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VÍDEO * ROGER WATERS, ATARFE, GRANADA, MAYO 2008 * ARCHIVO HISTÓRICO INDYROCK
VÍDEO:  TELEIDEAL-EVASIÓN-INDYROCK




ROGER WATERS


ROGER WATERS ANUNCIA SU GIRA DE DESPEDIDA THIS IS NOT A DRILL TOUR 2023
21 DE MARZO EN EL PALAU SANT JORDI DE BARCELONA
23 Y 24 DE MARZO EN EL WIZINK CENTER DE MADRID
 
Roger Waters gira de despedida en marzo en Barcelona y Madrid
Esta gira marca la primera vez que Waters actúa en un escenario 360º.
Tras el gran éxito de la gira TINAD 2022 en EE.UU., que incluye 43 espectáculos en 33 ciudades de EE.UU. y Canadá, esta gira incluirá 41 espectáculos en Europa.
El espectáculo incluye 20 canciones clásicas de Pink Floyd y Roger Waters, entre ellas: "Us & Them", "Comfortably Numb", "Wish You Were Here" y "Is This The Life We Really Want?". Además, Waters estrena una nueva canción, "The Bar".
Waters se encarga de la voz principal, las guitarras, el bajo y el piano, y estará acompañado en el escenario por Jonathan Wilson, en las guitarras y la voz; Dave Kilminster, en las guitarras y la voz; Jon Carin, en los teclados, la guitarra y la voz; Gus Seyffert, en el bajo y la voz; Robert Walter, en los teclados; Joey Waronker, en la batería; Shanay Johnson, en la voz; Amanda Belair, en la voz, y Seamus Blake, en el saxofón.
"This Is Not A Drill" es un nuevo y rompedor espectáculo de rock and roll/cinematográfico, es una impresionante denuncia de la distopía corporativa en la que todos luchamos por sobrevivir, y una llamada a la acción para AMAR, PROTEGER y COMPARTIR nuestro precioso y precario planeta y hogar.
El espectáculo incluye una docena de grandes canciones de la ERA DORADA de PINK FLOYD junto a varias canciones nuevas, letra y música, mismo escritor, mismo corazón, misma alma, mismo hombre.
Podría ser su último hurra.
"¡Wow! ¡Mi primera gira de despedida! No os lo perdáis. Love R".



Roger Waters, The Wall
29 de marzo de 2011 Palau Sant Jordi, Barcelona
por Pedro Ayuso - IndyRock
Fotos Quim Cabeza- IndyRock





Pink Floyd ha pasado por diferentes y multiformes fases a lo largo de los años pero, sin duda, la escisión del grupo de su bajista por causas “casi” irreconciliables ha sido una de las más escritas. Roger Waters abandonó el “fluido rosa” a mediados de los ochenta, convencido de que había escrito su obra magna -The Wall-, y en desacuerdo creativo con las inquietudes que imperaban dentro de la banda británica en aquellos años. Las disidencias iniciales no pudieron limarse con el dialogo y tuvieron que encontrarse en los tribunales para llegar a un acuerdo que sentenció que el grueso del grupo mantendría el nombre y buena parte del repertorio mientras Roger Waters continuaría como tal más la autoría, prácticamente en exclusiva, de The Wall. Aunque el bajista ha editado algunos discos en solitario y ha colaborado puntualmente con la banda, “El muro” ha sido el motor principal de su proyecto.

Una pared maestra que se publicó en 1979 como canal vehicular a una excelente película de animación, donde excelentes dibujos daban sentido a un guión políticamente comprometido que en su momento tuvo gran repercusión. Con los años el argumento del The Wall no sólo no está marchito sino que deviene más actual que nunca. Con veinticuatro trailers y un entramado logístico de gran envergadura, The Wall se ha conformado como un macro-espectáculo audiovisual. Dos combos de instrumentación para una docena de músicos se asientan sobre el escenario mientras una gran pared configura el fondo donde proyectar las imágenes del show. Luces de todo tipo iluminan el gran espacio donde un Waters omnipresente trascribe su obra -“Another brick in the wall”, “Goodbye cruel World”, “Hey You”,  “Outside The Wall”…-, entre fuegos de artificio e inflables. Casi tres horas de entretenimiento, de producción milimétrica, en un recinto abarrotado y sumiso que no dudó aplaudir este gran show. Waters sabe que su actual propuesta es infalible aunque recordó su enorme frustración cuando años atrás su propuesta -la misma que hoy triunfa en todo el mundo-, no funcionó. Si algo queda, es que puedes disfrutar incluso de cara a “La Pared”. 


Atarfe- Granada - España 9-5-2008
Waters entusiasmó a los 20.000 espectadores que acudieron, pese a la lluvia, a la cita granadina.
Fotos: Lucía Rivas
+
Crónica: Jesús Sánchez
 


 
 

Waters-Floyd, estandarte de una era
Por Jesús Sánchez / IndyRock

Granada, 9 de mayo de 2008. 19 horas. Miro al cielo, y la palabra 'waters' repica en mi cabeza. El manido juego de palabras está hecho. Jornada lluviosa en Granada, agua que cae del cielo. Se supone que ese cielo será, dentro de unas horas, un festival de luminotecnia. Y algunas de esas nubes, espero, un cerdo volador. La organización ha confirmado que, con lluvia o sin ella, Waters y los suyos estarán sobre el escenario.
20,00 horas. La expectación, y el ambiente, al llegar a las cercanías del campo de futbol, es enorme. No es para menos. Única cita de Waters este año con su público en la Península, todo un tanto que se apunta el ayuntamiento de esta pequeña ciudad del rock (ésta de verdad lo es) que es Atarfe. 
22 horas. Comienza el espectáculo. Miles de personas se agolpan en las primeras filas para ver como Waters y su grupo aparecen, al igual que el año pasado en Barcelona, con míticos oldies de fondo, bajo el espectacular pantallón de fondo. Ha habido un par de cambios en la banda recientemente, ya que tanto Andy Fairweather-Low como Katie Kissoon tenían otros comprmisos, siendo reemplazados por Chester Kamen (que ya estuvo con Waters en la anterior gira de 2002) y la vocalista Sylvia Mason. Como siempre, el comienzo es vibrante con "In the flesh" , aunque con un pequeño apagón sonoro hacia el final que se corrige rápidamente. 

El show es calcado a cualquier otro de esta gira que lleva dos años recorriendo escenarios por todo el globo. Tal vez sea una de las pocas cosas reprochables. Muchos fans de Pink Floyd preferirían un poco de factor sorpresa, pero así son las cosas en las macro-giras: todo está estudiado al detalle. Y se repiten los mismos números, en cada canción. Tras el corte sonoro continua el show con la amorosa "Mother", con el impecable, limpio como una patena, sonido de la acústica de Waters que se va abriendo camino hasta la gloriosa demostración vocal de la corista, que esta vez, al no estar presente la preciosa Katie Kissoon, la responsabilidad recae en su sustituta. Cae después un clásico de la época más lisérgica de los Floyd, la espesa "Set the controls for the heart of the sun", seguida de uno de los platos fuertes, ese blues espacial que es "Shine on you crazy diamond". Más de diez minutos de éxtasis interestelar, con esa inconfundible intro, las desgarradoras notas de guitarra y la triunfal entrada de la sección rítmica. Tras ella, más cortes del mismo disco, con "Have a cigar" y "Wish you were here" empalmadas como en el disco original, "Southampton dock", "The Fletcher memorial home".hasta ahí todo impecable. 

Comienza a llover, estampida de buena parte del respetable, buscando refugio. Pero el show continúa.
Llega la conocida parte donde la egolatría de Waters cobra protagonismo, con dos cortes más recientes de su obra en solitario, alejados ya de la genialidad de sus obras con la banda. "Leaving Beirut" es un correcto alegato anti-bélico, y a "Perfect Sense" tenía la gracia justa de ver a un astronauta volando sobre nuestras cabezas, pero ese elemento no apareció en Atarfe, aunque si hubo cerdo volador justo después con "Sheep". Un cerdo de estreno, por cierto, graffiteado por El niño de las Pinturas. Curioso.

La cara oscura
Descanso, avituallamiento, y asistimos al comienzo del leit motiv de esta gira. "The Dark Side of The Moon", íntegro, magistral , único. Grandísimo show en lo visual y en lo musical, con el inquietante comienzo, la explosión sonora de "Breathe", los himnos "Time", "Us and them", "Money". pura perfección. Dave Kilminster mantiene el pulso en esta secuencia de irrepetibles solos de guitarra,  y calca a la vez de la voz de Gilmour, tanto que casi hace que te olvides del genial guitarrista. Aunque bueno, Gilmour sólo hay uno. En definitiva, una hora repasando una obra que fue estandarte de una época, que catapultó a Pink Floyd a un status superior al de cualquier banda coetánea.

Y para los bises, más mitomanía, con una mini representación de "The Wall", en sus trayectos más conocidos, con puntos álgidos seleccionados para que sirvan de brillante final, con el consabido "Another brick in the wall (part 2)" y la maravillosa "Confortably numb", una de las canciones más redondas de la historia del rock. Curiosamente, un tema con música de David Gilmour, para poner broche de oro a una noche intensa.

Hay que reseñar algunos fallos clamorosos de organización, como el hecho de reservar los mejores asientos a invitaciones de empresa, algo que me resulta extremadamente provinciano. El resto de asientos sentados, de pago (o sea, abonados por gente que verdaderamente se deja doce de los antiguos talegos por ver a un artista), se sitúan al fondo del campo, con una visibilidad pobre y peor acústica. Desde esa grada final apenas podías distinguir el escenario, ni percibir el potente sonido que se presumía tendríamos. De mitad de pista hacia delante la cosa tomaba sentido, pero el tan cacareado sonido cuadrafónico que sí pudimos disfrutar en todo su esplendor en un recinto cerrado como es el Palau Sant Jordi, se limitó aquí a un par de efectos puntuales que tampoco aportaban gran cosa.

Una noche esplendorosa que dejó la sensación de que pasarán muchos años para que tengamos la oportunidad de volver a ver un espectáculo de ese calibre por estos lares. Quién sabe, a lo mejor Waters vuelve a reunirse algún día con sus antiguos compañeros. Él está dispuesto a hacerlo, y ya se vuelve a hablar con Gilmour. No están ya para demasiados trotes, como decimos por aquí, pero sería grande volver a ver, ya de verdad, sin mercenarios de por medio, al gran fluido rosa esparciendo de nuevo su poder  por el mundo.

Roger Waters: Dark Side, la locura intrínsecamente humana
Por Jesús S. / IndyRock
"Siempre he estado loco. Sé que estoy loco, como la mayoría de nosotros. Es muy difícil explicar por qué se vuelve uno loco, incluso cuando no lo estás".
(Speak to me, The Dark Side of the Moon.)
   Con esta intrigante frase arranca uno de los álbumes más míticos de la historia de la música de nuestro tiempo. Cuando a finales de 1971 Pink Floyd comenzaban a diseñar su nuevo trabajo tras el alucinógeno "Meddle", Roger Waters atravesaba una de sus famosas fases de "inspiración paranoica". Ya hacía unos años que la sombra de Syd Barrett había dejado de cobijar la faceta más sicodélica del gran fluido rosa. Pero que si en lo musical su presencia ya era sólo un recuerdo del pasado, afectivamente su recuerdo seguía estando muy presente en su antiguo colega Waters. 1971 fue un año de transición, tanto en el mundo del rock como en la personal historia de Pink Floyd. El 68 y todo lo que trajo quedaban ya lejos. Los grupos se hacían cada vez más poderosos, alimentando a una industria que exigía con más ahínco un producto de masas por encima de todo. Rock se conjugaba ya con mercadotecnia. Cuando los Floyd grabaron "Meddle", ya tenían claro que se encaminaban a un punto sin retorno. Atrás quedaba la experimentación arriesgada y las inspiraciones psicotrópicas. Era el momento de dar a la música un mayor peso, con una producción mucho más efectiva. "Echoes", la gran suite que ocupa la mitad de "Meddle", recoge esas ideas. Sigue habiendo un lugar para el riesgo, pero las bases del futuro sonido Floyd están ya marcadas en ese gran tema. 
Waters tenía clara la pauta a seguir. Otra cosa era la temática. Y a eso ayudó su personal estudio sobre la locura intrínsecamente humana, de la que Barrett había sido famosa cobaya. "The Dark Side of the Moon" es el primer gran capítulo de esa concienzuda exteriorización de temores y fobias que siempre rondaban la materia gris de Roger Waters. Los posteriores álbumes de los Floyd ahondaban en la miseria humana y la locura. Pero ese primer gran paso se dio en "Dark Side". El dinero, la vejez, la inmisericorde desigualdad entre el primer y tercer mundo.todo ello está presente en el disco. Y todo se relaciona de un modo u otro a ese lado oscuro de nuestra esencia terrenal. Tal vez esa luna que no atisbamos sea precisamente la porción exacta de nuestra naturaleza por la cual el ser humano se convierte en predador de sí mismo. Como la luna influye sobre las mareas, influye el mal, tan obscenamente natural, en nuestro desarrollo personal. Y, como se adivina en esas extrañas palabras iniciales, todos estamos abocados a, en algún momento de nuestra vida, sufrir las consecuencias, por activa o por pasiva, de esa cruel influencia. 
     Ahora, 35 años después de su publicación, Waters ha querido rescatar la obra que hizo de Pink Floyd uno de los best-sellers de la historia del rock. Respetando el impecable sonido original (tarea en la que colaboró otro perfeccionista de nuestro tiempo, Alan Parson), el gran montaje que Waters trae este año a la granadina localidad de Atarfe, es fiel a esa grandilucuencia marca de la casa desde comienzo de los 70. Sonido cuadrafónico, gran escenario, una banda insuperable, proyecciones, objetos voladores.todo lo que se pueda contar no haría justicia a la experiencia que ya tuvimos la suerte de vivir el pasado año en Barcelona. Pero el show será eso y mucho más. Habrá sitio para otros clásicos de la banda, joyas rescatadas de "Wish you were here", "Animals", o "The Wall". Y para los fans más aventajados, tendremos incluso material del canto de cisne de Waters con los Floyd, el injustamente infravalorado "The final cut". En definitiva, serán tres horas cercanas a la perfección en lo musical y en lo visual. Perdérselo es, simplemente, dejar pasar una oportunidad única de vivir de primera mano, uno de los capítulos más gloriosos de la historia del rock. 

21-04-2007 Palau de Sant Jordi Barcelona
Fotos Natalia Moreno - IndyRock
Crónica Por Jesús Sánchez- IndyRock






Roger Waters. The Dark Side Of The Moon Live
Barcelona, Palau de Sant Jordi. 23-4-2007
Por Jesús Sánchez- IndyRock

 Volvía Roger Waters a Barcelona, seis años después de su anterior actuación, en un concierto enmarcado en una nueva gira de homenaje a otra de las obras cumbre de Pink Floyd. En esta ocasión miles de fans de todas las edades y procedencia del viejo fluido rosa nos congregábamos en un abarrotado Palau de Sant Jordi, con la totalidad de  las entradas vendidas desde hacía semanas y con la expectación propia de quienes saben que van a ser testigos de un espectáculo de alto nivel, en un recinto inmejorable. Porque eso es lo que ofrece hoy en día Waters. A falta de nuevas obras maestras, con la negativa por parte de Gilmour de resucitar la formación clásica de la legendaria banda, Waters tiene claro que su público seguirá llenando pabellones y estadios con el mero pretexto de volver a experimentar in situ las sensaciones que produce un espectáculo de ese calibre. Ver a Roger Waters en 2007, tantos años después de que esas obras fueran creadas, supone por tanto un placentero ejercicio de nostalgia. Y Waters sabe corresponder con profesionalidad y pulcritud; le acompaña una banda que ya de por sí es espectáculo puro, muy similar a la que le cubría las espaldas en la gira anterior. En el universo pinkfloydiano, otro ingrediente es vital: el espectáculo visual. Waters sigue cuidándolo al máximo. Música e imagen siguen complementándose perfectamente para entender el mensaje que cada obra supuso. 
El set list está minuciosamente pensado para ello, dividido en tres partes: una primera de temas clásicos acompañados por otros temas menos conocidos. La segunda, la interpretación integra de "Dark Side Of The Moon", y como bises, una parte de "The Wall".  Las condiciones acústicas del Palau, bastante decentes de por sí, se vieron mejoradas con un sistema único de sonido que hace que la fidelidad de lo que se escucha alcance altos niveles de calidad. 

PRIMERA PARTE 
Treinta minutos antes de la hora convenida, una pantalla gigante de video al fondo del escenario emite la imagen de una habitación de aspecto retro, con una radio antigua en la que suenan rockers de los cincuenta. Una botella de Johnnie Walker en primer plano, una mano que se acerca y que se sirve un trago, mientras cambia de emisora y suena el mítico "We´ll meet again" de Vera Lynn en la radio. El humo de un cigarrillo que parece salir de la pantalla, mientras el público, expectante, se comienza a preguntar como va a empezar todo. A las 9:30 clavadas, los músicos toman posiciones. La alargada figura de Waters aparece bajo en ristre para gritar el mítico "Ein, zwei, drei..." con el que comienza "In the flesh", el enérgico tema que habría "The Wall" y con cuya segunda parte se iniciaba el show, entre explosiones e imágenes sicodélicas. Un comienzo fulgurante y efectista que hizo levantar miles de puños en el Palau. Tras él, una sosegada "Mother", impecablemente ejecutada por la banda y coreada por la mayoría. Waters se muestra, como siempre, entusiasta con su banda y con su público. Nunca será un showman, pero su carisma está en esas composiciones tan brutales. Y qué decir también de temas como los que siguieron: "Set the controls for the heart of the sun", enigmática canción de aquel lejano "A saucerful of secrets" en cuya grabación ya apenas intervino Syd Barrett. 

O el triple repaso a "Wish you were here", homenaje a Syd Barrett con "Shine on you crazy diamond", "Have a cigar" y el tema título, que fueron engarzados  tal y como suena en el disco, con la mano de la pantalla gigante cambiando las emisoras de la radio, y el sonido de la guitarra acústica dando entrada a un tema tan mítico como la persona a la que iba dirigido. Hubieron  algunos momentos para fans muy fans, como la inclusión de dos temas del infravalorado "The final cut" ("Southampton Dock" y "The Fltecher memorial home", que sirvió para dejar clara la poca simpatía que siente Waters por Bush, la Thatcher y los políticos conservadores en general, aunque Blair también recibió cera) o las dos referencias a sus trabajos en solitario, "A perfect sense" (con un astronauta sobrevolando nuestras cabezas) y "Leaving Beirut", un tema menor pero acompañado por la genial proyección de un comic contando la historia de fondo, la de un Waters más joven haciendo auto-stop por las carreteras del Libano. Por cierto, durante este tema, Waters fue abucheado en algunos conciertos por los Estados Unidos. 

El final de este primer set llega con "Sheep", donde hace su aparición el mítico cerdo volador, un clásico de la iconografía del rock de los 70, y que en este caso poco tiene que decir, ya que la canción va sobre las ovejas y no sobre los cerdos, pero es un bonito recuerdo al monumental "Animals" y a su correspondiente gira en 1977. 

SEUNDA PARTE: THE DARK SIDE OF THE MOON 
A partir de ahí nada más y nada menos que un "Dark side of the moon" tocado de cabo a rabo. Magistral la banda en la ejecución del clásico, con menos protagonismo de Waters que deja a John Carin y a Dave Kilminster el peso de las voces (recordemos que temas como "Time", "Us and them o "Money" los cantaba David Gilmour). Desde el inicial "Breathe" fueron sucediéndose los temas de esta obra, con preciosos efectos de luz, proyecciones, el sonido de los relojes o de la caja registradora...las referencias al dinero y al poder, al paso del tiempo por las personas, a la soledad... elementos imprescindibles que esa gran obra va poniendo delante de nuestras narices, acompañados por una soberbia música. La ejecución fue tan fiel a la original que apenas dejaba lugar a la experimentación o improvisación. Ya habíamos visto a Waters interpretar "The Wall" cuando cayó el Muro de Berlín. Los Floyd de Gilmour también basaron su última gira en "Dark side...", con resultados similares a los de Waters: tanto él como Gilmour saben que lo importante en su música es la fiel representación de las canciones. Los temas más representativos suenan tan bien como siempre lo han hecho. No está Gilmour pero Dave Kilminster clava los solos de "Money" y "Time", y el resto de la banda cumple sobradamente en la ejecución de pasajes más instrumentales.  Inmensa obra e inmensa ejecición.

TERCERA PARTE: BISES 
Como colofón a un concierto inolvidable, Waters tira de la que tal vez sea su obra más personal, "The Wall".  Pudimos disfrutar con media hora de la obra conceptual más ambiciosa de todos los tiempos. Comienza con "The happiest days of our lives" y la celebérrima "Another brick in the wall (pt.2)". Continuó  con un tramo de la segunda parte de la obra, el que arranca con "Vera", y que tras "Bring the boys back home" desemboca en la que probablemente es la mejor canción de la banda y que además incluye el mejor solo de guitarra jamás grabado, un impresionante "Confortably numb" que nos deja a todos confortablemente anonadados. El mejor colofón posible, para un concierto que rozó las tres horas. 

LA BANDA  Mención aparte a la banda, que en todo momento consiguió que apenas echáramos de menos a los músicos que originalmente interpretaron las canciones. Jon Carin, un veterano miembro de apoyo tanto para los Floyd de Gilmour, Wright y Mason como para Waters. Capaz de crear mil sonidos a los teclados, labor que comparte con Harry Waters (hijo del jefe), y de cantar en un registro muy similar al de Gilmour. Dave Kilminster, excelente guitarrista que nos dejó con la boca abierta en los solos de "Time" o "Money" y que rozó la perfección en "Confortably numb", además de hacerse también cargo de algunas de las partes vocales. Al saxo, repite Ian Ritchie con su momento estelar durante "Us and them" Perfecto a la batería y percusión Graham Broad, que levantó una ovación con la intro de "Time". Dos viejos amigos de Waters, piezas fundamentales en las giras del inglés, son Andy Fairwather-Low y Snowy White. Los dos guitarristas ejercieron labores rítmicas menos brillantes pero son pieza esencial en la banda. White además dejó algún solo cosecha propia durante "Another brick in the wall" y "Confortably numb", pero en mi opinión quedó ensombrecido por la brillantez de Kilminster. Y finalmente las chicas, cada una tuvo su momento estelar. Emocionante volver a ver a Katie Kisson dar la réplica a Waters durante "Mother". Subió el listón P.P. Arnold en "A perfect sense". Entre lo mejor de la noche, el impresionante poderío vocal de Carol Kanyon en "The great gig in the sky". Y por encima de todos, como no, Roger Waters. No es un perfecto instrumentista, no tiene una gran voz (dicen que algunas las lleva pregrabadas, yo no lo noté), pero bueno, quién necesita todo eso si has derrochado talento a sacos durante cuatro décadas. Vivirá de esas rentas lo que su público le permita. ¿Acaso no lo tiene ya suficientemente merecido? Pertenece a esa raza de artistas de una magnitud tan elevada que esas cuestiones está ya fuera de toda discusión. Dylan, Stones, Van Morrison, Waters y Gilmour...mitos vivos, representantes de lo mejor que ha dado la música moderna a lo largo de su historia. Especies en peligro de extinción a las que hoy, desde una falsa actitud de forzada modernidad ponemos todo tipo de pegas pero que echaremos en falta algún día. Espero que ese día aun esté lejos. 


Otro ladrillo en la pared
por Roberto Garza Iturbide

"Es el mejor concierto de mi vida", soltó con pureza un amigo después de ver a Roger Waters en el Foro Sol de la ciudad de México, donde la noche del 6 de marzo se avistó un puerco psicodélico flotando frente a una bellísima luna llena, luminosa y sombría al mismo tiempo, en una inolvidable sesión en directo de quien se define a sí mismo como el cerebro de Pink Floyd.
El entusiasmo y entrega del público, la experiencia misma de presenciar un acto tan bien producido y ejecutado, aunados al efímero reencuentro en el concierto Live 8 hace dos años, alimentan la esperanza de ver a Roger Waters, David Gilmour, Nick Mason y Richard Wright tocando juntos como Pink Floyd.
La ilusión, sin embargo, se desvanece del imaginario de millones de seguidores ante las palabras y acciones de Waters y Gilmour. Hay verdades que duelen y ésta es una de ellas: no se quieren reunir. Así que nada de reencuentro con gira mundial, muy a pesar de lo que pide, reclama, exige y añora una inmensa base de fieles en los cinco continentes.
Mr. Pink
En diciembre de 1985, Waters anunció de manera unilateral que Pink Floyd había llegado a su fin, pero los otros integrantes de la banda continuaron grabando discos y presentándose bajo dicho nombre, lo que provocó un pleito legal sobre derechos de autor y regalías. 
Tras un litigio que desgastó la relación entre las partes al grado del repudio, los abogados llegaron a un acuerdo que permite a Waters interpretar -y lucrar con- la música de Pink Floyd, desde The Piper at the Gates of Dawn (1967) hasta el último disco que hicieron juntos, The Final Cut (1983), pero le impide componer música nueva bajo el nombre de la banda.
El concierto del 6 de marzo, así como la gira internacional que lo cobijó, más que un show de Roger Waters como solista, fue un espectáculo con el sello de Floyd tatuado en cada una de sus partes. Waters, un autor que no necesita colgarse de nadie, pero que por alguna razón lo hace, parece gritar: "¡Yo soy el único y verdadero creador de esta maravilla!".
Mucho más que música rock, Waters ofrece una "experiencia artística", un acto que provoca estados elevados de conciencia e hipersensibilidad sin la necesidad de ningún agente lisérgico. Combina la tecnología audiovisual de punta con una interpretación musical sublime, poseedora de un discurso tan inteligente como tormentoso y que ha evolucionado a lo largo de cuatro décadas sin perder un ápice de vigencia.
Lo cuestionable del caso es que se vende como Roger Waters, pero interpreta la música de Floyd, con todo y el concepto artístico que la identifica, que en suma es una obra colectiva y no propiedad de un solo hombre.

Eclipse monetarista
La noche del 6 de marzo Waters bordeó la perfección, e igual que la luna que lo flanqueaba, se mostró bifásico: una mitad luminosa, congruente, y otra sombría, hipócrita.
Casi nadie lo notó, pero mientras deleitaba al público con su ejecución magistral del álbum The Dark Side of the Moon, el británico se mordió la lengua. Sucedió mientras cantaba el tercer verso de "Money", que literalmente dice: "Dinero, es un crimen. Repártelo con justicia pero no tomes una rebanada de mi pie".
Esa pieza la escribió hace 35 años como una crítica a la avaricia y el monetarismo imperantes. Ahora, cada vez que la canta, no puede evitar morderse la lengua. Es como si dijera: "Floyd, es un crimen. Repártelo con justicia pero no tomes una nota de mi obra".
Aquí el problema tiene que ver con la congruencia. Waters es un artista que se opone al abuso del poder, a la cultura bélica, a la violencia, a la educación positivista y al conservadurismo político. En la práctica ha procurado actuar en consecuencia, pero también ha mostrado una faceta que lo acerca a la mezquindad humana que tanto critica.
Como escribió en el remate de "Two Suns in the Sunset", la canción que cierra The Final Cut: "Cenizas y diamantes, enemigo y amigo, todos fuimos iguales al final".

La otra pared
Sus defensores podrán argumentar que "Waters es Waters y su circunstancia", que "los actuales integrantes de Floyd tienen su parte de culpa en el pleito" o que "se juzga la obra y no al artista".
De acuerdo: la obra de Floyd raya en lo genial y en el mundo habemos millones que la elevamos a alturas desproporcionadas. Pero también es cierto que no es creación exclusiva de Waters, sino de una extraordinaria agrupación de talentos que incluye al fenecido Syd Barrett y, desde luego, a Gilmour, Mason y Wright.
No es necesario ser un experto en la materia para descubrir que los músicos que acompañan a Waters en sus giras clonan sin el menor empacho los sonidos de Floyd. Y lo hacen porque así lo exige el "solista". No me parece justo. La guitarra, las percusiones, los teclados, los arreglos y los efectos sonoros son los mismos que se escuchan en la discografía floydiana, salvo en A Momentary Lapse of Reason (1987) y The Division Bell (1994), grabados tras el rompimiento y mismos que desde el punto de vista de Waters ni siquiera merecen llevar el nombre de Pink Floyd impreso en sus portadas.
Lo justo, honesto y a la vez más deseado por la nutrida legión de seguidores de Floyd en el mundo, sería que Waters, Gilmour, Mason y Wright fumaran la pipa de la paz y emprendieran una gira internacional como Pink Floyd. Y que lo hagan pronto, antes de que sea demasiado tarde.
Desafortunadamente, en el caso de Floyd lo justo y lo deseado están peleados a muerte con la lógica, que en este momento indica que la posibilidad de una reunión es mínima. Tras el incomodo palomazo de tres piezas en Live 8, Gilmour declaró con frialdad que no habrá rencuentro y al poco tiempo sacó un disco como solista que suena a Floyd desgastado. La portentosa gira de Waters confirmó lo dicho por Gilmour: cada quien por su lado y que los fans se queden con las ganas.
Una enorme pared de ladrillos los divide. En ella se leen las palabras "pasado", "rencor", "codicia", "enemistad" y "soberbia". A los lejos, tal vez tan lejos como la luna, se escucha un coro que entona "Tear down the wall!, Tear down the wall!..."



Barcelona Fotos: MarceRock - IndyRock





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