy pequeños y con una propuesta muy light, que no cubre muchas bandas", se queja Jimena Morales, socia de Zelaya en el Equinoccio. "La ley del futbolista va a salir antes que la de los derechos de autor", aclara Medina. "Toda nuestra vida hemos sido clandestinos, y nunca nos hemos desclandestinizado, como nunca nos hemos descolonizado. Yo soy una trabajadora de la cultura que no tiene seguro social.

Cuando me enfermé de las cuerdas vocales no tenía dinero para la operación. Gracias a los grupos amigos que hicieron conciertos para juntar fondos pude volver a cantar", cuenta Jimena Martinez, que ha sido la voz principal del grupo Comunidad, además de conductora y productora de algunos programas emblemáticos del rock boliviano. "Nunca ha habido y nunca va a haber apoyo del estado. No hay exenciones para la producción artística ni la importación de material. Hace poco hicimos un acuerdo con una sello alemán y cuando nos llegaron los papeles nos dimos cuenta que acá en Bolivia ningún abogado te va a poder explicar los tecnicismos del contrato. Nosotros tenemos que estar pendientes desde que un disco suene bien a la distribución y estos detalles", aclara Bernarda Villagómez, ingeniera de sonido y socia de Pro Audio. "El rock no tiene antecedentes fuertes como en Argentina, México o Brasil. En estos diez años han sucedido cosas muy rápidas, hemos tenido dos grupos emblemáticos como Octavia y Lou Kass y de ahí han surgido un montón de bandas. En pocos años hemos logrado dejar un precedente de cómo debería mas o menos sonar un disco de buena calidad, pero aún no hay un proceso de maduración en cuestiones básicas como si a mi me gusta la guitarra eléctrica donde la aprendo. Todavía no hay sonoridades, composiciones propias", aclara. "Llegan grupos viejos ya acabados y todavía llenan. La gente acá no es muy cultivada en el genero del rock, se conforma con poco y nada. Si algo esta plagiado no se da cuenta", comenta Marco Basualdo, periodista especializado en rock. "Es un movimiento que se esta gestando y que esta empezando a crecer. Nosotros en el año 2000 grabamos el primer disco de blues en La Paz, frente a Manal que grabó su primer disco en el 68. Hay mucho desconocimiento de la cultura rock. Diez años atrás acá en Bolivia hablaban de los Iracundos, y todavía vienen los Enanitos Verdes, Vilma Palma y Vampiros o Rata Blanca y llenan estadios.

Lo del Equinoccio del otro día fue especial para nosotros porque fuimos la primera banda de rock que tocó ahí. Antes era un boliche de folklore", cuenta Gómez 
"El rock boliviano no es popular como en Argentina o México donde un chofer de taxi puede escuchar tus discos", explica Maldonado justificando otro de los grandes problemas del rock boliviano la falta de público. "Lo que pasa que en vez de hacer conciertos fue mas fácil tocar en los bares, donde la entrada es de 30 pesos, cuando el sueldo mínimo es de 800. Y además tenes que tener cierta apariencia para entrar. Pero cuando vamos a tocar al Alto la gente no lo puede creer. El rock no ha sabido pasar esa barrera, pero estamos en eso. Nosotros hemos tocado en el año nuevo aymara y la gente alucinada. En Potosí fuimos a tocar para el Festival de Cultura. Un martes, y en Oliva, el pueblo donde nací, hay más vida nocturna que en Potosí. La gente como loca. Salimos como a la hora y había ciento y pico de papachos esperándonos. Y eran todos aymaras", cuenta Gómez. "Acá el rock esta hecho por rockeros de elite que viven en la zona sur, ¿que van a narrar? Aquí hay muchas bandas de profesión analista de sistema, hobbie: músico. Llevan una vida de oficinista de lunes a viernes y los sábados se visten de rockeros. Falta hambre. Serian casos excepcionales los que realmente llevan una vida de rockero. En cambio el rock argentino esta hecho por cuates que patean la calle, que viven lo que cantan. Yo no me imagino a Pappo economista o a Piti ingeniero.

El Alto es otra cosa, otro capitulo. Los changos, el underground en general, es un poco más autentico, no asumen una pose, saben que no van a llegar a mucho, tocan para su círculo y hacen lo que les gusta", opina Basualdo. En El Alto, el barrio periférico de La Paz, epicentro de las protestas indígenas (las mamitas rockeras tirando piedras) está la radio comunitaria Wayna Tambo, una de las mayores impulsoras del rock under boliviano. Allí fue Manu Chao en su visita a Bolivia para llevarse a Europa una pila de discos de grupos de hip hop andino. "Yo hago un rap con contenido social a partir de nuestro ámbito acá, una ciudad muy joven y en crecimiento con bastantes inmigrantes de los pueblos originarios. El imperio nos vende un hip hop comercial: yo tengo mi pistola, tengo mi auto, tengo mis mujeres, mi auto rebota. y todos los chicos quieren imitar a ese tipo, quieren vivir una realidad falsa. Aquí estamos viviendo otro panorama, un proceso de revolución democrática (en referencia al gobierno de Evo Morales) no estamos hueveando con un auto o una mujer. Mamazo si alguien va a cantar algo así. Hemos dicho: haremos letra. Tu mamá es de pollera, de mi también, ¿porque no hacemos algo en aymara para que ellas escuchen? Y al principio no nos hemos dado de cuenta que podía ser tan efectivo. La otra vez nos han invitado a la Federación de Juntas Vecinales del Alto. Era un lugar de puro mayor, nada de hip hoperos, pero al escucharnos cantar en nuestra lengua se sintieron emocionados y nos pidieron otra", relata Ukamauyque (que en aymara quiere decir: así las cosas ¿y que?), uno de los líderes del movimiento. En un acuerdo con Pro Audio, la Wayna Tambo ha grabado discos de bandas underground como Scoria (heavy metal) o Los Tuberculosos (punk). "Tanto en Bolivia como en cualquier otro país de Latinoamérica el desafío es lograr un rock que tenga la capacidad de representar a la población. Eso no quiere decir necesariamente tocar con charango o zampoña, pero si ser capaz de representar e identificar a las nuevas generaciones", explica Sergio Calero, periodista y productor. "Algunos grupos utilizan géneros o temáticas de nuestros lugares, pero nunca la cosa esta completa porque, no estamos pensando en una integralidad, como en la cultura andina, donde todos somos parte de un todo. En eso el rock boliviano tiene cabos sueltos.

Tú eres boliviano en cualquier parte del mundo por tu forma de ser, de concebir las cosas, y es algo que nos olvidamos. Un rocanrol siempre va a ser rocanrol en cualquier parte del mundo. Puedes tocar una estructura de rocanrol y ponerle letra en quechua, pero no va a ser rock boliviano. De repente surge una nueva forma musical que no va a ser rock, como el Tropicalismo en Brasil que no era rocanrol pero tenía un espíritu muy rockero. Tampoco es mandar al demonio todos los esfuerzos por hacer rock en Bolivia. Es un proceso como todos, que va con todos los cambios que están ocurriendo en el país", asegura Martínez, que cuando canta blues, es una auténtica Janis Joplin cholita. "Ya sean bandas pop o que suenen como los Cadillacs, lo importante es que se digan las cosas que suceden acá, que nos suceden a nosotros, de lo más pelotudo a lo más jodido, y eso es el rock boliviano. Hay nuevas generaciones que ya tienen ídolos de rock que es lo que me pasaba a mi cuando escuchaba Pappo Blues, La Pesada o Manal, que había un tipo que hablaba igual que yo y decía las cosas que me pasaban a mi", opina Gómez, que además de músico y técnico de grabación de Pro Audio, es productor de Quirquiña. La promiscuidad entre músicos, géneros y actividades es parte de la pequeña familia rockera boliviana. Algunos músicos como el tecladista Freddy "Say no More" Mendizábal (presidente del club de amigos de Charly García en Bolivia) tiene en su currículo haber sido tecladista de Go Go Blues, Vadik, Quirquiña, Santa Mandinga (power rock mestizo), bandas de jazz como la Moreconchinchi Jazz Band Trío, Parafonista o el grupo del zampoñista Carlos Ponce, folklore (El Papirri), nueva trova (el dúo Blanco y Negro) o música brasileña (Samba Novo o el homenaje a Vinicius de Moraes) Julio Jaime le pone el bajo a Go Go Blues,

Pateando el Perro (cuya vuelta a los escenarios va a producir Delius), Atajo y las bandas sonoras que compone Oscar García. Marcelo "Gallo" Murillo pasa de la percusión de Camaleón a los Tocayos (que fueron teloneros de Molotov) o Nativa, la agrupación de World Music de Jimena Martínez, fue baterista de Dezaire y hasta barman del Equinoccio. "No hay suficientes músicos para algunos instrumentos y entonces terminamos compartiendo los pocos que hay", explica Vadik, que además de diseñador gráfico, músico y poeta ha sido editor del Peluche Tóxico. Sin embargo, en ese promiscuo compartir de penurias y faltas de recursos y apoyos (que no son algo nuevo en la historia de los grandes vanguardias artísticas) es donde, para muchos, está la gran esperanza del rock boliviano. "Supongo que algunos rockeros se dan por vencidos porque decir rock en Bolivia es como decir fútbol en Venezuela. Hay buenas intenciones, pero quizás a algunos los ha acogotado el saber que los suyo no va a ser masivo. El que hace rock en Bolivia sabe que todo se va a hacer a sudor propio, y eso es rico, sale como más rebelde, a mi el arte en la adversidad me gusta. Hay un poco de arriesgar, entregarse", opina Basualdo, que también es cantante de la banda El Último Cocalero. "El rock nacional ha cambiado mucho. Las bandas se han hecho mucho más profesionales en muchos sentidos, por más que el 80% sigue siendo artesanal. Es más común hacer giras por el país y llenar teatros, aunque acá no hay padrinos, nadie va a invertir en tu banda. Nosotros nacimos haciendo tributos al rock nacional, a Lou Kass, pero con el tiempo fuimos haciendo nuestras propias composiciones.

Ahora tocamos todos los fines de semanas, tenemos productores, diseñadores de ropa, movemos una imagen, somos una de las únicas bandas que funciona profesionalmente como puede hacerlo una agrupación argentina, como Miranda. Se escucha en todos lados, estamos en televisión, hemos hecho un trato con Televisa y hay propuestas de irnos a vivir a México", asegura Ale Delius, cantante de Quirquiña, una de las bandas que junto a Llegas y Dezaire han participado este año del festival RockBolUSA en los Estados Unidos. "A pesar de que pueda ser jodido que el rock crezca a lo comercial, no es un problema. Al contrario. Es bueno, porque en esa historia vamos a empezar a caer todos. Los chicos de Quirquiña u Octavia esta saliendo en Mtv, Ritmoson o Htv. ¿Te imaginas lo qué es para Bolivia, que antes no existía en el mapa?", opina Gómez. También están las experiencias como la participación de Octavia en el Rock al Parque de Bogotá, Vadik en el festival Pacha Rock en Buenos Aires, o Go Go Blues en el Cosquín Rock en Córdoba, el acuerdo de distribución en Europa que Pro Audio ha firmado con el sello independiente Water Melon, las giras de Atajo por Alemania, Austria y Suecia o las grabaciones que el Grillo Villegas ha hecho con importante músicos argentinos en los estudios de Fito Páez y el Flaco Spinetta. "Yo creo que a diferencia con otros lugares la historia esta por venir. Lo que se van a llevar los frutos van a ser nuestros hijos. Pero nosotros vamos a estar ahí para morder la tajada", se esperanza Gómez después de reconocer que su pasión por el rock boliviano lo ha llevado a la quiebra económica en más de una ocasión, como por ejemplo en el reciente Festiblues que ha organizado en La Paz con bandas de todo el país. "¿Sabés hace cuanto me habría terminado de construir la casa si hubiera invertido en ella todo lo que invertí en el rock", confiesa. 
Historia matria del rock boliviano
por Tomás Astelarra

De la rigidez que le aportaron al blues los músicos blancos, el rulo exótico de xxxx, el movimiento de caderas de Elvis Presley y las locuras de Jerry Lewisxxx, el rock saltó a todos los países del mundo allá por los cincuentas y sesentas, Sandro imitaba al rey del rock en Argentina y los Shakers o los Teen Tops xxxxxxxxx Bolivia no fue la excepción. "El primer grupo que yo reconozco porque han grabado un cd a ritmo de rock es Bonnie Boy Hot, anterior a ellos ha habido otros intentos, pero era canción con instrumentos eléctricos, no era rock and roll", aclara Marco Basualdo, autor de Rock Boliviano Cuatro Décadas de Historia, donde compila la trayectoria de buena parte de las bandas bolivianas. "Evidentemente le faltan algunas cosas. Por ejemplo el movimiento punk que es muy underground, o algunos vacíos como el de Los Cuervos de Tarija, un grupo de los sesentas bien famoso, pero nadie recuerda como se llamaban, no sabemos si están vivos. Y otro de los principales conflictos para hacer el libro es que no ha habido periodismo especializado, ni la inquietud de los periodistas por anunciar que existía algo como el rock.

Alguna vez se ha mencionado a Wara, pero como grupo de folklore. Ha habido mucho prejuicio en Bolivia contra el rock ya que la población es muy arraigada, con fuerte rechazo a lo extranjero. Ese ha sido un conflicto para que halla rock a nivel masivo", comenta el autor. "El rock en Bolivia llega tarde como ha pasado con mucha de la cultura del mundo, pero en el rock tiene mayor tardanza porque tiene menor posibilidad de aceptación en los medios y en general", explica Sergio Calero, periodista y productor de rock. En los sesentas y principios de los setentas, luego de los Bonnie Boy Hot, aparecen grupos como Cincuenta de Marzo, de Cochabamba, con un blues urbano al estilo de los argentinos Manal, tratando de reflejar las preocupaciones de los adolescentes de la época, o Climax un power trio con influencias de Cream o Jimi Hendrix. O el grupo Black Jack, haciendo covers de grandes grupos del rock anglosajón. También se forma Wara, un conjunto que acompañando la experiencia de fusión entre el rock y el folklore latinoamericano de Los Jaivas o Arco Iris, mezcla la música y los instrumentos andinos con las guitarras eléctricas y el heavy metal. "Ahora estamos viviendo una época de cambio, pero antes había una tendencia peyorativa hacia lo andino, el mundo urbano era muy reacio a escuchar música andina y gracias a Wara la gente joven escucha y aprecia lo que son lo sikus, lo que es una tarqueada, todo ese tipo de música que estaba relegada al mundo campesino rural. Y le da un impulso al folklore sobre todo. Su disco Maya es una de las grandes muestras de la identidad nacional", explica Calero.

"El rock es una actitud de búsqueda permanente, y de rebeldía y de osadía, y eso es lo que tenia Wara. En 1975 aparecieron en el concierto del bicentenario de la república, y cuando todos esperaban un grupo de rock aparecieron con poncho tocando música sacra de los andes, y esa fue una actitud del rock y no del folklore", comenta. "Wara es uno de los pilares para que el rock nacional halla surgido, su primero disco El Inca, ha influido en muchas agrupaciones actuales, es un emblema", asegura Peggy Martínez, conductora de radio y productora de La otra vereda, un disco que recopila canciones de grupos independientes del rock boliviano. Pero finalizando la década, al calor de la dictadura y la crisis económica muchos músicos se van del país, se dedican a otra cosa, y Discolandia, el único sello del país, decide no producir más bandas de rock. "En los ochentas estaba Om, una banda metalera que ya cantaban cosas sobre el Chapare, incitando la revolución, y Luz de América, que era una banda pop y disco formada por ex integrantes de Climax y Loving Dark. Pero pronto se generó un gran vacío producto de la dictadura. Los Wara se volcaron a un folklore más pop y no hay muchas bandas que aparezcan hasta Lou Kass", cuenta Basualdo. Por los ochentas se forman grupos como Secuencia Progresiva, que inicia el movimiento punk en La Paz, o agrupaciones de fusión como Comunidadxxxxx, y hasta bandas de cumbia, como los Ronish, adoptan cierta influencia dark a lo The Cure, pero habrá que esperar a la aparición de Lou Kass u Octavia en los noventas para la verdadera explosión del rock boliviano. "Muchos creen que el rock empieza en los noventas. Evidentemente hay una antes y un después de Lou Kass, porque han empezado a componer cosas con las que la gente se identificaba. Antes había grupos que si bien impactaban, no eran de consumo masivo. Lou Kass hace que el rock se masifique. Pero el que dice que todo empezó con Lou Kass o los grupos de los noventas es irrespetuosos con todas las bandas que vinieron antes".

Ukamauyque, música y cultura social en  Alto - Bolivia
Go Go Blues, entrevista

Grillo Villegas y Cristian Krauss  de Lou Kass, entrevista
Historia matria del rock boliviano por Tomás Astelarra


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