Roger Waters, The
Wall
29 de marzo de 2011 Palau Sant Jordi, Barcelona
por
Pedro Ayuso - IndyRock
Fotos
Quim Cabeza- IndyRock
Pink Floyd ha pasado por diferentes y multiformes fases a lo
largo de los años pero, sin duda, la escisión del grupo de su
bajista por causas “casi” irreconciliables ha sido una de las
más escritas. Roger Waters abandonó el “fluido rosa” a mediados
de los ochenta, convencido de que había escrito su obra magna
-The Wall-, y en desacuerdo creativo con las inquietudes que
imperaban dentro de la banda británica en aquellos años. Las
disidencias iniciales no pudieron limarse con el dialogo y
tuvieron que encontrarse en los tribunales para llegar a un
acuerdo que sentenció que el grueso del grupo mantendría el
nombre y buena parte del repertorio mientras Roger Waters
continuaría como tal más la autoría, prácticamente en exclusiva,
de The Wall. Aunque el bajista ha editado algunos discos en
solitario y ha colaborado puntualmente con la banda, “El muro”
ha sido el motor principal de su proyecto.
Una pared maestra que se publicó en 1979 como canal vehicular a
una excelente película de animación, donde excelentes dibujos
daban sentido a un guión políticamente comprometido que en su
momento tuvo gran repercusión. Con los años el argumento del The
Wall no sólo no está marchito sino que deviene más actual que
nunca. Con veinticuatro trailers y un entramado logístico de
gran envergadura, The Wall se ha conformado como un
macro-espectáculo audiovisual. Dos combos de instrumentación
para una docena de músicos se asientan sobre el escenario
mientras una gran pared configura el fondo donde proyectar las
imágenes del show. Luces de todo tipo iluminan el gran espacio
donde un Waters omnipresente trascribe su obra -“Another brick
in the wall”, “Goodbye cruel World”, “Hey You”, “Outside
The Wall”…-, entre fuegos de artificio e inflables. Casi tres
horas de entretenimiento, de producción milimétrica, en un
recinto abarrotado y sumiso que no dudó aplaudir este gran show.
Waters sabe que su actual propuesta es infalible aunque recordó
su enorme frustración cuando años atrás su propuesta -la misma
que hoy triunfa en todo el mundo-, no funcionó. Si algo queda,
es que puedes disfrutar incluso de cara a “La Pared”.
Atarfe- Granada - España 9-5-2008
Waters entusiasmó a los 20.000 espectadores que acudieron, pese
a la lluvia, a la cita granadina.
Fotos:
Lucía Rivas
+ Crónica: Jesús Sánchez
Waters-Floyd, estandarte de una era
Por Jesús Sánchez / IndyRock
Granada, 9 de mayo de 2008. 19 horas. Miro al cielo, y la
palabra 'waters' repica en mi cabeza. El manido juego de
palabras está hecho. Jornada lluviosa en Granada, agua que cae
del cielo. Se supone que ese cielo será, dentro de unas horas,
un festival de luminotecnia. Y algunas de esas nubes, espero,
un cerdo volador. La organización ha confirmado que, con
lluvia o sin ella, Waters y los suyos estarán sobre el
escenario.
20,00 horas. La expectación, y el ambiente, al llegar a las
cercanías del campo de futbol, es enorme. No es para menos.
Única cita de Waters este año con su público en la Península,
todo un tanto que se apunta el ayuntamiento de esta pequeña
ciudad del rock (ésta de verdad lo es) que es Atarfe.
22 horas. Comienza el espectáculo. Miles de personas se agolpan
en las primeras filas para ver como Waters y su grupo aparecen,
al igual que el año pasado en Barcelona, con míticos oldies de
fondo, bajo el espectacular pantallón de fondo. Ha habido un par
de cambios en la banda recientemente, ya que tanto Andy
Fairweather-Low como Katie Kissoon tenían otros comprmisos,
siendo reemplazados por Chester Kamen (que ya estuvo con Waters
en la anterior gira de 2002) y la vocalista Sylvia Mason. Como
siempre, el comienzo es vibrante con "In the flesh" , aunque con
un pequeño apagón sonoro hacia el final que se corrige
rápidamente.
El show es calcado a cualquier otro de esta gira que lleva dos
años recorriendo escenarios por todo el globo. Tal vez sea una
de las pocas cosas reprochables. Muchos fans de Pink Floyd
preferirían un poco de factor sorpresa, pero así son las cosas
en las macro-giras: todo está estudiado al detalle. Y se repiten
los mismos números, en cada canción. Tras el corte sonoro
continua el show con la amorosa "Mother", con el impecable,
limpio como una patena, sonido de la acústica de Waters que se
va abriendo camino hasta la gloriosa demostración vocal de la
corista, que esta vez, al no estar presente la preciosa Katie
Kissoon, la responsabilidad recae en su sustituta. Cae después
un clásico de la época más lisérgica de los Floyd, la espesa
"Set the controls for the heart of the sun", seguida de uno de
los platos fuertes, ese blues espacial que es "Shine on you
crazy diamond". Más de diez minutos de éxtasis interestelar, con
esa inconfundible intro, las desgarradoras notas de guitarra y
la triunfal entrada de la sección rítmica. Tras ella, más cortes
del mismo disco, con "Have a cigar" y "Wish you were here"
empalmadas como en el disco original, "Southampton dock", "The
Fletcher memorial home".hasta ahí todo impecable.
Comienza a llover, estampida de buena parte del respetable,
buscando refugio. Pero el show continúa.
Llega la conocida parte donde la egolatría de Waters cobra
protagonismo, con dos cortes más recientes de su obra en
solitario, alejados ya de la genialidad de sus obras con la
banda. "Leaving Beirut" es un correcto alegato anti-bélico, y a
"Perfect Sense" tenía la gracia justa de ver a un astronauta
volando sobre nuestras cabezas, pero ese elemento no apareció en
Atarfe, aunque si hubo cerdo volador justo después con "Sheep".
Un cerdo de estreno, por cierto, graffiteado por El niño de las
Pinturas. Curioso.
La cara oscura
Descanso, avituallamiento, y asistimos al comienzo del leit
motiv de esta gira. "The Dark Side of The Moon", íntegro,
magistral , único. Grandísimo show en lo visual y en lo musical,
con el inquietante comienzo, la explosión sonora de "Breathe",
los himnos "Time", "Us and them", "Money". pura perfección. Dave
Kilminster mantiene el pulso en esta secuencia de irrepetibles
solos de guitarra, y calca a la vez de la voz de Gilmour,
tanto que casi hace que te olvides del genial guitarrista.
Aunque bueno, Gilmour sólo hay uno. En definitiva, una hora
repasando una obra que fue estandarte de una época, que
catapultó a Pink Floyd a un status superior al de cualquier
banda coetánea.
Y para los bises, más mitomanía, con una mini representación de
"The Wall", en sus trayectos más conocidos, con puntos álgidos
seleccionados para que sirvan de brillante final, con el
consabido "Another brick in the wall (part 2)" y la maravillosa
"Confortably numb", una de las canciones más redondas de la
historia del rock. Curiosamente, un tema con música de David
Gilmour, para poner broche de oro a una noche intensa.
Hay que reseñar algunos fallos clamorosos de organización, como
el hecho de reservar los mejores asientos a invitaciones de
empresa, algo que me resulta extremadamente provinciano. El
resto de asientos sentados, de pago (o sea, abonados por gente
que verdaderamente se deja doce de los antiguos talegos por ver
a un artista), se sitúan al fondo del campo, con una visibilidad
pobre y peor acústica. Desde esa grada final apenas podías
distinguir el escenario, ni percibir el potente sonido que se
presumía tendríamos. De mitad de pista hacia delante la cosa
tomaba sentido, pero el tan cacareado sonido cuadrafónico que sí
pudimos disfrutar en todo su esplendor en un recinto cerrado
como es el Palau Sant Jordi, se limitó aquí a un par de efectos
puntuales que tampoco aportaban gran cosa.
Una noche esplendorosa que dejó la sensación de que pasarán
muchos años para que tengamos la oportunidad de volver a ver un
espectáculo de ese calibre por estos lares. Quién sabe, a lo
mejor Waters vuelve a reunirse algún día con sus antiguos
compañeros. Él está dispuesto a hacerlo, y ya se vuelve a hablar
con Gilmour. No están ya para demasiados trotes, como decimos
por aquí, pero sería grande volver a ver, ya de verdad, sin
mercenarios de por medio, al gran fluido rosa esparciendo de
nuevo su poder por el mundo.
Roger Waters: Dark Side, la locura
intrínsecamente humana
Por Jesús S. / IndyRock
"Siempre he estado loco. Sé que estoy loco, como la mayoría
de nosotros. Es muy difícil explicar por qué se vuelve uno
loco, incluso cuando no lo estás".
(Speak to me, The Dark Side of the Moon.)
Con esta intrigante frase arranca uno de los
álbumes más míticos de la historia de la música de nuestro
tiempo. Cuando a finales de 1971 Pink Floyd comenzaban a diseñar
su nuevo trabajo tras el alucinógeno "Meddle", Roger Waters
atravesaba una de sus famosas fases de "inspiración paranoica".
Ya hacía unos años que la sombra de Syd Barrett había dejado de
cobijar la faceta más sicodélica del gran fluido rosa. Pero que
si en lo musical su presencia ya era sólo un recuerdo del
pasado, afectivamente su recuerdo seguía estando muy presente en
su antiguo colega Waters. 1971 fue un año de transición, tanto
en el mundo del rock como en la personal historia de Pink Floyd.
El 68 y todo lo que trajo quedaban ya lejos. Los grupos se
hacían cada vez más poderosos, alimentando a una industria que
exigía con más ahínco un producto de masas por encima de todo.
Rock se conjugaba ya con mercadotecnia. Cuando los Floyd
grabaron "Meddle", ya tenían claro que se encaminaban a un punto
sin retorno. Atrás quedaba la experimentación arriesgada y las
inspiraciones psicotrópicas. Era el momento de dar a la música
un mayor peso, con una producción mucho más efectiva. "Echoes",
la gran suite que ocupa la mitad de "Meddle", recoge esas ideas.
Sigue habiendo un lugar para el riesgo, pero las bases del
futuro sonido Floyd están ya marcadas en ese gran tema.
Waters tenía clara la pauta a seguir. Otra cosa era la temática.
Y a eso ayudó su personal estudio sobre la locura
intrínsecamente humana, de la que Barrett había sido famosa
cobaya. "The Dark Side of the Moon" es el primer gran capítulo
de esa concienzuda exteriorización de temores y fobias que
siempre rondaban la materia gris de Roger Waters. Los
posteriores álbumes de los Floyd ahondaban en la miseria humana
y la locura. Pero ese primer gran paso se dio en "Dark Side". El
dinero, la vejez, la inmisericorde desigualdad entre el primer y
tercer mundo.todo ello está presente en el disco. Y todo se
relaciona de un modo u otro a ese lado oscuro de nuestra esencia
terrenal. Tal vez esa luna que no atisbamos sea precisamente la
porción exacta de nuestra naturaleza por la cual el ser humano
se convierte en predador de sí mismo. Como la luna influye sobre
las mareas, influye el mal, tan obscenamente natural, en nuestro
desarrollo personal. Y, como se adivina en esas extrañas
palabras iniciales, todos estamos abocados a, en algún momento
de nuestra vida, sufrir las consecuencias, por activa o por
pasiva, de esa cruel influencia.
Ahora, 35 años después de su publicación,
Waters ha querido rescatar la obra que hizo de Pink Floyd uno de
los best-sellers de la historia del rock. Respetando el
impecable sonido original (tarea en la que colaboró otro
perfeccionista de nuestro tiempo, Alan Parson), el gran montaje
que Waters trae este año a la granadina localidad de Atarfe, es
fiel a esa grandilucuencia marca de la casa desde comienzo de
los 70. Sonido cuadrafónico, gran escenario, una banda
insuperable, proyecciones, objetos voladores.todo lo que se
pueda contar no haría justicia a la experiencia que ya tuvimos
la suerte de vivir el pasado año en Barcelona. Pero el show será
eso y mucho más. Habrá sitio para otros clásicos de la banda,
joyas rescatadas de "Wish you were here", "Animals", o "The
Wall". Y para los fans más aventajados, tendremos incluso
material del canto de cisne de Waters con los Floyd, el
injustamente infravalorado "The final cut". En definitiva, serán
tres horas cercanas a la perfección en lo musical y en lo
visual. Perdérselo es, simplemente, dejar pasar una oportunidad
única de vivir de primera mano, uno de los capítulos más
gloriosos de la historia del rock.
21-04-2007
Palau de Sant Jordi Barcelona
Fotos
Natalia Moreno - IndyRock
Crónica Por
Jesús Sánchez-
IndyRock
Roger Waters. The Dark Side Of The Moon
Live
Barcelona, Palau de Sant Jordi. 23-4-2007
Por Jesús Sánchez- IndyRock
Volvía Roger Waters a Barcelona, seis años después de su
anterior actuación, en un concierto enmarcado en una nueva gira
de homenaje a otra de las obras cumbre de Pink Floyd. En esta
ocasión miles de fans de todas las edades y procedencia del
viejo fluido rosa nos congregábamos en un abarrotado Palau de
Sant Jordi, con la totalidad de las entradas vendidas
desde hacía semanas y con la expectación propia de quienes saben
que van a ser testigos de un espectáculo de alto nivel, en un
recinto inmejorable. Porque eso es lo que ofrece hoy en día
Waters. A falta de nuevas obras maestras, con la negativa por
parte de Gilmour de resucitar la formación clásica de la
legendaria banda, Waters tiene claro que su público seguirá
llenando pabellones y estadios con el mero pretexto de volver a
experimentar in situ las sensaciones que produce un espectáculo
de ese calibre. Ver a Roger Waters en 2007, tantos años después
de que esas obras fueran creadas, supone por tanto un placentero
ejercicio de nostalgia. Y Waters sabe corresponder con
profesionalidad y pulcritud; le acompaña una banda que ya de por
sí es espectáculo puro, muy similar a la que le cubría las
espaldas en la gira anterior. En el universo pinkfloydiano, otro
ingrediente es vital: el espectáculo visual. Waters sigue
cuidándolo al máximo. Música e imagen siguen complementándose
perfectamente para entender el mensaje que cada obra
supuso.
El set list está minuciosamente pensado para ello, dividido en
tres partes: una primera de temas clásicos acompañados por otros
temas menos conocidos. La segunda, la interpretación integra de
"Dark Side Of The Moon", y como bises, una parte de "The
Wall". Las condiciones acústicas del Palau, bastante
decentes de por sí, se vieron mejoradas con un sistema único de
sonido que hace que la fidelidad de lo que se escucha alcance
altos niveles de calidad.
PRIMERA PARTE
Treinta minutos antes de la hora convenida, una pantalla gigante
de video al fondo del escenario emite la imagen de una
habitación de aspecto retro, con una radio antigua en la que
suenan rockers de los cincuenta. Una botella de Johnnie Walker
en primer plano, una mano que se acerca y que se sirve un trago,
mientras cambia de emisora y suena el mítico "We´ll meet again"
de Vera Lynn en la radio. El humo de un cigarrillo que parece
salir de la pantalla, mientras el público, expectante, se
comienza a preguntar como va a empezar todo. A las 9:30
clavadas, los músicos toman posiciones. La alargada figura de
Waters aparece bajo en ristre para gritar el mítico "Ein, zwei,
drei..." con el que comienza "In the flesh", el enérgico tema
que habría "The Wall" y con cuya segunda parte se iniciaba el
show, entre explosiones e imágenes sicodélicas. Un comienzo
fulgurante y efectista que hizo levantar miles de puños en el
Palau. Tras él, una sosegada "Mother", impecablemente ejecutada
por la banda y coreada por la mayoría. Waters se muestra, como
siempre, entusiasta con su banda y con su público. Nunca será un
showman, pero su carisma está en esas composiciones tan
brutales. Y qué decir también de temas como los que siguieron:
"Set the controls for the heart of the sun", enigmática canción
de aquel lejano "A saucerful of secrets" en cuya grabación ya
apenas intervino Syd Barrett.
O el triple repaso a "Wish you were here", homenaje a Syd
Barrett con "Shine on you crazy diamond", "Have a cigar" y el
tema título, que fueron engarzados tal y como suena en el
disco, con la mano de la pantalla gigante cambiando las emisoras
de la radio, y el sonido de la guitarra acústica dando entrada a
un tema tan mítico como la persona a la que iba dirigido.
Hubieron algunos momentos para fans muy fans, como la
inclusión de dos temas del infravalorado "The final cut"
("Southampton Dock" y "The Fltecher memorial home", que sirvió
para dejar clara la poca simpatía que siente Waters por Bush, la
Thatcher y los políticos conservadores en general, aunque Blair
también recibió cera) o las dos referencias a sus trabajos en
solitario, "A perfect sense" (con un astronauta sobrevolando
nuestras cabezas) y "Leaving Beirut", un tema menor pero
acompañado por la genial proyección de un comic contando la
historia de fondo, la de un Waters más joven haciendo auto-stop
por las carreteras del Libano. Por cierto, durante este tema,
Waters fue abucheado en algunos conciertos por los Estados
Unidos.
El final de este primer set llega con "Sheep", donde hace su
aparición el mítico cerdo volador, un clásico de la iconografía
del rock de los 70, y que en este caso poco tiene que decir, ya
que la canción va sobre las ovejas y no sobre los cerdos, pero
es un bonito recuerdo al monumental "Animals" y a su
correspondiente gira en 1977.
SEUNDA PARTE: THE DARK SIDE OF THE MOON
A partir de ahí nada más y nada menos que un "Dark side of the
moon" tocado de cabo a rabo. Magistral la banda en la ejecución
del clásico, con menos protagonismo de Waters que deja a John
Carin y a Dave Kilminster el peso de las voces (recordemos que
temas como "Time", "Us and them o "Money" los cantaba David
Gilmour). Desde el inicial "Breathe" fueron sucediéndose los
temas de esta obra, con preciosos efectos de luz, proyecciones,
el sonido de los relojes o de la caja registradora...las
referencias al dinero y al poder, al paso del tiempo por las
personas, a la soledad... elementos imprescindibles que esa gran
obra va poniendo delante de nuestras narices, acompañados por
una soberbia música. La ejecución fue tan fiel a la original que
apenas dejaba lugar a la experimentación o improvisación. Ya
habíamos visto a Waters interpretar "The Wall" cuando cayó el
Muro de Berlín. Los Floyd de Gilmour también basaron su última
gira en "Dark side...", con resultados similares a los de
Waters: tanto él como Gilmour saben que lo importante en su
música es la fiel representación de las canciones. Los temas más
representativos suenan tan bien como siempre lo han hecho. No
está Gilmour pero Dave Kilminster clava los solos de "Money" y
"Time", y el resto de la banda cumple sobradamente en la
ejecución de pasajes más instrumentales. Inmensa obra e
inmensa ejecición.
TERCERA PARTE: BISES
Como colofón a un concierto inolvidable, Waters tira de la que
tal vez sea su obra más personal, "The Wall". Pudimos
disfrutar con media hora de la obra conceptual más ambiciosa de
todos los tiempos. Comienza con "The happiest days of our lives"
y la celebérrima "Another brick in the wall (pt.2)".
Continuó con un tramo de la segunda parte de la obra, el
que arranca con "Vera", y que tras "Bring the boys back home"
desemboca en la que probablemente es la mejor canción de la
banda y que además incluye el mejor solo de guitarra jamás
grabado, un impresionante "Confortably numb" que nos deja a
todos confortablemente anonadados. El mejor colofón posible,
para un concierto que rozó las tres horas.
LA BANDA Mención aparte a la banda, que en todo
momento consiguió que apenas echáramos de menos a los músicos
que originalmente interpretaron las canciones. Jon Carin, un
veterano miembro de apoyo tanto para los Floyd de Gilmour,
Wright y Mason como para Waters. Capaz de crear mil sonidos a
los teclados, labor que comparte con Harry Waters (hijo del
jefe), y de cantar en un registro muy similar al de Gilmour.
Dave Kilminster, excelente guitarrista que nos dejó con la boca
abierta en los solos de "Time" o "Money" y que rozó la
perfección en "Confortably numb", además de hacerse también
cargo de algunas de las partes vocales. Al saxo, repite Ian
Ritchie con su momento estelar durante "Us and them" Perfecto a
la batería y percusión Graham Broad, que levantó una ovación con
la intro de "Time". Dos viejos amigos de Waters, piezas
fundamentales en las giras del inglés, son Andy Fairwather-Low y
Snowy White. Los dos guitarristas ejercieron labores rítmicas
menos brillantes pero son pieza esencial en la banda. White
además dejó algún solo cosecha propia durante "Another brick in
the wall" y "Confortably numb", pero en mi opinión quedó
ensombrecido por la brillantez de Kilminster. Y finalmente las
chicas, cada una tuvo su momento estelar. Emocionante volver a
ver a Katie Kisson dar la réplica a Waters durante "Mother".
Subió el listón P.P. Arnold en "A perfect sense". Entre lo mejor
de la noche, el impresionante poderío vocal de Carol Kanyon en
"The great gig in the sky". Y por encima de todos, como no,
Roger Waters. No es un perfecto instrumentista, no tiene una
gran voz (dicen que algunas las lleva pregrabadas, yo no lo
noté), pero bueno, quién necesita todo eso si has derrochado
talento a sacos durante cuatro décadas. Vivirá de esas rentas lo
que su público le permita. ¿Acaso no lo tiene ya suficientemente
merecido? Pertenece a esa raza de artistas de una magnitud tan
elevada que esas cuestiones está ya fuera de toda discusión.
Dylan, Stones, Van Morrison, Waters y Gilmour...mitos vivos,
representantes de lo mejor que ha dado la música moderna a lo
largo de su historia. Especies en peligro de extinción a las que
hoy, desde una falsa actitud de forzada modernidad ponemos todo
tipo de pegas pero que echaremos en falta algún día. Espero que
ese día aun esté lejos.
Otro
ladrillo en la pared
por
Roberto Garza Iturbide
"Es el mejor concierto de mi vida", soltó con pureza un amigo
después de ver a Roger Waters en el Foro Sol de la ciudad de
México, donde la noche del 6 de marzo se avistó un puerco
psicodélico flotando frente a una bellísima luna llena, luminosa
y sombría al mismo tiempo, en una inolvidable sesión en directo
de quien se define a sí mismo como el cerebro de Pink Floyd.
El entusiasmo y entrega del público, la experiencia misma de
presenciar un acto tan bien producido y ejecutado, aunados al
efímero reencuentro en el concierto Live 8 hace dos años,
alimentan la esperanza de ver a Roger Waters, David Gilmour,
Nick Mason y Richard Wright tocando juntos como Pink Floyd.
La ilusión, sin embargo, se desvanece del imaginario de millones
de seguidores ante las palabras y acciones de Waters y Gilmour.
Hay verdades que duelen y ésta es una de ellas: no se quieren
reunir. Así que nada de reencuentro con gira mundial, muy a
pesar de lo que pide, reclama, exige y añora una inmensa base de
fieles en los cinco continentes.
Mr. Pink
En diciembre de 1985, Waters anunció de manera unilateral que
Pink Floyd había llegado a su fin, pero los otros integrantes de
la banda continuaron grabando discos y presentándose bajo dicho
nombre, lo que provocó un pleito legal sobre derechos de autor y
regalías.
Tras un litigio que desgastó la relación entre las partes al
grado del repudio, los abogados llegaron a un acuerdo que
permite a Waters interpretar -y lucrar con- la música de Pink
Floyd, desde The Piper at the Gates of Dawn (1967) hasta el
último disco que hicieron juntos, The Final Cut (1983), pero le
impide componer música nueva bajo el nombre de la banda.
El concierto del 6 de marzo, así como la gira internacional que
lo cobijó, más que un show de Roger Waters como solista, fue un
espectáculo con el sello de Floyd tatuado en cada una de sus
partes. Waters, un autor que no necesita colgarse de nadie, pero
que por alguna razón lo hace, parece gritar: "¡Yo soy el único y
verdadero creador de esta maravilla!".
Mucho más que música rock, Waters ofrece una "experiencia
artística", un acto que provoca estados elevados de conciencia e
hipersensibilidad sin la necesidad de ningún agente lisérgico.
Combina la tecnología audiovisual de punta con una
interpretación musical sublime, poseedora de un discurso tan
inteligente como tormentoso y que ha evolucionado a lo largo de
cuatro décadas sin perder un ápice de vigencia.
Lo cuestionable del caso es que se vende como Roger Waters, pero
interpreta la música de Floyd, con todo y el concepto artístico
que la identifica, que en suma es una obra colectiva y no
propiedad de un solo hombre.
Eclipse monetarista
La noche del 6 de marzo Waters bordeó la perfección, e igual que
la luna que lo flanqueaba, se mostró bifásico: una mitad
luminosa, congruente, y otra sombría, hipócrita.
Casi nadie lo notó, pero mientras deleitaba al público con su
ejecución magistral del álbum The Dark Side of the Moon, el
británico se mordió la lengua. Sucedió mientras cantaba el
tercer verso de "Money", que literalmente dice: "Dinero, es un
crimen. Repártelo con justicia pero no tomes una rebanada de mi
pie".
Esa pieza la escribió hace 35 años como una crítica a la
avaricia y el monetarismo imperantes. Ahora, cada vez que la
canta, no puede evitar morderse la lengua. Es como si dijera:
"Floyd, es un crimen. Repártelo con justicia pero no tomes una
nota de mi obra".
Aquí el problema tiene que ver con la congruencia. Waters es un
artista que se opone al abuso del poder, a la cultura bélica, a
la violencia, a la educación positivista y al conservadurismo
político. En la práctica ha procurado actuar en consecuencia,
pero también ha mostrado una faceta que lo acerca a la
mezquindad humana que tanto critica.
Como escribió en el remate de "Two Suns in the Sunset", la
canción que cierra The Final Cut: "Cenizas y diamantes, enemigo
y amigo, todos fuimos iguales al final".
La otra pared
Sus defensores podrán argumentar que "Waters es Waters y su
circunstancia", que "los actuales integrantes de Floyd tienen su
parte de culpa en el pleito" o que "se juzga la obra y no al
artista".
De acuerdo: la obra de Floyd raya en lo genial y en el mundo
habemos millones que la elevamos a alturas desproporcionadas.
Pero también es cierto que no es creación exclusiva de Waters,
sino de una extraordinaria agrupación de talentos que incluye al
fenecido Syd Barrett y, desde luego, a Gilmour, Mason y Wright.
No es necesario ser un experto en la materia para descubrir que
los músicos que acompañan a Waters en sus giras clonan sin el
menor empacho los sonidos de Floyd. Y lo hacen porque así lo
exige el "solista". No me parece justo. La guitarra, las
percusiones, los teclados, los arreglos y los efectos sonoros
son los mismos que se escuchan en la discografía floydiana,
salvo en A Momentary Lapse of Reason (1987) y The Division Bell
(1994), grabados tras el rompimiento y mismos que desde el punto
de vista de Waters ni siquiera merecen llevar el nombre de Pink
Floyd impreso en sus portadas.
Lo justo, honesto y a la vez más deseado por la nutrida legión
de seguidores de Floyd en el mundo, sería que Waters, Gilmour,
Mason y Wright fumaran la pipa de la paz y emprendieran una gira
internacional como Pink Floyd. Y que lo hagan pronto, antes de
que sea demasiado tarde.
Desafortunadamente, en el caso de Floyd lo justo y lo deseado
están peleados a muerte con la lógica, que en este momento
indica que la posibilidad de una reunión es mínima. Tras el
incomodo palomazo de tres piezas en Live 8, Gilmour declaró con
frialdad que no habrá rencuentro y al poco tiempo sacó un disco
como solista que suena a Floyd desgastado. La portentosa gira de
Waters confirmó lo dicho por Gilmour: cada quien por su lado y
que los fans se queden con las ganas.
Una enorme pared de ladrillos los divide. En ella se leen las
palabras "pasado", "rencor", "codicia", "enemistad" y
"soberbia". A los lejos, tal vez tan lejos como la luna, se
escucha un coro que entona "Tear down the wall!, Tear down the
wall!..."
Barcelona Fotos: MarceRock - IndyRock
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